Diego Safa Valenzuela
Se hacían doce horas en coche hacia Torreón desde el Distrito Federal. Todas las navidades viajábamos en una Tsubame azul, la minivan de Nissan que se basaba en el Tsuru. Durante este largo trayecto era fácil enfrascarse en discusiones para decidir qué música poner. Lo bueno es que había suficiente tiempo para dividirlo. De vez en vez sonaban Los Tigres del Norte, no recuerdo si lo escogía mi papá o mi tío. Para mí, los tigres son ese desierto.
Por eso mismo, antes de cantar en el karaoke de Travesura1, le dediqué «La Jaula de oro» a Torreón o más bien, a ese desierto. Creo que sucede algo mágico en los cantabares. En especial con el de Travesura, no sólo porque una marisquería se transforma en un karaoke, sino porque se construye un espacio de respeto y confianza mutua entre las personas que en su mayoría podrían parecer desconocidas entre sí. Cantar es permitido, por más feo que suene. Después de la euforia y los aplausos regresé a sentarme con mis amigas. De camino a la estación de Metrobús nos preguntábamos: ¿Cómo era posible que por esos minutos nos habíamos despejado de toda esa basura de autoflagelo que diariamente nos impide realizar nuestros deseos? ¿Cómo se produce esta transformación subjetiva?. Quiero aclarar que esta sensación no se acota a Travesura, sino que podemos sumar a los espacios, fiestas, eventos, antros que alojan la diversidad de las disidencias sexuales; claro con distintas intensidades.
Buscando dar posibles respuestas, podemos partir estipulando que la confianza es un afecto que se construye colectivamente, pero también se transmite; igual que la angustia. Se contagia.
Ahora bien, ¿cómo se propaga? Para contestar, propongo deambular por algunas ideas freudianas sobre contagio histérico, para descolocar el contagio de una perspectiva biologicista. Empezaré por un fragmento del caso “Dora”, “una de las histéricas más repulsivas que jamás conoció”, en palabras de Felix Deustch. En un pasaje del historial, Dora le cuenta a Freud que identificaba cómo su prima se enfermaba “para obtener algo”, es decir, esta simuladora usaba dolores estomacales como una estrategia para arreglárselas en el amor.
Dora tomó esta treta como una maqueta, pero con ciertas modificaciones; ella se quedaba afónica cuando su enamorado partía y recuperaba su voz cuando regresaba. Entre las dos mujeres, se había construido un lazo tejido desde un modo específico de sufrir mediante una suerte de transmisión implícita de saberes.
La infección parece ser punto de confluencia afectiva entre varias personas. No es que se imite el sufrimiento, sino que se trata de una apropiación. Se apropia de una posición subjetiva. Para precisar lo propio de este posicionamiento, recordamos el “descontento con la condición de mujer” que caracterizaba a Elizabeth Von R.2, una paciente que Freud describía con mirada retadora. La joven histérica se rehusaba a casarse, en vez de esto, deseaba estudiar e iniciar una formación musical. Este descontento podría pensarse como una posición crítica a la determinación que encauzaba su femineidad a la que dictaban otros. Resuena una de las tesis freudianas sobre la sexualidad; los síntomas son la vida sexual de los neuróticos3. Es decir, los síntomas son expresiones de una sexualidad que ha sido reprimida para someter las prácticas eróticas bajo estándares morales que se erigen como la normalidad.
Las histéricas son buenas para producir síntomas.
Desde este punto de vista, el síntoma como un saber que erotiza lo prohibido, teje una comunidad sexual cuando se contagia.
Algo así sentí al cantar Los Tigres del Norte. Pero la diferencia es que lo que compartía no era el modo de sufrir. Quizá lo que sentía era más cercano a otra dimensión del síntoma; el deseo.
Es conocido que Lacan, poco después del movimiento de 1968 4 parisino insistía en definir la histeria como un trabajo imposible, es decir; la labor de hacer desear. Producir el deseo. Quizá uno de los intentos de Lacan era ampliar la noción deseo y no restringirla a una flecha entre dos elementos, o a una disputa por el reconocimiento entre una persona que intenta gobernar y otra que se esfuerza por develar las faltas de aquel que se coloca déspotamente como amo. Sino como una comunidad. Una comunidad de deseo.
Lo que se propagará no sólo es el sufrimiento, sino también el deseo. Quizá como describe Rodrigo Parrini en el trabajo etnográfico que hace sobre un grupo en Tenosique de personas gays 5. El deseo homosexual pensado como un virus que se propaga transformando la sexualidad de las personas que ha infectado. Pienso que la transformación del sujeto puede no sólo acontecer al asumir el riesgo de señalar un trato despótico al develar su verdad; sino también al ser franco con el deseo propio frente a otros.
Esta franqueza es propia de un karaoke, desde el hecho de escribir el nombre de la canción que has escogido para cantar; hasta subirte al escenario y presentarte frente una audiencia de personas desconocidas que cantan contigo. Esa experiencia implicó para mí, transformar el soundtrack de un viaje tedioso de doce horas, a un mensaje de cariño a una ciudad donde pasaba todas las navidades. Escuchar desde otro lugar esa música que era tan familiar y tan ajena a la vez. Acercarme a sus letras, sus narraciones, su contexto; para cambiar su sentido, hacerlo mío y hacer que ellas me hagan suyo.
Mi experiencia no se termina ahí. Encontré mayor fuerza con la respuesta de la audiencia, es decir, no espectaban silenciosamente con distancia y ajenidad. Mi canto resonó en el canto de otros. Algo se había contagiado. No podía decir mi reapropiación de la música de la carretera hacia Torreón, pero tampoco estaba lejos de ello.
Quizá la participación del acto de franqueza con respecto al deseo propio, no sólo se base en constatar. Atestiguar conlleva apropiarse del deseo, hacerlo resonar. Infectarse. Cantar con quien está en el escenario. Esta vez, la voz de Eco quiebra los muros que edifican a Narciso. Un momento en donde se produce la más profunda y verdadera transformación subjetiva.
Creo que no es necesario coger para sentirse en una comunidad sexual.
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Pies de página
1 Quiero agradecer especialmente a La Maga y a Diana J. Torres por hacer que este espacio sea posible. Después de tantos embates, es de reconocer que sigan brillando.
2 Freud, S., y Breuer , J. (1893-95). Estudios sobre la histeria. En obras completas. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.
3 Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. En obras completas. Buenos Aires: Amorrortu
4 Lacan, J. (1969-70). El Seminario 17: El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2004.
5 “La exigencia es semejante a otra que analizamos previamente: si los gays pueden circular libremente y sin máscaras, si han salido de sus escondites, entonces no hay razón para que nadie se oculte. Su deseo tampoco se propagará, asunto que preocupa a todos estos informantes, porque estarán circunscritos. La operación que se les exige con respecto a su deseo, también se les pide con el sida: contengalo, eviten su propagación”.
6 Mando un fuerte abrazo a toda la raza de Torreon.
Parrini, R. (2018) Deseografías. Una antropología del deseo. Ciudad de México: Universidad Autónoma Metropolitana y Universidad Nacional Autónoma de México, p. 66.
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Diego Safa Valenzuela. (México, 1988).
Empezó sus estudios en la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco. Al salir de la carrera de psicología trabajó en Elige, Red de jóvenes por los Derechos Sexuales y Reproductivos, en el área de educación feminista. En búsqueda de una experiencia clínica, se fue a Argentina a estudiar la maestría en Psicoanálisis de la Universidad de Buenos Aires. A la par del posgrado, tuvo la fortuna de colaborar con Ágora, una asociación dedicada a la atención de pacientes por medio del acompañamiento terapéutico. A su regreso, con el objetivo de trabajar en un espacio del sistema de salud público mexicano, encontró la posibilidad de ser terapeuta por más de un año en un centro de reclusión para adolescentes en conflicto con la ley. Por las dificultades de esa labor, fue necesario tener espacio de reflexión y de contención, el cual lo fue en la maestría sobre Violencia y Subjetividad por parte el Colegio de Saberes. Actualmente, se dedica a la práctica del psicoanálisis desde su ejercicio clínico y en su transmisión; es profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco y de Dimensión Psicoanalítica.