Emiliana tenía ojos grandes, labios delgados, manos escuálidas, suaves, y unas piernas que edificaban el deseo en cualquiera que las tuviera de frente. Bebía un trago del wisky doble que le había invitado Roberto, su cliente más asiduo. El mismo que la miraba desde la mesa cerca de la pista.
Azul, la bailarina, sin desvestir su cuerpo se movía exageradamente como en torpes espirales descendentes, brillantes, entre sudor que centellaba. Era guapísima, pero no se comparaba con Emiliana. Y él sabía perfectamente que verla relucir sobre la pista era sólo un entremés, suponía nada más el inicio de lo que más tarde iba a tener: aquello que exactamente lo llevaría con religiosidad a La casa de los milagros.
Quiso llamarse Rubí, como eran llamadas comúnmente las putas. Bebía tranquila, miraba hacia un sólo sitio, fuera de escena, desconectada. Era presa de alguna pulsión muy ajena al cabaret. Como si se condujera automáticamente, casi sin sentir.
Roberto la invitó a bailar para comenzar el cotidiano ritual hasta finalmente concluir en una falsa felicidad, cuatro horas, con un depósito bancario previo a la cuenta de ella por tres mil quinientos cincuenta pesos.
Bailaron Perfume de Gardenias. A él le gustaba el danzón y ella cumplía con la parte del contrato con la mejor de las sonrisas. Terminaron juntos, como era de esperarse y como debía ser, en el departamento de Roberto.
Cuando fueron las cuatro de la mañana, Emiliana se levantó de la cama, se bañó, se vistió, y con el último de los tragos del wisky ya caliente, y un rictus indefinible, se despidió de él.
Salió y llegó al edificio de la tercera poniente. Subió las escaleras. Abrió la puerta y se sentó en el sillón. Encendió el reproductor de música y puso play. Inmediatamente comenzó a sonar Bésame mucho, en una versión muy antigua:
—Bésame… —Salió de la habitación, Valentina.
—bésame mucho… —aún semidormida,
—como si fuera esta noche, —se sentó a su lado,
—la última vez, bésame, —le dijo canturreando.
Emiliana le tomó la cara con ambas manos, y le dio el beso más dulce, más hondo, como si fuera esa, la última vez.
—Bésame… bésame mucho, que tengo miedo a perderte, perderte después…
La sicalipsis —que en el forzamiento de su evolución no es sino el agravio a las reglas de la moral y las buenas costumbres— nunca fue tan inútil, tan dulcemente desabrida. Y es que un estímulo radical ya no resulta suficiente para liberar nuestra renovada confianza en la salvación por medio del cumplimiento del deseo. Ejemplos sobran y cualquier pretexto, entre más banal, mejor. Acá hablaré de uno de entre muchos otros; intuyendo a medias la liberación de los apetitos en modelos variopintos, con el ansia que la iteración de las imágenes brinda para documentar algo que ya no es nuevo, pero que simula serlo.
Luego no quiero ser más la confianza en la comprensión, sin darle un poco de lustre a la imagen: pliegues que rematan en una raja estrecha; una estrella con arrugadas radiaciones que llama y a la vez desdice; el espacio de geografía carnal para la expulsión y a la vez para la introducción; el lugar más recóndito y sin embargo, insoslayable. La nueva vagina universal, diría quizá algún publicista perverso. Y ahora de chocolate: la empresa de origen inglés los oferta en internet, y la noticia ya ha corrido como viento fugaz. El “Edible anus”, literalmente: “ano comestible”.
Ejemplo perfecto. Es decir, un dulce así no podría ser sino uno de los nuevos remates de la religión occidental del mercado. Inviolable en su estructura, pero apetitoso en los términos de sabor y asepsia para la calidad total exigida por los nuevos cánones lucrativos. ¿Qué libertino contemporáneo se resistiría a adecuar su lengua a aquellos pliegues de cacao y azúcar? ¿Quién a paladear la evolución material en la reproducción especular del signo? Si el llamado beso negro hacía referencia a lo desconocido, a lo arrinconado en el extremo de olores y sabores, a la ambigüedad de su utilización en las delicias expandidas de la carne, hoy se trata de una devolución edulcorada por el mercado global que desactiva los alcances de su penetración.
Pero hay que recordarlo; si el fetiche es fantasmal en tanto se separa de su productor, como señala Marx, la mercancía es acá la materia corporal del trabajador aislado de su uso efectivo. Porque, cabe también preguntar: ¿de quién es el culo original, que en su reproducción algunos devorarán extasiados? El sitio de internet de la empresa brinda una misteriosa pista; no se trata de un prototipo artificial, sino de la copia exacta de un ano verdadero:
(…) estas piezas de suculento chocolate se han elaborado a partir de la deliciosa parte posterior de nuestro impresionante modelo de culos.
Es decir, un asalariado cuyo uso de su herramienta de trabajo consiste en la reproducción de la apertura de su tracto digestivo. Nada raro que su trabajo precarizado se oculte a los ojos del consumidor potencial, pues el ano-ojo de la fabricación de objetos útiles se universaliza para la superación de las barreras de la producción y el canibalismo light de la parte corporal de un otro supuesto; un reconocimiento parcial que ocurre tan sólo por lujuria estándar:
(…) Estamos convencidos de que nuestra gama de anos pueden disolver límites raciales, de género, clase y orientación sexual.
¡Haberlo sabido antes!… Este optimismo desfachatado es una chistosada mercadológica, claro, pero a la vez una declaración de principios. Pensemos en que si la evolución del ano fue un hito trascendental en el desarrollo de los animales multicelulares, hoy resulta ser algo muy valioso para las quimeras de pueblerinos pudores, que parecieran haber descubierto apenas la liberación de las costumbres. Si se trata de un tema que cobra relevancia gracias a su óptimo funcionamiento multitarea –chocolates o concursos de disparo de pedos o la sublimación de las sensaciones por medio de lámparas de diseño o llaveritos fosforescentes– es quizá debido a que dicho signo, al contrario de haberse agotado, seguirá dando de sí.
No es extraño que, en el ejemplo que nos ocupa, ya se hayan ampliado los alcances del merchandising en el sitio de internet de Edible anus. El mismo modelo empleado para hacer las golosinas, ahora se oferta en plata, como si se tratara de una joya a codiciar. Claro, nada nuevo para quienes conozcan las colecciones del Sex Museum, por ejemplo, aunque yo no recuerde específicamente ningún ano de marfil como collar secreto del siglo XIX expuesto en sus vitrinas.
A pesar de su carácter de fetiche contemporáneo, su reciente inflación en términos de significación, lo separa de los meros términos kischt desde los que mucha producción de objetos en masa han sido pensados, para colocarlo en un espacio que apenas comienza a dar de qué hablar como sobrevaloración de las sensaciones como productos. O, mejor dicho, una mezcla trans-sensacional del gusto para crear nuevas mercancías. Una sublimación reciente de esto que digo es este ano de chocolate como un bien de consumo universal, que al prometer los dividendos suficientes, podría ser emulado por otras empresas. Y si este punto ciego de acá tiene futuro, no hay que dudar de las capacidades de la intricada red de relaciones del mercado global para hacerlo reproductible al infinito. Incluso reificado por nuevos aparatos culturales, que lo convirtieran en una nueva inteligencia no contemplada aún. Un ano que sabe a chocolate, entonces, desdice parcialmente su doblez en el anilingus; el binomio lengua-culo con el cual se separó de su función principal ligada del resto del cuerpo para ser pensado como dulce apetitoso y, por tanto, perder también así su carácter perverso. Este reciente hit del porno internacional puede muy bien ser la señal que estábamos esperando, una especie de memento que nos advierta de las interesantes posibilidades que nos depara el futuro. Y se me ocurre incluso una campechana idea acerca del posthumanismo, que no puedo dejar de comunicar acá.
Probablemente los pensadores de esta tendencia tan en boga hayan descuidado una rama de análisis posible; no únicamente habría que concentrarse en la ampliación de las habilidades corporales y conceptuales mediante la implementación de prótesis que expandan las capacidades humanas, sino también en la fragmentación del cuerpo y sus órganos en entidades independientes. Si el filósofo Robert Pepperell dice que el posthumanismo admite que los seres humanos tenemos una capacidad finita para entender y controlar a la naturaleza, pero que a la vez ésta no puede ser delimitada, es posible pensar también en la falta de límite de los órganos, no ya como propiedad extrínseca, sino literal. Quiero decir; podría concebirse un posthumanismo que no atendiera ni siquiera lo humano en los términos de su sistematicidad orgánica: un posthumanismo negativo que en lugar de alimentar la ilusión evolutiva, generara las condiciones para que una disociación fantasmal, llevada cada vez más al extremo en los aparatos de resignificación comercial, cobrara vida, mostrara sus contradicciones como caricaturas ominosas de nuestra estupidez supina. Estómagos parlantes reales, importados de las pesadillas televisivas, que recomienden un medicamento para luego morir; un ojo con piernas y brazos que lo único capaz de desear sea el sol en una playa de Ibiza sobre su ya cegada existencia; un pene con bigotes que dispare esperma estéril de colores; un ano de cartílagos del tamaño de un niño que declare el triunfo de los orgasmos anales sobre los vaginales. Cosas simples, como la naturaleza de muchos deseos.
Incluso el Edible anus puede ser el signo inaugural de una capacidad lingual suficiente, que le permitiera alcanzar capacidades lingüísticas verídicas a la altura de nuestros mejores personajes de comedia. Un ano parlante que, convirtiera la lengua que lo lame en el exterior, en capacidad vocal interna. Un ano boca con lengua que aprendiera a acariciarse poéticamente desde sus entrañas, murmurando palabras sublimes. Dúctil, inestable ser en el nombre de quien lo nombra, arrancado de su función primera para entregarse a las posibilidades independizadas del sentido.
Y entonces se podría también prever un espacio de combate y crítica radical que, más allá del cinismo de estas palabras, presentara su extrapolación partiendo de la misma retórica imaginativa. El ano-golosina sabor a culo real. ¿Por qué no, si la lengua de los amantes del beso negro pudiera ser suficientemente respetada? La jerga de esa desviación apocalíptica pudiera devolver entonces las palabras robadas a la identidad de la perversión. Vuelvo a hacer la pregunta: ¿qué verdadero libertino contemporáneo se resistiría a adecuar su lengua a aquellos pliegues de excremento y fibra vital? ¿Quién a paladear la evolución material en la devolución perversa del signo?
El orden de los factores no altera el resultado de una mala educación amorosa.
Por Francesca Gargallo
Muchas mujeres que han recibido maltratos graves en sus domicilios, cuando se atreven a analizarlos, dan cuenta de cómo, después de una paliza, el victimario (marido, amante o novio) vuelve a seducirlas para mantenerlas presas en una relación pasional que incluye tanto los golpes, los insultos y las amenazas de muerte, como las rosas, los mariachis y las declaraciones de amor.
En la actualidad, la educación afectiva es, aunque parezca improbable, peor que la educación primaria y secundaria. No hay tiempo y no se invierten recursos en aprender a querer y quererse de manera responsable, respetuosa y constructiva. La carrera, las ganas de coger, las prisas por crecer, la angustia frente a un futuro incierto, la necesidad de imponerse en el ámbito laboral hacen que hombres y mujeres, a pesar de los cambios obvios experimentados en las últimas décadas en sus condiciones laborales, educativas y de movimiento, repitan lo aprendido de padres y madres dominantes, abandonadores o violentos. Progenitores que pensaban que unas nalgadas en el momento justo enderezarían las vidas de sus hijas e hijos, justificando con ello sus abusos.
El resultado es que hoy las mujeres y los hombres no saben enamorar ni enamorarse sin ceder su propia autonomía o imponer su autoritarismo. “Me vas a querer así como soy” es una frase común en los noviazgos hetero, bi y homosexuales, y en todos los casos implica que quien la pronuncia no está dispuesta o dispuesto a amoldar sus tiempos, sus intereses, sus saberes, sus necesidades y sus atenciones para que la relación con una o varias personas (aunque por lo general los noviazgos son de pareja, no deben olvidarse las triejas y los demás grupos amorosos-sexuales) sea creativa, propositiva y, sobre todo, feliz.
Pero a malquerer se aprende: nadie malquiere de forma natural. En ese aprendizaje se consolidan los modelos de género: las mujeres malquieren soportando y los hombres malquieren imponiendo un maltrato que arranca del reclamo y llega al asesinato en nombre del amor.
Desde la literatura, el teatro, el canto y otras formas de educación del comportamiento social durante siglos se ha venido enseñando que la seducción va aparejada de la violencia contra las mujeres. Shakespeare ha sido para las occidentales de la modernidad mucho más dañino que decenios de concursos de belleza y publicidades sexistas. Su obra La fierecilla domada es una propuesta de seducción matrimonial, una enseñanza para la convivencia doméstica, una imposición de patrones culturales de dominación para que el matrimonio tenga un jefe masculino incuestionable. Muchos de sus hermosísimos sonetos contienen ideas de qué es y qué debe ser el amor. Sus versos supuestamente amorosos enseñan pautas de una etiqueta (una pequeña, común, cotidiana ética) amorosa de la dominación, volviéndola hegemónica, casi absoluta. Shakespeare nunca duda de la inteligencia de las mujeres, por eso impone literariamente que esté al servicio de la empresa amorosa, que es siempre y únicamente la de conquistar a un hombre (y sólo a uno). Las mujeres no deben, bajo ningún pretexto, invertir sus saberes en nada más que en aplanarle el camino a un hombre para que las pueda poseer.
¿Y quién es tan atrevido como para decir que Shakespeare, sobre cuya obra se han vertido ríos de tinta, es en realidad un misógino asqueroso, funcional a un sistema de enseñanza dominante, reverenciado en Occidente porque sostiene una cultura de la violencia? Sólo las feministas, porque hasta hoy han sido las analistas más críticas de las conductas sociales y los mecanismos de enseñanza-aprendizaje dominantes.
Shakespeare no solo es el organizador de las ordenanzas amorosas de la modernidad occidental, es también un perpetuador y fijador de paradigmas antisemitas, racistas (el moro de Venecia no es asesino porque es moro sino porque es celoso, sin embargo no es casual que sea un moro quien no pueda racionalmente dominar sus celos), colonialistas y clasistas. Por supuesto, todos esos rasgos se insertan en la enseñanza del malquerer dominante.
Doblegadas por un subrogado del amor que implica el chantaje sexual, afectivo, económico y la amenaza física, las mujeres han aprendido desde pequeñas que amar es dejarse dominar y que para ello deben primero ser seducidas. Los “me pega porque me quiere”, de no tan remota memoria, son una consecuencia lógica del deber ser seducidas.
Sin lugar a dudas, en 40 años el feminismo ha cundido en la conciencia pública y muchas mujeres obvian hoy las relaciones de pareja como opción para su proyecto de vida afectiva. No obstante, muy pocas pueden decir que tras haberse enamorado no han sufrido algún tipo de violencia (amén de haber sufrido violencia callejera misógina anónima: piropos ofensivos, agresiones, violaciones y feminicidios comprueban que una violencia no excluye la otra). Desde las niñas de secundaria ofendidas por muchachitos que en el recreo construyen su machismo en el juego del rechazo público a las niñas que les gustan, hasta las universitarias que esperan que les llame el compañero con el que acaban de pasar una intensa y rica noche de sexo, la mayoría de las mujeres piensa que no ser requerida implica no ser amada. En ello intervienen los tabús hacia la acción de requerir por parte de las mujeres. Y también otras formas de violencia: a muchas mujeres en alguna ocasión sus novios, amantes o maridos les han castigado el deseo y el goce sexual tachándolas de exigentes, voraces o insaciables. Es decir, han transformado su poca performatividad sexual (o, paradójicamente, el deseo y el gusto que su buena performatividad despierta) en una excusa para la ofensa. “Hoy no tengo ganas” no ofende, mientras “eres insaciable” implica una condena moral mediante el rechazo de la expresión sexual femenina. Los hombres que se sentirían rebajados por admitir que no tienen ganas, se sienten con derecho a limitar las ganas de una mujer.
Ahora bien, si ya sabemos eso ¿por qué, en 40 años, las feministas no hemos podido acabar con la violencia misógina en las relaciones amorosas (ni siquiera cuando son lésbicas)? La filósofa argentina Ana María Bach, en su reciente libro Las voces de la experiencia. El viraje de la filosofía feminista (Biblos, Buenos Aires, 2010), propone entre otras cosas, dirigir la mirada a la voz universal del sujeto de la modernidad (sujeto implícitamente activo y masculino) desde el conjunto de las experiencias de las mujeres. Estas experiencias nos revelan que, al cambiar, producen nuevos conocimientos y que éstos informan las acciones sociales de las mujeres. Es decir, nuestras experiencias conforman nuestra subjetividad continuamente, de manera que nosotras somos las promotoras del cambio en el patriarcado y podemos valorar nuestras acciones al reconocer nuestras propias experiencias.
Ahora bien, al haber escogido el ámbito público para el accionar feminista a finales de la década de 1980, las feministas dejamos de experimentar nuevas formas de relaciones afectivas, de analizarlas y de producir conocimientos sobre ellas. Atrapadas en la denuncia pública de la violencia misógina, reproducimos el esquema del amor como construcción patriarcal, sin experimentar otra relación de pareja que la que denunciamos. En el caso de las relaciones heterosexuales, los hombres no visualizan qué interés tendrían en experimentar un cambio en las formas de relación afectiva; en el caso de las relaciones lésbicas, las mujeres no analizan sus experiencias para salir del patrón de pasión-sufrimiento-violencia-seducción aprendido de las relaciones heterosexuales hegemónicas.
Parecería que no hay escapatoria a las ofensas en la intimidad, a la violencia intrafamiliar, a los abusos de poder, la discriminación laboral y las comparaciones degradantes entre mujeres. Las experiencias de liberación de las mujeres han puesto sobre aviso al sistema económico patriarcal que recaba parte de sus ganancias en la repetición de patrones de seducción-dominio-gasto masculino y subordinación-gasto para la invitación a la seducción femenina. Para ello, éste ha invertido en la reproducción de modelos femeninos dependientes para reforzar la educación de apropiación de los hombres. La divulgación por todos los medios de estereotipos de belleza femenina racistas y clasistas imposibles o difícilmente alcanzables (mujeres blancas, flacas pero alimentadas, altas y ajenas al mundo social) constituye un bombardeo constante del porqué los hombres tienen el derecho a perpetuar sus modelos de seducción.
De ahí que nueve de cada diez mujeres que se atreven a compartir el relato de sus experiencias de violencia, aun las más extremas, dan cuenta de periodos de seducción que se interponen entre dos sucesos violentos. El muchacho que desaparece de manera injustificada de la vida de una adolescente y tres meses después le envía un ramo de flores o llega a su puerta con un libro de poemas para decirle que nunca la ha olvidado, actúa exactamente como el marido que golpea con una plancha a su esposa para luego llevarla llorando al hospital pidiéndole al doctor que la salve porque no puede vivir sin ella.
Las experiencias de estas mujeres (y el reconocer en ellas una parte de nuestras propias experiencias) son las que pueden informarnos de la urgencia del cambio de nuestra educación afectiva. No se trata de renunciar a la actividad sexual y al afecto (renuncia que gozosamente han asumido muchas de mis amigas, sobre todo las mayores de 50 años) para no tener que renunciar a la propia libertad de movimiento, expresión y reflexión; más bien se trata de ocuparnos de una educación afectiva que no implique que las mujeres se vean forzadas a una actitud determinada por la voluntad de otra persona. Esto es, una educación a experiencias afectivas respetuosas, que produzcan nuevos conocimientos acerca de las relaciones interpersonales, en particular las íntimas.
Referencia: Francesca GARGALLO, “Rosas, golpes, pasión y muerte: el orden de los factores no altera el resultado de una mala educación amorosa”, en Todas, suplemento de Milenio, Ciudad de México, 19 de julio de 2010,http://impreso.milenio.com/node/8802228
Escritora, caminante, madre de Helena, partícipe de redes de amigas y amigos, Francesca Gargallo es una feminista autónoma que desde el encuentro con mujeres en diálogo ha intentado una acción para la buena vida para las mujeres en diversos lugares del mundo. Licenciada en Filosofía por la Universidad de Roma La Sapienza y maestra y doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, se ocupa de historia de las ideas feministas y busca entender los elementos propios de cada cultura en la construcción del feminismo, entendido como una acción política del entre mujeres y las reacciones que despierta en la academia, el mundo político, la vida cotidiana. Enamorada de la plástica, busca entre las artistas una expresión del placer y la fuerza del ser mujeres; narradora, encuentra en sus personajes la posibilidad de proponer otros puntos de vista sobre la realidad que no sean misóginos; viajera, le da valor a los pasos de las mujeres y el encuentro sobre un mundo que les pertenece. Entre sus novelas destacan: Estar en el mundo; Marcha seca; La decisión del capitán, entre otras. Su libro de cuentos Verano con lluvia ha sido leído por feministas de varios países y ha recibo una buena crítica. Entre sus libros de investigación: Garífuna, Garínagu, Caribe (sobre la historia del pueblo garífuna); Ideas Feministas Latinoamericanas (una historia de las ideas feministas en América latina); Saharaui, el pueblo del sol (reflexión sobre la historia del pueblo saharaui desde hace treinta años en el exilio en Argelia). En la actualidad está dialogando con algunas mujeres intelectuales de los pueblos y nacionalidades originarios de Nuestra América para escribir una historia de las ideas de los feminismos indígenas, desde una epistemología feminista no blanca ni blanquizada.
Para la mayoría de los niños los besos son asquerosos. Tienen razón, es un intercambio desagradable besar a la abuela con bigotes, por un dulce o una buena comida. De púbero hay que besar a cambio de una bofetada, lo que es terrible y doloroso. Otro tanto sucede con los besos que se intercambian por orgasmos…
Conocí una chica que besaba horrible. Chocaba con sus dientes, el sabor de su labial me quedaba impregnado hasta la nariz, y al mirarme al espejo, veía un rastro blancuzco en la barba: su saliva seca; el jugo de nuestra baba seca, no lo sé. No voy a escribir los detalles grotescos de sus besos. Pero agregaré que no tenía senos grandes, nalgas exuberantes, ni una belleza que hiciera torcerle el cuello a más de uno.
Sin embargo, tenía un gran sentido del humor, era inteligente y afectiva. Me atrapaba en charlas exquisitas, con lo que llegué a admirarla por sus logros, y ese futuro prometedor del que presumía poco o nada. Era humilde pero dadivosa: compró boletos para conciertos, el teatro, el cine, y muy seguido me esperaba en un cuarto de hotel, con paredes-espejo, sobre una cama en forma de corazón, sabanas de satín rojo y sillones en formas extrañas que parecen súper limpios, pero dudo que lo estén…
No obstante, la compañía de Fulanita era genial. Me hacía sentir afortunado y tenía acceso gratuito a cosas exuberantes o ridículas. Aunque intentamos llegar a un beso ideal, de esos con los que Cupido se vuelve un angelito voyerista, sólo llegamos a besarnos sin sentir repugnancia el uno del otro. Tal vez, para sorpresa de mi soberbia, el problema no eran sus besos, sino los míos. No obstante, al menos un par de meses, ella pagó por mi compañía, hasta que el sin besos porque me enamoro se convirtió en mi escudo.
Al repetir la frase comprendí, en mi experiencia breve de pirujo, que el cliché es también una declaración de principios. Había que evitar sus besos y marcar un distanciamiento sentimental pero sin herirla, puesto que su compañía me era agradable y me beneficiaba, no así sus besos. Lo que trataba de decirle a Fulanita, era no me beses porque te enamoras. Las prostitutas saben bien de todo esto. Su negocio es la compañía, sin lazos sentimentales ni cargas emocionales. Cuando eres mercancía, tienes que saber bien las reglas y especificar los términos y condiciones. De ahí, que la frase es útil y la primer regla del comercio sexual.
Además, ¿qué carajos haría una prostituta con el amor de un cliente? Vincent Van Gogh, se enamoró de una prostituta. Ella rechazó su amor, pues tal vez sus besos eran infames, y adolorido por el rechazo, se cortó la oreja. Luego, se la regaló a la prostituta. Si la prostituta le hubiera dicho: sin orejas porque me enamoro, su acción estaría justificada, pero no fue así, lo que nos demuestra, que las prostitutas no quieren amor, ni mucho menos, expresiones de radical melancolía artística. Por eso Bukowski, sabedor del tema, le dijo en un poema: Van Gogh, las putas quieren dinero, no orejas.
Esta experiencia nos remite a lo refinado de la frase, y sobre todo al truco de marketing, al que sucumbió el pintor. Cuando a Fulanita yo le negaba besos, ella intentaba besarme más e incluso forzarme. En caso de conseguir un beso, más me besaba. Ella satisfacía sus deseos, conseguía lo prohibido y se prendía más, pero el costo era recibir el impertérrito sin besos porque me enamoro. Lo que me hacía sentir considerado, superior, y además, fingía que su amor era elevado, comparado a mis besos débiles…
Negándole besos a Fulanita podía controlar su persona. Si yo decía cuándo, dónde, cómo y para qué besarla, ella me compraba cosas y se mostraba bondadosa, con el fin de que mis sentimientos se reflejaran con besos y caricias. (Porque no es lo mismo que te besen al chile, a que te besen el chile). Por eso las prostitutas logran conseguir mucho de sus clientes, y un beso, es como la croqueta de recompensa para el perro adiestrado.
Los besos de agradecimiento, las croquetas, son una inversión. Agregan calidad y humanidad al servicio y se gozan los beneficios. Uno (como las prostitutas) no está exento de vivir circunstancias intensas, dejarse llevar por las pasiones de afecto, sensualidad, entrega… pues a pesar de los besos chafas, hay que estar dispuesto a las experiencias de intercambio cultural. Pero no puedes fantasear al respecto, —como lo hizo Van Gogh— o terminarás dando una parte de tu cuerpo, en lugar de satisfacerte por la que pagas.
Después de un tiempo de ser pirujo, llegó la ruptura. Fue una despedida breve pero emotiva, donde no se cansó de preguntarme ¿por qué?, hasta que me mandó al diablo. Lo cual fue mucho mejor que recibir una de sus orejas, o monedas por un último beso.
Lo cierto es que sobrevaloramos el amor y los besos que esperamos del otro. En todo momento, deseamos que Cupido se vuelva un testigo voyerista, pero sólo confirma la expectativa de nuestras fantasías, antes bien, las destruye por completo. Pude ser honesto con Fulanita, hablar el problema e intentar solucionarlo, pues sus besos eran desagradables, pero adoraba estar con ella. En cambio Fulanita esperaba dar cosas a cambio de besos, y yo esperaba recibir cosas sin dar besos. En el caso de Van Gogh, pues bueno, es un pendejo…
Quizá porque no se dio cuenta, que la mayor parte de las veces hay que practicar, encontrar lo delicioso del asunto, fomentarlo y luego todo mejora. Así funcionan las empresas del amor, con todo y las limitantes de que a pocos les llegará la experiencia y a otros, jamás les llegará. En serio, ¿cuántas fantasías, y orejas simbólicas hemos entregado, esperando ser correspondidos? ¿Cuántos besos hemos repartido, esperando ser recompensados mínimo con una muestra de afecto? ¿A cuántas prostitutas(os) has besado y cuántos besos de prostitutas(os) has dado?
Amor, ven, juguemos el juego de los dos, el juego de los labios, de la piel, de las manos. Me haré cargo de tu existencia, de tu cuerpo.
Con un dado rojo y un dado azul para recorrer tus secretos, absorber tus olores…
Primer tiro: Dado rojo dice que use labios, lengua y dientes. Dado azul, sobre tu pecho y abdomen. 20 segundos solamente.
Acerco mis labios a tu ombligo, un sello que suena muy bajo, erizando tu piel. Diez segundos. Empalmo mi cara a tu vientre, pegada a tu carne, aspiro, te huelo. Paseo la humedad tibia de mi lengua en mi camino a tu pecho. La punta de mi lengua dejando rastros curvos de transparente saliva. Se estremece tu cuerpo. Chupar la piel de tu pecho, lamer sus tetillas. Morder, morderte, hasta que digas basta y me obligues a regresar a tu vientre donde descubriré los costados de tu abdomen. Y marcaré con mis dientes los límites de tu cuerpo, cadenas hundidas e la promesa de tu carne.
Segundo tiro: Tus manos resbalando, acariciando, apretando dice el dado rojo sobre mis piernas, muslos, rodillas, pantorrillas y pies. Por 30 segundos tuyos serán.
Tendida en la cama con las piernas juntas. Viertes en tus manos aceite y las frotas. Recorres con tus palmas desde mis pies. Rodeando mis muslos, dibujando circunferencias, resbalando, extendiendo tus manos hasta mis pies, restregando tus brazos en mi carne. Separas mis piernas y aprietas mi piel, que de tus manos escapa, a queriendo entrar en mi carne. Rodeando una pierna, recorres suavemente y aprietas dando vueltas a mi cuerpo. Tu brazo que resbala completo entre mis muslos, adelante y atrás, el ardor de tu piel quemando mi piel.
Un turno para ti y veinte segundos que el dado azul nos regala para que mi cara y cabeza froten tu espalda, tus nalgas como indica el dado rojo y diez segundos más.
Tú recostado, la extensión de tu espalda, la delicia de tus glúteos. Queriendo morder, dudo ante la consigna de solo restregar mi cara, me acerco al hundimiento de tu cadera, empalmo mi cara y respiro tu piel.
Barro mi rostro para llegar a tus hombros, barro de regreso hasta llegar a sus nalgas, hundo mi cara en tu carne, suavidad que recibe la ansiedad de mi rostro…No besar, no morder, solo recorrer con mi cara, se contiene el deseo y suplicante yo por encajar mis dientes, tu sonrisa que niega, que se divierte con mi ansiedad…control, contener el deseo, mientras el tiempo se acaba sigo recorriéndote y tú cuidandote de no ser mordido sorpresivamente.
Un tiro más, dado rojo dado azul, en mis nalgas y m i espalda. Palmear, rasguñar, pellizcar…quince segundos, ¡¡nada más!!
El tiempo apremia, amor. Con amabas manos en mis hombros, bajas surcando la carne de mi espalda, dejando líneas ardientes como colas de cometa. Araña más, araña mis nalgas, apretando hasta pellizcar y subes marcando con pellizcos mis costados, mis hombros. Y con ambas manos palmeas aun tiempo mis nalgas, la sorpresa emite un grito y arañas mis nalgas antes de otra palmada doble, el tiempo termino otra vez.
Tirando el dado rojo, un premio para mí, donde me masturbaré con tu cadera, dice el dado azul, cincuenta segundos.
Jugando el juego que descubrimos alguna vez ya olvidada. Tendido tú de costado, me monto en tu cadera amor, restregando mi vagina hacia adelante y hacia atrás, frotando mi clítoris, tal vez pueda llegar, frotar y frotar, dejar mi cabeza caer hacia atrás, moviendo mi cadera de manera circular. Me sostienes con tus manos, al compás de mi movimiento, encontrando el éxtasis sobre ti. Mi vagina bañando de mi tu cadera, empujo, empujo y mis muslos se tensan, el escalofrío que recorre de mi a cabeza a mis pies. Mis ojos en blanco, el latigueo de mi pelvis, el ritmo , cadencia, montada en ti, con gemidos que suplican tu nombre y seguir, seguir tratando de enterrar tu cuerpo entero en mi, con desesperación me muevo. Me ayudas en esta agonía, sobando mi clítoris con sus dedos, me llevas al éxtasis, de mi vagina, de mi humedad, exudando.
Al diablo el juego, gritas, mientras te levantas recostándome y abriendo mis piernas y metes tus dedos sobando dentro y no dejas de empujar, girando, golpeteo incesante, mi cuerpo retorciéndose, escalofríos interminables…
Anaïs Phalese es una adolescente de Nueva York, Fauna Folkjom es la princesa de Candy World y ambas protagonizan una historia de aventuras, mundos extraños y sexo… mucho sexo. Fauna es la heredera sabor regaliz al trono de Candy World, un lugar donde todo y todos están hechos de dulce (duh). Mientras que Anaïs es una civil hecha de carne con una pasión por el béisbol, normal para una neoyorquina.
El autor, M.Magdalene (un alias por lo que tengo entendido) tiene un estilo particularmente apropiado para una historia que no se toma tan en serio… al parecer.
Desde el momento en que Anaïs y Fauna se conocen el flechazo es instantáneo y se convierten en amantes, al mismo tiempo que empiezan a ser perseguidas por las autoridades de sus respectivos mundos, porque al parecer, huir de un matrimonio arreglado y ser acusadas de terrorismo son situaciones fáciles de enfrentar en una semana, así como lo es conocer una flotilla de piratas, ser tragada por un tiburón, ser seducida por una sirena trans-género-especie y ser capaz de curar a través de los besos.
Curvy tiene una trama que mezcla la dominación universal, magia y agentes de la CIA, logrando así ser más que solo una historia de princesas para rescatar y mundos que salvar. La fantasía permea el diseño del cómic dándole un estilo consistente con el humor, al tiempo que da chance a que los personajes puedan reaccionar de manera burlona a toda la ominosa seriedad que es el dominar y conquistar mundos.
El autor nos presenta a un grupo de personajes únicos tanto en la manera burlona y algo simplona en la que reaccionan, así como por sus características físicas. La diversidad de cuerpos y preferencias son evidentes ya que la mayoría de los personajes parecen pensar que la ropa es un poco menos que un estorbo, y el “conocimiento carnal” se imparte sin miramientos o culpa… casi.
Cada una de las escenas de sexo son explícitas y variadas gracias al uso que M.Magdalene da a la composición de viñetas e imágenes, generando una sensación de frenetismo y pasión a cada encuentro. Cada una de las relaciones es bastante positiva y no existe un personaje principal que hasta el momento no haya aparecido desnudo.
En cuanto al diseño y estilo de M.Magdalene, es interesante que el cómic sea completamente en blanco y negro sin sentirse plano o saturado, así mismo aprovecha los saltos que hay entre mundos para mostrar paisajes y personajes muy variados, ya sea solo el horizonte marítimo o una ciudad repleta de comercios, sirenas, comerciantes o superhéroes.
En este momento, Curvy esta llegando a un punto interesante para la trama, donde explican las razones de la antagonista para con ambas chicas. Así que con un inmenso poder cósmico y la seguridad de Fauna en juego, Anaïs deberá ser una heroína tanto para su princesa como para su planeta entero.