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Pink Panther

EnriqueLandgrave6
ilustración por Enrique Landgrave

Iván Landázuri

El guante se coló seco sobre su nariz ya inflamada tres centímetros desde el comienzo del cuarto round. Aletargado. intentó cubrirse el rostro y soltar con fuerza la zurda que no encontró los cincuenta y cinco kilos que pesaba la humanidad de la Perra Solís, quien se ensañaba con sus costillas. La campana sonó, la Perra volvió a su esquina. Se veía entero, en forma y, sobre todo, seguro de partirle la madre al Pantera que se agachaba con esfuerzo en el banquillo de su esquina.

El Charly le gritaba eufórico como de costumbre: “¡Levanta las manos hijo. Cúbrete la cara, ya se está cansando! ¡Este es tu round, el decisivo!” El decisivo, pensó y se dibujó una sonrisa entre toda esa masa amorfa en la que se había convertido su cara. El Pantera se sintió exhausto. Pensó en su casa, en la renta, en su madre, en sus hermanas y en Julián. Muchas cosas atravesaron su apaleada cabeza hasta que la campana sonó de nuevo exigiendo su presencia en el cuadrilátero. Observó la figura de su contrincante abalanzándose sobre él y lo supo: le romperían su puta madre de nuevo. Ya no sentía los guantes como una extensión de su propio cuerpo. En ese instante tan solo se sentía como un simple saco de entrenamiento a punto de vomitar la arena de su interior.

Lo sabía, se estaba desinflando. No ahora, no en esta pelea. Ésta era la temible debacle, la dolorosa caída. A sus treinta y cinco años pasaría de ser un boxeador marica a solo ser un pinche puto. La Perra lo llevó a la esquina y lo tundió como lo hacía su padre en la infancia. “¡Salte de ahí!” le gritaba Charly desde la seguridad de su asiento. Intentó abrazar el cuerpo de Solís pero este se lo impedía alejándolo con una combinación de Jabs. Finalmente logró aferrarse a él. Por un momento, sentir el tronco desnudo, sudoroso y agitado de Solís llevó de nuevo su mente hasta Julián. Deseó con todas sus fuerzas las manos de Julián acariciándole las marcas de su cara. El público empezó a chiflar mientras la Perra luchaba por liberarse. Cuando estuvo a punto de conseguirlo, el Pantera giró la cabeza y la impactó contra su sien. El réferi los separó. La eliminación era más honrosa que la putiza que estaba sufriendo.

El réferi inspeccionó el golpe y decretó que aquellos dos brutos podían seguir golpeándose hasta que uno de los dos cayese. La campana, caprichosa sonó. “Ya te cargó la verga, maricón”, le dijo la Perra antes de volver a su esquina.

En un principio se liaba a golpes cada que sorprendía a alguien llamándolo La pantera rosa. Hasta que comprendió que el respeto se lo ganaría arriba del ring; rompiéndole la madre a todo el que le pusieran enfrente. Eso no sucedió. Se acostumbró a que lo llamasen así de cariño en los vestidores. Era mejor que encontrar pintas en su casillero o que lo violaran en la ducha. Inclusive los muchachos acudían a la estética de Julián y le gastaban bromas. “Se equivocaron. Tú sí tienes manos de boxeador y el Pantera de peluquera”. El Pantera llegó a ocho peleas ganadas, cuatro empates y doce perdidas. Nadie quiere que un puñal le patee el culo.

El sexto Round arrancó con el Pantera retrocediendo. Esquivando uno de cada cinco golpes que se estrellaban en su cuerpo. Dos noches antes había discutido con Julián. Lo recordaba llorando en la mesa de la cocina. No entendía la insistencia del Pantera por no colgar los guantes.

Si con lo de la estética alcanza.

– ¡Me caga que me mantengas!

– Puedes buscar otra cosa.

– ¡Ya estoy viejo para otra cosa!

La disputa concluyó con un portazo seco, un cristal roto y el Pantera pasando la noche en el Gym. La Perra se sentía Rocky, amasando a golpes un trozo de carne.

Eusebio, la Pantera Torres, odió con profundo esmero a Julián Martínez, un sábado de febrero a las nueve de la noche en la arena Tlalnepantla, durante la mitad del sexto round de la que sabía sería su última pelea. Lo odió por reducirlo a eso, un homosexual de 33 años incapaz de defenderse. Lo maldijo por domesticarlo, por acostumbrarlo a la docilidad de un hogar, de sus manos, de su cama, de su verga.

La Perra soltó una combinación tras otra, empujado por la euforia del público alcoholizado que demandaba la cabeza del más débil. El Pantera intentó cubrirse de la lluvia que caía sobre de él. Fue en ese momento donde, como si se tratase de un reflejo activado, soltó la derecha en un recto que hizo que La Perra Solís se tambaleara. Porque hasta los pésimos boxeadores tienen alguna vez un chispazo de suerte. “¡Ya lo tienes, cabrón. Es tuyo, ya lo tienes!” gritó el Charly quien se desgarraba la garganta al observar lo que hasta ese momento parecía imposible: El triunfo del Pantera.

Los gritos de los espectadores se unificaron en júbilo y éxtasis. El cine mainstream les había enseñado a amar a los héroes reivindicados que surgían en el último momento. Los papeles se habían invertido. Ahora, la Perra luchaba por abrazarse a su contrincante. Por un segundo, la Pantera pareció bailar entre nubes. Ágil, rejuvenecido y con ímpetu en los guantes que proyectaba hacia su oponente. La campana sonó tres golpes antes de que la Pantera noqueara a Solís.

El público permaneció de pie como no lo hacían desde sus primeras peleas cuando los periódicos lo consideraban una promesa del boxeo azteca. En aquellos años, la Pantera soñó con batirse en las Vegas con algún negro, comprarle una casa a su madre y ponerles un negocio a sus hermanas. Se sentó en el banquillo. El aire regresaba a sus pulmones. Se imaginó la cara de Julián al verlo cruzar el umbral de su puerta. El retorno del campeón, se dijo.

La campana sonó. Este es el round… El decisivo. pensó. Vio a la Perra acercarse, hacer una finta y lanzar un recto que lo mandó a la lona. El conteo fue apenas audible por los aullidos en la tribuna. La campana anunció el final. ¡Estaba jodido! En el vestidor, Charly le ayudó a quitarse los guantes. “Ya no llore, no sea puto, si no es pa´ tanto. Ándele váyase al gimnasio a descansar” Al día siguiente los muchachos hablarían de la putiza que le acomodaron a La pantera rosa, pero esa noche le restaba un último Round…El decisivo.

Tocó sin fuerza a la puerta. El hueco del cristal había sido cubierto por un pedazo de cartón. La puerta se abrió. Antes de decir una palabra, las manos de Julián le acariciaron sus pómulos hinchados. Ese suave roce le dolió más que cualquier golpe de la Perra. En un sitio ajeno a toda corporeidad. Quizá tenían razón, quizá ambos se habían equivocado de ocupación.

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SEMBLANZA

Iván Landázuri Oaxaca Oax. 1990

Psicólogo y aspirante a escritor. (Cuentista) Ha colaborado para las revistas Registromx, Scifi-Terror, Penumbria, Yerba Fanzine, Monolito, Errr Fanzine, Sincope entre otras.

https://www.facebook.com/ivan.landazury

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Have fun

ilustración por Enrique Landgrave
ilustración por Enrique Landgrave

Por Tomás Piñones

 

El cubículo estaba precariamente iluminado por la luz que lanzaba la pantalla en la pared. No había forma de apagarla, sólo había un botón que permitía cambiar el vídeo que se transmitía probablemente desde un ordenador central que controlaba el tipo calvo, cómodo en la caja del sex shop que funcionaba como fachada del recinto. También el volumen estaba prefijado, manteniendo un bajo nivel que daba al lugar un suave cántico de suspiros y quejidos masculinos. Presionaba el botón y se sucedían militares follando en el barro, twinks lamiéndose sus frágiles cuerpos, una orgía de aire ochentero con hombres velludos y de poblados bigotes, marineros de brazos tatuados sometiendo a un grumete, imponentes hombres negros resoplando al ritmo de la penetración exorbitante, un daddy chupando los pies de un joven dominatrix. Eché de menos a los latinos, y en general, una mayor calidad de los vídeos. Resultaba gracioso pensar que en pleno siglo XXI las pantallas de los cuartos oscuros aún transmitiesen vídeos con esa aura irremediablemente vintage. Y es que en realidad, todo en ese lugar, la dinámica del aire viciado, los gemidos entrecortados en la penumbra de los cubículos, las miradas que buscaban sus pares ansiosos,  tenían un aspecto de repasado, de resabida actividad.

    Había un glory hole en la pared. Haciendo gala de curiosidad provinciana, me agaché a su altura y primero presté atención al ruido en el cubículo contiguo. Un cinturón se abría con prisa, y el sonido de un jeans bajando me llegó claro. Una mano se apoyó pesada sobre la pared. Jadeos que se deslizaban morbosos por el agujero. No había forma de saber quién estaba del otro lado, y la idea de encontrar a un pobre padre de familia abandonado a la oscura suerte de estos cubículos me generó rechazo.

    Me levanté y apoyándome en la pared, me quedé viendo unos segundos la pantalla. No prestaba atención ya a las nalgadas furiosas que daban los marineros al grumete, sino que me abstraje en todo lo que era ese cubículo en aquel momento. Sus paredes grasosas de tantas manos sudadas, la capa de indeterminadas manchas que cubría el piso. Había algo atrapante allí, algo que ni toda la música pop, y el baile del apareamiento, con sus tragos sofisticados y sus cervecitas light en la barra, podían ofrecer. Había un sabor que ni todo el flirteo en las luces encandilantes de la calle podía igualar. Todo el desenfreno de los personajes que afuera festinaban su noche de anonimato, contrastaba con esta parsimonia culpable que adornaba los gestos de estos hombres sombríos que, a la sombra de los cubículos, se entregaban a la escucha de sus ruegos carnales.

    No sé cuánto tiempo permanecí allí, capturado por esa melodía pecaminosa que se elevaba por los cuartos oscuros y se comunicaba a través de los glory hole, cuando de pronto ya no estaba solo en aquel cubículo. Un motoquero robusto, típico cabrón en sus tardíos cuarenta, con el águila americana en su chaqueta, cerraba la puerta del cuartito a sus espaldas. Sus pupilas temblaban sobre sus ojeras, relamiéndose sin asco sobre la expectativa de mi cuerpo acorralado intencionalmente en ese rincón de paredes grasosas.

– Fresh meat…-dijo ansioso, como pensando en voz alta. Hice un ademán de moverme hacia la puerta, de huir de sus manos que acariciaban torpemente mis brazos.

– Don’t be scared, I won’t be so rough, you’ll see. –prometía mientras bloqueaba mi paso y suavemente bajaba la chaqueta de mis hombros.

    Me vi bajo el lógico desenlace de una cadena de decisiones atrapantes, con ese hombre que leía toda mi angustia facial, y se excitaba ante la creciente resignación de un encuentro donde él podía interpretar un papel protagónico, la deliciosa captura de un borrego nervioso del cual suponía el pleno consentimiento para ese juego huraño apenas iluminado por la pantalla en la pared.

– We’re gonna play a little bit, don’t be scared… -seguía susurrando sobre mi cara, con su aliento de bourbon y cigarros rojos.

– I’m not scared. I’m never scared –le dije con mi acento tosco, volviendo a colocarme la chaqueta sobre los hombros.- I just don’t fuck old people.

    Lo miré fijamente con una expresión hostil, de forma que no quedara duda sobre mis palabras dichas con un exagerado tono de autosuficiencia, y lo dejé solo en ese cubículo.

    En los pasillos ensombrecidos del complejo, los hombres rondaban lentamente a la caza de quien les invitase a observar las pantallas de porno vintage. El humo se atrapaba en el techo y las colillas iluminaban por segundos los rostros ansiosos, impacientes.

    Caminé por los pasillos, buscando al amigo con quien había ingresado. Seguramente ya estaría en un cubículo, o se habría cansado de tanto diálogo estereotipado en las puertas de las cabinas. Estaba solo allí adentro. Quería salir, respirar aire fresco y fumar un cigarro en la cuneta de esa calle rebosante de brillo, tacones y luces multicolores. Camino a la puerta principal, había un cubículo entreabierto. En la puerta del cubículo, con un pie adentro y el otro afuera, un chiquillo de piel oscura miraba hacia afuera, hacia el pasillo. Su cabeza estaba apoyada en el respaldo de la puerta, y su espalda se arqueaba en posición de relajo, de espera. Sus ojos negros iluminados por el cigarro que se llevaba a la boca, me detuvieron. Unos dientes blanquísimos sonrieron ante mi huida abortada. Alguien ponía música en el jukebox que el dueño había dejado cerca de la entrada, por si la melodía constante del jadeo desesperaba a quienes rondaban los pasillos. El chiquillo se siguió sonriendo e ingresó al cubículo, y el humo de su cigarro se elevaba por fuera de la puerta. Mis piernas titubearon, y en ese momento, la puerta eléctrica que servía de camuflada entrada desde el sex shop hasta el complejo de cuartos oscuros, se abrió, y dos hombres negros entraron parloteando alegremente. Se oyeron las risas que llegaban desde la calle, y la brisa nocturna mezclada con el aroma de los hot dogs que vendían en la esquina fuera del sex shop, se deslizaba dentro, haciendo promesas de un exterior más alegre, más afable.

    Sonó una voz grave acompañada de un bum bum bum electrónico en el jukebox, y los parlantes ocultos dispuestos por los pasillos dieron un nuevo ritmo a los aires cansados de los hombres en éstos. Vi la puerta eléctrica cerrarse despacio, y el humo del cigarro desvanecerse en la puerta del cubículo. Nuevos ojos se encontraban con los míos en esos segundos, y pasaban a mi lado, haciendo invitaciones de buscar otros cubículos vacíos. La puerta del cubículo que tenía enfrente seguía entreabierta. Las bocinas de los autos se oían desde la calle, y las carcajadas explotaban en el aire de la noche borracha, sedienta de más noche.

 [divider]Tomaspeq

Mi nombre es Tomas Piñones, soy profundamente coquimbano y ligeramente chileno. Estudio, trabajo, milito y escribo. Abajo el patriarcado, arriba la cumbia.

https://www.facebook.com/gaspar.zunagua

 

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Mario

6seis
ilustración por Sok

 

por  Citlally Villarejo Gómez

Mario era un chico sencillo, de gustos simples, le gustaba el futbol y aquella canción que hablaba de desamor. No era que se hubiera enamorado alguna vez, pero le encantaba escuchar la voz de esos varoniles artistas desgarrada por la pequeña cintura de su Adelita.

   Mario soñaba con enamorarse, algún día, de una hermosa Adelita, tenía la vaga idea de que su preferencia sería por las mujeres jaliscienses. Cuando tenía ocho años fue de vacaciones a Guadalajara, no recuerda mucho, sólo un partido de futbol y a una bella mesera de grandes ojos… y grandes senos. Cada vez que todo se quedaba en silencio, podía revivir las palabras de su padre: “No hay mejor mujer que una hermosa oriunda de Guadalajara”. (Claro, eso fue antes de que su padre se fuera con una mujer de allá y lo dejará solo al sur del país).

     Mario vivía con su tía, su mamá hacía tiempo que lo había dejado de amar; y no era su sentir de él, sino que ella misma se lo había dicho.

    La noche era fría, la lluvia lo atormentaba, el silencio y la falta de luz dejaba sólo un pequeño temblor en sus piernas… pero, también en su corazón. “Lárgate puto, tú no eres mi hijo, esa princesita que estoy viendo no salió de mi vientre ¡vete a la chingada pinche puto!”. ¿Qué tenía de malo llorar? ¿Qué de malo tenía soñar con ser él la Adelita? Se levantó envuelto en una cobija, prendió una vela y vio su reflejo en la ventana. Él tenía unos ojos hermosos, muchos hombres se lo habían dicho, y un cuerpo que le costaba horas esculpir en un gimnasio -eso sin hablar de las horas de entrenamiento en la cancha de fútbol y su delicada dieta, la cual no rompía ni en días festivos-. ¿Qué de malo tenía enamorarse de hombres rudos que se rompían por amor? “Lárgate, puto”.  Se giró a su cama, hace tiempo que él se había ido.

    Sólo tenía catorce años, pero estaba más que seguro de lo que iba a hacer con su vida: entrar en una preparatoria en la capital, irse con él, con Omar, fugarse a ese famoso lugar donde nadie los iba a rechazar, seguir haciendo ejercicio y pertenecer al equipo de futbol de su futura escuela, ser los mejores, para así algún día ser vistos, tal vez en la universidad, ambos estudiando medicina… o leyes, o cada uno siguiendo su vocación, siendo hombres de bien, saludables, llenos de energía y excelentes jugadores, para entonces no seguir su carrera universitaria como trabajo, sino dedicarse a su pasión, el futbol.

    Amarse y, tal vez algún día, se pudieran casar frente a todos, adoptar una hija y llamarla Adela. Sus neuronas no lo dejaban pensar, se desconectaban al sentir la lengua de Omar dentro de su boca, al morder los carnosos labios de su mejor amigo, su hermano, su novio, su complemento, su eternidad. Dejaba de respirar cada vez que él tocaba con la punta de sus dedos su espalda o su abdomen, y su corazón parecía dejar de latir cuando posaba su boca en cualquier parte de su cuerpo.

   Esa noche también era lluviosa, el partido hacía tres horas que había terminado, mamá no estaba en casa, no había vecinos cerca, la ventaja de las vacaciones es que nadie está en donde debería estar, sólo ellos dos, entregándose el uno al otro en su viejo sillón. “Te amo”, irrumpió en el silencio la masculina voz de Omar, haciéndolo cerrar los ojos y repetir sus palabras en susurro. También él lo amaba con toda su vida, qué dichosos eran, haber encontrado a su compañero para siempre siendo aún adolescentes, “te amo”, la voz de Omar se proyectaba por toda la casa, por todo su cuerpo, por todos lados.

   La puerta se rompió. ¿Qué jodidos están haciendo, par de maricas?”. La madre, enojada, tomó la pistola. Sin esperarlo, la luz fulminó todo y ahí cayó Omar, repitiendo «te amo». Ya no podía escuchar nada más, las lágrimas en automático cayeron, ¿qué importaba ya? ella tampoco sería su madre jamás, le había quitado todo, le había quitado al amor de su vida, su verdad, su sueño, su eternidad.

Fijo, viendo la ventana, selló el final: “Vete a la chingada, mamá”.

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Citlally Villarejo Gómez, autor de Nogiedra, es Licenciadx en 141230-200950---copiaComunicación, vlogger y freelance.
Página personal: nogiedrablog.blogspot.mx
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por Alex Xavier Aceves Bernal

La mariquita más linda está muerta

por Alex Xavier Aceves Bernal
por Alex Xavier Aceves Bernal

Paco Robledo

Era la mariquita más linda que nunca había conocido, y digo esto porque yo nunca había conocido a ningún marica. Este era uno muy flacucho y largo, llegué a escuchar que le decían La Flauta, Lo primero que me gustó fue su sonrisa, a pesar de que tenía los dientes frontales amarillos, por ese detalle también le decían La Minita, seguramente por el color del oro. Esto nunca se lo confesé a nadie, debes tomarlo en cuenta y guardar el secreto. Sabes que si mi papá se entera, me mata. Mejor escucha lo que te voy a contar, y ojalá se te olvide pronto. Va a ser rápido, tengo que llevar las tortillas para que mamá haga la comida. Enchiladas, mis favoritas. Ah, y que no se te olvide, por favor, porque con lo borracha que eres, en peligro y andes diciendo todo en la cantina, porque si andas de hocicona y papá se entera, nos va a chingar.

     Recuerdo todo como si me acabara de pasar. En especial esa vez que se me voló el balón para el patio de su casa, el mismísimo día que le conocí. Ya sé que te preguntas que por qué andaba yo jugando con una pelota, que tanto me caen gordas. Es que mi papá ya no soportaba verme limpiando la casa ni ayudándole a mi mamá a hacer la comida, niñerías decía él. Fue su culpa por llevar ese día un balón. Si, obviamente éramos vecinos, hasta ese momento yo no lo sabía. Dejé de cortar los rábanos para salir con la bola de aire al patio. Comencé a patearla contra la pared, una, y otra, y otra vez. Siempre con más fuerza. La verdad es que me figuraba la cabeza de papá, y le daba con la punta del zapato para que zumbara más fuerte contra el muro. Era como si ese viejo cabrón estuviera chillando.                                                                                                                                         El muro de su patio es el mismo que el del mío. Me di cuenta cuando de una patada mandé el balón al patio de la otra casa. No dije a dónde iba, papá me regañaría, solamente pedí permiso de ir a la tienda. Rodeé la cuadra. Como te digo, en ese entonces no sabía nada de La Flauta; la mariquita más linda que he conocido. Te fijas que entre más hablo de ella, me pongo feliz y los ojos me titilan, es que me acuerdo de muchas cosas, la mayoría siempre ocurrían en su casa.

    A mí no me gustaban los hombres, en serio. Pero algo había en La Flauta que no lo resistí. Mi papá se dio cuenta, no la vez que fui por el balón. Ese día toqué a su puerta, no me esperaba más que alguien saliera para entregarme el balón, eso era a lo más que aspiraba mi mente. Toqué insistente un par de veces, hasta que se escuchó que se corría el cerrojo. Despuesito apareció él, con sus pupilentes azules, su cabello corto pero lleno de rayos güeros. Llevaba una playera del Tigres, apretadita hasta la cintura, de un hombro le salía un tatuaje, que hasta mucho después, cuando ya nos desnudábamos, descubrí que era la cola de un pájaro. Él me vio y actuó como si nada, yo no podía, algo tenía su ser que me daba comezón en la panza y hasta ganas de ir a cagar me dieron. Lo juro y no exagero, o ¿a ti qué se te figura cuando entras a esas cantinas cucarachientas en las que te quedas dormidota?, no me digas que tú si muy fina, porque de seguro ni el calzón te has cambiado en meses, además ni te quitas el bigote. Ni me mires con esos ojos, puta.

    Mi papá se dio cuenta de que volaba el balón muy seguido y me tardaba mucho en volver con él. Ese día no lo esperábamos, pero fue a esa casa, tocó y preguntó por mí. Cuando tocaron a la puerta yo estaba lamiéndole el ombligo a La Flauta mientras él me acariciaba las orejas e ignoramos por un rato el escándalo con la puerta. Hasta que decidió ir a abrir por la insistencia de los golpes en la puerta. Mi papá sospechó inmediatamente. Me imagino, cuando lo descubrió en bóxeres, unos apretaditos, como utilizaba las playeras. Papá entró a la casa dándole de puñetazos al pobre, vieras visto, parecía trapo, y sangre por todos lados, como si hubieran tirado un bote de pintura carmesí. Yo todavía no sabía que estaba pasando, hasta que vi a mi papá en la puerta de la habitación, con los ojos inyectados en cólera. Me agarró de los pelos y me sacó como si fuera un trapeador. Me iba pateando las costillas, ahí sí, nomas acordarme me da dolor. Ya en la casa pues nada más tuve que aguantar que me gritara y todos los castigos, aunque mejor hubiera sido quedarme huérfano. Desde entonces dejé de ver a La Flauta, en realidad mi amor por él duró un mes, lo que duré volando el balón. Después de que mi papá nos encontró y con lo violento que es, no me iba a arriesgar a lo Romeo y Julieta. Ni madres.

    ¿Ya ves que mi papá es poli?, pues empezó a hacer rondines y donde le viera le arrimaba sus chingas. Hasta que un día La Flauta me habló llorando y suplicaba que detuviera a mi papá y le dijera que ya no nos veíamos, que no anduviera mamando. No podía hacerlo, decirle eso a mi padre significaba tenerlo en mi contra.

     — ¿Entonces tú papá fue el que lo mató y aventó al arroyo anoche?

     — Sí, pero a nadie le digas, si no a ti también te carga la chingada.

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Paco Robledo es Oriundo de Saltillo, Coahuila y parido en el noventa. A los cinco años por correr a orinar a un baldío se cayó y le cosieron la frente. No recuerda como fue la primaria. A los dieciséis se hizo encargado de un carrusel de feria pueblerina, a los dieciocho consiguió ingresar a la preparatoria. Después de leer mucho y escribir un poco menos ingresó a la carrera de letras Españolas. Ha coeditado y colaborado en la Gazeta del Saltillo y en baños los públicos. Recientemente participó en las revistas literarias Clarimonda, Punkroutin, Letrasexplicitas y aportando critica en Samizdat y el blog Letras del Norte.

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¡Marica! o de lo fácil que es perder un amigo

por Alex Xavier Aceves Bernal
por Alex Xavier Aceves Bernal

por Juan Machin

A los amigos, como a los dientes,

los vamos perdiendo con los años,

no siempre sin dolor.

Santiago Ramón y Cajal

Juan tenía muchos conocidos, pero pocos amigos. Entre sus amigos, ninguno tan cercano como Enrique: lo conocía desde el Jardín de niños y compartía todo con él. Juan había comprobado el proverbio bíblico que afirmaba que “un amigo fiel es escudo poderoso… no hay precio para él”, porque Enrique le había salvado en más de una ocasión de ser golpeado por algún bravucón mayor que él. Habían estudiado juntos en la primaria, la secundaria e incluso la preparatoria, no sólo hacían la tarea juntos sino que, en los exámenes, Juan copiaba frecuentemente las respuestas de Enrique. Iban con sus respectivas novias a las fiestas y se alternaban en el uso de la Combi de Enrique para hacerles el amor. Pili, la novia de Juan, a diferencia de otras mujeres, no se encelaba de Enrique, al contrario le tenía mucho cariño. Enrique no tuvo la misma suerte y Juliana, su novia, era en extremo celosa y no soportaba que fueran a todos lados y todo el tiempo con Pili y Juan. Finalmente, Juliana cortó a Enrique justo antes de ir a una cena en casa de Pili.

 

Pili y Juan, esa noche, se esmeraron en consolar a Enrique y hacerle sentir cómodo. Al cabo de unas horas, habían consumido la cena y algunas botellas de vino tinto, Pili platicaba muy animada sobre las relaciones abiertas y lo estúpido que eran los celos, cuando, tocando la pierna de Enrique, inocentemente rozó su entrepierna y se asombró del tamaño del miembro de Enrique. Él se rio y comentó: “Pili, te equivocaste de pene”. Juan bromeó que, al igual que en la noche todos los gatos son pardos, nadie en la obscuridad podría distinguir entre dos penes. Pili, exaltada, afirmó con total convicción que ella sí sería capaz de identificar los genitales de Juan tan sólo de tocarlos con una mano o incluso con la lengua. Juan la retó a jugar su versión para adultos de la “Gallina ciega”, y quitándole la mascada rosa que cubría su cuello, le vendó los ojos, pidió que sacara la lengua y le hizo una seña a Enrique para que se acercara. Con la punta del índice, Enrique y Juan se alternaron, preguntándole a Pili de quién era el dedo que había tocado su lengua. A veces acertaba y a veces no.

Entonces, Pili les dijo que no era lo mismo un dedo que una verga… “yo no dije que sabría distinguir un dedo”, expresó de manera contundente. Enrique le dio la razón e inmediatamente se bajó el pantalón, Juan miró sorprendido la tremenda erección de su amigo y antes de que pudiera reaccionar ya estaba la lengua de Pili recorriendo gentilmente el miembro de Enrique. Juan sacó el suyo y lo acercó a la boca de Pili. Pili lo lamió generosamente, pero parecía dudar, así que pidió probar nuevamente el primero. “Es difícil sólo con la lengua”, dijo Pili, y dejó de lamer para comenzar a chupar animada y alternadamente, primero la verga de Enrique y después la de Juan. Cuando Enrique estaba casi a punto de venirse, Pili reconoció que no podía distinguirlas, Juan le quitó la venda, y, poniéndosela, dijo: “ahora me toca a mí…”. Estupefacto, Enrique se subió de un tirón los pantalones, salió corriendo y, por más que Juan le gritó “¡No seas marica! ¡Regresa! ¡Marica!”, Enrique corrió y corrió y no dejó de correr, y no volvieron a verle más…

Esa noche, Juan perdió a su mejor amigo. Nunca se imaginó que fuera tan fácil perder un amigo… pero todavía quedaban, al menos, Fernando, Ricardo, Ernesto, Nicolás…

Heavy Liquid Kid y los Anarquistas Anales

 

“I’ll put the icing… on the top of the cake…

I’ll be playing all my favourite records…

While… you… lay… awake…

Mines full of disease

It’ll bring you down, down to your knees…”

ALIEN SEX FIEND

 por Dr. Dickersson

HEAVY LIQUID KID fue uno de los primeros en darse cuenta del peligro y la imposibilidad que representaba el hecho que hombres y mujeres no tuvieran la misma agenda de supervivencia en este planeta. HEAVY LIQUID KID supo que eran razas distintas. Lo que confirmó esa suposición fue leer el libro WILD BOYS de William Burroughs con sus MARICAS SALVAJES. En ese momento, todas las dudas que tenía acerca de su sexualidad fueron aclaradas. La epifanía que siguió para el HEAVY LIQUID KID fue hacer realidad a LOS MARICAS SALVAJES, sacarlos de las páginas del libro y convertirse en alguien determinado a vivir en un universo habitado solamente por hombres. HEAVY LIQUID KID no quería acabar con las mujeres de todo el planeta, respetaría su agenda y sus planes de supervivencia, pero si interferían con ellos no se tentaría el corazón para acabar con todas las vaginas dentadas de este lugar.

     LOS MARICAS ORIGINALES eran una excelente idea para hacerla realidad, para HEAVY LIQUID KID serían reales y su revolución será transmitida por T.V. Serían simplemente conocidos como HEAVY LIQUID KID y LOS ANARQUISTAS ANALES.

    HEAVY LIQUID KID tenía la agenda lista y el plan perfectamente trazado en su cabeza. Una guerrilla dedicada a joder a todos aquellos conservadores que no entendieran el universo masculino o por lo menos el universo masculino que HEAVY LIQUID KID tenía en su cabeza. HEAVY LIQUID KID sabía que necesitaba cómplices y estaba decidido a encontrarlos.

    El primer ANARQUISTA ANAL que reclutó HEAVY LIQUID KID fue GREASY KID, quien era capaz de realizar actos formidables con su ano. GREASE KID podía lubricar su ano a placer. En el momento en que sentía excitación por una verga, su ano empezaba a lubricar una especie de gel blanco muy parecido al esperma, ayudando a que la penetración fuera más rápida y placentera. Mientras más excitadas estuvieran las terminales nerviosas de su ano, el gel empezaba a convertirse en un ácido capaz de cortar la verga más grande y gorda. GREASE KID trabajaba en Ámsterdam en donde realizaba un peculiar acto con un burro una vez al día en el club fetichista FIST FUCK, conocido por tener una clientela gay muy selecta y con gustos muy específicos. HEAVY LIQUID KID se acercó al GREASE KID y lo invitó a formar parte de LOS ANARQUISTAS ANALES. GREASE KID se acercó a dos centímetros de la oreja del HEAVY LIQUID KID…

“¿Sabes?, no siempre lubrico ácido…” – dijo GREASE KID mientras le tocaba la verga al HEAVY LIQUID KID mientras esta crecía en su bragueta. HEAVY LIQUID KID sintió cómo poco a poco su piel empezaba a tener el tono rojo de la excitación y vio como el ano rojo y enorme del GREASE KID se lubricaba para él. Sabían que existían más ANARQUISTAS ANALES, solo era cuestión de encontrarlos.

   HEAVY LIQUID KID y GREASE KID se encontraban en un cuarto de hotel de un país sobrepoblado. El hotel se encontraba en el centro de la ciudad. Estaban por iniciar un ritual con el cual encontrarían al resto de LOS ANARQUISTAS ANALES originales.

HEAVY LIQUID KID había preparado el cuarto, tenía una vela prendida en cada esquina de la cama y una vela enorme delante del espejo que estaba frente a la cama. El ritual empezaría a las 12 de la noche, del día 12 del mes 12. La hora había llegado y GREASE KID se encontraba en el centro de la cama con los ojos vendados, completamente desnudo y con el ano expuesto y abierto para recibir al HEAVY LIQUID KID.

    EAVY LIQUID KID se acercó al ano de GREASE KID e introdujo de manera violenta su verga; poco a poco los embates fueron mayores, HEAVY LIQUID KID veía su imagen en el espejo. Lentamente, ambos desaparecieron del espejo y al momento de eyacular, HEAVY LIQUID KID saca la verga del ano del GREASE KID y eyacula en su espalda. El semen dejó una especie de mapa en la espalda del GREASE KID. El último lugar que recorrió el semen en la espalda, era el lugar al cual deberían buscar al siguiente ANARAQUISTA ANAL.

    El siguiente ANARQUISTA ANAL en ser reclutado fue ACID BALLS KID. ACID BALLS KID era el taxi boy más popular de su subdesarrollado país. La característica principal de ACID BALLS KID estaba en su esperma. Después de estar en contacto unos segundos con la garganta o anginas, el semen se convertía en una especie de goma de mascar que se adhería a la tráquea de la víctima y no lo dejaba respirar. ACID BALLS KID era contratado principalmente por esposas que habían visto a su marido con otro hombre u homosexuales despechados. Para ACID BALLS KID ambos eran la misma raza de bebés llorando porque alguien más había usado sus juguetes.

    HEAVY LIQUID KID y GREASE KID se acercaron al ACID BALLS KID y le invitaron a formar parte de los ANARQUISTAS ANALES originales. ACID BALLS KID no tenía familia, nadie lo estaba esperando, al contrario, era un buen momento para huir ya que el ejército le estaba buscando para que explicara la muerte de uno de sus altos mandos. El cuerpo del militar había sido encontrado en un taxi usado por el ACID BALLS KID. Era del Secretario de la Defensa Nacional, y el ejército no podía esperar a encontrarlo para vengarse.

    Los tres se dirigieron rumbo al cuarto de hotel para realizar un ritual similar al hecho por HEAVY LIQUID y GREASE KID, y encontrar al resto de los ANARQUISTAS ANALES ORIGINALES.

    HEAVY LIQUID KID, GREASE KID y ACID BALLS KID saben dónde encontrar al último ANARQUISTA ANAL. El ritual salió a la perfección: debían ir al club BLACK IRON PRISION para encontrar a quien sería VIAGRA MOUTH KID. VIAGRA MOUTH KID era popular por dar las mejores mamadas. Solo había dos cuestiones con las que debería uno tener cuidado si querías una mamada del VIAGRA MOUTH KID: la primera, era no haber tratado de joderlo con el acuerdo monetario que sus mamadas suponían y la segunda, era que no fueras el objetivo su mal humor. Las mamadas del VIAGRA MOUTH KID tenían la singularidad de pararte tanto la verga que esta duraba así varios días, provocando gangrena y perdiendo el miembro a los pocos días.

    VIAGRA MOUTH KID aceptó la invitación a los ANARQUISTAS ANALES, después de todo, tampoco tenía familia que lo esperaba o alguien en quien pensar y unirse a esta familia le entusiasmaba.

    La familia estaba completa y, curiosamente, la agenda había entrado en acción sin que LOS ANARQUISTAS ANALES se lo propusieran. Después de todo, el asesinato que había cometido ACID BALLS KID contra el alto mando militar se apegaba perfectamente a la visión del HEAVY LIQUID KID.

Y no sería la última vez que HEAVY LIQUID KID Y LOS ANARQUISTAS ANALES tendrían malos entendidos con el ejército o el STATUS QUO en general…

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Rumor negro: Sangre y Semen

Rumor negro med

Leones Toro

Tenía doce años cuándo sólo hacía falta un roce apresurado para erigir un poste de chicha en mi entrepierna. Como no eran más de dos sobadas las necesarias para llegar a la eyaculación, me di a la tarea de practicar todas las tardes la masturbación hasta dominarla. Aquel día desafortunado había tomado un autobús; en medio de la apretada población me había tocado sentado junto a un hombre de pantalones entallados que hacían resaltar un bulto sólido… en mi púber  y precoz imaginación  ya escuchaba tronar sus venas hinchadas al elevarse.

    Fue así que, urgido como maíz palomero abrazado a microondas, llegué a casa y fui directo  a mi habitación, en donde encontraría papel higiénico y una lustrosa vista a la calle llena de peatones que funcionarían como pretexto para empezar a tocarme y hacerme palomita.

    Desde mi ventana también alcazaba a ver mi patio y el de mis vecinos, primero observé a la sirvienta de mamá arrojando bolsas de basura a la calle (sus caderas inclinadas desaparecieron la flacidez de mi verga). Después detuve la mirada en un rechoncho vestido de blanco que fumaba recargado en un poste, y, apretando las nalgas, parecía invitarme a  vaciarme en él.

    En el patio de junto estaba el hijo de los vecinos portando el mismo uniforme de secundaria que yo, algo raro, pues nunca lo había visto en la escuela. Él había tomado un martillo para comenzar a golpear a las arañas pegadas en la pared mientras yo miraba su boca jadeante. Imaginé su lengua salida en mi miembro lampiño. Aunque él  había vuelto a entrar a su casa, yo seguía pensando en él, pues estaba a punto de venirme.

    Segundos antes de mi eyaculación, mi vecino uniformado volvió a salir, pero esta vez sosteniendo a su hermano pequeño del cuello, a quien le propinó incontables martillazos  a la par de mi orgasmo. La sangre salpicaba la pared a la misma velocidad que mi semen salpicaba el piso.

 El martillo

Después de ese día todo se volvió borroso, sólo recuerdo nuestra mudanza y un constante acoso por parte de la policía federal. Ellos habían recibido órdenes para desalojarnos por parte del padre de mi vecino asesino pues, convenientemente, en ese entonces era participante activo de la clase política del país.

    Luego entendí que bajo sus influencias logró encubrir la escena que marcó el resto de mi vida. Desde aquel hecho, mi sexualidad era una conjunción en un poema. A los 15 años, cuando pretendí tener mi primera relación sexual, me vi atrapado por el recuerdo de la sangre, no lograba tener una erección pues sólo sudaba frío. Intenté pensar en la sirvienta, en el enfermero, pero siempre llegué como perdido en círculos al mismo charco de sangre.

Hasta que pensé en el martillo.

    Imaginar la herramienta me llevó al desdoblamiento de mi carne, e imitando el movimiento de un pez, me excité sobre el cuerpo de mi amante. Más tarde ese día, me di cuenta que había descubierto el punto de fuga en el cuadro de mi erotización. Saqué dos martillos de la caja de herramientas y los bañé en alcohol para dejarlos estériles y lubricados.

    Mientras metía uno en mi ano, con el otro daba pequeños golpecitos en la cabecera de la cama. Para entonces mi pene estaba tan hinchado que sobresalía un color rojo de él, ese tono casi amoratado llegó a mis pezones, al espesor de mi barba, alcanzó mis nalgas, los brazos, partió mis testículos y erizó los vellos de mis orejas.

Todo terminó en una salpicadura de tremendo poder que alisó el yeso que colgaba como gotas de mi techo.

El mata cabezas

    En mi novata adultez, siendo estudiante de arte, salía de clase para abrir las calles con mi pavoneada imprudencia; caminaba erguido como sosteniendo el peso de las alas que usa el libertinaje para volar. Coqueteaba con algunos y a veces con ellas también, pero sólo le fui fiel a mi fetiche de ferretería. Para ese entonces, era del martillo donde brotaba el único placer que conocía, y a pesar de mi promiscuidad logré entablar relaciones en las que podía confiar lo excitante que me parecía el mango de un mazo.

    A partir de la descripción a detalle de un martillo galponero, comenzaba a narrar la devoción por el objeto rompiendo el estupor de mis amantes con un martillazo en el piso, lograba que me metieran la cara redonda de una de mis herramientas, hacía que lo utilizaran para golpear mi pene mientras me masturbaban.

Una noche mientras tuiteaba, me sorprendí al leer en la lista de trending topic  la frase “El mata cabezas”, en cuyo contenido había un ruido social preocupado a causa de un nuevo asesino serial. La gente indignada escribía sobre un hombre que estaba acechando a la ciudad con un martillo: los sorprendía por detrás haciéndoles estallar el cráneo con golpes iracundos llenos de maldad. Sentí en sus acciones violentas un vínculo con mis acciones perversas. Aunque pensé en no hacerlo, terminé eyaculando pensando en el mata cabezas.

Rumor negro

 Al siguiente día fui a una ferretería del centro y me di a la tarea de buscar un martillo nuevo para mi colección. Toqué con religiosidad los martillos de bola, los de nylon, aquellos de uña larga para geólogos; siempre guiándome por el ancho de mi ano para ir descartando.

    Junto a mi había un hombre de mi edad. Mi mirada quedó fija en él a causa de un aire, qué digo aire, ¡de una ráfaga de familiaridad¡. Su nariz estaba pegada al mango embarnizado de un martillo de cota, parecía olerlo como revisando su edad, lo tocaba aún con más precisión que yo.

    A salir de la tienda, lo seguí hasta el anochecer. Llegó al primer cuadro de la ciudad hasta el callejón Rumor negro. Este lugar no me desconoció, pues es famoso por encuentros sexuales públicos y al aire libre, se usa como punto de encuentro para comprar piedra y es negro. Negro como mi carne caliente y oxidada, negro como mi ano usado y quemado.

    Aquel hombre se calentaba las barbas chupando el chocho de una darketa; yo aproveché para destaparme el culo con unas metiditas de dedo. Cuando terminó, continuó caminando por las calles más sosas, lo seguí esta vez sabiendo para qué lo hacía. Quería tenerlo en mi cama con su martillo nuevo.

    Al final de la calle vi con el filtro de una pesadilla, cómo azotaba la cabeza de una mujer con la punta metálica de su mazo mata cabezas. Ahí, en medio de la noche, confirmé quién era.

Lo alcancé y lo atrapé de la espalda. Aunque esperaba una reacción, no encontré nada más que mi reflejo en un aparador. En aquella refracción vi el diagnóstico de personalidades múltiples que me saludaba de nuevo.

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 Leones Toro es un anagrama de mi nombre con el que reafirmo mi teatralidad, soy artista plástico de selfieprofesión y escritor por vocación. Actualmente soy profesional independiente y emprendedor en el área de arte y diseño y escribo para coc4ine y demás publicaciones independientes.

Página: www.leonestoro.blogspot.com

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twitter: @leonestoro

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Alex. Ser o no ser gay

por Alex Xavier Aceves Bernal
por Alex Xavier Aceves Bernal

por Fernando Zarco

Estoy sorprendido. Pasar una temporada en Togo me ha hecho pensar cómo he cambiado con el tiempo. Hasta he tenido sueños en los que he recordado mi infancia, sobre todo la relación con mi padre. De alguna manera, resurgió un asunto pendiente que creí haber dejado en el pasado a raíz de su muerte. No fue así, me equivoqué.

    Me explico. De pequeño me sentía diferente porque me gustaban los chicos, aunque para mí era sólo un juego, tocarnos con otros niños y conocer nuestros cuerpos. No dejaba de ser algo excitante y también, como pronto aprendí, incorrecto, sobre todo en una familia que varias generaciones atrás había sido muy católica y bien acomodada. A través del tiempo, las fracturas entre la religión y el Estado se habían encargado de reubicarla en la clase media: media burguesa, media pobre, media urbana, media provinciana, medio abierta, medio cerrada… todo a medias, con una ambigüedad que rayaba en la doble moral.

    Luego entré a la adolescencia y, con ella, tuve la primera novia. Y la segunda, y la tercera… sin que por ello me dejara de sentir atraído por los chicos, lo cual empezó a preocuparme al cumplir la mayoría de edad, justo en el momento en que me planteé qué sería de mi vida como adulto. Pero la verdadera crisis comenzó cuando la intimidad con mi mejor amigo llegó demasiado lejos; la culpa siguió al placer, junto con la intriga de en qué me convertía este hecho.

    Busqué respuestas en el internet, con una cantidad de información sobre el tema, desde lugares para divertirse y hacer amigos hasta grupos de familias de gays y lesbianas. Me sorprendió ver todo lo que estaba conociendo y me identifiqué. Al principio me consideraba bisexual y después me dije ‘soy gay’, aunque no es algo que vaya pregonando por todas partes.

    En ese momento yo me fui a vivir a la ciudad, estaba un poco agobiado del pueblo y además quería vivir de cerca y conocer el ambiente gay. Después de algunos años, puedo reconocer esa combinación de asombro y valor en la mirada de quienes llegan por primera vez. Aunque supuestamente estaba en el mismo país, me resultaba difícil comprender algunas palabras y expresiones locales. Pero esto no fue un problema para que estuviera feliz, porque estaba cumpliendo mi sueño de vivir en la ciudad. Y vaya ciudad, con mucha fiesta, bares, clubes…

    Trabajaba como camarero, gracias a un amigo con cuya familia estuve viviendo al principio, pero al poco tiempo me mudé a un piso compartido, por el que habían pasado muchos compañeros de piso, entre estudiantes, aventureros y valientes dispuestos a triunfar.
Pero cuando murió mi padre tuve otra crisis que cambió mi vida, ya que a él no le había hecho mucha gracia que yo fuera gay, sentí que había fallado a su ideal de hijo varón. Y volví a tener novia.

    Por tal motivo mi madre se preocupó y me preguntó si quería ir al psicólogo. Ahora me río al recordarlo pero en ese momento estaba muy confundido, así que decidí probar.
En una de las sesiones con el terapeuta, escuché algo que me ayudó mucho, mencionó que en un lugar lejano, creo que en África hay un ritual de iniciación para los hombres, en el que los adultos daban su semen a los jóvenes iniciados[1]. En ese momento sentí una liberación porque caí en la cuenta de que no hay una forma universal de ser hombre, que estaba sufriendo por algo que me había sido impuesto. Para corroborar si había entendido su mensaje, respondí que si el mundo fuera homosexual, yo sería heterosexual. Toda una revelación.

    Han pasado varios años desde aquel suceso y la verdad que no lo tenía mucho en cuenta, lo recordé hasta ahora que estuve en Togo. Incluso podría asegurar que en parte fue lo que me marcó para ser voluntario en una ONG africana, ya sea por gratitud por aquella enseñanza, por solidaridad porque también he sido marginado, por las ganas de aprender del viaje, o yo qué sé. Aún después de la experiencia como voluntario en la ONG seguí viajando por mi cuenta.

    Es paradójico que haya tenido que ir tan lejos para re-descubrir mi pasado. Es paradójico también haber visto chicos que van de la mano en señal de amistad en lugares que podríamos llamar atrasados en cuanto a la homosexualidad, donde no es aceptada, e incluso es castigada. Ya había escuchado que esto ocurría en algunos países africanos, lo leí también en una guía turística de un país árabe, en la que se previene de no interpretar este acto como prueba de homosexualidad sino como signo de amistad[2]. Me gustó esa forma de relación cercana entre hombres, así que decidí probarla y fui aceptado entre el grupo de amigos sin ningún problema, lo que me sorprendió fue que, cuando quise hacer lo mismo con un chico que se asumía como gay, no aceptó porque, según dijo, “nos podían ver”.

    Todo esto me hizo preguntarme ¿de qué me liberaba ser gay? ¿qué fue lo que me hizo sentir libre al ir de la mano con otro chico, sin tener la necesidad de justificarlo, sin etiquetas ni banderas, sin pedirle permiso a nadie?
La misma confusión me ocurrió cuando, estando sentado sobre una piedra en un pequeño pueblo, muchos niños pequeños se acercaron a mí probablemente motivados por la curiosidad de ver una persona de distinto color de piel, lo cual ya me habían dicho que ocurría a menudo. Incluso supe del caso de un niño pequeño que no paraba de llorar de miedo y asombro cuando vio a un colega que había hecho un viaje similar hace algunos años. En mi caso, los niños no lloraron sino me rodearon, mientras algunos me tocaban extrañados los vellos de los brazos, cuando uno de ellos se sentó en mis piernas sentí un pudor impresionante acrecentado por la frustración de no saber qué hacer en esa situación. Me imaginaba que me estaba metiendo en problemas si nos viera alguna persona adulta, sin embargo, no fue así. Frente a nosotros pasó una señora del pueblo y no dijo ni media palabra. Más tarde lo comenté con uno de los miembros de la organización en la que era voluntario y me dijo que era una cultura muy diferente, que él había vivido en un país occidental y había conocido el caso de un padre de familia nigeriano que había sido enviado a prisión acusado de pedofilia por sentar a su hijo sobre sus piernas. En fin, estas cuestiones son para volverse loco. Al menos es una locura bienvenida, que incluso se agradece. El otro día estaba en casa de un amigo al que yo juzgaba un poco loco porque es muy místico, quiero decir que cree en los espíritus, la energía y esas cosas. Pero esta vez lo escuché con atención, quizá por haber estado en contacto con el vudú y la gente que lo vive en el día a día como lo más normal del mundo. Él me decía que notaba una luz a mi alrededor, como si alguien rezara mucho por mí. Inmediatamente pensé en mi madre, que reza mucho, y se lo dije. Él asintió y replicó que era algo como un espíritu. Entonces pensé en mi padre, y le conté esta historia. Él me dijo que mi padre estaba bien, que estaba en paz conmigo. Me sentí tranquilo al escucharlo. Aunque no pude evitar reírme por imaginar a mi padre ahí presente, ¡mientras mi amigo y yo estábamos desnudos en la cama!

    Yo ya no sé qué pensar. Es todo tan confuso. Por si fuera poco, mi regreso de Togo ha coincidido con el movimiento del 15-M, cuyas consignas me han hecho reflexionar sobre este viaje, por ejemplo “La frontera es el lugar donde terminan las manías de unos y comienzan las de otros”. Uno de los grupos acampando en Plaza Cataluña tenía un cartel que decía: “No somos gays, somos maricas planeando una revolución”. Y sentí que me identificaba con su mensaje. Ahora, si me preguntaran si soy gay no sabría qué responder.

    De lo que estoy seguro es que hay un mundo más allá de lo que conocía, que me ha hecho replantearme las cosas que daba por sentado. Por eso digo que estoy sorprendido.

 

[1] Este ritual es investigado por Gilbert Herdt (1984) entre los Sambia de Melanesia.

[2] ‘No toméis el hecho de que dos hombres jóvenes se paseen tomados de la mano (o, mejor dicho, con un dedo tomado de mano) como prueba de homosexualidad; es un signo de amistad’ (Trotamundo, 2009: 48).

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Fernando Zarco Hernández
. Doctor en psicología social por la Universidad Autónoma de Barcelona, licenciado en Psicología por la UMNSH, ingeniero en sistemas computacionales por el Instituto Tecnológico de Morelia y ex- seminarista. Después de múltiples y constantes crisis, ahora quiere ser artista de la literatura y el performance. Pésimo activista, busca resignificar el pasivismo y aplicarlo contra la homofobia, el racismo, el sexismo y la privatización del espacio público. Actualmente se desempeña como aprendiz de amo de casa, de campesino y de músico, promotor de la bici como medio de transporte y profesor. http://fernandozarco.wordpress.com

 

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Muertos de felicidad

por Daniel Benítez
por Daniel Benítez

Por ele ene

    Érase que se era y mira que se era: un mono vestido de novia y un chango al que le apestan las patas, y eran felices, requete felices con sus dosis de infelicidad: felices jugaban, se acariciaban sus partes, se rozaban sus pies aquellos monos chimpancés. Se dormían juntitos, acurrucados en cualquier rincón calientito de aquella fría y extraña selva-ciudad.

     Despertaban heridos de frío-soledad, se calentaban con calor-sinceridad; no importaba nada de nada. No importaban aquellos habitantes de la selva con sus miradas-fusiles, sus caras hostiles y su palabrería inerte que viene y que va.

     No importaban tampoco aquellos de su especie que, por el vestido y el horrible olor a patas, los expulsaron de su clan. No importaba nada ni nadie; sólo importaban los hijos que no tendrían y que dirían frases como: “qué bonita te ves papá”.

     Y como no importaba nadie, un día desaparecieron y se empezó a rumorar. Hay muchedumbre de selva que cuenta que murieron de felicidad. Muchos dicen que se los comieron los tigres-prejuicios, otros cuentan que se fueron al fondo del mar, allá donde los hipocampos no preguntan si eres chango, si usas vestido o te gusta bailar; allá donde no les importa si te apestan las patas, te besas con alguien tus partes o te mueres de felicidad.

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eleEneeL eNe. (Pachuca, México, 1986). Sociólogo de profesión, ociólogo por vocación; poeta y chorero por voluntad propia, fundador de la editorial Nuestro Grito Cartonero, en Hidalgo, y actual editor en Catarsis Cartonera, en Guadalajara. Ha publicado Utópico, Poemeando y De lugar ninguno, reconociéndose por su estilo desenfadado y directo.

Contacto: facebook.com/EneFistofeles

 

Perfect-timing

 

Luen Aguilar 

El mes que conocí a Silverio Fuentes fue el más extraño. Empezó por mi elección del momento menos apropiado para salir del clóset. Ya conozco mi perfect-timing para quedar como pendejo. Al menos estoy seguro de que pocos elegirían su cumpleaños para hacerlo, con tanta gente esperando nada más que gratitud de mi parte. Qué esperaban, llevaba pisteando desde las seis y nunca he destacado por ser propio cuando ando pedo. En plena euforia y borrachera intenté besar a Ricardo, él dio un paso atrás y yo quedé como mosquito chupasangre. Gracias a la cantidad ingente de alcohol que consumí el resto de la noche, no le di mayor importancia, ni a eso ni al caudal de pendejadas que cometí, y que ahora intento rescatar del olvido.

         A la siguiente mañana me despertaron los lengüetazos de mi perro. Eran las dos de la tarde, mi casa estaba hecha un desmadre, yo estaba tirado en el baño mojado en mi propia orina y con la cabeza recargada en los residuos de vómito que no pude atinar. Mi pie estaba más gordo de lo normal y me dolía cada que lo apoyaba. Me arrastré a la cocina en busca de un toque de mota o alguna cerveza olvidada que me hicieran el infierno más estable. Encontré las dos y a las dos les di. No funcionó. Me seguía doliendo la cabeza y me sentía más baboso que cuando desperté. En general, la cruda siguió así por casi dos días. En cierto momento recordé que había brincado la barda hecha con puritita mentira hacía nueve veranos atrás cuando caí en cuenta que lo mío eran los pitos.

            El domingo me sirvió para recapacitar y buscar la manera de darle vuelta al asunto. No me aculonaría para regresar a la trinchera donde me cubría la mierda hasta la cabeza. Mi familia no sabía y mejor lidiar con ellos cuando regresara a casa en algún período vacacional. Mejor, seguía sin importar cuán escabrosa estuviera la pista. A sabiendas de que no era la mejor opción, renuncié al trabajo. Traía un cerote en la cabeza que me decía: ¡el cambio debe ser radical y completo!

Sobre la tarde del lunes me llegó un mensaje. El número estaba registrado bajo el nombre de “Lunarcito”, supuse que era alguien que había conocido la noche de mi confesión. El mensaje decía que nos viéramos en el café Caligari a las cinco de la tarde del martes y al final agregaba un posdata: conseguí el número de Silverio.

Invertí algunas horas en tratar de recordar quién chingados eran Silverio y Lunarcito. No rescaté nada, pero me aferré hasta horas antes de mi encuentro del martes; quería evitarme la dependencia de una memoria ajena para saber cuánta pirueta había hecho. Aún así, llegué sin algún recuerdo útil, decidido a confesar que no sabía absolutamente nada de lo que había hecho la noche de mi cumpleaños.

            Cuando llegué, Lunarcito me recibió efusivamente con una abrazo y un beso en la boca. Tiré por la borda mi plan de confesión y opté por rescatar cuanto pudiera de mi conversación con él. Primero me recordó algunos actos vergonzosos, luego me contó que me había notado después de verme sacar a madrazos a Ricardo de mi casa, pero que se enamoró justo después, cuando regresé para poner rolas de The Smiths y bailar en media sala. Yo no hablé mucho por las punzadas del pie lastimado que me llegaban al culo. Antes de que acabara nuestro encuentro, recordó el pendiente con Silverio y me pasó una tarjeta la cual añadía solo un apellido y un número de teléfono. Lunarcito dijo que ya había hablado con él, que me había mencionado y que Silverio estaba interesado.

            Llegué a casa con la fuerte intención de acabar con mi incertidumbre. Marqué el número, sonó varias veces y nadie contestó. Intenté de nuevo y nada. Azoté el celular en la mesita de café de mi sala y prendí la tele. En poco tiempo me quedé dormido.

            Desperté dos horas después con la sensación de extravío que causa dormir de día y despertar de noche. Recordé el asunto con Silverio y mientras me despabilaba me puse a armar mi celular. En cuanto lo prendí, recibió un mensaje de un número privado que indicaba una hora y una dirección. No decía el día, quería verme esa misma noche. Faltaba poco para que llegara la hora, así que tomé el bastón viejo de mi abuelo y me fui a la estación del tren. Bajé y anduve en mis tres patas hasta llegar al punto establecido. Afuera decía Alfredo’s con luces de neón y había dos guaruras en la entrada. Me interrogaron y cuando mencioné a Silverio sus cejas se asomaron por el borde de los lentes oscuros. Sin más preguntas me dejaron pasar con todo e indicaciones exactas de cómo dar a su oficina.

            Al entrar recorrí un largo pasillo obscuro forrado con alfombra negra y espejos. Mi reflejo me hizo pensar las cosas dos veces, pero el trayecto solo alcanzó para mi indecisión. Tras el pasillo, la sala se extendía con butacas y mesas; en medio atravesaba un templete que topaba con en el fondo de una pared hasta perderse tras cortinas. Me apresuré. Uno de los guaruras esperaba a que me dirigiera a donde había dicho.

            Toqué tres veces la puerta y entré. Silverio veía el piso como buscando algo, me dijo pásale y cierra la puerta. Caí en cuenta de su carácter aprehensible porque entré viendo el suelo, buscando lo que sea. Hablamos bastante tiempo, de alguna manera supo maniobrar mi ánimo y convencerme. Terminó por responder algunas dudas existenciales y me mandó a casa con el taxi pagado para que me alivianara del pie y pensara bien las cosas.

            Había buscado un cambio. Tenía miedo de hablar con quien pudiera retrasar mi evolución, además en nadie confiaba lo suficiente. Pasé los días de mi recuperación kinestésica en constantes debates, pero al final la balanza se inclinaba al cambio. Cuando le hablé a Silverio para aceptar la propuesta, me acarreó a firmar un papeleo y a presentarme al resto de los miembros.

            El lunes comenzará el taller de baile. Lo que antes desconocía, ahora me interesa y saca de mí toda esa mierda positivista que encuentro innovadora. No me acostumbro aún a los excesos en maquillaje y aditamentos, pero no están tan mal, quizá con tiempo termine imponiendo un estilo más austero. La atención de alguna u otra manera le he tenido más apego, no hace falta mucho para que baile frente a todos. El mes está por acabar, y tanto vuelco me dificulta recordar cómo es que vivía con el miedo a perder el control que nunca tuve. De alguna manera las cosas se acoplaron. Al menos eso espero.

 

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 Luen Aguilar. Tengo 22 años, vivo en la ciudad de Guadalajara y soy estudiante de letras. No arrastro aún una página personal ni algún otro proyecto público, solamente los espacios ambientados con mis relatos y algunos poemas.

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