Ilustración por Marian

La fiesta de María

Ilustración por Marian
Ilustración por Marian

¡Tócate, María! María, tócate. Mira que linda estás, María, mírate…

María abre los ojos. Está sudando y la playera se le pega a la piel. Siente duros los pezones, le molesta el roce de la tela. El calor no va a ceder, así que se levanta enojada, avienta la sábana y camina descalza hacia el baño. Se moja la cara. Está muy excitada. Sus manos están listas para tocar, pero no puede. No puede porque siempre acaba sintiendo vergüenza.

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María estaba contenta de haber entrado a la universidad. En los primeros días de clases conoció a las chicas que se convertirían en sus mejores amigas. Algo de lo que solían hablar era de sus experiencias sexuales y cuando le preguntaron qué tan frecuentemente se masturbaba María palideció. Para ella la masturbación era cosa de hombres. Le daba asco pensar que le podrían salir pelos en las manos, aunque lo dijeran de broma.

Sus amigas no daban crédito, así que le preguntaron: “¿A poco no te excitas algunas veces cuando te bañas? ¿No te metes los dedos? ¿No te frotas las tetas?” María prefería la palabra tetas que chichis y sintió confianza de contarles cómo se sentía al respecto.

Les dijo que a los once años ya tenía los senos muy grandes. En una fiesta familiar, su primo Luis le dijo que cuando corría sus chichis rebotaban como pelotas. Se metió unos globos debajo de la camisa y movió el pecho diciendo que así se le veían. En el último año de la primaria sus compañeras le preguntaban qué se sentía tener chichis grandes y que si no le pesaban. Ella se sentía muy incómoda. Empezó a odiar con todas sus fuerzas las palabras chichis, chiches y odiaba más aún cuando en la calle le gritaban “¡Qué ricas chichotas!”

Sus amigas le dijeron que esos “melones” eran poderosos y que de ahora en adelante debía verlos así. Una de sus amigas le comentó que para esa noche le dejaba de tarea tocarse, que al día siguiente le haría examen. A María le dio risa, obviamente iba a reprobar, así que les dio el avión, pero pasó varios días pensando en aquella plática.

Un día en que no estaba nadie en casa, se encerró en el baño, se desnudó y se miró de cuerpo completo en el espejo. Casi nunca lo hacía, pero esta vez se observó detenidamente. Se contó los lunares y se apachurró la panza, pero no se atrevió a tocarse los senos. Hizo un intento otro día; tocó sus pezones, con un apretón se pusieron duros. A María le gustó la sensación. Frotó, pero le dio vergüenza sentirse excitada. ¿Cómo se iba a excitar con ella misma?

María tuvo un novio en la prepa con el que se daba besos de lengüita y fue con el primero que se hizo consciente de la humedad entre sus piernas. En la universidad salió con algunos chicos más y con el primero que tuvo relaciones sexuales fue con un muchacho que apenas conocía. Y todo porque, según ella, se parecía a Pedro Infante. Cuando estaba en la secundaria, todas sus amigas estaban enamoradas de Alejandro Sanz o de alguno de los artistas jóvenes de aquella época. Pero María sólo tenía ojos para Pedro, El Inmortal. Los sábados se sentaba con su abuela a ver las películas en blanco y negro que pasaban en la televisión y suspiraba al verlo apretando y besando a su pareja en turno.

Ese chico que conoció era el único compañero de su clase que se dejaba el bigote. María se imaginó todo el tiempo que así sería estar con El Inmortal y cuando su bigote rozó sus senos se excitó como nunca. Ese bigote también navegó por su vulva y María no daba crédito de las cosquillas que estaba sintiendo. Estuvo un par de semanas con él, aunque se le pasó la emoción cuando se quitó el bigote. Tuvo algunas parejas más, pero nada especial, hasta que conoció a Ramón y se enamoró desaforadamente. Vivió ocho años con él, durante los cuales nunca se masturbó. Ella decía que no lo necesitaba. En los días de la ruptura, María sentía que el dolor le oprimía el pecho y pasaron muchos meses para que dejara de llorar a diario.

En el siguiente verano María se fue de vacaciones con sus amigas. Ellas le dijeron que ya era hora de levantarse el velo y dejar el luto. María pensó que aún no quería conocer a nadie más, así que pensó que quizá sería una buena opción comenzar a explorarse. Se compró el succionador de clítoris más famoso del mercado y acondicionó su recámara para una noche romántica: incienso, pétalos de rosa, vino, luz tenue, música… un cliché. Mientras se desnudaba, María pensaba “¿Hacer esto de veras es tan fabuloso? ¿Tan bueno para la salud como dicen en las revistas?”. Todo estaba listo, menos María. Miraba el succionador con desconfianza. Jamás había utilizado ningún juguete sexual, así que esta sería su primera experiencia.

Se acostó e intentó tocarse los senos. Pensó en Ramón, pero si seguía se sentiría triste. Pensó en sus anteriores amantes, aunque realmente no se estaba excitando, ni cuando recordó al que se parecía a Pedro Infante. No se sentía húmeda y tenía frío. Encendió el succionador, le pareció ruidoso y pensó que tal vez sería peligroso ponerse esa cosa en el clítoris. Aun así, lo hizo. Cuando empezó a sentir cosas decidió apagarlo. ¡Al diablo la masturbación! Mejor se buscaba una pareja ocasional.

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María cumple 40 años el próximo lunes. No tiene mucho ánimo de festejar, pero sus amigas insistieron. Sería algo muy íntimo; cada quién llevaría algo. Ella prepararía una deliciosa cochinita pibil que aprendió a hacer gracias a su abuela. Dos días antes del festejo, María fue al tianguis a comprar todo lo que necesitaba. Esa mañana se levantó muy acalorada, así que se puso un vestido. Fue de un puesto a otro y entre el bullicio se dio cuenta de que su cuerpo pedía algo que siempre satisfacía con Ramón o con los chicos que había compartido caricias. Compró lo más rápido que pudo. Se acordó de los lengüetazos del Pedro falso y del bigote rozándole los pezones y le ardía la cara nada más de pensar que alguno de los marchantes o las personas que caminaban por el tianguis se dieran cuenta de lo excitada que estaba.

Subió corriendo las escaleras, abrió temblorosa la puerta de su departamento; aventó las bolsas en la mesa y se fue directo a la recámara. Se tumbó sobre la cama. Escuchó cómo su corazón latía rapidísimo y estaba asombrada de lo caliente que se sentía. Esta vez los pezones estaban duros sin haberlos tocado. Puso sus manos sobre el vientre y empezó a bajar. En ese momento se dio cuenta de que quizá el error había sido siempre empezar por arriba. Esta vez lo haría por abajo. Cada uno de sus dedos entraría en ella y en ese momento pensó triunfante: “¡María, te estás tocando!”

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BREVE SEMBLANZA

 Me llamó Elizabeth Borges García. Nací en 1983 y desde que tengo memoria me gusta que me cuenten cuentos. Estudié Ciencias de la Comunicación en la UNAM, he trabajado como telefonista, editora junior para libros de texto de bachillerato y asistente. Soy mamá de una joven adolescente, soy parte de un colectivo llamado Radio Xinaxtli y conduzco junto con mi amiga un programa llamado Culturama, que recién se está transmitiendo de 13:00 a 14 horas por Violeta Radio 106.1 FM.

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