por Daniela Solís Rangel – Sora.
Odio mi culo, odio que no sea jugoso, odio que no sea grande, odio que sea huesudo, odio que mis hip dips sean tan marcados, odio que sea plano.
Recuerdo cuando estaba en la adolescencia y anhelaba ver redondear mis caderas y tener un culo hermoso, realmente lo deseaba, no sólo en esa etapa, hasta la fecha sigo añorando que el reflejo que tengo cambie a uno más carnoso.
Me acuerdo que cuando tenía trece años estaba viendo un documental donde te explicaban la transición corporal que se experimenta de la pubertad a la adultez (claro que las especificaciones eran señaladas desde el binarismo de género y la hegemonía).
“A las mujeres les crece el pecho y se les redondean el abdomen y las caderas”.
Me da gracia recordar aquellas palabras como si fueran la regla, lo ansié y lo esperé durante años. Mi sorpresa fue que jamás vi mi cuerpo con esas características, mis caderas no son redondas y mi culo es el menos colosal que he visto.
Un afearse frente al espejo, siempre atado a las ansiedades y las comparaciones con lo normativo, con aquel prototipo establecido como bello. Lo alejada que me comencé a sentir de la silueta femenina. Me obsesionè.
La obsesión comparativa es monstruosa, te carcome mirando incisivamente cada detalle de esa parte que detestas, lo mucho que te falta o lo mucho que te sobra, es un demonio que te susurra al oído con odio venenoso lo alejada que estás de pertenecer al deseo, te vuelve hostil, perdiendo toda línea de cordialidad con tu propio cuerpo.
¿Cómo se recupera la bondad con una misma después de llevar años tratándote tan abusivamente?
Mi relación con mi culo es la más tormentosa que he tenido, los años que llevo detestando verlo, lo poco deseable que me he sentido por cómo se mira y lo mucho que me he acortado el placer que me da. Es gracioso que esta parte de mi cuerpo sea una de las que más me brinda disfrute, porque me encanta sentir tacto, apretones, humedad sobre ellos, considero que esta es su revolución para que lo note, para que lo goce.
Pero lo que más me invade es que mi cuerpo y culo pequeño no son deseables, mi placer lo he transitado desde mi apariencia y perspectiva física y, como no me gusta lo que miro acorto esta experiencia, la vuelvo banal y me deslindo para que ojos ajenos me digan si me desean o no, si merezco placer o no.
Pienso en lo doloroso que ha sido vivir mi placer desde este lugar, a partir de la enajenación de mis formas, no me reconozco porque no habito la pertenencia de este cuerpo, me siento forastera ante la dicha de sus sentires y experiencias. ¿Qué significa mi placer?, no sé, no entiendo, que alguien me cuente.
Tal vez para encontrar indicios debería escuchar a quien llevo tiempo ignorando.
Me imagino a mi culo gritando: «¡Queremos placer, merecemos placer!». Estoy segura que cerraría calles y haría un plantón para hacerse escuchar, realizando su propia revolución ante esta sociedad culera que me ha hecho rechazarle, encararía a la gente con la que me he compartido y le ha despreciado. Estoy segura que si dependiera él se sentaría en sus jetas y les diría: «¡A ver!, dime que no lo estás disfrutando».
O me imagino otro escenario, uno más personal. Me espera con un cartel al fondo que dice Intervención.
— Tenemos que hablar.
Yo lo miro con duda y desconfianza, no estoy lista para escucharle. Se le nota enojado. — Tienes que agarrar el pedo mija, ya estoy hartooo de tu desprecio e indiferencia, tú piensas que porque no me miro como: “¡un buen culooo, un sabroso culooo, un graaan culoooo!», no merezco gozar. Y discúlpame, pero no hay peor pendeja que la que se cree todo lo que le dice la hegemonía colonial y patriarcal—. Y ahora que le escucho pienso que mi culo es muy listo. Tanto desprecio lo volvió neurótico y agresivo, no es para menos.
Este culo al que sólo lo he mirado para criticar, ¿me está pidiendo compasión o que me ponga perra en contra de este sistema que nos ha hecho considerar que la belleza sólo existe en aquellas formas que son consumibles?
Porque pienso, ¿para quién quiero que este culo sea agradable de ver?, ¿de verdad se trata de mí?, ¿este culo no redondo se revela ante la belleza hegemónica para defender su lugar?
¡Sí!, existimos culos feos, ¿y qué?
La forma de mi culo es una venganza ante el canon de belleza patriarcal que me ha hecho creer que sólo existe una forma de ser deseable, mi culo no se consume, ni se considerará gustoso de saborear para aquellas personas que están nubladas por la hegemonía de la belleza. Lo feo como resistencia a lo perfecto, mi culo como resistencia a la violencia estética.
No pretendo quererlo, no por ahora, pero sí comenzar a mostrarlo y experimentarlo más para incomodar mi propia percepción de belleza, para dejar de esconder esa parte de mí que creo imperfecta, quiero dejar de acortar el placer que me hace sentir, quiero dejarme jugar con este culo enojado por tanto rechazo, quiero dejar que se mueva, que golpetee caderas ajenas con goce, que sea manoseado de una forma rica, que sea lamido y mordido, quiero gritar de placer por tanto deleite que llega a sentir. Y tal vez, sólo tal vez, pueda ir comprendiendo que la belleza que tiene no radica en sus formas.
[divider]
Daniela Solís Rangel. Veinteañera en crisis que estudió periodismo. Escribo sobre la cotidianidad, la sensibilidad y el hallazgo.
Instagram: @s.o______r.a