Escribir un ensayo sobre la desnudez me parece -muy personalmente- innecesario. Es decir, ¿que cuerpo no se ha ya retratado? ¿hay algo que falte por exponer? Como dicen prácticamente todas las personas que alguna vez me he topado en la vida y que se desenvuelven, de una forma u otra, en el ambiente artístico: Ya esta todo fotografiado (y si no está fotografiado está esculpido, dibujado, pintado, escrito o expuesto de diversas maneras). La representación de la desnudez en figuras antropomorfas existe desde la edad de piedra -tanta es la necesidad de exhibir nuestras cuerpas-, según wikipedia (pagina que no dudo en consultar, en favor de dinámicas afectivas cibernéticas confiables), o sea hace más o menos 27000 años (veintisiete mil años!). Entonces ¿ya qué?
Pienso también en el porno, ese de geometrías y volúmenes hegemónicos, industria hiper consumida que genera deseos y formas de vivir la vida -tanto dentro como fuera de la cama-. Ahí sí que podemos ver expuestos cada uno de los agujeros y centímetros de piel que componen nuestro (?) organismo, aunque no debemos olvidar que utiliza un lenguaje limitado, que se ve influenciado, y al mismo tiempo influencia, nuestros deseos, en un circulo vicioso, aburrido y acrítico . Y el porno amateur menos convencional? Ahí ya se observa que ocurren cosas fuera de la normal social; al parecer mientras menos heterosexualizado esté el deseo más posibilidades hay de exhibir aquello que deseamos desde lo animal, sin moral, sin razón (y se encuentran materiales muy cheveres en la web al respecto). Ahí, creo yo, lo interesante es que no representamos, no actuamos como si fuésemos otrxs. Somos nosotrxs haciendo lo que realmente queremos hacer -previo trabajo de deconstrucción, necesario para algunxs, para casi todxs-.
Y teniendo en mente ambas realidades es interesante manipularlas y mezclarlas en diversas proporciones, dejándome afectar por lxs cuerpxs que me han rodeado alguna vez y que se han
visto afectadxs por lx mío y creando una mezcla-mutante entre el personaje y la persona. Sin esta afectación, retroalimentación energética-corporal-espiritual-temporal, la serie de fotografías que acá se exponen no existirían. Hace más o menos 27000 años que nos observamos y reproducimos nuestras figuras en bolas, pero para andar en tetas aún necesitamos sentirnos en un grupo/espacio seguro, aunque sea solo un grupo de dos personas. Lxs cuerpxs expuestos en esta sección se miraron, se tocaron, se olieron, -talvez- se desearon, -talvez- se detestaron con lx fotografx, pero ninguno salió ileso de esa relación, todxs tenemos una marca.
No fue un shot-and-go publicitario -relación fría, jerárquica, tóxica la mayoría de los casos-. No se eligieron los cuerpos de acuerdo a una norma sino por afinidades, en ese sentido no
hubo una selección de unx por parte de otrx sino una mutua selección etérea. El momento no se premeditó y tampoco existía la opción de volver a repetir, no había otro día. Se sintió, se charló, se accionó.
Entonces, más que como objeto fotográfico, prefiero pensar estas imágenes como la condensación explicita de aquellos momentos en que dos cuerpxs afectaron al máximo sus
potencias. Incluso con los autorretratos me siento como dos cuerpxs, me desdoblo como fotógrafx y como accionista, me muevo, me observo, me pienso y permito que mi cuerpx se
afecté por si mismo y por su entorno. Liberar la intuición, volverse algo así como un animal cyborg, con una cámara como prótesis neuro-espiritual.
Y esto se logró porque pudimos crear y mantener dinámicas que usualmente no existen en un sistema de relaciones tan violentas como la heterocapitalista. Sinceridad, intensidad y tiempo; talvez sean tres factores a considerar como relevantes si se desea relaciones sanas, no tóxicas. Sinceridad para con unx mismx, hacer el trabajo de observarse e intentar conectar con los deseos de lx cuerpx y sinceridad para con lx(s) otrx(s), exponerse tal cual se es -o al menos intentarlo-, no pensar que lx otrx es el enemigo, sino más bien aquella persona con la cual debes estar justamente en ese momento. Intensidad, en cuanto a dejarse afectar al máximo si se siente que esto activa las potencias, estar dispuestx a experimentar, jugar. Tiempo, no en lo cuantitativo – concepto tan utilizado y sobrevalorado por el régimen-, sino disfrutar hasta el éxtasis aquel período de máxima compenetración y desapegarse al mismo tiempo de él. Una década, un año, un día o una noche. Luego cada unx continúa su camino, más felices, más plenxs, más sabixs, más amorosxs, más preparadxs para continuar generando relaciones creativas y radicales.
Luego de comprender e intentar poner en práctica estas ideas es muy difícil volver atrás; ya no se desea aquel estereotipo no sustentable de amor/amistad romanticx: posesivx, celosx,
violentx. En cambio, las ganas de compartir lx cuerpx haciendo manada sobrepasan otrx invento capitalista de relación -el instinto gana poco a poco terreno frente a la moral- ya no se piensa en la familia convencional ( o la pareja ) como la única opción para “no quedarse solx” -e incluso esta soledad es deseada como momentos de placer máximo con unx mismx-. Ser nómade, habitar y deshabitar, abrazar y soltar. Poner en práctica todo esto es generar resistencia.
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Viajero Sudaka nace a finales del 2015 durante una experiencia que comienza por Colombia y que, al día de hoy, continua hasta Mexico. Interesado en la fotografía callejera, en retratos y autorretratos de desnudos. Participa, además, en exposiciones y acciones colectivas en Nicaragua para la X Bienal de Arte Centroamericana. En ese mismo país abre un bar disidente en Estelí junto a amigos maricas. Durante los últimos meses del 2016 comienza a escribir poemas-canciones con las que aún no sabe que hará. www.viajerosudaka.tk
o http://viajerosudaka.hotglue.me
“Y los años pasaron sin que todavía pueda darme una explicación de por qué nos encarcelaban, por qué fui expulsada de mi familia, por qué se me negó el acceso a la escuela.” Lohana Berkins
La normalidad nunca tuvo que explicarse. Se presenta como algo natural y obvio, a la vista de todos. La heterosexualidad y el binarismo de género configuran parte importante de esa “normalidad” que el sentido común hegemónico establece, atravesando nuestra subjetividad y nuestras prácticas. Tanta naturalidad construida alrededor de la heterosexualidad ha hecho que por mucho tiempo no haya parecido necesario ni siquiera nombrarla, “Indecible por evidente”, en palabras de Vidarte y Llamas.
Algo que no se nombra se presenta como un tema poco digno de problematizar y por ende de conocer. El velo de normalidad con el que la heterosexualidad se ha cubierto intenta ocultar su condición de construcción para presentarse de modo esencialista, como una realidad desde el principio de los tiempos. De este modo se coloca en un lugar de lo no visible, de lo que no se habla y de lo que no se pregunta.
Afortunadamente, muchxs sujetxs no se han conformado con la supuesta verdad de la heterosexualidad y han planteado interrogantes y propuestas interesantes. Como un aporte en este sentido, Britzman retoma lo que considera el gran acierto de la Teoría Queer: la posibilidad de pensar la “producción de la normalización como problema de la cultura y del pensamiento.” Se trata de poner el foco en aquellos marcos normativos que impiden conocer porque han situado una realidad en los confines de lo ignorado. Aquí es fundamental entender la relación dialéctica que hay entre conocimiento e ignorancia. Lo que se ignora no es lo opuesto a lo que se conoce sino su límite, lo que no se tolera o no hay posibilidad de conocer en los marcos epistemológicos establecidos.
¿Por qué costó y cuesta tanto problematizar la heterosexualidad? Wittig propone pensarla como norma que se impone desde un acuerdo tácito que se hace en la sociedad. Las vinculaciones entre los sexos son las que contienen y dan forma a ese acuerdo. En este sentido, tal como señala Butler, “La categoría de «sexo» es, desde el comienzo, normativa; es lo que Foucault llamó un «ideal regulatorio». (Butler, 2002)
La heterosexualidad puede pensarse entonces como un tipo de contrato social que posibilita un mandato regulador de nuestra sexualidad y subjetividad. Hablamos de un contrato heterosexual que abarca y comprende, como todo contrato social, las practicas, las relaciones, los modos de pensar y vivir1.
El contrato heterosexual ha configurado un sistema moral tradicional en el que las únicas posibilidades son las de ser hombre o mujer, según nuestros genitales, y relacionarnos amorosa y/o sexualmente con el sexo opuesto. Esto determina los límites de lo que se puede y lo que no se puede hacer en la vida social, o peor aún, de qué cuerpos pueden ser y cuáles no pueden ser en esta sociedad. En “Cuerpos que importan”, Butler sostiene que: “En este sentido pues, el «sexo» no sólo funciona como norma, sino que además es parte de una práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna, es decir, cuya fuerza reguladora se manifiesta como una especie de poder productivo, el poder de producir -demarcar, circunscribir, diferenciar- los cuerpos que controla.” (Butler, 2002)
El mismo sistema normativo que controla esos cuerpos es el que los constituye materialmente en el marco de un sexo determinado, es decir, materializa el sexo de cada cuerpo materializando a su vez la diferencia sexual en pos del imperativo heterosexual. Ahora bien, si convenimos en que el cuerpo no es solo la carne que palpamos sino una continua construcción sujeta a las reglas de juego que van marcándose en la vida social, “entonces los límites materiales y simbólicos del “yo” también son producciones sociales y, como tales, objeto de la hegemonía y de las luchas por la transformación” (Morgade y Alonso, 2008). Esto quiere decir que, como en toda estructura social, existen fisuras que desestabilizan las construcciones normativas, subjetividades y prácticas que no han podido “normalizarse” mediante la repetición de la norma. Y son justamente estas subjetividades y estos cuerpos que no se amoldan los que nos permiten pensar en la posibilidad de empezar a deconstruir los marcos normativos que regulan nuestra sexualidad.
2. NAN GOLDIN. Fotografías fuera de los márgenes de la normalidad.
“Hay un mito popular que dice que el fotógrafo es por naturaleza un voyeur, el último en ser invitado a una fiesta. Pero yo no me estoy “colando”, esta es mi fiesta. Esta es mi familia, mi historia” Nan Goldin
Nan Goldin nace en 1953 en el seno de una familia judía de Washington. Luego de escapar de su casa a los catorce años, parte de su vida transcurrió en varios hogares con familias adoptivas de distintas ciudades de Nueva Inglaterra. En 1978 se gradúa en Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston. En 1991 se marcha a Europa para cuidar a su amigo Alf Bold que estaba transitando los últimos momentos de su vida a causa del HIV. Desde entonces viaja desde a Europa a Yale donde es profesora. En el año 2007 recibió el Premio internacional de la fundación Hasselblad por su obra.
Con respecto al trabajo de Nan Goldin, podemos decir que es una fotógrafa que pone su mirada en las complejidades de la experiencia humana, en las distintas circunstancias y momentos que van componiendo una vida. Sus producciones fotográficas son verdaderas narraciones sobre una persona o un grupo de personas, por lo que generalmente se presentan en el formato de Portafolio, es decir, de una serie extensa de fotografías tomadas a lo largo de periodos de vida de una persona allegada, un grupo de amigxs o de ella misma.
“Mis modelos no son modelos, sino mis amigos y admiradores. A mí no me interesa la belleza estereotipada. A mí me interesan las profundidades a las que puedes llegar con alguien. Me interesa mostrar muchos aspectos de una misma persona, su íntima complejidad (por eso nunca expongo sólo una fotografía de cada persona) y persigo la historia de mi gente durante años y años”.2
Junto a las particularidades de una vida, Goldin hace foco en realidades que ponen en jaque los discursos hegemónicos. En el prefacio a su célebre libro de fotografías Balada para la Dependencia Sexual Goldin declara “Las personas y las escenas en mis fotografías son particulares y específicas, pero yo siento que los temas que trato son universales”. Esos temas universales son aquellos que las fronteras de la normalidad han marginado, los que atraviesan a aquellas personas que no se amoldaron a la matriz heterosexista: Gays, travestis, Drag Queens, lesbianas…Cuerpos discriminados y empujados a todos los límites, prohibidos en la escena social, vidas conducidas a los closets y el “underground” de las grandes ciudades.
Fue junto a estos cuerpos y estas vidas que Nan Goldin decidió construir su vida, su hogar y su familia en la vorágine contracultural de Estados Unidos. De este modo, sus fotografías se construyen a modo de un tradicional álbum familiar pero con una familia muy poco tradicional.
“Esta es la historia de una familia recreada, sin los roles tradicionales (…) En mi familia de amigos, existe un deseo hacia la intimidad de la familia de sangre, pero también existe un deseo hacia una historia con un final más abierto (…) Estamos unidos no por sangre ni por origen, sino por una moral similar, la necesidad de vivir plenamente y para el momento, una descreencia en el futuro, un respeto similar por la honestidad, una necesidad de empujar los límites y una historia común.”3
2.1 – DRAGS QUEENS.
“Y ser marica, de por sí, ya es una lucha.”
Vidarte y Llamas
Con quince años Nan Goldin entra a la escuela experimental “Satya Community School” en Boston y entabla amistad con quien fuera su mejor amigo el resto de su vida: David Armstrong. David estaba experimentando construirse como mujer y Goldin se volvió su fotógrafa de cabecera. A comienzos de los años ´70, cuando salen de la escuela, Nan, David y otras Drags Queens deciden convivir juntas. La imposibilidad de salir a la calle o trabajar durante el día los hizo llevar una vida nocturna. Pronto Nan se convirtió en la fotógrafa que narraba la vida sentimental y sexual del bar de enfrente a su casa, que es el que frecuentaban todas las noches. Cámara en mano acompañaba a sus amigxs en sus performances y actividades nocturnas. Ella quería registrar su vida y la de sus amistades desde lo más íntimo por lo que confiesa que la cámara funcionaba en gran parte como su memoria.
Nan Goldin entiende que su trabajo sobre las Drag Queens las toma como un tercer género. “Tengo muchos amigos que viven yendo entre los géneros de ida y vuelta y pienso que hay muchos tipos de género y me he obsesionado con esa idea todo el tiempo. Todo, desde Drag Queens hasta físico- culturistas, es sobre la transformación del ser y el valor de manifestarlo”. 4
Con respecto a los parámetros de la heterosexualidad y el binarismo de género, la fotógrafa tiene una visión crítica. En la introducción a Balada para la Dependencia Sexual dice: “Como niños, estamos programados dentro de las limitaciones de las distinciones de género, los niños son guerreros, y las niñas son lindas y educadas. Pero a medida que crecemos, surge una conciencia propia que entiende al género como una decisión, como algo moldeable. Uno puede jugar con las opciones tradicionales: disfrazarse, deambular en auto, la postura rígida – o jugar en contra de los roles: desplegar la ternura o la dureza para contradecir los estereotipos (…) Más que aceptar la distinción de géneros, el punto es redefinir los géneros.”
Nan goldin eligió registrar sus días en familia desde un punto de vista muy intimista, desde su mirada de compañera, de hermana y de amante de aquellas persona en la que ella encontraba belleza y fuerza. Dice Goldin “y mi trabajo era todo del tipo “homenaje” porque pensaba que era la gente más hermosas que había visto jamás en mi vida”5. Para ella los Drug Queens que retrataba no eran seres exóticos para capturar, siempre estuvieron ahí, retomando palabras de Berkins, no se trata de una cuestión posmodernista, ni de esnobismo: Drag Queens, travestis, gays y lesbianas siempre estuvieron acá, poniendo el cuerpo, aunque la heterosexualidad normativa haya querido ocultarlos.
“Las personas en estas fotos son realmente revolucionarias. Son los verdaderos ganadores
de la batalla del sexo porque se salieron del circulo”. Nan Goldin
En medio del estallido del punk y la emergencia de diversas manifestaciones contraculturales, las noches que habitaba Goldin rompían todas las líneas divisorias de la normalidad: mujer/hombre, privado/ público, personal / político… todo se desdibuja en una cruda instantánea de Nan. Poco le importaba respetar esos límites ni ponerle un rótulo a sus experiencias o las de sus amigxs. Vidarte y Llamas han sostenido que ser gay o lesbiana es romper con toda posibilidad de catalogamiento, no existen moldes ni prototipos de “maricas”. Ser homosexual es algo que no está al alcance de un heterosexual, un concepto al que no podrá arribar. “Ser marica es no cumplir, romper con las expectativas de todo el mundo: no ajustarse a ningún patrón predeterminado, a ninguna esencia ni rasgos definitorios, y mucho menos atribuidos desde el exterior.”(Vidarte y Llamas, 1999)
2.2- COOKIE, GILLES Y GOTSCHO. El amor en tiempos de HIV.
“El glamour de la auto-destrucción había crecido con la muerte real entre nosotros. Pasamos tragos amarguísimos y perdimos muchísimos amigos cercanos. Pero todavía creo en la liberación sexual, todavía creo que el sexo es una afirmación de la vida. Ese deseo de intimidad y conexión es absolutamente positivo y el SIDA no ha destruido esta creencia” Nan Goldin
Cookie Mueller fue una muy querida amiga de Goldin, razón por la cual ella la fotografiaba cotidianamente. Goldin describe a Cookie como una especie de reina y de centro de las fiestas y reuniones “familiares” que compartían. Ambas eran bisexuales, como aclara Nan “realmente lo vivíamos así, y digo no sólo en teoría, sino en el cotidiano.”6 Esto creó un fuerte vínculo entre ellas. Retomando a Adrienne Rich podemos pensar como estas vivencias suponen un acto más con el cual Goldin y su familia le hicieron frente a la heterosexualidad normativa. “La identificación femenina es una fuente de energía, un dínamo potencial del poder femenino, cercenado y contenido por la institución de la heterosexualidad. La negación de la realidad y de la visibilidad a la pasión de la mujer por la mujer y a la elección de una mujer por otra como aliada, como compañera de vida y como comunidad, el forzar tales relaciones al disimulo y a su desintegración bajo intensa presión han significado una perdida incalculable del poder de todas las mujeres para cambiar las relaciones sociales entre los sexos, para liberarnos cada una y las unas a las otras.” (RICH, 1980).
Cookie se enamoró de un artista italiano con el cual se casó, siendo ambos VIH positivos. Finalmente su esposo fallece. Su muerte devastó a Cookie cuya enfermedad ya estaba avanzada y la había dejado sin habla y con problemas al caminar. Cuenta Nan: “Cuando fui a ver a Cookie a Provincetown, después de salir de rehabilitación, había perdido la voz. Su risa y su agudeza verbal habían sido una parte importante de su personalidad. El hecho de que no pudiera hablar, el hecho de que no pudiera andar sin un bastón, era tan devastador que llamaba a cada doctor, gritando de la impotencia que sentía. En ese momento era como una niña pensando que los médicos te ayudarían, y no creía que no hubiera nada que ellos no pudieran hacer.”7
El HIV avanzaba frente a la perplejidad de Goldin y su familia que veían como esa emergente enfermedad se llevaba a sus seres más queridos. Entre ellos, el representante y entrañable amigo de Goldin, Gilles Dusein. “Gilles había enseñado el portfolio de Cookie. Él y su amante, Gotscho, creían que era importante que hiciera lo mismo con él para documentar la vida de Gilles y no se perdiera en el olvido. Yo intentaba conservar a la gente, haciendo que no desaparecieran sin dejar rastro.”8 Fue así que Nan Goldin fotografió a Gilles y Gotscho entre 1992 y 1993. Este trabajo, conocido como Gotscho + Gilles, narra una historia de amor y muestra de cerca los cambios en el cuerpo a partir del HIV. Corona la serie un beso inolvidable que Gotscho da en la frente de su amado en el momento de su muerte.
La pérdida de sus amigxs hizo que Goldin sintiera la necesidad de tomar cartas en el asunto. “Sólo era 1989, después de que Cookie muriera y montar su portfolio -15 fotos hechas a lo largo de 13 años, con un texto sobre nuestra relación-, cuando me di cuenta de que la fotografía no podía mantener a la gente con vida” 9.
En el ´86 Goldin se acerca al artista Avram Finkelstein quien había colaborado en la fundación del colectivo Silence Equals Death, que se convertiría más tarde en ACT UP – AIDS Coalition to Unleash Power (Coalición del sida para desatar el poder)-, que mediante la acción directa intenta instalar socialmente la problemática del HIV. Las acciones de Act Up tuvieron y tienen gran repercusión. “Fui a algunas reuniones y demostraciones, aunque no era un miembro activo de los que iban todas las semanas. Pero la gente del grupo me dijo que en ese momento y a lo largo de los años, yo estaba haciendo emocionalmente lo que ellos estaban haciendo políticamente.” 10
El mismo día que Cookie murió, se inauguró la exposición “Witnesses; Against Our Vanishing” en el Artist Space de Nueva York donde Nan Goldin trabajo en el comisariado artístico. La muestra creó una controversia nacional ya que el gobierno retiró la subvención para la exposición por un texto de David Wojnarowicz en contra de la postura adoptada por el gobierno y la iglesia católica y su silencio en torno al HIV.
Tiempo después Goldin se sumó a Visual AIDS, organización de arte contemporáneo. Con este grupo crearon el lazo rojo, idea del artista Frank Moore.
Además, en 1989, comenzaron con Day With(out) Art que se repite cada 1 de diciembre.
Actualmente Goldin vende parte de su obra a muy bajos precios para recaudar dinero en las organizaciones donde participa en la lucha contra el HIV. Una de sus últimos trabajos fue The Positive Grid en la que abundan fotografías de estilo renacentistas. Que en palabras de Goldin “Muestra a gente que era positiva, viviendo vidas positivas.”
“Mi fotografía, al fin y al cabo, no hizo lo suficiente. No salvó a Cookie. Pero a lo largo de los años, mis fotos, y otra fotografía sobre gente con Sida, ha ayudado. Definitivamente ha servido para dar una imagen más humana a las estadísticas. Necesitamos seguir mostrando imágenes ahí fuera.”11
2.3 – EL SEXO Y DESPUES. Balada para la dependencia sexual.
“Lo que uno sabe emocionalmente y lo que desea sexualmente puede ser salvajemente contradictorio.” Nan Goldin
La balada de la dependencia sexual comenzó presentándose en 1981 como un slideshow en uno de los bares donde Goldin trabajaba como moza. Fue en ese mismo bar donde se habían registrado la mayoría de las imágenes proyectadas, siendo así los mismos protagonistas, espectadores. Las diapositivas de 700 imágenes se proyectaron acompañadas de música Punk, Rock y Blues.
Esta serie fue uno de los primeros trabajos de Goldin en obtener relevancia pública y no tardó en comenzar a exponerse en otros bares, clubs, cafés y salas de cine de Estados Unidos y llegar a Europa. La obra se editó en 1986 en un libro, donde Goldin escribe una introducción memorable. La fotógrafa presenta el libro como un diario íntimo “Mis diarios escritos son privados (…) Mi diario visual es público. Se expande a partir de una base subjetiva con la contribución de otras personas.”12
En este trabajo Goldin dice estar “obsesionada” por la dependencia que existe en torno a la sexualidad ¿Por qué a pesar de que dos personas puedan tener un vínculo destructivo necesitan permanentemente reafirmar su dependencia a través del sexo? En ese sentido plantea que el sexo puede llegar a ser una adicción. Cámara en mano registra a sus amigxs y a ella misma teniendo sexo y las situaciones que se generan una vez que el acto ha sido concluido. Una de las series consiste en fotografías de ella y Brian, su pareja de entonces, teniendo sexo y justo después de tenerlo. Goldin usaba para esto un trípode y un cable disparador. Las fotos no eran armadas, simplemente iba disparando fotografías en distintos momentos. Cuando las vio notó lo significativo que era la distancia que había entre su mirada buscando intimidad y la actitud de Brian, dándole la espalda, fumando ensimismado. Ambos, a entender de Goldin, se ven tristes. Brian fue su pareja desde 1981 a 1984 cuando, a raíz de golpizas que le propinara a Nan, se separarían.
“He enseñado mi propia foto tomada un mes después de haber sido golpeada con la intención de no volver nunca más a aquella situación.”13
3. PARA NO OLVIDAR. Fotografías de una deriva deseante.
“Yo tenía once años cuando mi hermana se suicidó. Fue en 1965, cuando el suicidio adolescente era un tema tabú. Yo estaba muy cerca de mi hermana, y era consciente de las fuerzas que la habían llevado a elegir el suicidio. Vi el papel que la sexualidad y la represión jugaron en su destrucción. En esa época, principios de los sesenta, las mujeres que estaban enojadas y eran sexuales daban miedo; estaban fuera de los márgenes del comportamiento aceptable, fuera de control. A los dieciocho años, mi hermana se dio cuenta de que la única manera de escapar era acostarse en las vías del tren.”14
La pérdida de su hermana, ha atravesado toda la obra de Goldin. Casi podría decirse que es la razón por la que decidió ser fotógrafa. En el 2004 la artista produce una instalación llamada “Hermanas, Santas y Sibilas” en la que proyecta fotografías y videos en la Chapelle de la Salpêtrière, un renombrado hospital psiquiátrico de mujeres de París. Junto a la diseñadora Ryamonde Couvre montaron tres pantallas de cinco metros de ancho en el edificio en las que proyectaron imágenes que narraban la vida de mujeres que habían sido estigmatizadas a través de la historia, algunas conocidas, algunas anónimas. La vida de Santa Bárbara, la de Goldin y la de su hermana, el suicidio, las internaciones para rehabilitación, registros de vidas alejadas del manual de la buena esposa. A raíz de este trabajo Goldin produce su único film “Hermanas, Santas y Sibilas”.
La vida de su hermana Bárbara y la suya estaban muy ligadas: “Entendí que en muchas formas, yo era como mi hermana. Veía la historia repetirse. Su psiquiatra había profetizado que yo terminaría como mi hermana (…) Sabía que era indispensable que me fuera de casa, así que a los 14 años me escape.” 15
Nan Goldin necesitaba recuperar lo perdido, reconstruir ese rostro querido que ya no estaba. Así comenzó a “obsesionarse”, dicho en sus palabras, con registrar su vida y la de las personas que la formaban. Personas que, como ella, habían sido exiliadas de los territorios de la normalidad.
Aquí es interesante retomar lo que Néstor Perlongher plantea: Un lugar especifico, digamos Nueva York, tiene un mapa oficial, tendiente a mantener los límites que el sistema exige para la producción de sujetos normales. Afortunadamente, siempre es posible construir un mapa otro, el mapa de devenires minoritarios – Drag Queens, lesbianas, homosexuales- fruto de procesos de marginalización y minorización. Estos cuerpos recorren y agitan el cuerpo social, poniendo en tela de juicio las fronteras y las identidades creadas por la normalidad. Aquí devenir denota un proceso de deseo, no el de transformarse en otro sino el de aliarse, contagiarse de lo diferente para quebrar los sentidos hegemónicos.
Para conocer esos mapas otros es necesario tener una mirada deseante y activa, una mirada que nos permita ir construyendo otros sentidos a medida que describe los territorios que transita. “La tarea del cartógrafo deseante no consiste en captar para fijar, para anquilosar, para congelar aquello que explora, sino que se dispone a intensificar los propios flujos de vida en los que se envuelve, creando territorios a medida que se los recorre” (Perlongher,1996)
Retomando esta idea, estamos en condiciones de afirmar que Nan Goldin es una “cartógrafa deseante”. Tomó con amor fotografías que registraban y narraban vidas en los bordes -in the Otherside como se llamó uno de sus trabajos-. Vidas cercanas y queridas, conocidas y compartidas, una “diversidad de derivas deseantes” que invitan a creer que otras construcciones son posibles y que los binarismos que separan mujeres de hombres, heterosexuales de homosexuales, ´normales´ de ´anormales´ pueden romperse. Podemos pensar, siguiendo a Perlongher, que “No se trata de una pasión morbosa por lo exótico, ni de algún liberalismo romántico y extremo sino, más bien, de pensar cuál es el interés de esas minorías desde el punto de vista de la mutación de la existencia colectiva” (Perlongher, 1996) La obra de Goldin ha transgredido no sólo lo que la sociedad no soporta ver, sino también un modo academicista de hacer fotografía. En una época en la que la fotografía se esforzaba por lograr la perfección en las imágenes, Goldin sacaba fotos caseras, instantáneas, donde nada estaba montado ni había modelo alguno. Fotos fuera de foco, muy parecidas a un recuerdo. Goldin está muy lejos de la estética fotográfica habitual del documental, sus fotos parecerían no ser las de una fotógrafa. La novedad quizás sea que ella no intenta estetizar sus imágenes, las muestra crudas y tal cual son, muestra la vida en lo más complejo, en las alegrías pero también en las contradicciones y en el sufrimiento. Dice Nan: “El trabajo que siempre ha sido malentendido es el que habla de cierto ámbito de drogas y fiestas y el underground y aunque digo que mi familia sigue siendo marginal y que no queremos ser parte de la sociedad normal, no creo que mi
trabajo sea sobre eso. Creo que siempre ha sido sobre la condición del ser humano, el dolor, la capacidad de sobrevivir y lo difícil que esto es».16
Donde el contrato heterosexual y el binarismo de género expandieron su manto de invisibilidad, Nan Goldin centró su mirada para acariciar a aquellxs que escogió como su familia. Se construyó y reconstruyó en sus fotografías como quien escribe un diario intimo. Eligió narrarnos la vida de sus seres queridos en sus complejidades y profundidades y no sólo en las situaciones típicas de posar para una foto. Sus registros captaban todo, amores, desamores, encuentros, deseos, alegrías, tristezas, despedidas, muertes. Nada de ediciones ni de montajes, se trata de personas tal cual se presentan en distintos momentos de su vida. “Necesitamos seguir mostrando imágenes ahí fuera. Pero no aquellas que están manipuladas digitalmente como ahora hace la mayoría (…) Necesitamos realidad en vez de la mierda de creíble ficción que está tan de moda.” 17
¿Puede la fotografía vencer al olvido? Nan Goldin apostó a intentarlo, porque quizás sea esa la mejor promesa del arte. Ella ha repetido en varias ocasiones que la idea de olvidar la obsesiona, por eso su cámara es el bastón de su memoria.
“Durante años, estuve obsesionada con el registro diario de mi vida. Actualmente me he dado cuenta que mi obsesión tiene raíces más profundas: realmente no recuerdo a mi hermana. (…) Recuerdo mi versión de ella, de las cosas que ella decía, de las cosas que ella me decía. Pero no recuerdo el sentimiento tangible de quien era ella, se presencia, su mirada, su voz. Nunca voy a aceptar la versión de otra persona con respecto a mi historia. Nunca más voy a volver a perder el recuerdo de alguien.” 18
Barbara with a mask, 1953
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CITAS:
1 WITTIG, Monique (1987). “A propósito del contrato social” (o “El contrato heterosexual”), traducción al castellano: el bollo loco.
2 Nan Godin, citado en GUTIÉRREZ , María Laura (2008), _ Crítica de la Estética Androcéntrica. Arte y Feminismo en la cultura contemporánea.
3 GOLDIN, N. La balada de la dependencia sexual. Nueva York, Ediciones Aperture, 1999.
4 Nan Goldin en Contacts Vol.2 de Fotografía Contemporánea. Subtitulado por Cristóbal Barrientos en https://www.youtube.com/watch?v=o9mwoFy0r0c
5 Nan Goldin en Contacts Vol.2 de Fotografía Contemporánea. Subtitulado por Cristóbal Barrientos en https://www.youtube.com/watch?v=o9mwoFy0r0c
6 Nan Goldin en Contacts Vol.2 de Fotografía Contemporánea. Subtitulado por Cristóbal Barrientos en https://www.youtube.com/watch?v=o9mwoFy0r0c
7 Nan Goldin en http://sientateyobserva.com/2010/12/01/nan-goldin-habla-sobre-cookie-mueller/
Cookie murió en 1989, tras ser fotografiada por su amiga durante 13 años. Esas fotografías forman parte del Portfolio Cookie Mueller 1976-1990.
8 Nan Goldin en http://sientateyobserva.com/2010/12/01/nan-goldin-habla-sobre-cookie-mueller/
9 y 10 Nan Goldin en http://sientateyobserva.com/2010/12/01/nan-goldin-habla-sobre-cookie-mueller/
11Nan Goldin en http://sientateyobserva.com/2010/12/01/nan-goldin-habla-sobre-cookie-mueller/
12 GOLDIN, N. La balada de la dependencia sexual. Nueva York, Ediciones Aperture, 1999.
13 Nan Goldin‖, en http://www.librodenotas.com.
14 y 15 GOLDIN, N. La balada de la dependencia sexual. Nueva York, Ediciones Aperture, 1999.
16 Nan Goldin en Contacts Vol.2 de Fotografía Contemporánea. Subtitulado por Cristóbal Barrientos en https://www.youtube.com/watch?v=o9mwoFy0r0c
17 Nan Goldin en http://sientateyobserva.com/2010/12/01/nan-goldin-habla-sobre-cookie-mueller/
18 GOLDIN, N. La balada de la dependencia sexual. Nueva York, Ediciones Aperture, 1999.
BIBLIOGRAFIA
BERKINS, Lohana (2012). “Las travestis siempre estuvimos aquí” (Suplemento Soy, 11/5/12): http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-2444-2012-05-1.html.
BRITZMAN, Deborah (2002). “La pedagogía transgresora y sus extrañas técnicas” en R. Mérida Jiménez (Ed.), Sexualidades Transgresoras. Una antología de estudios queer. (pp. 229-257). Barcelona, Ed. Icaria.
Butler, Judith (2002). “Prefacio” e “Introducción” en Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires, Paidós.
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Natalia Navia: Nacida y criada en la Patagonia Argentina. Licenciada en Sociología (Universidad Nacional de Cuyo). Especialista en Educación y Estudios Interculturales, Géneros y Sexualidades (Universidad Nacional del Comahue). Miembra de la Colectiva Vulvalsur (colectivavulvalsur.wordpress.com).
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***El presente escrito fue presentado como trabajo final en el Seminario “Corpo-política, heteronormatividad educativa y sus desplazamientos críticos” a cargo del Dr. Juan E. Péchin, en el año 2014.
Este es el registro de la performance ritual, realizada durante las jornadas Arepabollo 2016 en Zaragoza, España.
105 mujeres asesinadas en el español, según los informes de feminicidio.net. En México, 7 mujeres son asecinadas cada día, según investigaciones de Amnistía. 63 de cada 100 mujeres mexicanas de 15 años y más, ha experimentado al menos un acto de violencia de cualquier tipo, ya sea violencia emocional, física, sexual, económica, patrimonial, y discriminación laboral, según datos del INEGI.
Porque la violencia patriarcal y las agresiones machistas de cada día no son números de estadísticas, nos duele y nos llena de rabia porque nos faltan nombres, porque nos han arrancado vidas, porque nos quieren borrar la historia, porque si tocan a una nos joden a todas y ante eso respondemos! En un mundo que se encarga de dejarnos claro que nos quiere muertas, la ternura radical y los sortilegios colectivos son necesarios, para sanar-nos juntas, para organizar nuestra rabia y defender nuestra alegría, para gritar cuantas veces sea necesario que: vivas nos queremos!!!
Alejandra Rodríguez a.k.a. La Bala Rodríguez (La Paz, BCS, 1986), La Bala, es una performer activista gorda mexicana que centra su producción en el registro fotográfico y audiovisual de sus intervenciones tanto en espacio público como en centros de arte y las difunde a través de las redes sociales Facebook y Tumbrl como una forma de retar a la censura de los sistemas de vigilancia y autovigilancia que estas mismas redes suponen, así como producir contra-ofensivas visuales de las representaciones corporales/sexuales/étnico-raciales normativas.
Hacerse feminista no es un proceso lineal. Pasa que un día te autoadscribes, o dudas, o te intrigas. Este llegar a ser, no tiene punto de arribo, sólo retornos múltiples, preguntas. Tampoco hay una sola forma de serlo, ahí de nuevo nos dispersamos, incluso nos enfrentamos, para que después y pese a todo, podamos coincidir.
El ir y venir es constante, la esfera de lo teórico, que a veces es privilegio de unas cuantas, se trastoca constantemente con el activismo; pero tanto el debate como la lucha pública, se vuelven espuma en nuestras interacciones cotidianas, en la vivencia íntima frente al espejo, frente a la cama destendida y la preparación de los alimentos. Se convierten así en bruma cálida, pero también en recordatorios incómodos cuando reflexionamos sobre la construcción de nuestros afectos.
Hablamos entonces de una ética feminista, de sororidad, nombramos claves, desplegamos un discurso que ya es nuestro: violencia de género, estereotipos, amor romántico, heteronorma, patriarcado. Pero ¿qué hacemos cuando no tenemos eco?, ¿qué hacer cuando nuestros afectos primeros, esos, los de las familias, nos desconocen y nos hacen polvo?
Necesitamos entonces, no sólo de una habitación propia para escribir, como ya reclamaba Woolf, sino de una red de interlocutoras con las que compartir, con las que escuchar, llorarse y desnudarse. ¡Qué distinta hubiera sido mi vida, si a los tres años, si a los ocho, si a los trece, si a los veinte, hubiera tenido una amiga feminista! En esos mis momentos claves, cuando experimenté con mayor intensidad el tremendo y absurdo costo de mi condición de género, ¡cuánto las extrañé!
Sin embargo, las opresiones no se viven en resignación, buscamos con lo que hay al alcance, intentamos, intuimos también que el mundo podría ser distinto y que nuestros afectos no tendrían por qué convertirse en afectaciones, en cruces que cargar, en sepulturas. Las mujeres también aprendimos a buscarnos, a leernos, a alejarnos de falsos profetas.
Los mandatos siguen ahí, la búsqueda del amor verdadero, la maternidad como la cúspide de nuestra realización, la vivencia de pareja y de madre como los únicos afectos a los que les debemos luchas y renuncias. El listado es denso y se sofistica en cada relación, en la interacción social más inocente, en el enunciado, en la forma de ver y verse, de percibirse, de percibir y ser percibidas. En esa red de significados y prácticas, nuestras afectividades se convierten en una incomprendida medusa.
En las relaciones no eróticas, la angustiante rivalidad femenina; en las relaciones eróticas, el manual preestablecido de celos, apropiación y exilio; en las familiares, las huellas de la icónica familia patriarcal mexicana, la de la guadalupana y los quince años. Sucede entonces que, de cuando en cuando, y pese a nuestro trayecto como feministas, la medusa nos mira de frente y nos vuelve la réplica pétrea de siglos que sostuvieron que amar era eso, entregar, renunciar, aceptar, sollozar, anhelar, extrañar, expropiar, olvidar, obedecer.
Una y otra vez me redescubro a mí y a mis compañeras de viaje volcando nuestra solidaridad en ese otrx que, por causa y efecto del “amor de pareja”, nos puede obligar a acompañar y a comprender a pesar de una misma, a decir sí. Sacrificios, vestidos blancos y chambritas, son las huellas de un modo de amar “tan nuestro”, tan anclado en el imaginario de la buena mujer mexicana, que, a pesar de nuestras diferencias de clase y etnia, también forman parte de lo que somos.
A mediodía, una de nuestras sombras también es eso, Novia mía, la Chorreada, la Chachita sin sus trenzas. Las trampas son múltiples, pero sin duda relacionarse erótica y afectivamente con los hombres, suele ser una cuesta arriba. Los privilegios masculinos pueden negociarse, pero están ahí como la opción silenciada y permanente de nuestros compañeros. La profundidad de la relación opresor y oprimido es contundente, a pesar de que otras dimensiones de privilegio y desventaja se entrecrucen, la diferencia de género es un asunto que implica un campo de batalla. Si a esto le sumamos las honduras del amor romántico, topamos con pared, cómo hacer pareja a partir de este disparate, y si nos declaramos poliamorosas, ¿cómo serlo sin que el fantasma de la exclusividad sexual se convierta en la graciosa lápida en la que te vuelves espía y prisionera?
En el camino, hay de todo. Encontramos compañeros que, apelando a la libertad sexual, hacen de esta reflexión profunda, un medio para ejercer nuevamente un privilegio que dicta que, entre más mujeres en la biografía sexual, mejor. ¿Cómo equilibramos, cuando ni la cama se salva del patriarcado, del culto al falo y de la mecánica falsa del te chupo, me chupas, me penetras, orgasmo?
Tenemos la opción de relacionarnos sólo con aquellos que se declaren feministas o con los que parezcan serlo, aunque en el camino las contradicciones los delaten. También está la opción de ser la evangelizadora feminista, “hay que tenerle paciencia a los vatos”, me decía una compañera en el DF. ¿Y si no tengo, y si ser paciente con su proceso es de nuevo tolerar y darles chance en nombre del amor? ¿Cómo hacer si también tenemos a los dictadores benevolentes, a los que se les celebra que laven los platos y cuiden a sus hijos?
Podemos renegarnos, decir que no, afirmar que ni siquiera somos heterosexuales para andar rindiendo culto a cualquier macho. Sin embargo, las relaciones afectivas y eróticas entre mujeres tampoco se salvan, el amor romántico también despliega sus amarras, ahorca. La peor de sus caras, el silencio, el dar por sentados acuerdos que necesitan negociarse, asumir que estamos fuera de la heteronorma, es olvidar que es ésta la que condiciona el escondite. Celebramos como signo de amor la simple aceptación de una preferencia sexual descalificada y ni modos, qué más se puede demandar, en un país donde lesbianas y bisexuales nos seguimos silenciando casándonos de blanco con algún príncipe maltrecho o donde nos siguen silenciando a base de violación y mortaja.
No está fácil, necesitamos separar una a una las serpientes de nuestra medusa para descifrar los hechizos. Visibilizar el patriarcado es una de las tareas de los movimientos feministas que se convierte en broma fácil para quienes creen que ridiculizarnos es inofensivo, pero el chiste es otra de sus caras, nos atraviesa. El patriarcado se encarna en nuestra afectividad primigenia, la que sentimos por nosotras, la de las guerras más cruentas. Podemos pasar años ignorándonos, enajenadas, furibundas por lo que nos falta o sobra para merecer ser amadas. No podemos crecer y envejecer sin los calificativos, sin las recetas para disimularlo. La vara siempre es la más alta, pasa por el cuerpo y lo devasta calificando nuestros modos. Recuerdo que, en todos los anuarios escolares, niños y niñas me aconsejaban “controla tu carácter”. Nunca me quedó claro lo que querían decir, qué es lo que tenía que “controlar”, ¿hablaba mucho?, ¿me enojaba demasiado?, ¿qué dirían mis anuarios, si hubiera sido niño?, ¿sería mi ímpetu, carcajada y arrojo interpretado como chingón?
Sin embargo, la vena patriarcal nos parte del ombligo y se extiende por doquier. Se hace presente cuando esperamos que un hombre nos cargue el garrafón, cuando dependemos de la “bondad de los extraños”. Se aloja en esa sutil condescendencia que aceptamos como diminutos privilegios de la “caballerosidad masculina”, en el “chicas gratis”, en el “mujeres y niños primero”. Esa es su cara amable, la que nos sitúa como sujetos que se privilegian de su vulnerabilidad, que requieren de protección y apoyo. La cara cruda, el asesinato, el abuso sexual, el golpe, el chantaje, la culpa, las preguntas. Eso, las preguntas, en la calle ¿a dónde tan solita?, en la casa ¿y el novio?, en el trabajo ¿tienes hijos?, en la escuela ¿piensas tenerlos?
Total, que los ojos de la medusa, los traemos puestos. Amar-se desde otros puntos de referencia no puede ignorar estas estructuras, amor romántico, heteronorma, patriarcado: patrioskas. Pero no sólo eso, resulta que en nuestros afectos también reproducimos las relaciones coloniales y los saqueos y acumulaciones capitalistas, otros culebrones, otros ojos turbios. Illouz nos advierte de la pasividad individualista a la que nos arroja atomizarnos en pareja, en esa burbuja que ordena la existencia, las formas de dormir y despertar. Nuestras afectividades se limitan así, a las redes de amigxs y familiares, en esferas cada vez más diminutas y superficiales, donde se pasan de largo estos temas para evitar confrontaciones, espacios afectivos donde siempre “controlamos nuestro carácter” y evitamos los asuntos incómodos.
Ante este escenario, multiplicar nuestros afectos, desacralizarlos y exorcizarlos es por principio una subversión anticapitalista. En esto, la ruta feminista por supuesto que es crucial. Conectarse y sentipensar en los códigos de Fals Borda, en los de Cusicanqui y de las ecofeministas, puede alejar a nuestra Medusa del discurso y práctica del Poseidón. Podemos relacionarnos de otro modo con lo todo que nos rodea y no sólo con nuestras constelaciones inmediatas. Nuestra cuerpa, Medusa y sueño pueden transmutar así en una geografía planetaria y cósmica.
Nadamás que es complicado y no sólo por esas patrioskas que de pronto se revelan infinitas, sino porque conectarse con otras luchas y latitudes es también doloroso y tremendo. Sucede que entonces te importa la desgracia del rastro y del monocultivo; de la selva hecha potrero y de las gallinas vueltas fábrica; de la mina y de la maquila; de las lenguas que se mueren y de los territorios que se hacen franquicia. Entonces buscas pañales de tela y copas menstruales, te peleas con el unicel y renuncias al automóvil. Aprendes a revisar tus propios privilegios, los de alfabetizada y/o mestiza, reconoces los efectos de tu huella y pasa que tus afectos comienzan a revolucionarse. Tu cuerpo se extiende, tu garganta se multiplica, tu práctica amorosa, tus afectos y sus efectos se hacen política internacional e íntima.
Hacerse feminista te ofrece pistas, no recetas, ni productos milagro, me despliego, nos desplegamos. Hacernos las preguntas incómodas es necesario. Construir nuestros cariños desde esos cuestionamientos no es ni miel, ni hojuela, pero puede devolvernos el sentido de estar acompañadas en el sueño y la lucha por transformar las circunstancias que compartimos.
Bibliografía
Fals Borda, Orlando. (2009). Una sociología sentipensante para América Latina. Bogotá: CLACSO.
Illouz, Eva. (2009). El consumo de la utopía romántica: El amor y las contradicciones culturales del capitalismo. Buenos Aires: Katz Editores.
Woolf, Virginia. (2008). Una habitación propia. Barcelona: Seix Barral.
Rivera Cusicanqui, Silvia. (2014). Hambre de Huelga. Ch’xinakax Utxiwa y otros textos. Querétaro: Mirada Salvaje.
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Aitza Miroslava. Estudié en un programa de doctorado en Antropología de lS salud de la UNAM. Hice una maestría en Antropología Social y la licenciatura en Ciencias Políticas. Oaxaqueña, amo recorrer esa geografía y disfruto crear y soñar desde esa latitud. Hace unos años, junto con unas compañeras, iniciamos la Colectiva Investigación y Diálogo para la Autogestión Social (IDAS) que trabaja talleres y proyectos encaminados a visibilizar y erradicar las diferentes caras de la discriminación social, desde una mirada crítica y autoreflexiva. Buscamos hacer de la autogestión una opción política para conectarnos con las realidades sociales y las geografías en las que se ubican nuestros quehaceres y afectos cotidianos.
Hubo miradas de complicidad y reconocimiento de cuerpxs que viven acompañadxs por la soledad. Ella se quedó. Allí estábamos cuerpxs negrxs que bailan, twerkeaan divinamente en la frontera. Lugar difícil. Un lugar poco habitado con confortabilidad. Nuestrxs-cuerpxs liminales son lugares por donde muchxs cuerpxs-subjetividades blancan “pasan”, con pass-(h)abilidad. Dejan rastros y marcas. Pocxs se detienen co-habitar esta frontera con nosotrxs. Pocxs se atreven a quedarse por instantes, detenidxs, juntxs, en compañía en este lugar. La euforia cis-blanca, se lo impide, es esa emoción de complacencia con el cuerpo y los mandatos asignados. Esa sonrisa constante de aceptación y de miedo a quedarse en esta(s) frontera (s) delgada y frágil como cola de pantera.
Hablamos de nuestrxs cuerpxs, generificados y racializadxs. “No quiero ser un hombre negro”, le dije. Sé lo que implica ser una mujer negra y no quiero serlo”, me dijo. Vivimos en los extremos, pero no en los extremos de la comodidad binaria. Nos preguntamos cómo generamos afectos situadxs en estxs cuerpos ¿cómo cuerpxs blancos cis se relacionan con nosotrxs cuerpxs negrxs disidentes no diversxs funcionales? ¿Cómo cuerpxs disidentes, no normativxs, racializadxs o no, se relacionan con nosotrxs? ¿Cómo tejemos redes afectivas cuando los deseos blancos-coloniales ero-exotizan nuestros cuerpxs? La náusea: “Cuando se me quiere, se me dice que es a pesar de mi color. Cuando se me odia, se añade que no es por mi color… Aquí o allí soy prisioneirx.” recordamos a nuestro amigo Fanon y decidimos hablar desde nuestras subjetividades negras sobre las micro-politicas-afectivas del rechazo, sobre esas vinculaciones sexoafectivas que nos marcaron y que hicieron que dejemos marcas en otros afectos.
No estamos hablando desde el lugar de la autoridad epistémicas de las emociones. Simplemente abrimos nuestras heridas inscritas en la piel y debajo de ella. Chocamos con la parte sumergida del iceberg, con secretos sumergidos en nuestra memoria compartida. Nuestra memoria en retazos, nuestra memoria afectiva. Esto son retazos de conversaciones afroafectivas. De espacios entre negrxs, de escucha y sanación ante las micropolíticas del rechazo. También es un ejercicio de exposición de nuestras vivencias maltrechas.
Compartir el poder de los sentimientos con lxs demás no es lo mismo que emplear los
sentimientos ajenos como si fueran un pañuelo de usar y tirar. (…). Antes de utilizar los
sentimientos eróticos es necesario reconocerlos. Audre Lorde. Usos de lo erótico: lo erótico
como poder
Get into trouble,
get into trouble,
get into trouble with me love…
ABRA- Pull up
Hay que meterse/involucrarse/acceder afectarse con la fragilidad de estos cuerpxs aunque esté camuflada, protegida por la fuerza y saberes ancestrales. Activamos micropoliticas afectivas de supervivencia frente al Estado, a instituciones y aplicaciones del neoliberalismo afectivo 2.0
“Te admiro. Siento no poder corresponderte.”
zonificación de los afectos. Separación del amor-deseo. Friend-zone. El apartheid emocional. Lugar de condescendencia afectiva. La blanquitud me imposibilita acceso y gozo a/de los afectos. La blanquitud: macro burbuja de construcción de los deseos para los cuerpxs blancxs y de ero-exotización de los cuerpos negrxs/racializadas. Las micropolíticas del rechazo nos quitan el poder, la fuerza. Las micropolíticas del rechazo nos engloba en una esfera que nos convierte en el fetiche hiper-erotizadx o la medalla de honor de lxs progres blancxs que anhelan un cuerpo negrx/ etnoracializado/»de color » en su cama, como proyecto «político» o como puntaje en su trayectoria de activismo de lo políticamente correcto, para ganarse el cielo de la izquierda blanca.
Le dije: Creo que la atmósfera sexoafectiva no debe restringirse a un solo cuerpo-espacio. inmediatamente ha venido el rechazo. Siento el miedo de la gente, como si yo no sintiera miedo al manifestar afectos, atracción. La fácil salida de decir: «es que es muy difícil para mí», como si yo estuviera en la cresta de la ola de la revolución sexoafectiva y no esté igual dando pasos torpes para encontrar tranquilidad-afectos. Parece utopía, pero créeme, cada vez más siento los golpes de la normatividad: hetero-homo-trans-queer monogámica exclusivista o poliamorosamente blanca, separatista de afectos-amor-deseo. En la economía afectiva siempre quedamos con menos, aunque siempre estamos poniendo energías en la cadena productiva de afectos, producimos plusvalía y somos expropiadas de esta producción. Es la dinámica esclavista-colonial. La plantocracia afectiva mantiene vivo el capitalismo afectivo blanco. Incluso la acción de escribir este texto afectivamente entre dos cuerpxs negrsx forma parte de un trabajo -no remunerado, ni reconocido-que implica, gestión emocional y de los afectos en nuestras relaciones con cuerpx blancxs y racializadxs, normativos y/o disidentes.
“– pero tú eres palmitera, por eso estás sola”
Para degustar el palmito, el corazón blanco de la palma, hay que destrozar el cuerpo de la planta. Matar y extraer el corazón blanco. El deseo está allí en el palmito. El palmito es retirado por manos esclavizadas, el palmito es caro, es muy deseado.
“Palmitagem” es un término en boga en Brasil y designa el acto/opción/vicio/deseo de personas negras en relacionarse sexoafectivamente con o solamente personas blancas. Colonización de nuestrxs deseos.
-Tengo pareja. Es blanca. -Me dijo. Hablar de tu pareja blanca es violento. Es lanzarme a la supremacía blanca y a la hegemonía de los deseos, y no darme un lugar. Es plantear que no exista otro lugar fuera del deseo de la blanquitud. Es nadar en la hegemonía, en las cómodas aguas blancas con el privilegio de ser amadx y deseadx.
La crítica es obviamente válida y cuestiona la manera racializada y racista que nuestros sentimientos son construidos, re-producidos y vividos. Pero es también un término usado para juzgar, monitorear nuestros cuerpxs y para culpabilizar el/la individux racializadx y decir: “tus deseos no son tuyos”. Tus deseos son como los procesos coloniales de extractivismo hecho cuerpx: extraigo la planta, fragmento, consigo lo que “me genera placer”.
¿habilitamos/desabilitamos nuestros deseos hacia las personas blancas?¿En qué medida esto es efectivo y de qué manera no somos castradxs al decidir no relacionamos sexo-afectivamente con personas blancxs? ¿Cómo juegan y cuáles son los efectos entre la soledad impuesta a nuestros cuerpxs y mentes, el deseo colonial y el rechazo constante? ¿Qué pensar/sentir cuando somos el cuerpx del deseo de una persona y luego somos cuerpxs sustituidxs/sustituibles por gente blanca? ¿Cómo sentirnos cuando somos la primera relación sexo-afectiva negrx/racializada de una persona blanca, y ellxs argumentan que “tienen que hacer un esfuerzo por desconstruirse” para estar con nosotras? ¿Cuánto trabajo emocional implica esto para nosotrxs? ¿Acaso eso que no implica un doble esfuerzo, gestionar sus procesos y los nuestrxs? ¿Cómo traducir los deseos desde personas blancas que vienen cargados de eroexotización?
“Tengo que traducir
mis propios temores
Mediar
mis propias debilidades.
Tengo de ser la puente a ningún lado
más que a mi verdadero ser.
Y después seré útil”.
Kate Rushin
En el heterocapitalismo neoliberal de la supremacía blanca, los afectos son distribuidos como todas las mercancías…
Ya no me convencen las lágrimas.
Este texto te afecta, me afecta. Es reparación afectiva. Redistribución del dolor y redistribución de las lágrimas. No “poseemos el privilegio de la tranquilidad”, me dijo un amigo negro mientras intentábamos juntar dinero para comprar algo de comida. La tranquilidad está desigualmente distribuida. La persona blanca poseedora de estabilidad financiera-económica lleva inmediatamente a gozar de cierta estabilidad emocional, esta persona muchas veces es la única disponible para escucharnos, ofrecernos cariño, prestarnos dinero -que no sabemos si lograremos devolver-, ofrecer un espacio para dormir, cocinar para nosotras, más aún si hay afecto compartido y nosotrxs estamos/vivimos en condiciones de precariedad, en la diáspora negra constante, sin empleo, sin beca de estudios, sin herencia. Esto no es victimismo negro, cariño, es dejar en evidencia los privilegios de las personas blancas con quien compartimos afectos. Acá se espesa el chocolate, diría mi madre: Es (in)justamente una persona blanca la que muchas veces ofrece condiciones materiales, emocionales. ¿Y que pasa por nuestrxs cuerpxs cuando nuestrxs “amores” y afectos blancos privilegiados financeramente, académicxs, con pasabilidad green card-Schengen, no nos ofrece ayuda porque somos negrxs fuertes y “empoderadxs”, como sobreviventes? ¿Hasta cuándo durarán estas fuerzas? ¿Que implica emocionalmente tener tanta fuerza?
La disección de nuestros cuerpxs
“No quiero teorizar. Que hablen nuestros deseos.”
Lo erótico es un espacio entre la incipiente conciencia del propio ser y el caos de los sentimientos más fuertes. Es una sensación de satisfacción interior que siempre aspiramos a recuperar una vez que la hemos experimentado. Puesto que habiendo vivido la plenitud de unos sentimientos tan profundos y habiendo experimentado su poder, por honestidad y respeto a nosotras mismas, ya no podemos exigirnos menos. Audre Lorde. Usos de lo erótico: lo erótico como poder
Quitar lo erótico de nuestrxs cuerpxs es animalizarnos/ hiper erotizar nuestros cuerpxs, “bestializar nuestrxs deseos”, es animalizarnos. Esto es racismo/especismo. ¿Que pasa cuando separan nuestro cuerpo de nuestras cabezas? Cuando nos quieren solamente para sexo o cuando nos quieren como la cereza negra del pastel?¿Qué pensar/sentir cuando valoran nuestros pensamientos pero “no somos lo suficientemente atractivxs” para generar deseos? ¿Cómo relacionarnos para sentir placer mutuo sin que en algún momento seamos bestializadxs? Queremos compartir nuestrxs cuerpxs, nuestras texturas, cosas preciosas, tan preciosas como nuestros deseos: nuestros pensamientos, ideas, miedos, vulnerabilidades. Si reflexionamos sobre lo que sentimos/vivimos con nuestros afectos negrxs nos rechazan, por “blanqueadxs”, o porque somos demasiado “sensibles”, “inteligentes”, o por poco atractivas, o todas las anteriores. Cuando lo compartimos con personas blancas hay cortocircuito y poca interlocución. Siempre tenemos que demostrar que pensamos, que sentimos que no solo somos cuerpx. O siempre tenemos que demostrar que somos cuerpxs deseables, que no solo pensamos, criticamos. Siempre vivimos el vaiven de las olas para aprender a relacionarnos con otrxs cuerpxs. Siempre estamos en esta encrucijadas afectivas bastante caudalosas, nadando con las energías de Oxum.
Nosotrxs no creamos significados tanto cuanto los reproducimos.
Sharon P. Holland
Escribimos desde la constatación de que la ilógica racista todavía habita nuestros corazones/cuerpxs/deseos. Nosotras también rechazamos afectos-sexo, incluso aquellas provenientes de cuerpxs racializadxs. Este encuentro afroafectivo generó entre tantos afectos, este texto, es una energía potente que desestabiliza esta ilógica y que nos lleva a sumergirnos en la arquitectura de nuestros deseos manchados, despigmentados, pigmentados, mezclados.
¿Puede el sentir/pensar los ‘deseos’ ser una práctica antirracista? Creemos que sí, y que estas conversaciones sobre nuestras vidas eróticas y (nuestras) prácticas racistas sean un ejercicio y un camino para nadar y disfrutar(nos) (en) las aguas de la madre Oxum.
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Dibujo Yos Piña Narváez (@erchxs)
Coloración: Oscar Hernández @SrPeek
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Jess Oliveira negra en diáspora, disidente sexual y de genero, investigadora, traductora, crítica literária, DJ, estudante de árabe y perreadora.Traduce actualmente a la poeta afro-alemana May Ayim para el idioma brasileña y ha traducido textos de Grada Kilomba y June Jordan.
Yos Piña Narváez (erchxs) Migrante-nomádicx en proceso vivo de descolonización. Intensamente negrx. Sociólogx-activista- (de)formadx en Universidad Central de Venezuela (UCV) // Máster en Sociología de la(s) Ciencia(s) en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Máster en estudios críticos en el Programa de Estudios Independientes (P.E.I 2014-2015) Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) Dibujante compulsivx de garabatos. Asmáticx y scritxr noctámbulx. https://www.behance.net/TrashG
[o cómo los gueis (sobre)vivimos en los márgenes agropecuarios]
por Norman Monroy
Cuando mi papá se enteró de que en la escuela me juntaba con puras niñas me puso la madriza de mi vida. Con el lazo de la vaca, la banda del tractor o la cadena del corral, no recuerdo qué encontró primero. Después de ese episodio, a mis escasos ocho años de edad, me prohibió cualquier forma de mariconería. Me dijo que me alejara también de mi amiguito Enrique, al que siempre le hacían el feo por ser afeminado; seguramente también le dijeron que nos tomábamos de la mano de camino a casa, al salir de la primaria. Desde entonces, esa forma tan tajante de violentar mi derecho a expresar mis afectos y a elegir mis relaciones anunció un alto a mis inocentes atentados en contra de su masculinidad.
Mi padre implementó un complejo dispositivo para hacerme “hombrecito”, a mí, su único hijo varón, que era tan delicado, sensible y… maricón. Entre otras cosas, me obligaban a montar a caballo hasta que mis piernas ya no podían más, hacer trabajos pesados como sacar una tras otra carretillada de estiércol de los corrales de los borregos, sacar la piedra de la milpa, llevar a cuestas las pesadas pacas de alfalfa mojada y, como estrategia principal, me metió al equipo de futbol de niños. Especialmente lo último fue un grave error táctico, pues cada una de esas tardes en la cancha de soccer forjaron mi marica pueblerina.
Recuerdo que era un agasajo ver las nalgas a mis amiguitos con sus shorts cortos, imaginar qué había debajo de esas trusas desgastadas que se les asomaban. Disfrutaba verlos sin playeras, con ese fino pelaje en las axilas y debajo del ombligo que tanto me llamaban la atención. Todas las tardes procuraba dar buenos pases a gol para que, en su festejo, me abrazaran y pudiera sentir sus cálidos y menudos cuerpos mojando de sudor el mío. También estaba al pendiente de cuándo iban a orinar, para acompañarlos, venos los penes y jugar espadazos. Tal vez lo que más me gustaba era ser del equipo perdedor para ser castigado con “fila india” y que, al pasar, el resto de los niños me lanzaran nalgadas mientras corría (en mi caso trataba de hacerlo lo más lento posible), pues disfrutaba tanto esas manos y ese ardor que dejaban en mi culo; tan placentero como cuando, deliberadamente, dentro de nuestros códigos, podíamos bajarle el short al otro, apretarnos los testículos y las nalgas, pellizcarnos los pezones o frotar nuestros genitales en la cara o las nalgas del otro. Lo que para mis amiguitos significaba reafirmar su “hombría”, para mí fue mi despertar sexual, homoerótico, subvirtiendo la norma que intentaba introducirme a la heterosexualidad.
Cuando Judith, la chica que me llevaba a la escuela y me cuidaba en las tardes, se enteró lo que sucedió con mi papá sólo me abrazó y con su silencio me dijo las palabras que, en nuestra diferencia, aprobaban mi forma de ser, de querer. Judith tenía unos 19 años, era morena, con rasgos faciales toscos, cuerpo ancho que le hacía ver más alta, cabello muy corto, usaba los pantalones y las playeras de su hermano que le quedaban bastante holgadas. Judith sabía, como yo, qué es no poder expresarte, vivir con el miedo de hacer algo anormal luego de un chingadazo; pensar una lujuria y que de inmediato nos vinieran las culpas. Si importarle el regaño de doña Alba, su mamá, Judith me llevó en la tarde a la fiesta patronal y después a la mojiganga, una especie de carnaval en el que los varones del pueblo usaban pelucas y ropas de mujer para burlar novillos en la plaza de toros, donde Orlando era la reina y salía con el mismito vestido que tenía mi mamá, el que una vez Judith me cachó probando a escondidas.
Orlando era el ahijado de mi mamá, quien había sido su madrina de bautizo, primera comunión y confirmación. De él y de su hermana Argelia, los hijos de doña Guillermina “la güera”, que por una temporada vendió hamburguesas afuera de la casa de mi abuela. En realidad, Orlando nunca fue Orlando, era Frida, aunque hasta la fecha mi mamá y las personas del pueblo le siguen llamado Orlando. Desde que tengo memoria, Frida u Orlando, quien era como 15 años mayor que yo, era muy afeminado. Aunque más bien ese “era afeminado” le quedaba corto, pues no se reducía a una estética, iba más allá. Ella se vestía con pantalones muy entallados de los que nunca me expliqué dónde ocultaba su pene que apenas se notaba; usaba botas de cuero hasta las rodillas, blusones que apenas dejaban entrever el poco pecho que tenía. Usaba unos chinos amarillentos, abundantes, un labial rosa intenso que era enmarcado por un delineador rojo que le hacían unos labios preciosos, tenía un lunar sobre ellos, en el área donde se le dejaban ver unos pelillos mal rasurados. También tenía unas pestañas enormes y unos ojos muy lindos en su fina cara.
Frida se iba a los bailes en los que danzaba por horas con los pandilleros de pueblos aledaños. Siempre iba junto con Armando, o mejor conocido como “La Raquela” (sí, por la canción donde un chico descubre que “la chica” con la que baila tiene pene). Raquela era muy alta, delgada, de piel trigueña, el cabello casi a los hombros y siempre se paraba chueco, como formando una “s”. Ambas eran las reinas, no sólo de la mojiganga, sino también de la noche, aunque la ruidosa moto en la que viajaban se les hacía calabaza a primeras horas de la madrugada y al otro día se tenían que levantarse temprano: una para ordeñar sus vacas y abrir la estética, y la otra para irse temprano a la maquiladora o ir a las casas a cobrar lo del Avon.
Hasta hace unos días me ponía a reflexionar sobre estas, nuestras vivencias, en algún pueblillo del Valle del Mezquital, en el estado de Hidalgo, donde el despliegue de machismo, jotofobia y machorrafobia se encuentran reforzadas por marcadores imbricados de raza, etnia y clase social en un contexto rural. Lxs raxs no tenemos lugar, a veces ni tenemos palabras que nos puedan nombrar, pues nuestros seres desbordan el arraigado lenguaje ranchero. Cuando usamos las ropas y maquillajes de tianguis de nuestras mamás no somos Drags, como en la capital, somos la Raquela, la Frida, la si-lo-vuelves-a-hacer-te-me-largas-de-la-casa. Cuando bailamos sonidero con la mano caída no somos transgresoras, porque no es tan sofisticado como el Vogue, somos el deseo del chacal y, a la vez, el centro de atención y burla de quienes nos dicen intento de vieja. Que ni queer, ni cuir, ni LGBT, ni siquiera gays, somos gueys, una precaria traducción cultural que occidentaliza nuestras realidades; que de todas maneras a nuestras espaldas siempre sí somos maricones, putitos, jotas, marimachas y vestidas marginales.
Y bien que no necesitamos tener denominaciones sofisticadas, pues generamos, bajo ninguna identidad prefabricada, nuestros propios procesos de subjetivación. Nos deconstruimos, hacemos nuestros propios actos performativos, también nos reivindicamos, nada más que con caca de vaca en el tacón. Subvertimos las normas que nos constituyen, producimos nuestras propias significaciones, nos sentimos orgullosas de ser las jotas agropecuarias que somos. También hemos generado diversas estrategias para resistir ante todas las violencias que ni siquiera sabemos que son violencias. Hemos aprendido a punta de chingadazos a que todas esas cosas se nos resbalen. Pasamos de no saber que nos violentan, aunque sí saber que hay algo que nos impide aceptarnos por completo y expresar lo que sentimos, a vivir sin saber con esas palabras que, con nuestro orgullo y amor propio, estamos desarticulando esas estructuras y nos estamos fortaleciendo.
Eso es la resiliencia: tener la capacidad de sobreponerse a los embates de la vida, aprender a hacerles frente, pero también es superar las adversidades y trans-formarnos, en nuestro caso, desde un lugar donde ni siquiera en lo marginal de la gran ciudad tenemos lugar. Así como Judith lo hizo conmigo, hemos aprendido también a cuidarnos entre nosotrxs. Cuando pasamos por la calle nos miramos fijamente, nos reconocemos, nos saludamos con amabilidad y nos alegramos de no estar tiradas en el canal de aguas negras con un plomazo en la cabeza. Porque compartimos ser la risa del mismo albañil, los desprecios de nuestras familias, los señalamientos de la señora religiosa, el abuso del chacal que se sobrepasa con nosotrxs, el rechazo por nuestra imagen sucia, descuidada y afeminada cuando vamos a pedir trabajo. Nos acompañamos por los callejones oscuros, la mana te proteje de los gandallas, te trasmite estrategias que aprendió para defenderse, porque ella ya sabe cómo usar los tacones en terracería sin caerse. Porque ese cálido saludo en la calle es un pacto secreto, de querernos, cuidarnos, procurarnos.
Existimos y buscamos un lugar, resistimos. Nuestras subjetividades se van entretejiendo, generamos procesos colectivos, las redes que formamos se vuelven una estrategia política de supervivencia; nuestras vivencias personales son a su vez posturas políticas. Los límites entre ambos componentes –lo personal y lo político- parecen desdibujarse, ambos procesos se fusionan, se encuentran imbricados, articulados. Trasmitimos nuestras estrategias a quienes nos preceden, abrimos paso barbechando alfalfa, sembrando maíces, pastoreando animales.
Desde esta perspectiva de resiliencia, como una política de resistencia, nos pensamos en un proceso, deviniendo agropecuarias. En estas coordenadas, en lo marginal de los márgenes, las agropecuarias cuidamos de sí, de nos, y hemos hecho de la resiliencia una red de resistencia, para confrontar desde diversos sitios la matriz de opresión. Porque no somos masculinos, vivimos al día, nuestras pieles son mestizas y morenas, casi no olemos muy bien y a veces somos algo burras para la escuela. Sabemos lo que es que te discriminen por ser pobre, morenx, indix, rural, y que a pesar de ello lxs mismxs pobres, morenxs, indixs y rurales te discriminen por ser un intento de vieja o un macho fallido, o que para tus congéneres, de otras latitudes más privilegiadas, ni existas.
Por esto, sugiero pensar en un constante cambio personal como una apuesta política, al hallarse en contextos (rurales) de violencia diversifóbica, donde cualquier día puedes amanecer muertx y violadx entre el lodo de las milpas, sin que nadie te reclame por vergüenza a que te reconozcan. En donde la simple razón de existencia, las acciones disidentes o los atentados a la supremacía masculina podrían costar la vida. Donde ser es sobrevivir en un sistema de muerte.
En resumen, en esta relación que propongo entre la resiliencia y la resistencia, se hallan un conjunto de estrategias y tácticas colectivas dentro del campo del poder que -en este caso- lxs que disentimos del machismo, la jotofobia y machorrafobia de nuestros contextos hemos empleado para resistir a los sistemas de dominación y a las violencias imbricadas y, que a su vez, estas estrategias se encuentran inscritas en un impulso de transformación y fortalecimiento personal y colectivo. Es decir, apuntan a un dispositivo estratégico de contraataque donde se encuentran entretejidos dos procesos: el cómo se le hace frente a un sistema de dominación [heteropatriarcal] y cómo nos trans-formamos al afrontarlo. La osadía de generar un proceso de transformación y empoderamiento, burlar al machismo y lograr nuestra libertad para existir, amarnos y ser felices, dentro de un sistema que nos violenta sistemáticamente. Ser resiliente como un acto político de resistencia.
*Me sitúo en el contexto donde crecí para hacer referencia a la especificidad en donde se producen estas reflexiones. Si bien lo pienso desde estas coordenadas, no quiere decir que no puedan existir estos procesos en otros contextos, sin embargo, habría que repensarlo desde los marcadores que signan otras localidades.
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Norman Monroy. Pachuqueña, bella y airosa, brotando de los maizales del Valle del Mezquital. 23 años. Chaira, revoltosa, vestida marginal y marica agropecuaria. Estudié Psicología (social) en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, me interesan los procesos políticos y de resiliencia de las sexualidades disidentes, así como los feminismos y la crítica decolonial. Acá también existimos, pensamos y luchamos.
Este álbum contiene una selección de fotografías tomadas durante algunas de las sesiones de bordado en Puebla, dedicadas a las víctimas de feminicidio de este estado. La represión contra los activistas ha aumentado en el sexenio de Rafael Moreno Valle, obligándonos a encontrar espacios más íntimos y menos públicos. Si bordar es, en sí mismo, un acto reparador, hacerlo de este modo, en casas o cafés, genera un vínculo afectivo poderoso, que nos permite seguir resistiendo desde el amor y la confianza.
Todas las fotografías fueron tomadas por mí, con mi teléfono celular, en las fechas 9 y 25 de noviembre y 14 de diciembre de 2016; y 11 de enero 2017.
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Rosa Borrás Originaria de la Ciudad de México, estudió Diseño Gráfico y Artes plásticas en México, Puebla y Boston. Diplomada en Gestión Clutural por la Ibero Puebla. Ha asistido a diversos talleres de gráfica con artistas como Leticia Ocharán, Leticia Tarragó, Alejandro Pérez Cruz y Julieta Warman. Es integrante del Museo de Mujeres Artistas Mexicana, MUMA. Curadora y coordinadora del portal de arte feminista Provocarte.org. Iniciadora de Estudios Abiertos Puebla-Cholula. Gestora de la répilca de Bordando por la Paz, una víctima un pañuelo, en Puebla. Actualmente es docente en la carrera de Artes Plásticas del Universitario Bauhaus, Puebla. Cuenta con 19 exposiciones individuales y 45 exposiciones colectivas en México y el extranjero.
Los feminismos no sólo son una mirada sobre el género como si éste se tratara solamente de una asignación injusta de roles e identidades basada en los genitales. Los feminismos son miradas sobre los problemas de nuestras comunidades, sobre la ciudad en que vivimos, dando cuenta también de que estas luchas son sostenidas y enarboladas en buena medida por mujeres que se rehúsan de múltiples maneras a asumir la opresión, la explotación laboral y el despojo de nuestros territorios como problemas individuales.
El patriarcado consiste en colonizar las relaciones negando nuestra interdependencia, generando una separación entre nosotras que nos impide percibir que nuestra existencia se gesta en un mundo que nos es común, en el que todxs necesitamos agua, alimento, vivienda y transporte; espacios de esparcimiento y de trabajo donde no nos acosen, no nos violen y no nos maten.
¿Cómo se produce esta separación?
Se logra, por una parte, mediante el ordenamiento del espacio urbano. En Guadalajara esto lo estamos viendo con el vaciamiento del centro histórico a golpe de abandono, de obra pública y de desplazamiento. Gentrificación le llaman ahora: la pretensión de expulsar a vecinas y comerciantes de los barrios y de los mercados tradicionales porque las administraciones públicas y los capitales transnacionales han decidido que éste es el momento de revalorizar esta zona de la ciudad en franco deterioro después de tres décadas de olvido.
Esto es lo que está ocurriendo en el barrio del Retiro que circunda el Parque Morelos, donde los gobiernos municipal y estatal, de la mano de la cámara de la industria electrónica (por cierto, una de las que más explota a las mujeres en maquilas) tratan de meter el acelerador a la Ciudad Creativa Digital, proyecto que promete empleos, innovación tecnológica y espacios amables, pero sin decir para quién, aunque es evidente que no será para quienes habitan y transitan la zona. Las vecinas, fieles a la práctica de conspirar por la que fueran perseguidas nuestras hermanas brujas, ya se organizan para resistir al despojo urbano, tal como lo hicieron hace cuatro años cuando el gobierno estatal pretendía construir las Villas Panamericanas en la misma zona.
Unas calles más abajo, son las vecinas del barrio del Santuario las que se organizan para evitar que sus casas sean dañadas por las obras de la línea 3 del tren ligero, que se está haciendo sin que exista un diagnóstico claro de los riesgos que éstas comportan, y que han aniquilado a la mayor parte de los comercios del tramo de la av. Alcalde. A la organización de estas vecinas se suman también los comerciantes de la plaza del Santuario, espacio tradicional de convivencia, de baile, de paseo de habitantes de diversos puntos de la ciudad.
El proyecto de gentrificación del Centro Histórico de Guadalajara realizó una movida estratégica con la que dio al traste con el Mercado Corona, también uno de los espacios más tradicionales de la ciudad, aprovechando un supuesto incendio accidental. En su lugar ahora tenemos la estructura de un centro comercial que ha puesto en conflicto a los locatarios del antiguo mercado, obligados a firmar un reglamento que les impide tener representación ante el ayuntamiento y la conformación de asociaciones. Un buen grupo de locatarias se organiza también para resistir a estas medidas de control y garantizar una justa reasignación de los locales en el nuevo edificio.
El otro polo de este ordenamiento urbano que nos fragmenta es la brutal expansión de la ciudad hacia las periferias, en fraccionamientos que se erigen sobre terrenos malhabidos y que se ofertan sin contar con los servicios indispensables para habitar: agua potable, luz, transporte público. Las mujeres que por las noches regresan de sus trabajos a estas “ciudades dormitorio” se enfrentan diariamente a la amenaza de la violación, como si no fuera suficiente la explotación y el acoso que han sufrido en sus espacios de trabajo. Pero otras luchas y otras resistencias de mujeres se articulan también en estos espacios.
Hace diez años compañeras trabajadoras de la industria electrónica -cuya mano de obra es 80% de mujeres, mientras que los puestos directivos son de hombres- se organizan para enfrentar no solamente las injusticias laborales de las grandes corporaciones, sino también la violencia cotidiana de sus jefes y compañeros de trabajo por medio del acoso sexual. Se proponen lograr un sindicato independiente que represente y defienda de verdad los intereses y derechos de las trabajadoras, a la vez que visibilizan las prácticas sexistas y violentas en los espacios de trabajo, promoviendo la conciencia del cuidado y apoyo entre ellas.
Mientras, dos vecinas que habitan en fraccionamientos del municipio de Tlajomulco animan a otros vecinos a organizarse por tener esa vivienda digna que les han negado los desarrolladores urbanísticos con engaños. Agua potable y transporte público son algunas de las grandes carencias que sufren en la lejanía. Su acción política cotidiana consiste en acercarse a las vecinas, a los usuarios y a los conductores de transporte público, escuchar sus necesidades, hacer vínculos, buscar soluciones de manera conjunta.
Como puede apreciarse, en las ciudades de nuestro país la colonización de los territorios es implementada ya no por países europeos, sino por transnacionales de todo el mundo. Colonizan territorios urbanos nuestros coetáneos, hombres de negocios que van erigiendo la ciudad de sus sueños a imagen y semejanza de su publicidad y sus negocios, por lo que los cuerpos que no encajan en ese sueño de ciudad son desechados. Las luchas por el espacio urbano se dan entre el estado, la ciudadanía organizada, los colectivos de clase media que impulsan su propia agenda política y corporaciones inmobiliarias y constructoras de todas partes del mundo. Un imperialismo económico y político liderado por capitalistas neoliberales.
Si el feminismo es la sensibilidad y la acción ante el poder que nos construye a las mujeres como objetos dominados, mediante la articulación de nuestros cuerpos en los espacios de los que somos continuamente expulsadas, ¿qué acciones nos exige a las feministas esta situación de despojo de los barrios tradicionales y la violencia en las maquilas? A nosotras, que hemos defendido la autonomía y libertad de nuestros cuerpos en lo público y en lo doméstico. Como han dicho las compañeras feministas comunitarias, el cuerpo no termina en la piel. Defender el cuerpo es defender el barrio, defender las formas de vida que son amenazadas por el patriarcado capitalista, el cual niega a las relaciones sociales como sustento de esas formas de vida.
Lo que hemos pensado en el espacio feminista de Cuerpos parlantes, tras más de tres años de encuentros, es en la necesidad de pensarnos, asumirnos y posicionarnos como VECINAS, antes que como activistas, académicas, artistas o gestoras. Dichas posiciones tienen sentido solamente en un esquema jerárquico que, en el mejor de los casos, nos organiza en gremios y redes según los méritos y el prestigio obtenidos, que mucho dependen también de la clase social y de los contactos con el poder. Ser vecinas, sin embargo, nos posiciona en el espacio de lo común: el barrio y la ciudad.
Ser vecina no alude a una identidad, sino a una relación de proximidad. Se trata de una relación que no da por hecho la unión y tampoco niega los conflictos, al contrario; parte de la premisa de estar implicadas en un mismo territorio, de padecer las mismas problemáticas. Son estas problemáticas las que evidencian nuestra proximidad, la cual sabemos que genera fricciones y confrontaciones, porque nuestros movimientos más cotidianos se ven mutuamente afectados: sacar la basura, usar el transporte público, subir el volumen a la música, cerrar la calle, cortar el árbol…
Por supuesto, nuestra lucha será más potente en la medida en la que ampliemos el diámetro de nuestra vecindad. En ese sentido, en Cuerpos parlantes entendemos el feminismo como práctica de vinculación de las distintas problemáticas y resistencias en el entorno de nuestra ciudad. Encuentros como las Jornadas Feminismos Entre Vecinas, los Diálogos Por un Transporte Digno y las Jornadas por la Defensa del Centro Histórico han sido puestas en común que han tenido como resultado, por un lado, una cartografía que nos permite hacer conciencia y visibilizar cómo y por qué están ligados la violencia de género y el transporte público; el nuevo Mercado Corona, las obras de la línea 3 del Tren Ligero y el proyecto de Ciudad Creativa Digital; el abandono del centro y la expansión hacia las periferias; el acoso sexual en el trabajo y la prevalencia de los hombres en los puestos de mando. Por otro lado, desarrollamos herramientas de forma colectiva en espacios como los talleres de Cine Feminista y de Defensa personal para mujeres para afrontar esas problemáticas, a la vez que nos aproximamos y reconocemos nuestra afectaciones comunes. También aprendemos mutuamente de nuestras formas de lucha.
Sin embargo, sabemos que esto no es más que el comienzo. Pensamos que en la medida en la que asumamos la articulación entre nosotras más como una premisa que como un fin, nuestras posibilidades de vivir una vida digna y libre de violencias aumentan. Esto requerirá transgredir los cercos de clase y de edad que también nos separan, pero no obviándolos, sino cuestionando los privilegios y opresiones sobre los que se sostienen. Asumiendo que ahí donde hay privilegios para unas, hay derechos negados para otras. Tener acceso al conocimiento, a la teoría feminista, a espacios como éste, nos hace responsables de contribuir de forma específica en los procesos de formación, vinculación, comunicación y acción política de las mujeres que se organizan por aquello que es de todxs. De romper los techos y las paredes de cristal que nos limitan pero también nos protegen de los conflictos de clase, de la cruda violencia que sufren las mujeres que vuelven de noche en el camión y caminan solas hasta llegar a casa.
Observamos con mucha alegría cómo las compañeras estudiantes están generando luchas muy potentes contra el acoso sexual en las universidades. Estamos convencidas de que en el momento en el que sus luchas se conecten con las compañeras obreras que combaten el acoso en el trabajo esa potencia alcanzará otros niveles.
El proyecto de Ciudad Creativa Digital en su discurso de ‘regeneración’ del centro, lleva implícita una estrategia de limpieza social que contempla la expulsión de trabajadoras sexuales en la zona del Parque Morelos, donde actualmente laboran más de 200 mujeres. Esta estrategia forma parte de una racionalidad de doble moral que invisibiliza y niega los derechos de las trabajadoras sexuales a la vez que mantiene la explotación de sus cuerpos en tanto mercancía. Expulsar a las trabajadoras sexuales del centro de la ciudad es obligarlas a desplazarse a zonas más periféricas e invisibles de la ciudad, aumentando aún más los riesgos de su trabajo. Ellas también tienen derecho a una vida digna, y también se organizan. Y son nuestras vecinas.
Los feminismos ponen en cuestión los estándares de normalización que patologizan, criminalizan y excluyen a los cuerpos diversos y disidentes: cuerpos migrantes, mestizos, indígenas, trans, cuerpos explotados a los que se llama ‘pobres’. Modelos como el de Ciudad Creativa Digital pretenden eliminar esta diversidad de cuerpos. En ese sentido el feminismo nos aporta herramientas para poner en cuestión la construcción de una ciudad que quiere planificarse a la medida de un cuerpo normativo de varón, profesionista, blanco y de clase media.
Como afirma Chandra Mohanty, esto no significa que los feminismos apelen a “un objetivo político único, ni a un contrincante típico, ni un sujeto de lucha unitario. Implica trabajar en alianzas híbridas (…) para potenciar un movimiento feminista transformador que pueda contrarrestar con organización, solidaridad, y fortaleza la dramática incidencia del capitalismo neoliberal en la vida de las mujeres”. Tampoco supone la reificación de la unión entre “todas las mujeres” ni la superación inequívoca de todos los conflictos entre nosotras. Más bien apela a las prácticas del cuidado mutuo, que necesitamos más que nunca. Porque nos están matando. Nos están desapareciendo, nos están expulsando. Quizá el primer paso sea reconocer la proximidad que está ahí. Entender que las victorias del patriarcado sobre nosotras se dan allá donde prevalece la separación mediante los muros, las jerarquías, los privilegios y la competencia.
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Mamá llora
Mamá niega
Mamá se come
A la cría ultrajada
Me miraba en un espejo, mamá
Pequeña
Asombrada
Desnuda
En un recuerdo narcótico,
Las manos se deslizaron y tocaron
Frías y ajenas
Las sigo viviendo
Me siguen invadiendo
Me han prohibido el placer
¿cuánto tiempo nos llevará bajar de este árbol, mamá?
¿Cuándo nos volveremos a abrazar en la pureza?
Alguien nos canta “Nunca más”.
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Autorx: Angélica Ortega Ramírez. Ciudad de México, 23 de marzo 1991.
Egresada del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Ha trabajado desde hace cuatro años como investigadora y curadora de exposiciones. Actualmente vive en la Academia de San Carlos, entre el polvo y grabados de Durero y Rembrandt. Es el tipo de persona que no le da vergüenza llorar en el microbús a causa del final del libro en turno. Tiene un altar en su cuarto dedicado a Clarice Lispector y le encantan los días que asemejan una novela de Goran Petrovic.