Bailarina

bailarina

Por Josefina Martos Peregrín

-¡Mamá, se ha ido! Me juró que bailaría siempre para mí y se ha ido.

–Bueno, no te apenes, ya se veía gastada.

Sí, con los años la luz de su piel se había apagado, pero en cambio se encendió su alma y ensayando, como un preso en la noche, aprendió a abrir la tapa para salir y explorar los alrededores.

–¡Es que me gustaba! Giraba lentita, pero con tanta gracia… Bailaba mejor que nunca. Ahora la música se siente sola sin nadie que la baile. Y el pedestal redondo, qué soso, con las marcas de sus pies chiquitos.

Verdad que vencer el pegamento que la ataba al redondel de terciopelo fue lo más costoso, aunque a fuerza de ansiar la libertad, tirón tras tirón, a lo largo de los años, consiguió despegar las zapatillas, primero una, luego la otra, hasta andar pasito a paso cuando no la veían.

–Pues tendrás que acostumbrarte, hijo. Además, estaba encorvada, ¡si hasta el tutú se le caía!

Y qué poco llegó a importarle la ropa, si le realzaba la figura o si era la adecuada a su tipo o no. En sus exploraciones secretas descubrió otras cajas, todas cerradas, y otras muñecas, siempre quietas, y se dijo que no valía la pena escapar por allí, por el mundo exterior.

Ya no era tan bonita como al principio, cuando estaba nueva, es verdad, pero me juró amor eterno, fidelidad, obediencia, ¿o no te acuerdas cómo asintió cuando le leí el poema ese de la tapa, el que viene escrito entre guirnaldas de rosas?

No sé, hace tanto tiempo… Me parece que últimamente ya no podía agachar la cabeza, seguro que tenía el mecanismo estropeado. Por eso se habrá perdido, se habrá caído por cualquier rincón.

Esas palabras del poema… Al principio le gustaban, hasta que llegó a entenderlas. Entonces les tomó odio y no quiso acatarlas nunca más. De todos los versos sólo dos le interesaban, sólo dos guardó en la memoria.

–Sí, estaba averiada, seguro, porque a veces se quedaba atascada frente a los espejos, en esa línea que une a uno con otro y había que empujarla para que siguiera. Pero en cuanto me descuidaba, otro atasco, y vuelta a lo mismo.

Lo había espiado cuidadosamente, era cierto: otro mundo se desplegaba al otro lado del espejo, un mundo sólo asequible a viejas bailarinas rebeldes que han decidido escapar.

 

 (Poema entre guirnaldas:

Bailaré.

Cuando levantes la tapa

y comience la música,

bailaré para ti.

 

Como una muñeca leve

esconderé mis dolores,

maquillaré mis heridas

y mi alma

escapará por los espejos.

 

Feliz como si no supiera,

aparentando no enterarme,

alimentada de esencias

y terciopelos rojos.

 

Aunque se acabe la cuerda,

aunque se detengan los engranajes,

aunque me desangre,

bailaré

para ti.)

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JosefinaNacida y crecida en Madrid, reside en Granada. Josefina Martos es una mujer que desarrolla su trabajo artístico en soledad y lucha permanente contra sus propios fantasmas. Ella siempre necesita escribir pero también jugar con imágenes.

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