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La colonia alegre

imágen "Golden Dreams" por Félix D´Eon
imágen «Golden Dreams» por Félix D´Eon

por Pablo Caraballo

Por debajo del cuerpo de Occidente, corren ríos de sangre, de sudor y de semen. Por debajo no refiere, en este caso, a una metáfora espacial de las jerarquías dadas (aunque también) sino a la dimensión sublimada que no siempre estamos dispuestos a ver, pero que camina paralelo a la Historia (con mayúscula) y a los proyectos modernizadores de la civilización occidental. “Muéstrame a ver”, me dice Cleo que le dijo su amigo a un hombre que trabajaba en el terminal marítimo de Cumaná ―Cleo es un tipo “gay” de contextura gruesa, divorciado, con una hija de diecisiete años. Todos sus gestos están llenos de expresividad. Su casa parece un museo un poco arruinado― “y el tipo se bajó el cierre del pantalón y se sacó el pene para enseñárselo”. La anécdota me la contaba luego de una entrevista que le hice para mi trabajo de pregrado sobre “hombres gais” en Cumaná. Llevamos más de dos horas conversando. Cleo está acostumbrado a dirigirse a audiencias anónimas ―trabaja en teatro―, pero las anécdotas calenturientas fluyen solo cuando la grabadora ha dejado de grabar. “Yo creo que tiene que ver con una influencia mediterránea”, me dice, “aquí los hombres tienen mucha facilidad para acostarse con otro tipo… con un marisco. Y mientras más te acercas a la costa, es más normal aún”. “En Araya es peor. Yo tengo amigos que vienen de Caracas, expresamente a eso, todas las semanas santas y los carnavales. Los hombres te buscan. Les encanta un marisco”.

     ¿Dónde cabe esa flexibilidad moral y sexual de los hombres arayeros en un contexto prohibitivo y conservador como este? Mi familia, aún en la periferia de la periferia que es esta provincia, buscó siempre los medios para acercarnos a mi hermana y a mí a la modernidad. La televisión (gringa y agringada) delineó, en gran medida, mi concepción de las cosas. Mis “experiencias adolescentes” fueron casi nulas: mi vida, hasta los 18 o 19 años, transcurrió casi entera entre las paredes de mi cuarto, de mi casa; así que mis posibilidades de pensar más allá de una escrupulosa (e ingenua) normatividad heterosexual donde sexo/género/deseo son una línea coherente e impoluta, eran muy escasas. Careciendo de la teoría y la práctica mínimamente necesarias, aquellas escenas que Cleo me ilustraba constituían un mundo indescifrable. Personajes que no se detenían en definir una orientación estricta (recta y lineal) de su deseo, terminaban a su vez careciendo un poco de inteligibilidad para mí. Estos “hombres” no circunscribían sus placeres a cuerpos marcados por un solo sexo/género y, si bien reproducían la ficción de una masculinidad inamovible, ni siquiera negaban el gusto que les dejaba haber estado con un “marisco”. Aquellas anécdotas de Cleo merecían toda mi atención y, sin embargo, decidí no detenerme en ellas. Porque no mirar muchas veces es una consecuencia de no (poder/querer) entender.

     Algunos años después, estando yo borracho y amanecido en una playa, en las afueras de Cumaná, un muchacho del pueblo ―no mayor de 20 años― con el que tuve que conversar por un asunto de unas llaves, se me insinuó descaradamente. El poder es productivo, decía Foucault. La experiencia se me adelantaba a los conceptos. Si una de las cosas en las que enfatizaba Cleo era en la “normalidad” de aquellas prácticas, mi incapacidad para entender no radicaba solamente en las transgresiones de esos cuerpos, sino ―más aún― en la aparente aceptación de lo abyecto, en este contexto prohibitivo y conservador. Pero ¿conservador respecto a qué parámetros y de acuerdo a qué criterios? La ininteligibilidad no solo de los cuerpos transgresores sino también de la aceptación de esas monstruosidades, suelen ser reabsorbidos en los términos taxonómicos que tanto le gusta al pensamiento ilustrado. En México, por ejemplo (quizá por estar tan cerca del norte), las descarnadas evidencias del lenguaje de la calle, del “ambiente”, traducen una larga lista de categorías al uso para definir identidades, prácticas y deseos disonantes (mayates, chichifos, vestidas, jotos, etc.), encausándolas en una senda mucho más cómoda, o al menos nombrable.

     La globalización ha globalizado también los mecanismos de control y discriminación sexual que Occidente le debe a su pasado victoriano. No se trata, aun así, de buscar respuestas en el mito de un “buen salvaje”, aquel previo a la imposición despiadada del Norte; un “buen salvaje” ahora decolonial. La “anormalidad” encuentra sus otros cauces en la periferia (y en las periferias del centro), en el silencio cómplice (tan monstruoso como el crimen) de quienes, si bien no suelen reconocerle legitimidad, la dejan discurrir a sus anchas y, de vez en cuando, se les unen. Junto con la Historia de los cuerpos higienizados corren inevitablemente otras historias en paralelo. Por debajo (y por encima). Esas historias ininteligibles que rompen con la superficie lisa de la normalidad, no entienden de grandes relatos historiográficos porque se despliegan en pequeñas resistencias inconscientes ―no conscientes― que no se avergüenzan de su fugacidad. Las categorías universales no les sirven. No entienden de ciencias humanas y sexológicas porque esas ciencias no suelen entenderlas a ellas. La Historia es otra ficción, una que las historias deshacen a su paso, por debajo y desde adentro. Y, sin embargo, nos dejamos engañar. El colonizador hace su casa en nosotros, y nosotros somos la colonia. Pero por suerte una colonia que siempre resiste, que excede sus límites, que se desparrama.

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Pablo A. Caraballo Correa (Venezuela). Licenciado en Sociología (2010). Profesor universitario e investigador independiente en temas vinculados a los estudios culturales, de género y de disidencia sexual. Creador y coordinador del proyecto editorial Gente rara: http://raragenterara.blogspot.com/

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¿Dónde están los negros? El Caso de los Afromexicanos

Por Sol Atencio

Noble tarea la de narrar historias no contadas, aquellos relatos cuyos protagonistas quedan invisibles en el engranaje discursivo de la legitimidad de la nación, son historias múltiples tiradas al margen de las verdades absolutas del tiempo. Este es el caso de un componente demográfico que ha quedado abandonado en la invisibilidad de la construcción nacional: los afromexicanos.

            Este hecho particular despertó en mí una profunda inquietud, por proceder de un país caribeño donde lo “afro” se vive de forma tan cotidiana que ni se piensa ni se cuestiona, al llegar a México lo primero que me pregunté fue: ¿En dónde están los negros?. Comencé a indagar y a preguntarle a amigos y conocidos y obtuve la misma respuesta repetida y contundente: EN MÉXICO NO HAY NEGROS.

            Fui descubriendo que a lo largo de la historia oficial mexicana, el principal sustento de la identidad nacional ha sido la premisa del mestizaje indio/blanco como parte constitutiva fundamental. La exaltación de este mestizaje, ha significado la exclusión de otras personas y poblaciones que han jugado un papel transcendental en la construcción de la sociedad nacional, tanto desde el punto de vista económico, como social y cultural.

                        Hoy en día gracias a investigaciones históricas y antropológicas se ha demostrado la importancia que tienen las personas, poblaciones y comunidades de origen africano, quienes desde su llegada a México formaron familias y comunidades en interrelación y convivencia con los grupos culturales existentes, en especial con la población indígena; se considera que por esta razón muchos de sus rasgos fenotípicos se combinaron y mezclaron.

                        Estos estudios han revelado que aproximadamente 250,000 personas arribaron de manera forzada a la entonces Nueva España desde el momento de la Conquista hasta finales de la época virreinal y que otras personas afrodescendientes libres, llegaron en el siglo XIX al territorio mexicano procedentes de Estados Unidos y de países de Centroamérica y el Caribe.

            Lamentablemente, en la historia de la nación, los africanos y sus descendientes han estado ausentes y siguen siendo pocas las investigaciones que ofrecen datos e información confiable, la ideología oficial invisibiliza y niega su presencia y contribución, y en los censos de población no se incluyen preguntas o referencias que permitan reconocer e identificar cuántos afromexicanos actualmente existen en el país.

            Esta exclusión provoca una ignorancia, negación y discriminación de estas personas y sus manifestaciones y contribuciones culturales, siendo víctimas de racismo, abusos y desatención por parte de las políticas públicas, mismas necesarias para aminorar las carencias y desigualdades de las que son víctimas, ya que en la actualidad este sector de la población tiene menos acceso a servicios de salud y educación, así como menos oportunidades de empleo.

NEGACIÓN Y RACISMO

En los últimos tiempos hablar de racismo se ha convertido en un tema en boga y principal norte de políticas gubernamentales y sociales. Pero hay manifestaciones de este flagelo social que son tan sutiles y naturalizadas que se siguen reproduciendo; estamos acostumbrados a pensar en el racismo como una forma de concebir al “otro” de manera negativa y estigmatizada en virtud de sus características, pero no solamente se manifiesta de esta manera expresa, sino también en la negación de su existencia.

            El indigenismo rector de la política del estado mexicano exalta el pasado indígena y el presente mestizo relegando a los afromexicanos tanto del discurso oficial como del imaginario colectivo, esta exclusión constituye una modalidad tan sutil y tenue del racismo que una parte importante de la población está convencida de la idea de que como “en México todos somos mestizos” no puede existir racismo. Esta negación del racismo remite a la referencia común que se tiene de que “las personas de color están fuera de México”[1], en lugares distantes como Colombia o Cuba, perpetuándose de esta manera la desigualdad y minimizándose la discriminación que los afecta.

Todo esto ha establecido una coyuntura global donde las diferencias y particularidades culturales se enarbolan como banderas para movimientos políticos y sociales que demandan reivindicaciones identitarias y respeto a los derechos fundamentales. Es así, como hoy en día, existen grupos y movimientos sociales afromexicanos que pretenden un reconocimiento histórico y constitucional por parte del Estado para el pleno cumplimiento de compromisos asumidos.

Carnaval-de-Campeche,-México-febrero-2014.-Foto-Sol-Atencio

                 Carnaval de Campeche, México febrero 2014. Foto Sol Atencio

El caso del movimiento afromexicano es particular si lo comparamos con los movimientos afrodescendientes de América Latina, la ausencia y negación en la historia del México contemporáneo ha ocasionado el surgimiento de movimientos sociales de esta naturaleza sea de reciente data.

Por parte de organismos internacionales, también se han desarrollado acciones para romper el silencio y visibilizar los hechos y las consecuencias del comercio esclavista colonial, como por ejemplo la creación en 1994 del Proyecto Internacional “La Ruta del Esclavo. Resistencia, libertad, Patrimonio” de la UNESCO, que celebró su XX aniversario en México como sede, y la Declaratoria del Decenio de los Afrodescendientes (2015-2024) por parte de la ONU.

            A pesar de que estos instrumentos buscan dar a conocer la participación económica, social y cultural de los miles de africanos y sus aportes en las naciones latinoamericanas, y el emprendimiento de políticas y acciones para el combate al racismo y la discriminación, tales objetivos tanto en México como en otros lugares del mundo no han podido vislumbrarse. Por ejemplo, la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación presenta fuertes debilidades en relación al cumplimiento y apego a convenciones y tratados internacionales en la materia y no recupera el sentido específico que en materia de racismo tienen las legislaciones de otros países de América Latina[2] como Colombia, cuya reforma constitucional del año 1991 reconoce a las poblaciones afrocolombianas como un grupo étnico más que conforma la diversidad cultural de la nación.

            El presidente de la Comisión Permanente de Asuntos Indígenas de la LXII Legislatura, Alejandro Martínez Ramírez dijo que a pesar de estos avances jurídicos, este sector de la población sigue siendo un grupo específico que continúa sufriendo la discriminación como legado histórico en todos los ámbitos de la vida y  a pesar de ello, han conservado su cosmovisión, formas de organización y  cultura mismas que han sido recreadas y adoptadas por nuevas generaciones y han brindado un valioso aporte cultural y étnico[3].            Los hechos como el reconocimiento constitucional y la reforma a la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación siguen siendo bandera de los movimientos afromexicanos y los medios académicos dedicados a este tópico. En la legislación mexicana sólo la Constitución Política Del Estado Libre y Soberano de Oaxaca reconoce jurídicamente la existencia de grupos afromexicanos y custodia los derechos de los pueblos y comunidades afro oaxaqueñas.

            Son muchos los eventos y foros de discusión producto del esfuerzo de estos nuevos agentes movilizadores que demandan el reconocimiento jurídico y la reivindicación histórica. Este año en el marco del Decenio de los Afrodescendientes se desarrolla una oportunidad propicia para llevar a cabo acciones conjuntas, que buscan impulsar acciones para promover los derechos humanos de estos pueblos.

            Los afromexicanos demandan su justo lugar en la historia, es menester que tales acciones se traduzcan en políticas inclusivas y en apoyo real ya que como señaló Regina Martínez Casas: a pesar de que el 3% de la población mexicana es negra, mulata o afrodescendientes, es también el sector de la población más marginado, discriminado y marcado por la desigualdad, sobre el que no se han establecido siquiera políticas públicas para aminorar esa brecha [4].

[1] Respuesta de una docente de una universidad en Ciudad de México, en Espinosa, E.L. (2014). Viaje por la Invisibilidad de los Afromexicanos. Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública. México p. 33

[2] En Espinosa, E.L. (2014). Viaje por la Invisibilidad de los Afromexicanos. Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública. México p. 29

[3]http://www.chiapasparalelo.com/medios-aliados/2015/03/afromexicanos-siguen-siendo-discriminados-estado-mexicano-debe-reconocer-derechos/ 12 de marzo 2015

[4] Profesora investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social en www.elimparcialoaxaca.mx

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Sol Atencio. Licenciatura en Derecho en la Universidad del Zulia, Maracaibo-Venezuela; foto-sollicenciatura en Antropología Social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en México. Experiencia en gestión de eventos culturales de instituciones gubernamentales y diplomáticas, Embajada de la República Bolivariana de Venezuela en México. Trabajo etnográfico en comunidades afromexicanas en Guerrero, México. Logística y Organización Cursos como «Introducción al Estudio de las Poblaciones Afrodescendientes» en la CNAN-INAH y sobre afrodescendientes del Instituto Harriet Tubman de Canadá en CNAN-INAH 2014. Relatora Mesa «reconocimiento constitucional» en el XXI Encuentro de Pueblos Negros en Cuajinicuilapa Guerrero, noviembre 2014 y Reunión del Comité Científico Ruta del Esclavo de la UNESCO. Museo de Historia Castillo de Chapultepec. 2014

 

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Maldonada*, la leona

Por Nerina Vallejo

*Still del video «La Madonada», de Mara Carrión y Carla di Lorenzo:  https://goo.gl/asZsqF

Esa mañana caminaba desnuda con las costillas pegadas a la piel por el Buenos Aires de Mendoza plagado de muerte por la conquista. Había huido del lado de mis supuestos “compatriotas” en busca de comida, cansada de tanta violencia, muerte y viruela.

     Pocas ilusiones me quedaban de sobrevivir entre esos dos mundos que luchaban por el mismo suelo: Uno que ya no era más el mío por no identificarme con la sanguinaria muerte, violaciones y maldad que proclamaba, y otro, que por ser tan desconocido y diferente resultaba inaccesible para una mujer como yo. Era una don nadie en una tierra en disputa por ser de alguien.

     Abatida por el hambre y cansada de caminar decidí dejar de resistirme y entregarme a los brazos de la muerte, harta de sentirme desposeída de mí, perdida en un mundo enfermo donde me habían arrebatado el cuerpo más de mil veces, aquellos sucios y cobardes marineros, ladrones y asesinos…

     Moribunda quise sentir el calor de las piedras. Fue entonces cuando caí a las puertas de una cueva. Cerré los ojos y me dejé ir con una calidez inventada.

     De pronto, algo me devolvió a la oscuridad y frialdad de la cueva: Un rugido que hacía eco desde el fondo, algo que conmocionó mi alma y la atrajo de nuevo al estado de alerta. No todo había acabado para mí, todavía.

     Abrí los ojos despacio para darle una última oportunidad a mi vida y allí estaba ella.
Me miró fijamente y en sus ojos vi lo que miserablemente el mundo me había arrebatado.
Era fuerte, salvaje, desafiante y no tenía miedo. Nos miramos y ambas vimos nuestras cicatrices en el alma. Quizá las dos estábamos perdidas en aquel lugar, quizá no pertenecíamos a ningún suelo, a ninguna causa por la que luchar más que la de nuestros propios huesos… Oh, ¡Mis huesos! que la hicieron compadecerse para después darme calor junto a su pecho.

Pasados unos días pude levantarme. Salí de la cueva con la mirada distinta y con la cabeza erguida. Fui en busca de comida por aquella nada que me rodeaba sin expectativas pero con un andar diferente.

     Mientras caminaba escuché pasos y, repentinamente, alguien se abalanzó sobre mí por la espalda. Era un indio e iba acompañado de dos más. Me ataron y me llevaron a su poblado.

     Cuando llegué todos me miraban, aunque con menos maldad en los ojos que los de mis propios “hermanos”. Me tuvieron prisionera, me alimentaron y aunque nunca me sentí parte de la tribu, me hice más fuerte.

     A medida de que los días pasaban me acordaba más de mi salvadora, aquella que me hizo pertenecer a su tribu de la cual verdaderamente me sentí parte, la que me dio un abrigo en vez de golpes, me alimentó con sus senos en vez de ponerme cadenas.

     Una tarde me senté en una roca y me distraje con la paz del agua. De pronto, el reflejo empezó a borrarse y escuché gritos de hombres en español, el golpe de las armas y las botas chocando contra el suelo. Corrí lo que más pude hasta que me ardieron las piernas pero no bastó para escapar de ellos, sucios violadores, apestosas ratas cobardes. Volvieron a poner sus manos sobre mí pero esta vez no tuve miedo, sino que toda mi ira salió como un rugido violento y se convirtió en puñetazos, escupidas, patadas e insultos.

     Me golpearon en la cabeza y me ataron. Me llevaron al poblado para entregarme a Francisco Ruiz Galán quien me condenó por algo que los varones asesinos hacían todo el tiempo: tener contacto con los “nativos”.

     El “piadoso” enviado de su católica majestad ordenó que me desnudasen y me atasen a un árbol a orillas del arroyo Maldonado para que me devoraran las fieras.

     Otra vez estaba herida, violentada y humillada… pero no me dolió. Tampoco tuve miedo de que las fieras vinieran ya que nada peor podía pasarle a mi cuerpo, ni ser devorado por éstas lo lastimaría, sus mordiscos jamás llegarían a ser tan crueles como lo fueron aquellos hombres conmigo, con los indígenas, con la vida.

     Esperando sin miedo mi muerte cerré los ojos y dormí, deseando que ese sueño se convirtiera en el calor que me faltaba, en el que me había dado la leona que una vez también fui.

En el medio de la misma noche, bajo el cantar de los grillos y los sonidos de animales que desconozco, escuché unos pasos que no eran ni de indios ni de españoles. Abrí los ojos y ahí estaban los suyos penetrando la densidad y espesor de la noche con toda su luz.
Se echó a mis pies y me protegió toda la noche.

     A la mañana siguiente desperté en el medio del bosque acostada en la hierba. Confundida bajé la mirada buscando mis pies, que de pronto, eran patas, a mis manos que tenían garras y corriendo hacia la orilla del río busqué mi alma que sentía tampoco ser mía. Me asomé y reconocí sus enormes y salvajes ojos. Allí estaba, tan salvaje, la eterna mirada de la leona.

*Basada en la leyenda contada por Ruy Díaz de Guzmán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Tomar la cámara, intervenir el género: piensos desde el Taller de Cine Feminista

por Cuerpos parlantes

 

Hace unos días nos encontrábamos en uno de los edificios gubernamentales del estado de Jalisco, en cuya bóveda pudimos apreciar un mural que representa en manos de quién ha estado la cultura, la política, el arte, la guerra, la religión, la literatura, la ciencia y la educación. Hombres vestidos hasta el cuello con propiedad para dictar su palabra sobre estos ámbitos, con gesto duro en el rostro, manifestando su firmeza  para el logro de sus empresas (excepto los cuerpos racializados,  que aparecen desnudos y encadenados). Flotando sobre ellos, cuerpos femeninos desnudos, exuberantes,  como premio y representación de las gloriosas proezas de esos célebres varones. Al igual que el cine, la televisión y la publicidad, este tipo de obras pictóricas está pensado para la mirada masculina, vigilante del orden social, binario y jerárquico, en el sentido de que su efecto es recordar a cada género la misión a la que está llamado, quién es el vencedor y cuál es su conquista. Este tipo de representaciones, además, se encuentra en los libros de educación básica en México proporcionados por la Secretaría de la Educación Pública, y siguen cumpliendo la función de reproducir las relaciones tradicionales entre los géneros, a través de ilustraciones en las que las mujeres ocupan lugares secundarios o subalternos.

     Sin embargo, hay otra forma histórica de representar a las mujeres en los medios audiovisuales y narrativos que tiene su raíz a finales de la Edad Media europea, entre los siglos XIII y XVI, período en el que nueve millones de mujeres fueron quemadas, torturadas y asesinadas bajo la acusación de ser brujas, esto es, mujeres con saberes al servicio de curar enfermedades, del control de la natalidad y del cuidado de lo común. Como ha explicado con detalle Silvia Federici (2004), la cacería de brujas fue la primera persecución multimedia en la que todos los medios culturales de la época medieval -la pintura, el teatro, la literatura y los relatos de los juglares- fueron utilizados para estigmatizar a estas mujeres pues suponían una afrenta al naciente sistema capitalista, que a la fecha requiere de controlar los cuerpos de las mujeres para las funciones reproductivas. Una de las primeras tareas de la imprenta fue alertar a la gente del peligro de las brujas con la impresión de panfletos donde se publicaban los juicios más famosos y los detalles más atroces de las torturas. El filme Häxan. La brujería a través de los tiempos de 1922, mezcla de documental y ficción, reproduce de forma un tanto ridícula -vista desde nuestros días quizá- los mitos construidos en torno a las brujas en la época medieval.

     La importancia de pensar las representaciones que configuran nuestra cultura audiovisual de cinco siglos a la fecha radica en los efectos sociales y subjetivos que ésta tiene en nuestras relaciones, en nuestra identidad, en la posición que ocupamos en el mundo. Tomando como herramienta el psicoanálisis, la teórica feminista de la imagen Laura Mulvey (1974) analizó cómo se estructuran las formas de hacer y de ver cine de acuerdo a un orden sexual jerárquico y patriarcal, que induce a experimentar básicamente dos tipos de placeres: el de la escopofilia (el sometimiento de los otros a una mirada controladora y curiosa) y el narcisismo (la identificación con aquellos que salen en la pantalla). Esto significa que los discursos audiovisuales no nos influyen por simple imitación y repetición de lo que vemos aparecer en pantalla, sino que abren campos de significados ampliamente compartidos (el consumo masivo) que nos dan la posibilidad de pertenecer a una colectividad en la medida en la que deseamos y emulamos a sus protagonistas, los estilos de vida que proponen, y que nos permiten apropiarnos de ellos mediante la mirada.

Al día de hoy prevalece una cultura audiovisual en la que el lugar central en las imágenes y los relatos que consumimos es ocupado por la representación de la masculinidad hegemónica cuando se trata de personajes activos, heroicos, solventes, determinados, mientras que las figuras femeninas, los cuerpos racializados y cualquiera que represente la otredad respecto al sujeto varón blanco ocupan papeles secundarios, de apoyo y de antagonismo. Las representaciones de las mujeres cobran notoriedad cuando se trata de cuerpos-objeto de la mirada masculina, y cuyos personajes no tienen más proyecto que seguir las aventuras del hombre protagonista o ser parte del botín por sus actos valerosos.

Los efectos de estas representaciones -producidos por vía de la identificación como decíamos antes- son un continuo de violencia simbólica llevada a todos los espacios sociales de la vida cotidiana. Si las mujeres son representadas como “objetos de posesión que pueden ser comprados y vendidos, que pueden ser violados y abusados, que suelen sentir placer obedeciendo y sometiéndose, y que están ahí para satisfacer los deseos de cualquier varón que tenga algo de dinero” como señala Coral Herrera (2015), no es extraño que la violencia contra las mujeres esté a la orden del día en la casa, en el trabajo y en la calle y que, con más frecuencia de la que esta sociedad está dispuesta a aceptar, culmine en feminicidio.

Los medios audiovisuales son, como expresa Teresa de Lauretis (1989), tecnologías de género, en tanto que la violencia simbólica que representan estructura el sistema binario de género. “Hombre” y “mujer” corresponden a los dos polos de una relación desigual de poder que les define como tales: activo-pasiva, héroe-princesa rescatada, etc. “Hombre” y “mujer” son en realidad representaciones que vemos en esos medios y que luego actuamos (representamos también) de forma más o menos consistente en los espacios de nuestra vida cotidiana; actuaciones que a su vez contribuyen a construir las representaciones que consumimos en los medios audiovisuales para cerrar un círculo que constriñe nuestros cuerpos en el marco de unas normas que se hacen pasar por “la naturaleza”. Por eso pensar los medios audiovisuales como tecnologías de género no solamente nos permite analizar el modo en que los géneros son construidos por sus representaciones simbólicas, sino que nos abre la posibilidad de intervenir la construcción de esas representaciones y, por tanto, las propias relaciones de género.

Esa es la apuesta del cine feminista: apropiarse de las herramientas audiovisuales como tecnologías de género, escribir historias desde puntos de vista inéditos y tomar la cámara para filmarlas. Historias donde las mujeres y las personas que rompen con identidades normativas toman el control de sus cuerpos, sus deseos y sus vidas. Historias que hablan de las alianzas entre mujeres, donde el amor romántico y heterosexual no sean el fin último ni el centro del relato, que promuevan otras afectividades y otros cuerpos. Alianzas que no están solamente frente a la cámara, también detrás de ella.

En las reflexiones y el trabajo realizados particularmente en el Taller de Cine Feminista de Cuerpos parlantes, las miradas sobre los cuerpos como espacios de apropiación para el placer y la acción política han transitado paulatinamente hacia los entornos que esos cuerpos habitan en la ciudad: la calle y el barrio. Las amenazas que se ciernen sobre estos espacios, como el acoso sexual callejero y el despojo urbano, impactan directamente sobre las posibilidades vitales de nuestros cuerpos. En el cine comercial abundan las representaciones de violencia, que van de los conflictos bélicos hasta la violencia doméstica; en las calles vuelan automóviles por los aires y las pandillas se enfrentan a muerte, pero poco vemos en las pantallas de esa violencia cotidiana para tantas mujeres que es el acoso sexual callejero, el cual define en buena medida la histórica división sexual del trabajo y de la vida entre espacio doméstico privado y espacio público, que nos confina a las mujeres a las funciones reproductivas limitando nuestra acción política.

La apuesta del cine feminista no es solamente por representar esas violencias, sino también por documentar, visibilizar y construir referentes para combatirlas. Los grandes directores del cine mundial son especialistas en estetizar el sufrimiento femenino sin trascender la victimización. Se hace urgente entonces dar cuenta de que el combate a las violencias ha de articularse de forma colectiva -contrario a la tradición de los héroes masculinos que solos todo lo pueden- visibilizando, por ejemplo, las historias sobre la defensa de los barrios, los territorios y de los bienes comunes contra el despojo que suelen ser enarboladas por mujeres, heroínas cuyos logros no van a la pantalla grande.

Un trabajo ejemplar de recuperación y documentación del arte hecho mujeres desde una perspectiva feminista es el realizado por Ingrid Guardiola y Marta Sureda (2014) con el título La dimensión poco conocida: pioneras del cine que tuvimos oportunidad de ver durante la segunda edición del Taller de Cine Feminista, y que consta de cuatro episodios dedicados a guionistas, directoras, montadoras y actrices respectivamente.  Queremos destacar el capítulo dedicado a las montadoras, encargadas de ensamblar y dar sentido al discurso no solamente de grandes películas, sino de buena parte de la obra de las carreras de muchos renombrados directores, ejemplo de cómo el trabajo femenino que sostiene a la industria es invisibilizado y poco reconocido a pesar de su relevancia.

La labor del montaje en el cine es muy importante porque consiste en interpretar los gestos visuales que darán forma y ritmo a la narración a partir del trabajo en bruto del director. Jean-Luc Godard decía que dirigir es una mirada, editar es un latido del corazón. De hecho, en las salas de montaje de muchos de los más destacados directores del cine clásico y contemporáneo, siempre hubo una mujer “cocinando” la película. Lyudmila Feiginova fue responsable de la edición de todas las películas de Andrei Tarkovski, director de culto. Juliane Lorenz montó todas las de Fassbinder y Halina Prugar trabajó durante veinte años para Adrzej Wajda. Rose Smith editó muchas películas de D.W. Griffith y en varias de ellas no fue acreditada, como en la referencial Tolerancia de 1916. Lo mismo le hizo Roberto Rossellini a Jolanda Benvenuti, quien editó la primera película de aquél Roma ciudad abierta y no apareció en los créditos. En el cine de Hollywood Thelma Soonmaker ha editado buena parte del trabajo de Martin Scorsese y Sally Menke del de Quentin Tarantino. La cineasta y académica Hito Steyerl se preguntaba “¿por qué el film de Dziga Vertov El hombre de la cámara, no se llamó La mujer en la sala de montaje?” en relación a la magnífica labor de montaje Elizaveta Svilova en las películas de éste. Todo el mundo sabe el nombre del director, pero nadie de la editora. Por cierto, Agnés Guillemot fue montadora de buena parte de la obra de Godard, murió en 2005 y a la fecha google no encuentra una sola imagen suya.

El Taller de Cine Feminista de Cuerpos parlantes lleva dos ediciones en las cuales hemos convivido, aprendido y llevado a cabo nuestras historias con veinte compañer*s. En la primera edición (junio de 2014) se realizaron tres cortometrajes que se pueden ver aquí: http://wp.me/p3GStH-3Q

Referencias

De Lauretis, Teresa (1989) “La tecnología del género”

Federici, Silvia (2004) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de sueños, 2010.  Disponible en http://www.traficantes.net/libros/caliban-y-la-bruja

Guardiola, Ingrid y Sureda, Marta (2014). La dimensión poco conocida: pioneras del cine. Disponible en http://www.pioneresdelcinema.cat

Herrera, Coral (2015) “Los hombres y la violencia de género” Disponible en http://haikita.blogspot.mx/2015/08/por-que-los-hombres-matan-las-mujeres.html

Mulvey, Laura (1974) “Placer visual y cine narrativo” Disponible en: http://www.estudiosonline.net/est_mod/mulvey2.pdf

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Cuerpos parlantes es un espacio para el encuentro, la puesta en común y el aprendizaje colectivo en torno a los feminismos y aquellas formas de conocimiento que incrementen nuestro potencial de organización.

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LA OTRA HYSTORIA: PIONERAS TRAS LAS CÁMARAS DE CINE

Por SALCON | Magalli Salazar_18 Noviembre 2015

En esta entrega sobre cine queremos recomendar la maravillosa labor de investigación y difusión sobre los trabajos de las primeras mujeres que desarrollaron su talento en el mundo de la producción cinematográfica. La dimensión poco conocida: Pioneras del cine (la dimensió poc coneguda: Pioneres del cinema) es un proyecto de corte audiovisual educativo a cargo del Museo del Cine de Girona, en Cataluña, España. Dirigido por Marta Sureda e Ingrid Guardiola. Como manifiestan en su sitio web, se trata de acercar al público al trabajo que las mujeres desarrollaron en el ámbito del cine europeo, y de norte América a principios del siglo antepasado. El Museo del Cine realizó para este propósito una exposición in situ (2014) y generó un espacio virtual para acceder a cuatro ensayos videograbados que abordan la historia de las primeras guionistas, realizadoras, editoras y actrices, además de contar con enlaces a otros sitios, noticias, referencias bibliográficas, bibliografías y contenidos de gran interés.

     Debido a que es un trabajo extenso, sólo nos concentraremos en el segundo ensayo dedicado a las directoras de cine. Y haremos una selección breve aleatoria de la lista de directoras de cine que en esa página se presenta, por lo que sugerimos visitar el sitio para más información.

     En el documento* sobre las realizadoras se relata cómo las compañías más fuertes entraron en pugna por conseguir las patentes de este nuevo medio, tanto en Francia como en Estados Unidos de América, y en este frenesí es que se abrieron oportunidades laborales para las mujeres, pues los nickelodeons (las salas de cine) tenían gran popularidad entre los ciudadanos cosmopolitas. Así, las mujeres también comenzaron a desarrollar su creatividad artística y sus habilidades en estos otros campos.

     La primera de nuestras pioneras tras de cámaras en la historia, es la francesa Alice Guy, que en un principio trabajaba como secretaria de la compañía de cine Chaumont, ella quedó fascinada con las posibilidades narrativas de aquella maravilla tecnológica, al asistir a la primera sesión del cinematógrafo de los hermanos Lumière. Poco después se convertiría en productora y directora de esa compañía. Sus trabajos son una combinación entre feminismo, erotismo y humor, aunque también trabajó con el género de la ficción narrativa. Bajo su propia compañía ella seguiría haciendo películas en E.U.A con técnicas innovadoras como el cine sonoro, permitiéndole desarrollar películas más complejas, con el plus de pertenecer al cine de denuncia. Ver: Making an American Citizen (1912)

     Por otro lado se encuentra Lois Weber quien es considerada la primera cineasta de Estados Unidos, quien comenzó su carrera como actriz de la compañía Chaumont, pero al igual que sus contemporáneas, se fue involucrando en otras labores del proceso de creación, así que también escribió, editó y contrató a los actores con los que trabajaría. Algunos de sus filmes de corte moral, fueron censurados en su época, también porque ella no temía presentar temas polémicos como la pobreza, el aborto, la prostitución, las diferencias de clases. Su cine es de corte emotivo. Ella fue una de las mujeres con más éxito en la industria llevándola a trabajar para Universal. Ver: Suspense (1913), Hypocrites (1915), Shoes (1916), The Blot (1921).

     El hecho de ubicar al cine como una herramienta creativa con la cual exponer críticamente las realidades sociales, tomó gran auge entre otras mujeres que también actuaban o producían, permitiendo innovar en las temáticas, como es el caso de la actriz canadiense Nell Shipman quien fundó la compañía «Nell Shipman Productions»(1) para producir sus propias películas. Tras el éxito de Back to God´s Country (1919), se especializó en el género de aventuras, filmando en escenarios naturales y con animales salvajes, en donde comúnmente el personaje femenino termina siendo la heroína de la historia. Ver: The Girl From God’s Country (1921) y The Grub Stake (1923).

     Mientras tanto, en Italia el trabajo interpretativo de la actriz Lea Junki estaba más apegado a reflejar a través de la comedia historias que eran una muestra de la opresión social que padecían las mujeres en un época en donde el movimiento en favor al derecho a votar de la mujer estaba en pleno apogeo. Encajaban perfectamente los personajes femeninos que cuestionaban el rol tradicional que obligaba a las mujeres a cumplir con las labores domésticas o padecer la discriminación y el abuso machista. Ver: Lea e il gomitolo (1913).

     Así mismo, la primer cineasta italiana, Elvira Notari, funda también su propia compañía quien se destacó por realizar trabajos más artesanales e intimistas, llevando a la pantalla historias melodramáticas provenientes de la cultura napolitana que se articulaban a partir de los personajes femeninos. Ver: A Santanotte (1922).

     En la URSS la actriz y directora Olga Preobrajenskaia protagoniza la que es considerada como la primera película feminista de ese país, realizada en el periodo pre revolucionario. En el filme se muestra la vida rural y las tradiciones de una aldea rusa, en donde una chica es atacada sexualmente. Ver: Baby Riazanskie (1927).

cinema

CINEASTAS AL MARGEN DE LA INDUSTRIA*

      Con la llegada tecnológica del cine sonoro y la consolidación del sistema de estudios, las mujeres se ven relegadas del cine Hollywoodense, por un lado, porque el control de la industria queda en manos de productores que sólo “confían” en el trabajo de los directores varones, y, por otro lado, por la influencia que la publicidad ejerce al emitir campañas poderosas en donde se muestra a la mujer burguesa poseyendo una cámara (de video o fotográfica). Será su artefacto para tomar entornos cotidianos, escenas domésticas o la naturaleza, restringiendo con ello los espacios para un libre desarrollo de muchas mujeres a niveles profesionales.

     De esta época se menciona a la directora Elizabeth Woodman Wright , con la cinta Windy Ledge Farm (1929-1934). Ella compra su cámara y se da a la tarea de grabar a su familia durante los veranos y que, bajo lo que sería clasificado como un género menor, se irá permitiendo que el trabajo de estas artistas origine nuevos géneros que cobrarán gran fuerza y relevancia en la evolución de la producción audiovisual y cultural, como ocurrirá en el caso del género de la no ficción, cuya representante más sobresaliente es la directora Osa Johnson que, junto a su marido, inauguran el género documental de tipo etnográfico realizado en localidades de África y Oceanía. Ver: Congorilla (1932); o el trabajo de la directora Mary Field, de Reino Unido, que se aventura a realizar el llamado documental didáctico Secrets of nature. Amazing Maize (1933) que a la postre resultaría una de las series más populares de los años 20 y 30 sobre naturaleza.

     Este género aprovecharía la visión intimista para dar mayor subjetividad a la imagen, desbordando hacia el documental de propaganda. Un ejemplo del poder este tipo de cine fue el de la directora Leni Riefenstahl que apoyó a “la construcción del imaginario cinematográfico del poder totalitario del tercer Reich y de la supremacía de la raza aria” (2) , realizó lo que hoy se conoce como La Trilogía de Núremberg, uno de los documentales político-propagandísticos más efectivos jamás filmado, formada por: La victoria de la fe, (1933), El triunfo de la voluntad, (1934) y Día de libertad: nuestras Fuerzas Armadas, (1935) (3).

     Pero al igual que en épocas pasadas el documental autobiográfico sirvió también para expresar motivos de la historia con fines de denuncia política, como en el caso del trabajo de la directora polaca Wanda Jakubowska, que narra su experiencia en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Ver: El último escenario (1948).

* * *

     En los años 20 del siglo antepasado también aparecieron las primeras animaciones realizadas con siluetas, como en el trabajo de la directora Lotte Reiniger. Ver: Las aventuras del príncipe Achmed (1926).

     Poco a poco el cine se va presentando como medio tanto como ambiente para la creación libre que desafía al cine comercial y a las formas narrativas convencionales por lo que surge el cine de vanguardia experimental en manos de directoras como: Stella Simon, Mary Ellen Bute, Marie Maneken, Franciszka y Stefan Themerson, Maya Deren, Dulac Germnaine.

* *

En México algunas de las primeras realizadoras tuvieron serias dificultades para poder ingresar al mundo de la cinematografía, sobre todo en lo que respecta a la dirección de cámaras, pese a ello se pueden mencionar a algunas mexicanas que tuvieron una carrera profesional en este ramo.

     Según algunas fuentes, la directora Mimí Derba (María Herminia Pérez de León) México, DF (1893-1953), podría ser la primera directora de cine de nuestro país ya que fue la fundadora y propietaria de la empresa productora Azteca Films (1916/7), lo que le daría la oportunidad de trabajar también detrás de cámaras(4), y aunque eso no esté confirmado, se sabe que ella participó en diferentes áreas en la realización del filme La tigresa (1917). Como actriz también participa en la película Santa (1931), la cinta pionera del cine industrial mexicano.

Otras directoras son:

  Cándida Beltrán Rendón (Mérica, Yucatán. 1898-1984) El secreto de la abuela, en 1928; Adela Sequeyro «Perlita», (Veracruz, Ver. 1901-1992) La mujer de nadie, en 1937 y Diablillos del arrabal, en 1938, Más allá de la muerte, en 1935); Elena Sánchez Valenzuela (México, DF 1900-1950) Michoacán, en 1936); Matilde Soto Landeta, (México, DF. 1910-1999) Lola Casanova, en 1948, La negra Angustias, en 1949, Trotacalles, en 1951, Nocturno a Rosario, en 1991; Adriana (¿/1972 y Dolores (1903/ 1983) Elhers (Veracruz, Veracruz, México) Revista Elhers, en 1922-31, Real España vs. Real Madrid, en 1921, Servicio postal en la ciudad de México, en 1921, Museo de Arqueología, en 1921, Las pirámides de Teotihuacán, en 1921, La industria del petróleo, en 1920, El agua potable en la ciudad de México, en 1920 y, Un paseo en tranvía en la ciudad de México, en 1920.

*

Para disfrutar de los trabajos fílmicos de algunas de nuestras pioneras tras las cámaras, echa un vistazo a:

  • Dance of the Seasons «Winter, Snow Dance (Dira. Alice Guy Blache, 1900)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=MRDonk_vMps) (01:06 mins.)

  • La srita. Dundee y el show con perros (1902)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=0QMLcJgSOWM) (03:28 mins.), España (1905)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=G7cpV9L5d84) (03:28 mins.)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=zfgiUvBaosg) (10:10 mins.)

  • Secrets of nature-Amazing Maize (Dira. Mary Field, 1933)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=1AWASk81aoc) (08:47 mins.)

  • La Luz Azul (Dira. Leni Riefenstahl, 1932)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=xBB4A6lpbbs) (01:19:21 mins.);

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=YRmu-GcClls) (04:27 mins.)

Passages from James Joyce’s Finnegans Wake (1965)

(Ver: https://www.youtube.com/watch?v=cibQA_LNe9s) (01:29:31 mins.).

 

~ * ~

Notas y Fuentes:

 

La dimensión poco conocida: Pioneras del cine. Un proyecto de Marta Sureda e Ingrid Guardiola.

Museo del Cine. Video ensayo subido el 14 septiembre de 2014, en: http://www.pioneresdelcinema.cat/

(1) https://en.wikipedia.org/wiki/Nell_Shipman

(2)Tercer video ensayo. Directoras de cine, en: https://vimeo.com/89395371

(3) https://es.wikipedia.org/wiki/Leni_Riefenstahl

(4)http://cinemujeres.blogspot.mx/2008/08/las-pioneras-en-el-cine-mexicano.html

Véase también: http://cinemexicano.mty.itesm.mx/director6.html

Sobre Mimí Derba. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=uO1ffQ1z8_s

 

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Las falacias del amor romántico. Nos vendieron la historia equivocada

ilustración por Maia Gattás Vargas
ilustración por Maia Gattás Vargas

Por J. Alejandro López Noguera/Assex Sexualidad Educativa 

El amor ha ido evolucionando a través de los siglos, marcado por las influencias religiosas, políticas y sociales. Cada época ha comprendido este hecho a su manera, con las herramientas de las que disponía.

     Para las antiguas tribus, el amor romántico era entendido como una amenaza, pues el conjunto de seres estaba por encima del egoísmo ensimismado del enamoramiento. Este era visto como subversivo, un capricho amenazante, que cualquier tribu debería rechazar. El ente social era más relevante que cualquier individualidad, y estar enamorado, representa una de las maneras más explicitas de egoísmo.

     Con la llegada del cristianismo, el amor era un vínculo sagrado, que no debía perturbarse con la presencia de la sexualidad, esta debía ser comedida y dentro del sagrado matrimonio. La desigualdad entre hombres y mujeres era evidente. Ellas quedaban desprovistas de deseo sexual y a ellos se les perdonaba sus flirteos, pues la naturaleza humana (masculina) a veces les llevaba por el camino del pecado, un pequeño traspiés, que era perdonado con la redención. El amor que se prodigaba, provenía de acuerdos matrimoniales entre familias, donde el poder económico predominaba sobre elegir la pareja por la cual suspirabas. El enamoramiento no abalado por las familias, era visto como un entorpecimiento a las pretensiones económicas de ambas partes. Sí se producía algún tipo de chispazo amoroso debía ser, una vez pactado el acuerdo. La mujer era una mercancía intercambiable por riquezas.

     Más tarde el amor se seculariza, el individuo predomina sobre el conjunto y la elección propia sobre los acuerdos entre familias. Es el inicio del amor romántico. Un amor que empezaba a dejar de ser asimétrico, donde la mujer no era una mercancía, sino un ser tan valioso como el hombre. Pero algo empezó a torcerse en este maravilloso camino de la igualdad. Quizás siempre estuvo torcido, y solo eran palabras vacías, una pseudoigualdad traicionera.

     Con la llegada del capitalismo, el amor se convierte en un bien más, de ocio y tiempo libre. Se banaliza. Empezamos relaciones, las agotamos rápido y cambiamos a otra cosa. Mejor cambiar que intentar arreglar. Es el eslogan que nos va enseñando el avance social. Las tiendas de reparación van muriendo, pues nos sale más barato comprar algo nuevo que arreglarlo, y en el amor, comienza a pasar lo mismo.

     ¿Y qué ocurre hoy? Todos estos devenires del amor, llevan consigo innumerables resacas de mitos y tabúes, arrastrados siglo tras siglo. Ver una película clásica del Walt Disney puede salirnos caro. Princesas impedidas, invalidas para vivir por sí mismas, que necesitan el respaldo de un príncipe, bello y adinerado, que las rescate de su triste e impredecible vida. La necesidad imperiosa de tener que vivir en pareja o se es desgraciado. El sufrimiento que debe acompañar al amor de verdad, pues si no sufrimos, parece que no amamos. Pensar que solo hay un amor, un único ser que nos va a entender y que si lo perdemos, nos perdemos a nosotros mismos, siendo mejor la muerte que vivir descabezado o,  mejor dicho, con «el alma rota».

     Mitos y tabúes que han convertido al amor romántico actual, en la historia equivocada. Hemos de dar un salto a la igualdad real entre seres humanos. Dar una zancada y caer encima de la diversidad, entendida como la manera natural por la que el ser humano se manifiesta, pues no somos seres homogéneos, no nos agrada a todos lo mismo, no todos hemos de tener el mismo cuerpo esbelto para triunfar, no a todos nos gusta el sexo heterosexual. Existe un mundo más allá de penes y vaginas, miles de mapas eróticos, uno por cada habitante. Ahora podemos elegir a la pareja que deseamos, pero esta elección está contaminada por tantas horas de historia perversa. Sufrimos porque seguimos sin entender qué es el amor y las distintas maneras en las que podemos relacionarnos. Mientras sigamos pensando que el hombre es un lobo para el hombre, el amor está condenado al ostracismo.

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FB: Assex Sexualidad Educativa  1948194_721502541223745_1360561003_nJosé Alejandro López Noguera, Presidente de la Asociación de Sexualidad Educativa (ASSEX), Psicólogo, Sexólogo y Psicopedagogo. Amante de la educación y la sexualidad a partes iguales.

 

 

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