Una epifanía llamada Jamie

Por Antonio Marquet

Resulta un auténtico goce asistir a ver Jamie con un público entusiasta que reacciona a cada puntada; celebra cada perreada; censura o aprueba alguna afirmación álgida de los personajes. Da la impresión de que es un público que no va a Jamie por primera vez.

En el público no se ve sino a amigos y parejas que asisten a ver y a aplaudir a los actores/cantantes/bailarines de Jamie. A lo largo de la obra hay un estruendo de abanicos que se cierran para provocar un aplauso con eco. No queda la menor duda de que hemos aprendido a aplaudir de otra manera, con estruendo y mostrando además que sabemos usar el abanico.

¿Nace una estrella?

No; nace una drag. Jamie es una epifanía. De la secundaria a la pista; de la injuria a los reflectores, el público asiste a una fabulosa (en todos los sentidos) historia que conjura y aplasta la fuerte muralla de hostilidad que se levanta desde la juventud donde el padre y la vida social se encuentran bajo el sello de la heteronormatividad, de lo “masculino”. Jamie en todo momento está seguro de que más allá de esa muralla hay un futuro brillante.

Jamie se coloca en el jardín de los senderos que se bifurcan. Por el que cada uno de nosotros gays, transitamos ayer y hoy. Época difícil, donde la violencia se erige como corrector de cualquier asomo de disidencia, con un grado de dificultad extra: el silencio que rodea al sujeto gay, la falta de apoyo institucional, familiar y social, al despegue de la vida diversa, de la vida en la diversidad. Las nuevas narrativas gays informan sobre este capítulo de la vida: Por desobedecer a sus padres de Ana Clavel, La Mítika makina de Karaoke de Juan Pablo Ramos, Con la boca abierta de Odette Alonso, Tapizado corazón de orquídeas negras de Évolet Aceves. El abanico va del terror a la superación de ese periodo de la vida, con las cicatrices a flor de piel que permanecen a lo largo de la vida, porque ser gay se construye a partir de la herida.

No es casual que el examen de vocación, uno de los requisitos antes de la graduación, arroje como resultado que Jamie habrá de ser, si es, conductor de grúa, macho construido desde las etiquetas y prejuicios; macho “conductor” y “constructor” del edificio de una masculinidad represora, a cuyos planos no puede acceder, sino ejecutar. La escuela ofrece una formación con moldes; no educa, impone cartabones, maneras de ser, y descarta lo que no se ajusta a sus estrechos e inaceptables propósitos. En el caso de la jota desmecatada que quiere ser drag, el diagnóstico vacacional resulta de risa loca; es una burla. En realidad, es un dictamen monstruoso, en la medida en que permite observar la violencia que se le inflige a Jamie. La vocación no se deriva de las opciones del mundo supremachista que justamente anula la subjetividad, la agencia, el empoderamiento. En contraste, Jamie quiere un escenario, producirse, escribir sus guiones, gestionar sus performances. Es creador de sí, y de un nuevo orden; no ejecutor de órdenes.

Todo mundo habla de Jamie… ¿por qué? En primerísimo lugar porque hablan mal, murmuran de él: la opinión pública se transforma en un “todo mundo”, que es heteronormatividad compulsiva e impuesta. En ese “todo mundo” bloque aparentemente único, sin fisura, totalizante y totalizador, se habla… donde hablar significa la difusión de normas únicas para el rebaño heterosexual que sale de la primera adolescencia y debe estar dispuesto a aplastar la diferencia. Un mundo donde se enseña que “hablar” significa difundir e imponer puntos de vista genéricos. “Hablar” no es sino repetir; “hablar” es sinónimo de ejercer violencia, “hablar” no es sino descartar posibilidades. Se trata de un “hablar” sin un otro. Un hablar monológico, sin posibilidad alguna de dialogismo.

En cambio, Jamie, el sujeto que ha puesto en marcha este dispositivo peculiar de hablar, transforma, transgrede, cuestiona, adraga. Se conduce en la vida como si ésta fuera única, y tiene razón. La vida y cada uno de los instantes que la componen es única, como su graduación, como el primer show que da en el show, como la primera vez que se sube a las zapatillas rojas. Es preciso vivirla con entusiasmo, con pasión, sobre todo con convicciones personales, aunque éstas no sean compartidas por la sociedad, la escuela o la familia, en especial el padre heterosexista.

El habla de Jamie establece que una draga tiene que ser fuerte. Tiene asimismo que hacerse respetar y notar; también temer: esta es la ética vital a la que se adhiere el joven Jamie próximo a graduarse, es decir, a acceder a uno de los primeros peldaños de la vida profesional y social. Justamente es lo que la joven draga hace desde antes de pisar el primer escenario, antes de vestirse o maquillarse; de tener un nombre. Porque sin estos valores, sin esta convicción no hay draguedad.

Ser draga no va de vestirse, usar peluca, maquillarse o calzar elevados tacones. Cada una de estas acciones se ejecutan, pero se sostienen en una ética, en una modulación de espíritu, en una fortaleza simbólica. Fundamentalmente en la aguda conciencia de que hay que sobrevivir en un entorno supremachista, al que hay que cuestionar, al que hay que trangredir.

Jamie lo dice de varias formas, como cuando expresa que quiere portar los tacones más grandes… al tamaño de sus ambiciones. El tacón ajusta su altura a las miras de la draga. El mundo de los objetos está animado por la vida anímica del personaje. No al revés.

Lo más espectacular del performance de Jamie consiste en transformar ese monologismo heterosexista en dialogismo drag y multicultural. Del panóptico supremachista único, se establecen las diferentes maneras de ser, existir, vestirse. Del mundo de la imposición se pasa al mundo del derecho: Jamie lucha por su derecho a aparecer en el ceremonia de graduación en drag, y lo logra. Encuentra en la expresión de reglas rígidas, el espacio para llevar adelante su proyecto. Jamie lucha con su padre, se enfrenta a sus compañeros, en grupo y al líder persecutor. Jamie se bate con la maestra, con la escuela y, al final, los convence, los batea. La multiplicidad de los frentes en los que libra las batallas llevan a Jamie a ganar la guerra… la primera de una serie de guerras, porque ser drag, ser sujeto diverso es librar batallas y ganar guerras: una tras otra. Pero la primera batalla que libra es en diálogo consigo mismo, con esa vocecilla que le dice que no puede, que no tiene un vestido, que no sabe, que es un fracaso en todo, que lo anula. La primera justa que libra es contra la zancadilla que se pone a sí mismo y que está organizada a partir de todas las voces que en coro censuran el proyecto, el deseo de Jamie de ser drag. El programa de mano, lo dice:

Todo el mundo habla de Jamie (Everybody’s Talking About Jamie, TEMHJ) es un musical sobre identidad, resiliencia y respeto; sobre encontrarse, amarse y reconocerse por encima de los prejuicios sociales.[1]

El padre y el asco; ¿un asco de padre?

Una y otra vez, a lo largo de la corta vida de Jamie, se produce el desencuentro con un padre de por sí ausente. En el escenario, antes de la espectacular entrada en drag, nuevamente Jamie es rechazado por su padre al que nunca ve: será el último encuentro. Al padre, Jamie le da asco. Se lo dice en la puerta de su casa, en la calle. Jamie no es siquiera admitido en su casa. El padre aparece permanentemente en huida, en su casa, especie de bunker al que nadie penetra, del que nada se sabe. Rechazando su relación con la madre y Jamie. Rechazando su propia posibilidad de acceder a una paternidad, ciertamente difícil, porque no reconoce a su hijo en sus proyectos, maneras de sentir y actuar. Esto en abierto contraste con la actitud de la madre que apoya a su hijo masivamente, sin cuestionarlo. Amor y asco se perfilan.

Padre todo rechazo; madre toda apoyo. Padre persecutor; madre consentidora: y por consentidora no entiendo mimos y arrumacos, aunque estos no estén ausentes. Empleo la palabra por lo que dice: con-sentido-ra. La madre se coloca en el campo del sentido frente a un padre que se coloca en el sinsentido, en el asco, en el rechazo, en la imposibilidad de controlar su propio cuerpo. Es un padre en fuga sin lugar para acoger, sin lugar para huir… se sabe que funda una nueva familia, que será nuevamente gestor (no padre); gestor reincidente que quiere borrar y abrir una nueva era. ¿Es posible? En todo caso, el borramiento de su posibilidad fallida de paternidad lesiona a Jamie (y a él mismo al negarse uno de sus atributos, al negarse a asumir).

Jamie había vivido en una fantasía paterna. En simulacro, en un escenario creado por una madre que construía y le enviaba pantallas de su “padre” bajo la forma de regalos, apoyo, aceptación. Es cuando se desgarra esta fábula, que Jamie cae, para levantarse con mayor fuerza, con mayor impulso para crear un universo que estará bajo la égida de su madre, de la amiga de su madre y de su amiga musulmana. Bajo la protección de la mujer.

Cerrar y abrir ciclos

La preparación para el baile de graduación es la presentación social de su deseo y de su realización como drag. Sale a la vida profesional; sobre todo marca una trayectoria en el nuevo mundo que habrá de construir.

Un ciclo se cierra, así como la posibilidad de la figura paterna. Se cierra el ciclo de la educación básica para entrar a la vida social. Jamie entra directamente a la draguedad. Se ignora cómo se desarrollará a partir de los dieciséis años.

El nuevo ciclo, no lo conocemos. Es la trayectoria de Jamie en la vida adulta, profesional y marica. En el delta de la vida de Jamie madurez, jotería, salida del clóset y profesión coinciden. Las trayectorias convergen. No se trata ya de un sujeto escindido que vive en canales diferentes intimidad y vida pública. Se trata de una era que no es la nuestra, los que vivimos, padecemos y sobrevivimos en Heterolandia.

Todo el mundo habla de Jamie libreto y letras de Tom Macrae; música de dan Gillespie Sells, dirección de Alejandro Villalobos, coreografía de Hugo Curcumelis, iluminación de Félix Arroyo, escenografía de Jorge Ballina, se presentó en Ciudad de México en el Teatro Manolo Fábregas, en junio-agosto de 2023. La primera versión de la obra se presentó en el West End londinense en 2017.

Todos hablan de Jamie  dir. por Jonathan Butterell con Max Harwood, Sarah Lancashire, Lauren Patel. Amazon Studios 2021. 115 min.

[1] JAMIE EL MUSICAL – TODO EL MUNDO HABLA DE


Antonio Marquet (Ciudad de México, 1955) es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras (ffyl) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) y maestro en Teoría Psicoanalítica por el Centro de Estudios e Investigación en Psicoanálisis (ciep). Realizó estudios de especialización en las Universidades de París, Washington y Colombia; en la Asociación de Lenguas Extranjeras, de Texas; en el Instituto Francés para América Latina, en la Universidad Autónoma Metropolitana (uam) y en el Colegio de Bachilleres, de la Ciudad de México. Fue investigador en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la unam (1976-1980) y profesor en la uam, donde tiene a su cargo el área de Literatura. Ha colaborado en los periódicos Excelsior y El Día, en los suplementos «El Gallo Ilustrado» y «La Cultura en México», y en las revistas PluralNexosUniversidad de MéxicoFuentesTerritorios y Topodrilo.

Antonio Marquet Montiel es crítico literario y traductor, utiliza el método psicoanalítico para analizar textos de escritores mexicanos y extranjeros como Agustín Yáñez, Jorge Esquinca, Elías Nandino, Juan Rulfo, Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, Hugo Argüelles, Luis Zapata, Severino Salazar, Vargas Llosa, Lezama Lima, Beckett, Wilde, Emile Jacobs, Jean Genet, Styron y otros.

 

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