por Lucrecia Masson
*fotografía de portada: Laurent Benaim
luchadoras en el ring de la hermosura
ali gua gua
El colectivo de danza integrada Liant la Troca1 finaliza su espectáculo Los nadie – who wants my body? invitando al público presente al escenario para así cerrar bailando juntas. Y, como en una manifestación, se repite el cantito: No nos mires, tócanos! En el estado español y en lengua castellana se suele cantar, como típico canto de manifestación: No nos mires, únete. Es esta una invitación a marchar, hace de la protesta algo que invita y convoca aliadas en el camino.
La invitación es ahora al tacto. No basta con el reclamo que busca visibilizar, ni con que nuestras voces como corporalidades disidentes se hagan posibles, sino que es necesario ir por más y también reclamar la posibilidad de ser tocadas. La posibilidad del deseo.
Y si ante la pregunta de si es posible pensar el cuerpo como espacio de disidencia encarnada la respuesta es un sí radical, entonces bien podemos abrir otra pregunta: ¿es posible que este cuerpo sea también un espacio para el placer?
Antonio Centeno es activista de diversidad funcional y lleva a cabo una intensa tarea alrededor de la sexualidad y los cuerpos disidentes2, reflexionando sobre este tema él dice: “Nos han exiliado de nuestro propio cuerpo, tenemos que recuperarlo. Reivindicarlo para el placer es lo más subversivo y transformador que podemos hacer”.
Como gord*s nos sabemos cuerpos exiliados del deseo. Y hay acá otro reclamo urgente: la reconquista de los placeres.
No queremos que nos persigan, ni que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: Lo que queremos es que nos deseen.
Nestor Perlongher
La forma de un cuerpo produce valores y verdades y éstos cristalizan como inobjetable norma de salud, operando de particular manera sobre las corporalidades gordas. Gordo es un cuerpo para la desaparición. Se es gorda para querer dejar de serlo. Las tallas generan verdades y dentro de estas certezas se dirime la posibilidad de existencia o no. El cuerpo gordo se presenta como una amenaza. Amenaza la normalidad pretendida, amenaza a la salud que es posible perder. La amenaza es también quedarse sol*, no ser mirad*, no ser desead*.
La gordura es siempre un estado equivocado del cuerpo. La felicidad y el éxito no se corresponden con los cuerpos gordos. El rechazo se encarna, se te mete en cuerpo. Eres una perdedora y lo sabes. Pero, ¿Y si fuera un lugar también político el de las perdedoras? ¿Y si hubiera en esas carnes que nos dicen erradas la potentísima posibilidad de rechazar los discursos del éxito, de la aceptación, de la superación?
El cuerpo gordo se construye como cuerpo deudor, siempre. Es la falta el elemento que nunca deja de rondar. Falta de voluntad, falta de capacidad para superar ese estado de un cuerpo que excede por todos lados. Falta de autoestima. Falta de libido. Estas faltas son precisamente parte del cuadro clínico de obesidad. ¿Puede el hecho de tener un tamaño mayor al de la pretendida media social provocar falta de libido? ¿qué clase de correspondencia “natural” hay entre el peso corporal y el apetito sexual? Gordo es el cuerpo de la carencia, justamente cuando su defecto es el exceso.
Siguiendo la línea del cuerpo gordo como cuerpo deudor es que se me hace urgente reconocer esa genealogía de la violencia donde nuestros cuerpos se inscriben. Un cuerpo en falta del que, como mínimo, se sospecha no ser del todo un plan satisfactorio, ser siempre la opción menor. De esta misma idea se desprende el hecho del plus que como gord*s nos toca pagar. Una especie de peaje a la construcción normalizante de las bellezas. En este sentido toca demostrar “habilidades” a ver… ¿qué puedes hacer? Porque con tu cuerpo solo no basta. Hay un plus que toca entregar, un tributo a la hegemonía corporal, que debes pagar para que tu cuerpo sea, tal vez y si has logrado superar esos traumas que son solo tuyos, un lugar donde el placer se realiza.
Ahora, ¿cómo podemos pasar a celebrar nuestras identidades, nuestros cuerpos grandes y rebozantes, o viejos, o no sanos, o no correspondientes con el cistema sexo-género, o no funcionales? ¿Es posible celebrar nuestros cuerpos en toda su diversidad y belleza? Sí es posible, lo estamos haciendo, nos estamos encontrando y enunciando, estamos generando nuevos relatos y nuevas representaciones. Otros cuerpos son posibles y el feminismo el campo de cultivo.
Es posible habitar otros lugares, y es posible arrebatar a esa construcción hegemónica de los cuerpos la posibilidad del placer y el goce. Podemos dar un grito de guerra y asaltar ese ente regulador de pieles, medidas y funciones que nos enseña cómo usar adecuadamente el cuerpo y sus partes desde su repugnante normativa blanca, hetero-cis-patriarcal, capacitista y capitalista. Es en esta cruzada donde nos encontramos una serie de cuerpos que no pueden sino aliarse, y ¡cuidado!, juntas podemos ser peligrosas. Los sinuosos relieves de las pieles inadecuadas invitan a iniciar la reconquista de los placeres.
Y el placer puede ser una estrategia, una gran estrategia desplegada en diferentes, sabrosas y excitantes tácticas. Solo por nombrar una de ellas y haciendo un ejercicio de intimidad; encuentro una enorme satisfacción en usar mi fuerza y mi tamaño en mis encuentros sexuales. De repente el imperativo que recae sobre mí y me exige, como atributo de una feminidad correcta y medida, ser delicada y pequeña, se ve absolutamente desobedecido en ese poner las carnes en movimiento. Carnes desbordadas, desbordas de placer ahora. Los dedos se hunden generosamente. Las redondeces friccionan lubricadas por el sudor grasoso. Se aprieta, se empuja, el peso se distribuye y los pliegues invitan al juego. La carne se pone en valor, por fin.
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Lucrecia Masson. Activista feminista. Sudaka y gorda en descolonización. Pasó su infancia entre vacas y cardos rusos, un día dijo que quería ser bailarina y sus padres, que sabían sobre el mundo, le dijeron que el cuerpo no le daba. Más tarde cruzó el charco y ya en las europas se enteró que hasta las personas podían ser ilegales. Actualmente, desde Barcelona y ya con papeles en regla, dialoga y acciona en torno a corporalidades disidentes y afectos, apostando por generar alianzas desviadas y por asumir la tarea colectiva de darnos existencias más posibles y felices.
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