
ilustración por Marian
por Honey Nagiko
“¡Eres una hedonista!” Siempre lo escuché como un insulto. Dicho con resentimiento. Con coraje. Casi con odio. Y eso que la apreciación venía de mis “amigos”, tan liberados, según ellos, de los paradigmas religiosos, pero muy castigadores hacia quienes asumimos la búsqueda del placer como nuestra brújula. Tan interiorizado su temor al gozo, su culpa ante la complacencia, y su necesidad de castigar para redimir. Hedonista. Como si el placer fuera un pecado.
Pero qué digo, ¡Si sí lo es! Y bueno, no uno, sino varios. Y capitales. El placer de comer: gula. El placer de descansar, del “dolce far niente”: pereza. El placer de coger: lujuria. ¿Tendrá el placer algo de peligroso que prácticamente todas las religiones, gobiernos, culturas y sociedades han considerado imprescindible estigmatizarlo, al punto de castigar a quienes lo practican libremente?
El castigo y el control obsesivo surgen, la mayoría de las veces, del miedo. Del miedo a que el placer se pueda convertir en un obstáculo. Del miedo al poder que el placer puede tener. ¿Pero qué poder puede tener el placer? Sigamos un par de pistas:
La primera es muy obvia y reduccionista, pero también es cierto que es la base de toda economía: el poder de crear más seres humanos. El poder de generar un recurso indispensable para crear riqueza, es ciertamente un poder y un recurso que ha sido controlado por milenios. No por las poseedoras de las cuerpas que ostentan ese poder, sino por quienes regulan la riqueza y cómo se produce. Poder que aún recae, a su vez, en ciertos linajes legitimizados como capaces de gobernar. La perpetuación de estos linajes, sin la interferencia del semen de hombres pertenecientes a otros grupos, es lo que ha motivado los elaborados discursos religiosos hechos para que las mujeres auto regulen su deseo y el acceso a sus vientres. Aunque lxs cuerpxs de lxs mujerxs han sido controladas físicamente, la mayoría de las veces este control se ha ejercido a través de ideas falsas sobre sus propixs cuerpxs y su propio placer, las cuales han moldeado su identidad como “mujeres”.
El control religioso, social y mental que se ejerce sobre el placer de lxs cuerpxs con vulva se puede condensar en una palabra: virginidad. Tantas generaciones de mujeres mutiladas por el sentimiento de culpa y vergüenza, educadas para sentir miedo y rechazo ante la capacidad de su cuerpo de sentir deseo, y de satisfacerlo. Una educación en la que sistemáticamente se ha dejado fuera el conocimiento de los órganos de placer de lxs cuerpxs con vulva, de los líquidos que emanan de ellxs, y de cómo hacerlxs correr. Y no puedo dejar de mencionar las mutilaciones de clítoris, aún practicadas. No hay adjetivo que pueda describir el inefable horror de esta práctica, sobre todo cuando las mutilaciones son llevadas a cabo por otras mujeres. Una mutilación aún más violenta e irreversible.
La persecución y el castigo del placer no han sido únicamente religiosos. El Calibán y la Bruja, es el ensayo histórico en el que Silvia Federici plantea la tesis de cómo fue necesario castigar el ocio, el juego y la lujuria (sobre todo la de las mujeres consideradas “ancianas”, quienes durante buena parte de la edad media no eran desexualizadas y ejercían más o menos abiertamente su sexualidad), los cuales eran mucho más aceptados y cultivados en las sociedades medievales que en las modernas, para moldear una sociedad lo suficientemente obsesionada con la productividad como para autoesclavizarse voluntariamente al trabajo. Esto es, para construir los cimientos del capitalismo. La infantilización del juego y la estigmatización del ocio y del placer fueron sólo dos estrategias para construir, a lo largo de varios siglos, al perfecto humano ciudadano del capitalismo; quien sólo se permite tener acceso al placer sin culpa durante los dos últimos días de la semana inglesa, esto es, durante el fin de semana.
El control de la reproducción y la obsesión por la productividad no son las únicas causas por las que el libre ejercicio del placer es considerado como algo que pone en peligro “al sistema”. Sigamos otra pista: el tantra. Ciertamente el término engloba una gran cantidad de prácticas, filosofías y paradigmas. Para propósitos de este ensayo, nos referiremos al tantra como una práctica sexo-religiosa entre ciertos practicantes devotos en la India. En las religiones tántricas el sexo es una práctica espiritual, una forma de conectar con el poder divino. Lo que más se venera en las religiones tántricas es el yoni, o, en otras palabras, la vulva y la vagina. En prácticas tántricas patriarcales, los practicantes tienen sexo con “prostitutas sagradas”, de quienes obtienen el poder de conectar con lo divino e “iluminarse”. Así, el tantra coloca a la unidad creada por la vulva, la vagina y la matriz como un portal cósmico a través del cual se puede acceder al poder divino. Un portal que en sociedades patriarcales sigue siendo controlado por hombres, para beneficio de ellos mismos.
Me interesa explorar junto con ustedes, querides hysteriques, una pista más sobre el poder de lxs cuerpxs con vulva. Charlando con un ex-colega bastante machirulo sobre edad y sexo, me confesó que los hombres prefieren a las mujeres más jóvenes porque tienen menos deseo sexual y son más fáciles de satisfacer. Estudios científicos (y no es que yo crea en la capacidad incuestionable de las ciencias para producir verdades, la verdad, pero el dato viene al caso en esta caso crítico), revelan que, mientras que los hombres llegan al pico de su deseo sexual alrededor de los 20 años, las mujeres experimentan el mismo pico de deseo sexual alrededor de los 40. El miedo a la vulva dentada o devoradora, una vulva insaciable, probablemente nace ahí: una mujer de 40 años o más tendrá un apetito sexual que un hombre de su misma edad, mayor o ligeramente menor no podrá satisfacer. Esto, obviamente hablando desde un paradigma heterosexual, en el cual el placer “femenino” depende de la penetración prolongada o repetitiva; lo que desafortunadamente sigue definiendo la forma en la que viven el placer trillones de cuerpas en la planeta.
Esta plática me hizo recordar el amargo y tajante comentario que alguna vez escuché de una colega: “Las mujeres a los 40 desaparecemos”. Lo que desaparece, o disminuye, en realidad, es la capacidad del miembro masculino de gozar de erecciones una o más de una vez durante el mismo encuentro sexual a medida que los hombres envejecen. Lo cual, en el imaginario heterosexual patriarcal, es directamente proporcional a la capacidad de un onvre de satisfacer a una cuerpa y a su vulva mediante la penetración, sobre todo cuando la compañera de juegos es poseedora de una vulva y una vagina de alrededor de 40 años o más.
Acá por supuesto cabría una argumentación que podría ser larga sobre cómo, sea que el susodicho tenga 20, 40, 60 o 150 años, el miembro masculino desafortunadamente no está diseñado para provocar un orgasmo en unx cuerpx con vulva. Esto, como sabrán muches de ustedxs queridxs hysteriquxs, se logra con las manos y sí, en las edades moderna y posmoderna, también con ayuda de ciertos tipos de “juguetes” sexuales.
El placer de las vulvas y las vaginas es un poder que ha sido controlado para controlar, a su vez, la reproducción, la mano de obra, la “pureza” de los linajes que han gobernado los muchos mundos creados por lxs humanxs, así como para construir sistemas económicos basados en la explotación. E incluso, para controlar el acceso a “lo divino”. Conocer nuestrxs cuerpxs con vulva, saber cómo estimularlas para que se pongan jugosas, para regalarnos orgasmos; es la rebeldía que tenemos siempre tan a la mano para contrarrestar milenios de control religioso, político, económico y social sobre el placer de nuestrxs poderosxs cuerpxs con vulva.
Honey Nagiko es exploradora de cuerpxs y placeres. Hedonista por elección y de profesión. Tuvo su primer orgasmo accidentalmente a los 9 años, jugando a escalar un tubo. Fue censurada por sus progenitores y desterrada a las sombras, donde el placer sexual era “algo malo”. Comenzó a recuperar la capacidad de disfrutar de un placer sexual sin culpas y autoamoroso hace 13 años. Se reencontró con su propio poder para regalarse orgasmos a través de la autoexploración y con ayuda de otrxs activistxs del placer.
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