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Las desveladas, las borracheras y las crudas no se sienten igual

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Masks. Elizabeth Ross

Por Madam Pink

Si hay algo que te pone a pensar en envejecer, es llegar al tercer piso – o sea los 30 –; de ahí en adelante, es casi inevitable no hacerte preguntas sobre el futuro y, cual libro de “elige tu aventura”, existen muchos escenarios posibles: si te juntas, si te casas, si no, si decides tener descendencia o sólo perros/gatos/plantas, si no, si te dedicas a tu carrera, si mejor “al hogar”, si tienes hermanes, si eres hije únique… Lo anterior sumado al pánico de la mayoría de les millenials, ¡el retiro!

Insisto, estas preguntas no llegaron a mi hasta que di mi primer paso al tercer piso. Es de esas cosas que no crees que te sucederán, casi como cuando te dicen que las desveladas, las borracheras y por ende las crudas, no se sienten igual a los treinta y como buena persona de veintitantos, piensas jactanciosamente “eso no me sucederá a mí”, pero SUCEDE …

Un día llegas a los treinta y quedarte despierta hasta las 2 am es casi como no haber dormido, te emborrachas con dos copas de vino tinto y la cruda te dura dos días; c’est la vie!

Sumado a lo anterior, no sé si les pasa igual que a mí, pero esta es una historia más de “como el feminismo me cagó la vida”…para bien, obvio, pero igual ya no hay vuelta atrás pues aunque aún quisiera morir calientita en mi cama a los noventa y pico de años después de una excelente vida tipo la viejita de Titanic, no puedo dejar de pensar en el sin fin de cosas que debemos remontar para envejecer y morir así. Por ejemplo, la paga desigual, las condiciones laborales, las semanas que cotizan las mujeres cuando dejan el trabajo “formal” por el cuidado de su familia, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, la continua violencia, el cambio climático…

Pero no quiero asustar a nadie con estas reflexiones, las cuales estoy segura que ya persiguen a varias personas; por el contrario, quiero compartir la fantasía sobre la viejita que quiero ser…

Como amante de la danza, espero ser una viejita que aún pueda subir la pierna a la cabeza – o mejor aún, espero lograrlo para “esa” edad—; definitivamente llevaré el cabello de algún color brillante: rosa, morado, turquesa o un balayage con la mezcla de esos tonos; tendré varios perros; seguiré escuchando rock y no me sentiré fuera de lugar porque no hago lo que las demás personas de mi edad hacen (sea lo que sea que hagan); utópicamente, espero no tener que seguir marchando para defender nuestros derechos, pero también sé que mientras sea necesario lo haré, porque nuestras batallas se dan y se ganan día a día. Quiero pensar que tendré nietes, propies o del tipo de quienes se van sumando a la familia que una hace, que les podré contar historias y que nos inspiraremos para seguir alzando la voz cuando sea necesario.

No me asustan las canas, ni las arrugas, ni la forma que tendrá mi cuerpo, mientras que me permita seguir viviendo la vida…

Gran parte de esta fantasía incluye una vivienda comunitaria con mis “compis”, en la que ningune esteremos soles, porque estamos todes; así que eso del olvido, del ignorarnos porque somos adultes mayores, de que nadie se interese por ti, de la falta de amor, pienso, estará “resuelto”. Tomaremos uno que otro “drink”, porque no nos van los convencionalismos y escucharemos a Juanga a todo volumen, porque sí. Seguiremos vives. Seguiremos viviendo. Seguiremos bailando.

¿Qué les digo?, ¡Ese es el sueño! Y en serio espero que al menos algo muy parecido sea mi destino; pero mientras acaricio a mi unicornio morado, tengo una vocecita molestando con preguntas: ¿cuánto estás ahorrando para tu retiro?, ¿cuánto te dijeron que es el rendimiento?, ¿si te das cuenta que por definición eres parte del trabajo informal?, no es por arruinarte la fantasía, pero… ¿y si te enfermas?, ¿de qué sabor quieres tu nieve?

Honestamente no sé si encontraré respuestas a todas esas preguntas antes del cuarto piso o de los que esperamos le sigan; tampoco sé si transitaré de la fantasía a la realidad. Lo que sí me queda un poco más claro, es la importancia de trabajar en estos escalones las redes de apoyo, de encontrarse con personas que enriquezcan la vida, que acompañen, que te quieran como eres, de quererte tal como eres, de no tenerte miedo, de apapacharte, de agradecerle al cuerpo por dejarte hacer tooodo lo que aún haces…porque de alguna manera pensamos en la vejez a los ochenta años y lo cierto es que cada día que pasa, estamos en ese proceso y el truco, diría Shirley Manson[1], es seguir respirando.

[1] Vocalista de Garbage desde 1994.

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MadamePinkMadam Pink (Daniela Rangel E.) Feminista, escritora amateur, bailarina ocasional, amante de los perros, bióloga de corazón, maestra en comercio exterior en papel, entusiasta de los disfraces y los colores, de hecho, si fuera un color sería fuchsia para que nadie sepa como pronunciarlo ni escribirlo, tiene una Lisa Simpson interna que aprende a vivir de ensalada. Desde que se puso las “gafas” moradas, tiene muchas historias de cómo el feminismo le arruinó la vida para bien y ahora se dedica a hacer lo mismo por las demás personas, con o sin gafas.

@SoyMadamPink

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El abandonado


La modelo Daphne Selfe en un diseño de Jean Paul Gautier
La modelo Daphne Selfe en un diseño de Jean Paul Gautier

Por AuraSabina

“Los voluntarios misioneros del pubis y el brassiere,
peregrinos de princesas sin castillo”
Anidando liendres, E. Bunbury

A Mariana no le conocí novio, amante o mano astuta que quisiera propasarse. El esposo quizá habría muerto o estaba a cientos de kilómetros de nuestro hogar. Me volví un adicto al calor y sudor de ella. Nunca encontré a los chicos que conmigo viajaron, mas cualquier indicio de soledad se curaba cuando Mariana volvía a utilizarme.

La acompañaba a sus comidas con las amigas, al teatro con su hijo o a andar en bicicleta. Leía poesía cuando se sentía sola; no se percataba que yo le hacía compañía. Mientras a los chicos blancos los usaba un día, a mí me requería hasta tres a la semana. Y por eso me buscó: yo era magnético y delicado a la vez: piel satinada, bien hechecito, joven y, por supuesto, negro. Dispuesto a enamorar sin enamorarme. Muchas mujeres, diariamente, me habían acariciado; algunas me pegaban a sus senos y me permitían sentir su cuerpo, aunque fuese sobre las ropas. Pieles firmes; otras más, flácidas; el chiste es que me encantaban, aunque quizá resultaba muy pretencioso y las chicas no llenaban mis requerimientos.

—Está genial, pero necesito un treinta y seis. Éste es muy grande.

Era la frase más escuchada. A la vez que me envidiaban, herían mi ego al despreciarme y llevarse al compañero de menor expectativa. Vi desaparecer a casi todos los que habíamos viajado desde el centro hasta aquí en la misma camioneta, mismo lote, pero el añejo era yo. Si en dos meses no me elegían, me trasladarían.

Era afecta al escote; esto me permitía, ocasionalmente, asomarme por encima de sus blusas para contemplar el panorama que le agradaba. Éramos uno solo; yo resaltaba y enmarcaba su belleza. Sus cabellos rizados y teñidos cada semana caían sobre mí. Solo yo sabía de las canas rebeldes que relucían, de las cremas que usaba antes de dormir y las proteínas que después del desayuno consumía. Señora mía, fruta madura de fragancia exquisita, qué dichoso siervo fui.

Todo comenzó una tarde de jueves, cuando llegó Mariana a recorrer absolutamente todas las texturas de mis compañeros. Nada la satisfacía, ni siquiera la de aquel cortesanillo de encaje, tan afortunado. La expresión altiva de ella, su voz ronca y el arrebato con que nos tocó, me conmovió. Me miró con simpatía, como se mira a los viejos amigos, y al acariciarme me dieron cosquillas. Me tomó con el más grande desenfado; pagó y me llevó, envuelto en papel china con el logo de la tienda.

Ya en su habitación, pude verla desnuda. Me dejó tirado sobre la cama mientras ella se duchaba. Su cuerpo ciertamente no tenía la lozanía de una adolescente: la zona abdominal tenía grasa acumulada, había ciertos pliegues en sus brazos que revelaban su edad; los senos pendían como gotas casi derramadas; me pareció hermosa. Después de secarse y untarse un bálsamo de leche y miel, me tomó con delicadeza y sonrió. Su aroma era sutil, y su voz se volvía dulce; incluso se atrevió a tararear una canción. Me apretó contra su cuerpo y entonces me estremecí. A medida que abrochaba mis ganchillos y adentraba sus senos en mis cavidades, comprendí la dicha de trabajar sosteniendo dos fragmentos sebosos y suavísimos de cuerpo femenino. Anonadado por la sensación de comunión con aquel cuerpo, hasta entonces, desconocido. Pronto se cubrió el pubis con un complemento de encaje, del que sentí celos porque el sí se impregnaba de su real esencia y yo sólo de su perfume.

Estábamos de viaje breve en Tepoztlan, en una cabaña rústica. Se había ido la luz y al poco rato la noche cayó irrevocablemente. Mariana se desprendió de mí, se puso el camisón y se introdujo en las cobijas; tan grande era su cansancio que me dejó tirado sobre la madera. Al amanecer se levantó excitada al contemplar el majestuoso paisaje verde con caminos y colores brillantes y, sin bañarse, acomodó su maleta y salió prácticamente corriendo; me dejó arrinconado, perdido y sin su calor. Imaginé que volvería o que reclamaría mi presencia. Nada. Después de varios días hicieron limpieza en ese lugar; me metieron a una bolsa negra de plástico. Aún estoy en ella y he caído en diversos contenedores de basura. El olor es insoportable. Perros y ratas a menudo rollen mi nueva habitación. Qué corta es la felicidad y que largo el olvido como diría un poema de Neruda que cada noche leía.

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aurachicaAura Sabina. Poeta y periodista de a pie. Nació en el telúrico 85, bajo el signo del cangrejo. Jura que la Luna es su doble astral.  Estudió Ciencias de la Comunicación y se dizque especializó en Literatura Mexicana del Siglo XX.  Activista autónoma, indignada. Tiene complejo de fotógrafa, doctora corazón y antropófaga. No, no, quise decir, antropóloga.  Cree que los sueños son tan importantes como lo que se supone tangible. Como nunca puede estar quieta, escribe para varias revistas entre las que se encuentra Mujeresnet.

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Preludios y fugas a la elasticidad del género

Por Alfonso J. Venegas

La realidad es una construcción que pertenece al mundo físico y se aleja de la fantasía. Hace unos años, por ejemplo, se consideraba una realidad que sólo existieran dos géneros: Hombre y mujer. Los cuales se mostraban en su juventud y plenitud, censurando los demás tipos de cuerpos existentes. Más allá de ellos, todo lo que no pertenecía a esta categorización binaria, blanca y hegemónica se consideraba anormal, era como una enfermedad que debía censurarse porque se salía de toda regla moral, alejándose de la función reproductiva que se nos asignó como especie. Poco a poco desde la academia, el arte, el activismo, las ciencias exactas y las sociales, de la mano de planes de política pública en varias ciudades del mundo, se ha permitido por medio de acciones pedagógicas que se compruebe una elasticidad en este binarismo. Al igual que un elástico cuando se extiende, la sexualidad y el género no solo poseen dos extremos: estos convergen en tantos como personas hay en el mundo y el afán de categorizar la diversidad sexual y de género, consiste esencialmente en demostrar ciertas verdades que en el pasado se podían deducir, pero nadie las nombraba. Ahora que ya hay algunas siglas (LGBTIQ+), se evidencia la existencia de una diversidad sexual. El artista Alfonso J. Venegas, con su obra: “Fugas a la elasticidad del género” realiza una serie de ejercicios estéticos para manifestar esta categorización de lo gris en el sexo y el género porque considera que cada extremo es un lado del caucho que se estira y, tanto en la sexualidad como en el género no hay héroes ni villanos. Solo hay una búsqueda de la identidad.

Venegas se aleja de la artificialidad de la pose haciendo que cada modelo que participó interviniera su propio cuerpo y el espacio íntimo establecido por el artista, con el fin de mostrar lo que para ellos es dignificable de sí mismos y que a su vez, se aleja de la normatividad expresada en los medios de comunicación mainstream. Para ello, los modelos utilizaron maquillaje, reorganizaron la habitación en donde se realizaron las fotografías y escogieron cada uno, una hora distinta del día y un esquema de iluminación específicos para realizar sus imágenes y registrar una pequeña entrevista. Así quedaron las fotografías de Gabriela y Germán. Gabriela, pansexual queer, es mujer de casi 50 años, no le gustan los patrones patriarcales de la belleza femenina y protesta contra eso. Ella manifiesta características masculinas tanto físicas como comportamentales sin necesidad de inscribirse dentro de una identidad:

“Ser Queer es ser yo. No ser pública, social y políticamente hombre o mujer, sino ser yo. […] Cuando se reivindica lo privado es una actitud contestataria, es una rebeldía total para que no haya más intrusión en la vida íntima. El género me importa un culo, este existe o no existe, si a uno se le da la gana de que sea binario pues bien pueda, si a otro le parece otra cosa que piense lo que quiera. ¿A mí qué me importa? Eso es privado, es personal”. Gabriela García de La Torre.

Germán, es un hombre gay, abogado LGBT, pionero en derechos humanos en Bogotá, ronda los 60 años, activista reconocido y también opina que la igualdad es compromiso de todos. Apoya causas locales como el matrimonio igualitario, fue el primer abogado en apoyar la trieja como modelo de familia ante la corte y es modelo a seguir en el medio del activismo colombiano.

«Son más de 1.400 tutelas en forma directa, de ellas el 98 por ciento ganadas», afirma. Otras tantas (más de 20.000, dice), asesoradas. Cuando comenzó, su oficina llevaba casos de manera gratuita, ahora, se cobra una tarifa económica, hay descuentos para enfermos que vienen de una organización de pacientes, pero si es un caso de VIH, se le pide que haga un trabajo, así sea organizando el archivo en la oficina. German Humberto Rincón Perfetti, El hombre de las tutelas. Diario El Tiempo, 20 de noviembre de 2009
Venegas en esta serie establece que las clasificaciones de género son exógenas: Se basan en lo que “los demás creen” de una persona. (Parece lesbiana, Parece gay, Es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, etc.). Y tienden además a hacerse binarias, debido al reduccionismo, la ignorancia y al prejuicio interpuesto por dogmas religiosos, políticos y morales. Por lo tanto, se piensa también que las personas que tienen este tipo de identidades están enfermas y se debe censurar su existencia. La búsqueda de la individualidad se convierte en una cacería de brujas. En el caso de Gabriela y German, este binarismo se diluye debido a que no tienen prejuicios y su mente está abierta al deseo y búsqueda de identidad. Ellos han sido víctimas directa o indirectamente de discriminación por prejuicios hacia su identidad sexual o de género ya que quedan en grises y, por ser tan ambiguos, se salen de la imitación. De esta manera, las personas que no los entienden, los convierten en indeseables y, después de ser perseguidos y aniquilados, se transforman en chivos expiatorios, acorde con la teoría mimética de René Girard.

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foto-autorAlfonso J. Venegas (Bogotá, Colombia- 1988). Explora a través del sonido, la fotografía y el performance la transgresión del soma al reconstruir la concepción de igualdad para evidenciar el conflicto humano frente a ella y su posición frente a la sociedad. Gusta de romper las máscaras utilizadas para ocultar lo que para su entorno se considera “anormal” utilizando como temática la sexualidad, el crimen de odio y la doble moral, explorando la mnemofobia característica de su país de origen y su temporalidad.

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Unsex me here

por Adriana González Mateos

*Imagen: Shakespeares-women

~Primera de dos partes~

Quiero pararme en medio del escenario bañada en sangre. Que trace caminos en mi piel, que me dibuje surcos y signos. Quiero sentir su olor ferroso. Sí, sangre de verdad, no sólo un efecto destinado al público. Por lo menos el día del estreno: claro que me importa la crueldad hacia los animales.
Todo lo demás se va a ir definiendo en torno a esa imagen. Primero pensé en la calidad estética de Erzebeth, en tantas posibilidades visuales que distan de estar agotadas: con unas cuatro o cinco actrices de apoyo puedo mostrar contrastes muy provocativos. Está a punto de cumplir cincuenta años; su belleza, que durante tantas décadas dominó cualquier situación, empieza a eclipsarse. A medida que deja de menstruar, se obsesiona con la sangre de las adolescentes. El contraste entre su cuerpo ataviado y la desnudez de ellas: los bordados, las joyas, los encajes, todo eso que la hace cada vez más elaborada, más esculpida, más oculta. Tiene miedo de la luz: por eso todo sucede en un sótano, en un útero.
Su séquito de hechiceras: las podría convertir en guardianas de un mundo que aún resistía al cristianismo. Pero a pesar de la perfección de algunas escenas, Erzebeth no me basta. Se aferra a los conjuros y a los talismanes y se sumerge en la sangre porque no quiere ver algo que debería ser más evidente a cada minuto de la obra: se parece menos a las prisioneras y más a las brujas. Su historia sólo puede ser el relato de un fracaso, y yo no quiero eso. No quiero poner en escena esa historia que invoca cirujanos plásticos y bótox. No quiero que su risa suene amarga.
Podría hacer una Erzebeth cómica y punto, pensé durante algunos días, sin acabar de convencerme. Y de repente se me apareció (sí, saltó frente a mí mientras hablaba por teléfono con Roberto y dibujaba garabatos para distraerme) un personaje mucho más interesante, quizá una nieta, una biznieta de Erzebeth pero nutrida por aires irreverentes. Sin esa seriedad de lápida.
Lady Macbeth. Un rápido paseo por YouTube me dejó fascinada por sus manos tintas en sangre, por los goterones en la cara, por la variedad de guantes y trajes rojos usados por las actrices. Los cineastas se han esmerado en variantes inapreciables: Lady Macbeth a la luz del crepúsculo, iluminada por los rayos del amanecer, bebiendo líquidos redundantes en copas de cristal. No le pide nada a Erzebeth y además se mueve. Habla.
Corrí al espejo a maquillarme, a ponerme y quitarme chales, zapatos y collares, en una euforia de hallazgo. Recité pasajes, frases. Saqué del librero mis Obras completas, casi temiendo que se evaporaran mis intuiciones y esas palabras pertenecieran a otra obra. Pero ahí estaban, condensando mi espectáculo: Unsex me here.
Leí y releí la obra, subrayé, consulté un poco de crítica, discutí con Roberto. Hay un enigma en Macbeth, decidimos después de estudiarlo varios días. Algo falta en esa obra.
Sí: el texto sobreviviente parece ser una especie de guión para alguien que trabajaba en la puesta en escena. Y aun así. Es un texto incompleto.
Me pareció evidente la respuesta. Volví a llamar a Roberto, hicimos una cita. Era urgente empezar a aterrizar aspectos concretos del trabajo.
Durante siglos hemos leído una versión censurada, le dije mirando el menú, dejándolo ordenar el vino. Es el resultado de tachones y adiciones hechos por William a un texto de su hermana, la malograda Judith. Mi puesta en escena incluirá escenas para narrar esa historia: cómo Judith se ahorcó y Will apenas pudo salvar sus papeles, que lo sacaron de una crisis. Tenía deudas, un estreno inminente en la corte y muy pocas ideas. El embarazo de su hermana, su relación con un dramaturgo rival en cuyo último estreno le parecieron evidentes la mano, la voz de ella, las peleas, el suicidio: todo en esas semanas parecía calculado para hundirlo. Y de repente, después de vender los pocos cachivaches de ella que valían un céntimo, se encontró con esas páginas, la letra impetuosa y un poco despeinada, las tachaduras, uno que otro dibujo apresurado: The Tragedy of Lady Macbeth.
Apenas el día anterior la había enterrado en la encrucijada. Tal vez eso le permitió reconocer la fuerza, la poesía, la originalidad que siempre le había disputado. Estaba loca, cómo negarlo si esas ideas acabaron por matarla. Pero ahora ya no lo perseguían sus reclamos y pudo verlo por primera vez: su hermana había sido un genio.
No era de los que se dejan anular por la culpa. Judith estaba muerta y no había manera de deshacer los últimos meses, ni toda una vida de peleas. Pero tenía en sus manos la solución de sus problemas inmediatos. Siguió leyendo, ya con su grupo de actores en mente, con las fechas. Iba en la tercera página cuando se levantó por una pluma y un frasco de tinta. Si él y su hermana hubieran sido capaces de descubrir antes la posibilidad de trabajar juntos.
Roberto me escuchaba con atención. Fruncía el ceño, a veces hacía preguntas, quizá suprimía críticas. Confío mucho en él, aunque no siempre estamos de acuerdo. Nos conocimos hace muchísimos años, cuando protagonizamos una comedia romántica bastante regularcita; nos reuníamos a repasar los diálogos y a criticar al autor. En una de esas, Roberto se lanzó a decir uno de los textos de Romeo y Julieta; no se imaginaba que le iba a contestar con exactitud. Por supuesto caímos en la tentación de creer que ningún actor anterior a nosotros había sentido de manera tan genuina esos personajes. Ensayábamos en su casa, leyendo las escenas entre las sábanas, desayunando aprisa, interrumpiéndonos para improvisar, pero nos separamos mucho antes de planear ningún suicidio. Desde entonces hemos vuelto a colaborar muchas veces, cada uno ha tenido varias parejas y divorcios, hemos pasado por muchas etapas de nuestros respectivos trabajos y procesos creativos. Alguna vez me ha parecido muy desgastante trabajar con él, sobrellevar sus críticas y sus arranques de mal humor, pero desde hace mucho me acostumbré a contarle mis proyectos. Anoche fue el oyente ideal. Sabe respaldarme, sugerirme posibilidades, protegerme si empiezo a divagar. A veces hablamos de Shakespeare y es bueno saber cuánto cariño hay en las acotaciones de esos diálogos.
Le conté los pensamientos de Will mientras compartíamos la ensalada. La tragedia de su hermana era irrepresentable; había que quitarle, ponerle, adaptarle. Judith por ejemplo dejaba pasar un detalle que le daría relevancia política, pues se deshacía muy pronto de Banquo, como si no se percatara de la leyenda que lo convertía en ancestro del rey actual. Así había sido siempre: desdeñaba cálculos indispensables. Escribió de un jalón la escena de los descendientes de Banquo reflejándose en espejos infinitos y se sintió feliz. De alguna manera, su hermanita vivía en el calor con que su mano acariciaba las páginas. La recordó muy niña, cuando ninguno de los dos sabía escribir y corrían por los campos cercanos a Stratford o se refugiaban de la lluvia y jugaban a disfrazarse.
Ese papel lo va a hacer una actriz imperfectamente travestida, aunque al principio nadie en el público se dé cuenta. Will va a hacer pausas en su escritura para acariciarse los cabellos, para ajustarse un corpiño apenas disfrazado bajo la camisola. En algún momento se va a quitar el bigote para sentirse más a gusto. Sólo así podrá acometer los pasajes de las brujas, ellas sí barbudas. Su pluma se va a detener un instante sobre el papel mientras contiene la respiración y las ve ocupar el escenario, a la vez encarnación de las entrañas de la tierra y hechas de aire, de fuego.
Esos pasajes nunca han sido completamente descifrados por la crítica. Se dice que Will copió hechizos verdaderos, robados a las curanderas que Judith buscó para abortar. Tal vez lo engañaron haciendo pasar versos sin sentido por palabras de poder, o viceversa. Quizá leemos consejas incalculablemente antiguas, tal vez encontramos la escritura de Judith sin ninguna alteración. Las oigo magnificadas por el maquillaje, por los efectos de luz. Pero no puedo dejar de anotarlo: tal vez ahí es donde Will fue más severo y sacrificó páginas enteras que su juicio de experimentado dramaturgo no hubiera dejado llegar al público en ese tiempo atravesado por tensiones religiosas. Ritos, profecías, toda una trama sumergida.
Su versión conserva huellas elocuentes, como los restos de una ciudad usados en edificios posteriores, todavía tartamudeando en un lenguaje que ya no entendemos pero no deja de invitarnos a descifrarlo. Las brujas están ahí con su idioma de adivinanzas, pero se quedan a medias. Ahí se articulaba un mundo paralelo, mucho más poderoso que el de las luchas dinásticas entre Macbeth y los sucesores de Duncan, una esfera que los predice y los manipula pero cuyas razones están excluidas del escenario. En la versión de Will sobreviven los intentos de Macbeth por interrogar a esos poderes desdeñosos, que en cambio escuchan los ruegos de su esposa.

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Adriana González Mateos da clases en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha recibido varios premios por su trabajo literario:Foto-4 ha publicado traducciones de poesía, cuentos, crónicas, artículos académicos, ensayos y las novelas El lenguaje de las orquídeas (Tusquets 2007) y Otra máscara de Esperanza (Océano 2014).

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La mascota de mi hijo

Waiting for love. Sue Williams
Waiting for love. Sue Williams

Por Rocío Prieto Valdivia

El día que Rulo llegó a nuestro hogar mi hijo de tres años lo veía con recelo porque en un dos por tres esa bola peluda se había apoderado de su rincón favorito, dejando pelos por donde pasaba. Hasta tenía un plato especial, cosa que a mi pequeño hombre del espacio no le hacía ninguna gracia; el día que Rulo mordió su astronauta favorito fue el acabose. El pobre perro asustado se fue a esconder bajo las faldas de mamá Chanita, y ella, gustosa, se imaginó que papá Pantaleón le acariciaba las piernas. Aquel roce le recordó el día en el río, cuándo él la hizo suya por vez primera; sus grandes enaguas se teñían de carmesí, sus pechitos rosados se abrieron cual capullitos de alelíes en primavera; el abuelo ya le había puesto el ojo esa tarde de mayo en la placeta del centro artesanal, donde mi abuela vendía sus servilletas bordadas, algunas con canastas de frutas otras con pajarillos de colores. Ella con sus grandes ojos color topacio era la sensación del lugar, y todos los mozuelos estaban locos por la hembra más linda del pueblo; pero fue aquel soldado que parecía salido del ejército trigarante quién con su uniforme impecable y su caballerosidad conquistaría a la abuela.

Mi hijo dio un grito: Rulo has masticado a mi astronauta. Y un balde de agua fría hizo que mamá Chanita despertará del letargo en el cual estaba inmersa. A paso lento se levantó de la silla; caminó un par de pasos, cogió la fotografía de mi abuelo, y se sentó en la buhardilla de la casa. Corrí para sentarme a su lado, me gustaba escuchar las historias de mi abuelo Pantaleón.

Mi hijo terminó por aceptar a Rulo. Años más tarde mamá Chanita se durmió, y no despertó más; dejó una carta en la que pidió disculpas a papá Pantaleón por haber gozado las lamidas de Rulo en su muslo izquierdo.

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RocioRocío Prieto Valdivia. Mexicali, B.C., 1974, Promotora de Lectura.

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La tercera pregunta

¿Qué sigue? - por Sue Williams
¿Qué sigue? – por Sue Williams

Por Araceli Zúñiga Vázquez

La vejez femenina. La considero una de las mejores etapas de nuestra vida. Corría el año de 2004, era el Congreso de Semiótica y Cultura de Masas, en Monterrey. Le correspondía dar su conferencia a una mujer de cierta edad, con esto quiero decir más de 70 años… ¿cuántos más? Pues no lo sé, entre 70 y 80. Esposa y compañera de un filósofo alemán muy prestigiado cuyo nombre no recuerdo. Ella iba en representación de este hombre y de ella misma, filósofa también, por supuesto. La traducción sería al inglés y al español, pues ella únicamente hablaba alemán. Subió, pues, al estrado con un manojo grueso de hojas. Se notaba algo rígida y nerviosa: estaba en otro país, con personas diferentes que hablábamos otros idiomas y el tema de la charla era muy complejo. Lo comprendimos. Estaba muy lejos de casa. Por fin se hizo un silencio precursor para escucharla. Ella se acomodó mejor, carraspeó un poco y, en un movimiento involuntario, salieron todas las hojas volando, liberadas como palomas blancas por todo el recinto. Imposible recuperarlas en el orden establecido. La situación se tornó incómoda pues la conferencia estaba, por lógica, arruinada. Ella se levantó, hizo un breve movimiento de cabeza como despedida y se retiró a su habitación del hotel. ¿Qué hacer? Me llamaron de inmediato para subir a su habitación y ver cómo estaba. La encontré sentada en la cama, sin zapatos, los cuales señalaba de manera obsesiva. Balbuceaba. Yo solicité de urgencia la presencia del médico del hotel. Ella no estaba bien. Traté de acercarme y abrazarla pero no me lo permitió. Lo único que quería eran sus zapatos. Llegó el doctor y, en inglés, le pregunto tres cosas: su nombre, país donde se encontraba y su edad. Ella respondió, pero al llegar a la tercera pregunta, con énfasis dijo: 35 años. Regresó a Alemania de inmediato, con una acompañante, y no supe más de ella. ¿En qué momento, me pregunto, yo responderé a esa tercera pregunta? No lo sé, pero cuando llegue, espero comportarme con decoro, con mis 35 años de vida, asumidos con dignidad.

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AraceliZAraceli Zúñiga Vázquez. Investigadora/Guionista de radio y televisión educativa y cultural. Escritora. Poeta visual. Apasionada de la escatología y del boxeo, mismo que practica con un instructor que la califica como una fajadora. Editada varias veces por la UNAM y la SOGEM. Prepara un libro sobre Poesía Visual y otras insolencias.

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Los cuidados de Higinia

Por Izeguanita Pitumayo

Ayer fue el cumpleaños de mi abuela y no fui a verla, ni el año pasado. No voy por varias razones: porque me duele verla, porque me duele ver la casa de mi infancia que tanto amor me dió toda desvencijada y llena del odio de todas mis tías. Es bien duro ver destruído algo que te sostuvo tanto. No solo la casa, también mi abuela, que no está destruída pero sí desconectada. Hace dos años decidió ir perdiendo la memoria paulatinamente. Estoy segura que muchas de las enfermedades mentales son enfermedades del alma. Mi abuela decidió irse poco a poco. ¿Cuándo tomas la decisión de desdibujar los recuerdos? ¿Qué tan agobiante debe ser el dolor para destruirl la percepción del tiempo y el espacio?. Y claro, también están las cosas tangibles: La vejez, el cerebro que necesita ejercicio o va perdiendo forma. Mi abuela es un roble: grande y prolija. A los 16 años se fue de su pueblo y se vino solita a la ciudad.En su primera juventud vivió en casas de varias señoras que la acunaban a cambio de su trabajo. Conocía el centro historico muy bien y tiene una astucia para los negocios que nadie en la familia ha podido emular. A los 26 años tenía su propio negocio: una cremería en la que ella era la administradora principal. Tuvo a su primera hija a los 25 años. Siempre me llamó la atención el hecho de que en relación a la época mi abuela se casó muy grande. Siempre tuvo negocios mi abuela: la cremería, vendía colchas y hasta cosméticos, luego tuvo una fonda y solía comprar terrenos para revenderlos, construir casas para venderlas o rentarlas. No le gustaba maquillarse ni era vanidosa. Odiaba las fotos o los videos. Yo la recuerdo desde niña con el cabello corto o semicorto, la cara limpia y el olor a manteca o cebolla. Mi abuela siempre olía a guisos. Sin embargo le apasionaba muchísimo todo lo que tenia que ver con la construcción: siempre andaba mandando albañiles y proyectando espacios. Le apasionaban los negocios: siempre se imaginaba lo que podía vender y como podía hacerlo. Ella administrando el dinero de mi abuelo construyó todos los bienes que disfrutaron sus hijos , hijas , nietos y nietas. También amaba la cocina, muchísimo. Tenía una sazon muy original que no he vuelto a encontrar: sabores fuertes y rotundos. Su arroz era mi favorito, pero la gente amaba su mole de olla, la cochinita pibil y su mole verde. Yo no cocino pero lo sé hacer porque ella me enseñó y me dejó el buen sazon. Me enseñó muchas cosas mi abuela: a coser, a lavar los calzones con jabon y dejarlos al sol, a medir los insumos de la cocinada y practicar el sazón. A ser fuerte y mandona, a ser «abusada» y andar en todo, a tener el control de mis «dominios. Pero creo que lo que más me transmitió fue el mandato y don de cuidar a los demás, a las demás, cuidar a mis hermanas, hermanos, amigas,madres . CUIDAR.Mi abuela me enseñó a practicar el cuidado, porque además ella me cuidó. Le marqué y me dio tristeza escucharla, no sé si me reconoció pero me dijo que estaban sufriendo , que a que hora iba a ir por ella/ ellos. Creo que no puedo rescartarla, ni siquiera devolverle los cuidados que ella me dió, pero su herencia vive en mí, y de alguna forma yo cuido a otras personas.También me ha enseñado una lección permanente de confianza en las capacidades: Si ella que no tenía nada, una mujer rural con muy poca educación pudo tener varias familias, construir bienes, viajar a distintos países y dejar un legado,aprovechando su enorme astucia y su gran inteligencia. ¿Por qué yo o cualquiera de nosotras no podría hacerlo?

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ItzeItzel Arcos. Nació en la ciudad de México en agosto de 1988, standupera, actriz y escritora, se dedica a impulsar las artes escénicas y narrativas a partir de la autobiografía.

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Devenir vieja

Por Erika Bülle

Los estados y etapas del cuerpo en muchas de las ocasiones son pasadas por alto o nos empeñamos en poner atención a solo una de ellas.

Con una precisión desmesurada, el reloj biológico de mi cuerpo marcó a los 45 años cambios notables, mi piel flácida y gorda, ahora con todos sus pliegues, también mostraba resequedad; ligeras escamas se desprendían de mis brazos, la comezón intensa me provocaba laceraciones por el rasquido de mis uñas al dormir, nunca había usado crema corporal, ahora es un hábito.

Al llegar a los 48 años, esa resequedad se apropió de mis entrañas, una vagina sin lubricación, ante la respuesta de la ginecóloga: “está joven aún, pero por sus antecedentes familiares podemos anunciar la premenopausia”. Pensé que esto solo se refería a la próxima ausencia de la menstruación, lo cual confieso me entusiasma. No más sangrados abundantes, no más problemas con el mioma que tengo desde hace años, no más preocupaciones por manchar un sillón ajeno o un pantalón claro. Sin embargo no solo se trata de la ausencia de la menstruación, sino que junto con las irregularidades vino la pérdida de algunos recuerdos, acontecimientos y personas que vivían en mi mente de forma nítida: ahora las olvido con facilidad. Extraños sentimientos de ansiedad llegan por momentos, deseo gritar, caminar, hacer las cosas más rápido. Me gusta lavarme las manos y los dientes con extremada frecuencia, mis articulaciones rechinan un poco, y esa gran ola de calor que aparece sin avisar, me quema y hace evidente que algo pasa con mi cuerpo. Pero las ganas de amar y ser amada no han desaparecido.

Me emociono con facilidad y lloro constantemente, atravieso depresiones sin justificación y las disfruto, disfruto de los momentos de madurez que la cercanía con la vejez me han dado, disfruto de mis canas plateadas que cubren casi toda mi cabeza, disfruto de las nuevas arrugas que aparecen en mi rostro, de cada lágrima que me sale por la felicidad o la tristeza de de alguna noticia que me conmueve.

Aún así no dejo de pensar, en unos pocos años ¿qué va a pasar conmigo?, cuando tenga 60 años y no solo el cuerpo anuncie mi vejez, sino también el rechazo social con el que tendré que enfrentarme. A diario debo ganar una batalla contra la discriminación a mi cuerpo gordo, ¿ahora vendrá una segunda batalla?, me es imposible no pensar en la cantidad de viejos con los que me encuentro cuando voy al supermercado, aquellos que deberían estar gozando de una pensión que el sistema les negó, ¿serán profesionistas? ¿a cuántas personas habrán cuidado? ¿qué experiencias valiosas tendrán por compartir? ¿serán empacadores para “sentirse útiles”? como si la palabra vejez fuera sinónimo de inutilidad, han quedado desatendidos y el sistema los ha dejado a la mano de la sociedad civil. Nuestros pesos son su sueldo, el supermercado no les ofrece ningún tipo de prestación, no hay seguro médico, ni aguinaldo, ni vacaciones pagadas; el despiadado capitalismo en el que vivimos ha decidido explotar a estos cuerpos, mano de obra gratuita, mano de obra de desecho. ¿A cuántos viejos exitosos conozco? Afortunadamente a muchos, sin embargo no son suficientes.

Sí, es verdad, parece una visión fatalista de la realidad, pero cuál será mi destino, el destino de mi pareja, el destino de mis amigos, en una sociedad donde el ser viejo no es sinónimo de sabiduría, ni de maestría sino por el contrario, la vejez es experimentada en nuestro país como un proceso del cuerpo que nunca debió suceder, aunque portemos el orgullo de serlo.

Erika Bülle. Nació el 9 de junio de 1969 en la Ciudad de México. Actualmente estudia en la UNAM, Doctorado en Artes y Diseño en el área de performance. Trabaja sobre la problemática de los cuerpos gordos, obesos y con sobre peso en México, y la discriminación hacia esta disidencia. Tiene 25 años de experiencia en el arte de performance. Fue miembro del grupo SEMEFO desde 1990.

Link de página personal: http://erikabulleperformer.blogspot.mx

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La primera cita con el bisturí

Por María Candelaria May Novelo

Imagen: Infografía de María Suero*

La mañana recibió al nuevo día bajo un alegre y cálido sol. Mariana estaba ese día ¡mucho más feliz! La fecha ya de por sí era festiva y anunciaba algo que ella llevaba meses esperando: era 15 de diciembre y con ello el cobro de su aguinaldo. El año pasado recibir su aguinaldo significó poder pagar sus estudios de posgrado.

Este año su aguinaldo tenía otro destino: pagar su primera cirugía plástica. En los primeros meses del 2017 y sin la centralidad de sus estudios de posgrado en su pensamiento, una buena mañana de febrero justo cuando estaba a punto de cumplir 48 años Mariana se vio frente el espejo y sobredimensionó las marcas del tiempo y su edad en su rostro. Desde ese día ya no tuvo la misma tranquilidad al hacer la misma acción: cada vez que se miraba al espejo las marcas de sus constantes sonrisas le recordaban en su rostro no las muchas alegrías vividas y disfrutadas, sino los surcos que como milpa incipiente estaban ahí para que a diferencia de la milpa, que al removerse la tierra para prepararla para el siguiente proceso de producción desaparecen, las marcas en el rostro de Mariana se harían más profundas cada vez y eso le agobiaba más.

El cobro del aguinaldo significó para Mariana contactar al cirujano, pasar por la primera cirugía, el periodo de recuperación y el proceso de culpa posterior por haber hecho tal acción: ahora se sentía conflictuada entre su ser feminista y haber sucumbido al deseo de querer recuperar una imagen más joven de la que por su edad ya tenía.

Mientras en su cama guardaba el reposo indicado por la cirugía que le realizaron, Mariana se decía a sí misma: “Quise sacudir de mi mente las presiones que ejercían esas marcas ya evidentes en mi rostro y mi mirada sancionadora cada vez que me miraba al espejo, más no pude”, y esa flaqueza le producía cierto malestar con el que ahora tendría que vivir.

Y así recibió e inició el siguiente año Mariana: entre la culpa generada por su atrevimiento de realizarse una cirugía y la confrontación con su formación feminista, Se veía ahora con mirada de reproche y se cuestionaba cómo podría abordar el tema del cuerpo como objeto ante este sistema patriarcal si en ella estaba la prueba de que el deseo de permanecer joven había sido tan fuerte que abonó a ese sistema que nos cosifica a las mujeres.

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candelariaMaría Candelaria May NoveloActivista por los derechos humanos: una vida libre de violencia para las mujeres, el respeto a la diversidad sexual, la lucha en contra del acoso callejero, un aborto libre de prejuicios y un alto al abuso sexual infantil le comprometen, por ello dentro de sus compromisos como activista feminista por los DDHH el tema de la niñez, adolescencia y las mujeres es importante.

Facebook: María Candelaria May Novelo.

Twitter: @florenciabonita

maría sueroMaría Suero. Suero nace en Huelva, AndalucÌa, España, en 1978. En 1998 se matricula en la única academia de Bellas Artes de la ciudad, al tiempo que empieza Magisterio. Años mas tarde, estudia Cerámica artística. Desde el año 2002 participa en exposiciones en salas dentro y fuera de Huelva, tanto individuales como colectivas, en las que se puede contemplar: dibujo, infografía, cerámica e instalaciones.

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Estoy sufriendo por ti

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Fotografía: E.Ross

Por Berenice Vargas García 

*Este escrito es la recreación de una charla que mantuve con una mujer afromexicana de la Costa Chica de Oaxaca, en el 2013. El título está tomado del bolero costeño del mismo nombre, compuesto por Emiliano Gallardo de Los Cumbieros del Sur.

Yo lloro mucho ¿sabe?

A lo mejor usted piensa que lo digo porque estoy borracha, porque me gusta tomarme mis cervecitas, así como hoy, cuando el calor castiga. Pero no es por eso, o sí… pero no nada más.

Yo lloro todos los días, desde que me levanto y hasta que me acuesto. La vida se me iría en lágrimas si no fuera porque vengo aquí y me echo mis cervezas. Canto, me río tantito pa’ que se me olvide ¿sabe?

Tengo razón en llorar. Porque soy pobre. Porque soy fea, vieja, negra. Porque soy sola.

¿Mi marido? me dejó con mis niñitos y se fue con una de sus queridas. Estaba yo jovencita, y como pude le hice para crecerlos. Ahora que hicieron su vida me dejaron también. Ya casi no me llaman, ¡menos vienen a verme! Se fueron pa’l norte, al pueblo ya no regresan… ¡ni esperanza! Le juro por Diosito que no fui mala madre.

Yo como puedo vivo y me mantengo: le ayudo a una señora de por allá, que hago mis tortillas, mis tamales y vendo… Porque yo soy pobre, mi niña, ya se lo dije. Aquí mi amiga me fía mi mamadera, ella sí me quiere y yo la quiero mucho a ella. Y así vivo como puedo, que no como quiero, pero vivo.

Seguro que usted no llora como yo… ¡mírese! tan jovencita, tan bonita y blanquita… ¿la han de pretender mucho verdad? ¡Uy! pero no les crea, son mañosos ¡si lo sabré yo! Porque así como me ve, de vieja y fea, también me perseguían cuando era muchachita. ¿’Ora quién me mira siquiera? No, pa’ las viejas no hay amor. El de los hijos y los nietos nomás. Pero para mí ni eso, nada.

Yo he oído que dicen de las mujeres negras que somos alegres, que la mujer costeña es arrecha, que ji-ji y ja-ja. Y no mi niña, también sufrimos, sufrimos mucho.

Yo por mi color, que está feo… dicen, por lo oscuro, por mi pelo canoso y cuculuste. Porque me puse gorda y vieja, arrugada como chayote pasado. Soy sola, soy muy sola. Y lloro mucho, ¿ya le dije?

¿Le gusta la música? Es bonita. La hace a una acordarse… aunque sea de cosas tristes, pero el recuerdo es todo, mi niña. Yo pienso en mis hijos, mis niños. Y lloro. Hay una cancioncita de por acá que dice: “estoy sufriendo por ti, desde que tú te marchaste, por las noches yo en ti pienso, pienso que ya me olvidaste… mi vida regresa pronto, que yo aquí te esperaré”.

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BereniceBerenice Vargas García (CdMx). Antropóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la UNAM. Su trabajo se centra en el estudio de la otredad, la música, el arte verbal, las afectividades y los movimientos sociales de reivindicación. El centro de todo: lxs afromexicanxs, particularmente de la región de la Costa Chica.

https://www.facebook.com/laberinais

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