por Fernando Zarco
Estoy sorprendido. Pasar una temporada en Togo me ha hecho pensar cómo he cambiado con el tiempo. Hasta he tenido sueños en los que he recordado mi infancia, sobre todo la relación con mi padre. De alguna manera, resurgió un asunto pendiente que creí haber dejado en el pasado a raíz de su muerte. No fue así, me equivoqué.
Me explico. De pequeño me sentía diferente porque me gustaban los chicos, aunque para mí era sólo un juego, tocarnos con otros niños y conocer nuestros cuerpos. No dejaba de ser algo excitante y también, como pronto aprendí, incorrecto, sobre todo en una familia que varias generaciones atrás había sido muy católica y bien acomodada. A través del tiempo, las fracturas entre la religión y el Estado se habían encargado de reubicarla en la clase media: media burguesa, media pobre, media urbana, media provinciana, medio abierta, medio cerrada… todo a medias, con una ambigüedad que rayaba en la doble moral.
Luego entré a la adolescencia y, con ella, tuve la primera novia. Y la segunda, y la tercera… sin que por ello me dejara de sentir atraído por los chicos, lo cual empezó a preocuparme al cumplir la mayoría de edad, justo en el momento en que me planteé qué sería de mi vida como adulto. Pero la verdadera crisis comenzó cuando la intimidad con mi mejor amigo llegó demasiado lejos; la culpa siguió al placer, junto con la intriga de en qué me convertía este hecho.
Busqué respuestas en el internet, con una cantidad de información sobre el tema, desde lugares para divertirse y hacer amigos hasta grupos de familias de gays y lesbianas. Me sorprendió ver todo lo que estaba conociendo y me identifiqué. Al principio me consideraba bisexual y después me dije ‘soy gay’, aunque no es algo que vaya pregonando por todas partes.
En ese momento yo me fui a vivir a la ciudad, estaba un poco agobiado del pueblo y además quería vivir de cerca y conocer el ambiente gay. Después de algunos años, puedo reconocer esa combinación de asombro y valor en la mirada de quienes llegan por primera vez. Aunque supuestamente estaba en el mismo país, me resultaba difícil comprender algunas palabras y expresiones locales. Pero esto no fue un problema para que estuviera feliz, porque estaba cumpliendo mi sueño de vivir en la ciudad. Y vaya ciudad, con mucha fiesta, bares, clubes…
Trabajaba como camarero, gracias a un amigo con cuya familia estuve viviendo al principio, pero al poco tiempo me mudé a un piso compartido, por el que habían pasado muchos compañeros de piso, entre estudiantes, aventureros y valientes dispuestos a triunfar. Pero cuando murió mi padre tuve otra crisis que cambió mi vida, ya que a él no le había hecho mucha gracia que yo fuera gay, sentí que había fallado a su ideal de hijo varón. Y volví a tener novia.
Por tal motivo mi madre se preocupó y me preguntó si quería ir al psicólogo. Ahora me río al recordarlo pero en ese momento estaba muy confundido, así que decidí probar. En una de las sesiones con el terapeuta, escuché algo que me ayudó mucho, mencionó que en un lugar lejano, creo que en África hay un ritual de iniciación para los hombres, en el que los adultos daban su semen a los jóvenes iniciados[1]. En ese momento sentí una liberación porque caí en la cuenta de que no hay una forma universal de ser hombre, que estaba sufriendo por algo que me había sido impuesto. Para corroborar si había entendido su mensaje, respondí que si el mundo fuera homosexual, yo sería heterosexual. Toda una revelación.
Han pasado varios años desde aquel suceso y la verdad que no lo tenía mucho en cuenta, lo recordé hasta ahora que estuve en Togo. Incluso podría asegurar que en parte fue lo que me marcó para ser voluntario en una ONG africana, ya sea por gratitud por aquella enseñanza, por solidaridad porque también he sido marginado, por las ganas de aprender del viaje, o yo qué sé. Aún después de la experiencia como voluntario en la ONG seguí viajando por mi cuenta.
Es paradójico que haya tenido que ir tan lejos para re-descubrir mi pasado. Es paradójico también haber visto chicos que van de la mano en señal de amistad en lugares que podríamos llamar atrasados en cuanto a la homosexualidad, donde no es aceptada, e incluso es castigada. Ya había escuchado que esto ocurría en algunos países africanos, lo leí también en una guía turística de un país árabe, en la que se previene de no interpretar este acto como prueba de homosexualidad sino como signo de amistad[2]. Me gustó esa forma de relación cercana entre hombres, así que decidí probarla y fui aceptado entre el grupo de amigos sin ningún problema, lo que me sorprendió fue que, cuando quise hacer lo mismo con un chico que se asumía como gay, no aceptó porque, según dijo, “nos podían ver”.
Todo esto me hizo preguntarme ¿de qué me liberaba ser gay? ¿qué fue lo que me hizo sentir libre al ir de la mano con otro chico, sin tener la necesidad de justificarlo, sin etiquetas ni banderas, sin pedirle permiso a nadie? La misma confusión me ocurrió cuando, estando sentado sobre una piedra en un pequeño pueblo, muchos niños pequeños se acercaron a mí probablemente motivados por la curiosidad de ver una persona de distinto color de piel, lo cual ya me habían dicho que ocurría a menudo. Incluso supe del caso de un niño pequeño que no paraba de llorar de miedo y asombro cuando vio a un colega que había hecho un viaje similar hace algunos años. En mi caso, los niños no lloraron sino me rodearon, mientras algunos me tocaban extrañados los vellos de los brazos, cuando uno de ellos se sentó en mis piernas sentí un pudor impresionante acrecentado por la frustración de no saber qué hacer en esa situación. Me imaginaba que me estaba metiendo en problemas si nos viera alguna persona adulta, sin embargo, no fue así. Frente a nosotros pasó una señora del pueblo y no dijo ni media palabra. Más tarde lo comenté con uno de los miembros de la organización en la que era voluntario y me dijo que era una cultura muy diferente, que él había vivido en un país occidental y había conocido el caso de un padre de familia nigeriano que había sido enviado a prisión acusado de pedofilia por sentar a su hijo sobre sus piernas. En fin, estas cuestiones son para volverse loco. Al menos es una locura bienvenida, que incluso se agradece. El otro día estaba en casa de un amigo al que yo juzgaba un poco loco porque es muy místico, quiero decir que cree en los espíritus, la energía y esas cosas. Pero esta vez lo escuché con atención, quizá por haber estado en contacto con el vudú y la gente que lo vive en el día a día como lo más normal del mundo. Él me decía que notaba una luz a mi alrededor, como si alguien rezara mucho por mí. Inmediatamente pensé en mi madre, que reza mucho, y se lo dije. Él asintió y replicó que era algo como un espíritu. Entonces pensé en mi padre, y le conté esta historia. Él me dijo que mi padre estaba bien, que estaba en paz conmigo. Me sentí tranquilo al escucharlo. Aunque no pude evitar reírme por imaginar a mi padre ahí presente, ¡mientras mi amigo y yo estábamos desnudos en la cama!
Yo ya no sé qué pensar. Es todo tan confuso. Por si fuera poco, mi regreso de Togo ha coincidido con el movimiento del 15-M, cuyas consignas me han hecho reflexionar sobre este viaje, por ejemplo “La frontera es el lugar donde terminan las manías de unos y comienzan las de otros”. Uno de los grupos acampando en Plaza Cataluña tenía un cartel que decía: “No somos gays, somos maricas planeando una revolución”. Y sentí que me identificaba con su mensaje. Ahora, si me preguntaran si soy gay no sabría qué responder.
De lo que estoy seguro es que hay un mundo más allá de lo que conocía, que me ha hecho replantearme las cosas que daba por sentado. Por eso digo que estoy sorprendido.
[1] Este ritual es investigado por Gilbert Herdt (1984) entre los Sambia de Melanesia.
[2] ‘No toméis el hecho de que dos hombres jóvenes se paseen tomados de la mano (o, mejor dicho, con un dedo tomado de mano) como prueba de homosexualidad; es un signo de amistad’ (Trotamundo, 2009: 48).
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Fernando Zarco Hernández . Doctor en psicología social por la Universidad Autónoma de Barcelona, licenciado en Psicología por la UMNSH, ingeniero en sistemas computacionales por el Instituto Tecnológico de Morelia y ex- seminarista. Después de múltiples y constantes crisis, ahora quiere ser artista de la literatura y el performance. Pésimo activista, busca resignificar el pasivismo y aplicarlo contra la homofobia, el racismo, el sexismo y la privatización del espacio público. Actualmente se desempeña como aprendiz de amo de casa, de campesino y de músico, promotor de la bici como medio de transporte y profesor. http://fernandozarco.wordpress.com