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El capitalismo patriarcal es una fuerza cargada de destrucción

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por Isaura Leonardo

agosto de 2019

En el libro Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista, de María-Milagros Rivera Garretas aparece una cita tomada de Moderata Fonte en la que esta última piensa en voz alta sobre la fuerza física diferencial entre varones y mujeres. Si ellos son más fuertes, dice Moderata, bien podrían estar a nuestro servicio, y nosotras, débiles, podríamos usar esta carta para tirarnos al ocio como las “patronas” que somos. En realidad no me interesa discutir la fantasía de Moderata Fonte (nombre maravilloso donde los haya), más bien me puso de frente a una paradoja inquietante. Si en efecto la mayoría de los varones son superiores en fuerza física y las mujeres somos en mayoría más débiles, ¿por qué el trabajo de cuidados de casas y personas enfermas o dependientes (bebés, discapacitad*s) ha recaído en quien es más débil? Es decir, aquellas labores para las que los varones fueron socializados y desarrollados corporalmente en la superioridad de fuerzas hace miles de años, como la guerra o la cacería de grandes mamíferos, no son una actividad cotidiana (excepto si eres espartano o luchador de la AAA), mientras que cuidar de la casa, administrar los recursos y atender de las personas dependientes sucede todos los días. Cazar grandes o pequeños mamíferos, por lo demás, nos está costando el planeta. Alguna vez leí que la evolución cultural va un paso delante de la biológica y la histórica crianza de varones proveedores/cazadores recién comienza a empatarse en su aspecto más evolutivo, y por eso pareciera que este estereotipo y sus dicotomías ambiguas (debilidad/fuerza, proveer/criar) se resisten a dejarse transformar.

Quizá nuestra presente confusión generalizada tiene que ver con el replanteamiento de todos los paradigmas que conocíamos hasta ahora, provocados en parte por la revolución cultural que el feminismo y los movimientos de mujeres, así como el de l*s medioambientalistas, vienen empujando. Como víctimas que han sentido sus efectos, a las mujeres, l*s mediambientalistas y comunidades indígenas, por ejemplo, les resultan más transparentes las nocivas dinámicas del capitalismo patriarcal ecocida actual. Hemos llegado a un punto de retorno necesario a cuando los animales y los árboles y los ríos eran sujetos del mismo cuidado que las personas, algo que los mapuche no han olvidado: para vivir junto al cauce de un río hay que pedirle permiso, avisarle, no hay que estar demasiado cerca, el río está vivo y puede ser que las familias se crucen en su camino, eso sería peligroso; o a cuando las naciones del Norte de América vivían en cordial acuerdo de intercambio de cuidados con los bisontes, a quienes llaman la nación bisonte, Tatanka Oyate, y de quienes obtenían, en un sistema ecológicamente equilibrado de cacería, su piel, su leche, su carne. A cambio, cuidaban de su hábitat.

Para volver a la dicotomía que estableció las labores en un diferencial sexogenérico, cabría hacernos una pregunta: ¿qué implica la dualidad fuerza/debilidad hoy, aquí y ahora?, política, social, afectiva, económicamente. En la naturaleza fiera, las leonas, se sabe, van por la comida mientras los machos esperan. ¿Qué es ser débil? Según lo interpreta Rivera Garretas, la fantasía ociosa de Moderata Fonte (importante decir que ella existió en el siglo XVI) es una irónica manera de presentar a la debilidad, que sólo puede ser femenina, como un objeto arrojadizo, sin embargo, en la práctica se ha traducido como una ambigüedad que está cooptando en las entrañas del capitalismo a las mujeres, sobre todo a las de clases trabajadoras. Volver al mercado laboral ha significado que miles y miles de mujeres se repartan en dos o tres jornadas de trabajo, una de las cuales, la doméstica, no es remunerada, lo que ha derivado en un agotamiento excesivo y un descuido indolente de su salud física, mental y emocional. En el trabajo doméstico o en el informal las mujeres se parten en pedazos para rendir el día y generar los recursos suficientes (a veces ni eso) y al mismo tiempo sostener sus casas (criar hij*s, atender dependientes, limpiar, etc.). Este círculo vicioso ha provocado también que las mujeres exploten a las mujeres, y que incluso mujeres de clase media baja y baja esclavicen a otras todavía más precarias para que se encarguen de las labores agotadoras del hogar. Precisamos, pues, distribuir los cuidados, pero no solamente, precisamos romper con los modos de hacer del mercado capitalista patriarcal neoliberal ecocida, no permitir la explotación de mujeres por mujeres; de la tierra por las personas; de las personas por el mercado.

Esta trama es un proceso largo, lo que explica su arraigo, pues como nos cuenta Marvin Harris, en Vacas, cerdos, guerras y brujas, los varones decidieron hacer la guerra, cazar a las bestias grandes y proveer del alimento y el territorio al clan. Las mujeres, pues, debieron quedarse en “casa” administrando de estos recursos, cuidando de las crías y los animales, de la tierra. Ese proceso implicó el debilitamiento de las mujeres, ya que si los varones irían a la guerra o a la caza, debían comer mejor y más que las mujeres, ese fue el cálculo. Y así se hizo, lo que provocó una práctica recurrente del infanticidio femenino: las madres dejaban morir a las hijas, subalimentadas, subcuidadas siempre. Estos seres viviendo por debajo del pronóstico, serían las cuidadoras no sólo de los varones, sino de la tradición, de las plantas, de la memoria, apartadas de los privilegios de experiencia, existencia y “decibilidad” (para seguir con Rivera Garretas) que inventaron para sí, un conjunto de prácticas y dinámicas que conocemos como patriarcado.

En uno de los testimonios que recoge Svetlana Aléxievich en La guerra no tiene rostro de mujer, una excombatiente soviética (de la Segunda Guerra Mundial) cuenta cómo en medio de las devastadas tierras en la frontera con Alemania vieron un potrillo. L*s compañer*s la azuzaron, silenciosamente, para hacer lo inevitable, lo que haría un pelotón que no ha comido ni ha visto comida en semanas. Ella se encarga de matarlo y cocinarlo. Lo que más me interesa es el final de su relato, que ella sentencia diciendo que era el único animal vivo que había visto en la guerra. Pienso entonces en una frase de María-Milagros Rivera Garretas de nuevo: “…las autoras que se separan del régimen de mediación por ellos [varones] impuesto desnutren al patriarcado” [Nombrar el mundo en femenino, p. 33]. Desnutrir al patriarcado, no puedo pensar en una imagen más elocuente; no sacrificar a los potrillos, lo último vivo que ha dejado la devastación de la guerra, para alimentar su institución bélica. Lo sé, no he ido a la guerra, estoy pidiendo demasiado, pero quizá no me refiero a literalmente no alimentar a un pelotón ni en invertir la fórmula “primitva” del infanticidio femenino y dejar de alimentar a los varones-guerreros, sino a la posibilidad de encontrar un modo diferente de relacionarnos, uno no devorador ni autodevorador.

Si el ser humano además ha estado en guerra con la tierra, redistribuir los cuidados, reinventar las relaciones de reciprocidad y cuidado mutuo, reinterpretar la dicotomía fuerza/debilidad es un imperativo de nuestra época. No quedan animales grandes para cazar, apenas quedan potrillos en la planicie devastada por la guerra, las mujeres nos agotamos en la trampa capitalista de la doble o triple jornada. Agotan nuestras fuerzas, capitalizan nuestras debilidades.

Precisamos no acoplarnos al deseo capitalista de volvernos hiperproductivas a la vez que hipercuidadoras y  apartarnos del camino de la relación capitalista-patriarcal con el trabajo, la vida, los cuidados, los afectos y la forma de decir y narrar nuestras vidas.

Llegada a este punto me parece que sería mucho más interesante leer a una trabajadora del hogar que a mí, conocer sus rutinas, escuchar cómo cuenta su doble jornada, cómo metaboliza la cotidianidad de dos entornos familiares. A las enfermeras, a las profesoras de preescolar, a las cuidadoras de enferm*s. ¿Cómo cuidamos de las cuidadoras? Tal vez si nos organizamos, tod*s podamos tener acceso a la fantasía de Moderata Fonte, cada tanto, si alguien más, si muchos más cuidan de la manada. Y si de pronto, toda la manada renuncia a la hiperproducción… no sé, tal vez nos veríamos forzados a imaginar otro modo de relacionarnos, de existir, pues. A lo mejor no ya para nosotr*s, sino para l*s que vienen: hablar con la palabra de esos antepasad*s amig*s de los bisontes para que lo escuchen quienes estén por llegar.

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Isaura Leonardo (Ciudad de México, 1984). Estudió Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Es investigadora independiente y escribe sobre todo de genocidio, arte y lenguaje, testimonio de guerra y mujeres combatientes. Es enferma crónica y también dedica buena parte de su pensamiento y tiempo a la enfermedad, los cuidados, las políticas de salud y la industria farmacéutica.

 

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Neoliberalismo y división sexual del trabajo

 

por Rocio Isela Cruz Trejo

Neoliberalismo como ideología y política económica

El Neoliberalismo es tanto una ideología como una política económica que se refiere esencialmente al desplazamiento del Estado como administrador de los bienes de la población que actúa en pos el interés común y como contrapeso (en su papel de representante de todos los ciudadanos) de los intereses  privados, y en cambio lo convierte en un intermediario y facilitador del capital privado y los intereses de las clases privilegiadas.

Este cambio en la visión del papel del estado y la preponderancia del mercado como actor y motor de la economía, es esencial para entender la forma en la que todo lo que nos rodea ahora sólo es comprensible en términos mercantiles como ganancia, oferta, demanda, consumo y en donde el éxito de las políticas y actividades sólo es válido en tanto es medible, comparable, cuantificable y capitalizable.

Christian Laval y Dardot definen el neoliberalismo como una racionalidad que organiza y estructura no sólo la acción de los gobernantes sino también la conducta de los gobernados (…) (un) conjunto de discursos, prácticas y dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno de los hombres según el principio universal de la competencia’ (Laval:2013:15).

A lo anterior agregan la importancia de la ‘competencia’ como el factor que permea todas las esferas sociales -desde lo individual/interpersonal hasta lo gubernamental-, y que convierte nuestros cuerpos y relaciones en productos mejorables, comercializables y que por ende requieren de la capacitación y mejora constante para no dejar de ser competitivos en el mercado.

La competencia vista de este modo, es el elemento que pese a que nos somete a diferencias sociales y económicas cada vez más profundas, da sentido y construye nuestra realidad de tal forma que nos es imposible no sólo imaginar una alternativa política y económica distinta al modelo neoliberal, sino que además nos hace asumirnos como únicos responsables de la situación económica y social en la que nos encontramos, ignorando de esta forma (y muy convenientemente), el poder estructurante y modelador de las estructuras políticas, económicas, sociales y patriarcales  que nos anteceden.

En esta lógica, sólo los individuos y las organizaciones ‘más aptas’, en constante cambio y con mejor ‘adaptabilidad’ lograrán prevalecer y sobrevivir; marginando y haciendo imposible la supervivencia de quienes estructuralmente se encuentran en la base de la pirámide social, o que pertenezcan a grupos socialmente considerados vulnerables. Herbert Spencer retomando el evolucionismo de Darwin nombró a esto ‘darwinismo social’, que es ‘la supepervivencia del más apto concebido como mecanismo de evolución social, y la creencia de que el concepto darwiniano de la selección natural puede ser utilizado para el manejo de la sociedad humana (…) La competencia ya no es considerada como en la economía ortodoxa clásica o neoclásica, una condición de la buena marcha de los intercambios de los mercados, es directamente la ley despiadada de la vida y el mecanismo del progreso por la eliminación de los más débiles (Laval:2013:47).

En este marco, el gran triunfo del neoliberalismo ha sido encarnar la competencia en nuestros cuerpos y volverse los lentes con los que miramos (y tasamos) el mundo. Cada cuerpo es ahora consumidor, mercancía y fuente constante de datos (big data) desde donde es posible producir y asegurar el consumo de más mercancías, y de esta forma la perpetuación del modelo neoliberal.

A los conceptos desarrollados hasta este punto hay que añadir la deuda y la culpa, ya que en el modelo neoliberal el individuo asume como propias las funciones y  responsabilidades que antes eran del estado como la salud, el cuidado, la vivienda y la educación y se culpa a sí mismo cuando no logra satisfacer estas necesidades.

Así mismo, el individuo adquiere deudas para poder solventar los gastos derivados de estas responsabilidades adquiridas, y se convence de que el trabajo y la capacitación constante son el único camino para poder generar el capital necesario para vivir; se culpa por no ser lo suficientemente competitivo como para acceder a mejores condiciones laborales y sociales y se somete a jornadas laborales extenuantes en detrimento de su salud y bienestar bajo la consigna de que éste es un estado transitorio y que en el futuro el bienestar que tanto anhela será una realidad. Un futuro que en el marco de la competencia se torna cada vez más incierto.

Isabell Lorey al respecto, traduce esta incertidumbre en precariedad y la define como: ‘Formas históricas específicas de inseguridad –que son inducidas política, económica, legal y socialmente-. Estas formas de inseguridad son mantenidas por modos de gobierno, relaciones consigo mismo y posicionamientos sociales’ (Lorey:2016:18).

La precarización permea nuestros afectos y relaciones y nos aísla en una ficción individualista que niega nuestra naturaleza colectiva y el potencial transformador de los vínculos sociales. Como apunta Virginia Cano, el neoliberalismo es rico en tecnologías de aislamiento y nos hacen sostener(nos) y reproducir(nos) como individuos aislados, y así como hace deseables los dispositivos de control, hace deseable el aislamiento al ofertarlo como una posibilidad de liberación (Cano:2018:32).

Paradójicamente,  son de hecho los vínculos, las redes y los afectos lo que posibilita en gran medida que seamos día con día parte activa del engranaje económico. Todo el trabajo de cuidar, mantener vínculos afectivos con los otros, generar lazos y fomentar la escucha de unos y otros, es lo que permite que la precariedad sea soportable, y aunque invisibilizado, ese trabajo de cuidados es la base que posibilita la reproducción y acumulación del capital.

En este punto es necesario subrayar que este trabajo de cuidados es -debido a la división sexual del trabajo- una labor realizada mayormente por mujeres, y que al conformarse de acciones asociadas culturalmente como ‘naturalmente femeninas’ es invisibilizado y carece de retribución. A pesar de esto, la necesidad de alimento, ropa limpia, atención a la crianza, afecto y todo lo comprendido dentro del espectro del ‘trabajo de cuidados’, no desaparece en la medida en que es ignorado; sin embargo ignorarlo -y en este punto recojo el pensamiento de Silvia Federici-, sí es un elemento crucial para entender la acumulación del capital, la reproducción del modelo económico, y la importancia de la opresión de las mujeres bajo el sistema patriarcal (Federici:2011:197).

Es claro que el neoliberalismo afecta a todas las clases y esferas sociales, sin embargo y muy a propósito del ejemplo anterior, es necesario subrayar que esto no quiere decir que afecte a todos los individuos indistintamente. Es importante puntualizar que hay sujetos que acumulan múltiples y variadas formas de opresión, y que existen profundas diferencias entre las formas en que se viven y encarnan los efectos del neoliberalismo y el patriarcado entre hombres y mujeres.

Mujeres / división sexual del trabajo / neoliberalismo

A partir de lo expuesto en el apartado anterior, podemos inferir la importancia que entraña la asignación de trabajos respondiendo a una característica física como lo es el sexo y sobre todo, la relevancia de la reproducción y sus actividades relacionadas como una tarea exclusiva de las mujeres. En este sentido Marcela Lagarde y de los Ríos resume lo siguiente: ‘La homologación de las actividades de la mujer con los hechos procreadores que le ocurren, como hechos naturales, (…) Así el trabajo de la mujer se constituye en mucho más que una característica sexual: es sexualidad femenina, queda subsumido y negado en la feminidad-naturaleza’ (Lagarde:2011:113-114).

De esta forma lo que inicialmente parecía un avance en la búsqueda de ‘autonomía’ y ‘libertad’ (conceptos también cooptados por el neoliberalismo), resultó en la profundización de su ya de por sí condición desigual de vida, y dio pie a lo que ahora se conoce como ‘la doble jornada laboral’. Esto es, derivado de que cultural y socialmente son las mujeres las encargadas de la crianza y el mantenimiento de los vínculos afectivos, las mujeres deben realizar el trabajo de cuidados (jornada de trabajo no pagada) y sumado a esto con su inserción en el mercado laboral, deben cubrir una jornada de trabajo fuera de casa con las responsabilidades propias que esto supone, lo que por lo general las empuja a aceptar trabajos que les permita hacer frente a su jornada no pagada -eventuales o de media jornada- y que al final del día terminan por profundizar sus condiciones de desigualdad.

Sobre esto y sobre la manera en que el modelo económico terminó por transformar la crítica en una herramienta para su reproducción, Alejandra Castillo apunta que ‘La crítica a la mantención de un orden masculino anclado al salario familiar termina por ser resignificada como un argumento neoliberal a favor de la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, pero en términos de precarización, flexibilización, bajos sueldos y la obligatoriedad de mantener el espacio familiar con dos sueldos. Es más, parte del vigor del orden del capitalismo neoliberal pasa por la recepción positiva de las políticas de género’ (Castillo:2015).

Es importante señalar que sumado a lo anterior, las tareas y trabajos relacionados con lo femenino -o feminizados- (y que nuevamente son en muchos casos trabajo de cuidados), son los que tienen menor paga en el mercado laboral: enfermeras, trabajadoras sociales, trabajadoras del hogar, etc.; acentuado por el hecho de que las mujeres tienen mayores dificultades para acceder a la educación y a la profesionalización de sus tareas, y que aun en las tareas profesionalizadas son las relacionadas con lo femenino las que tienen menor reconocimiento tanto como clave para el ‘progreso humano’ como en su adecuada retribución o paga (tal es el caso de las ciencias sociales y humanas en comparación con la ciencias ‘duras’).

Finalmente aunque las mujeres -independientemente de las condiciones-, se han insertado masivamente en el mercado laboral, este cambio no ha supuesto lo mismo en relación con los hombres y su inserción al trabajo de cuidados, colocándonos en un escenario ficcional en el que aunque aparentemente las mujeres se encuentran en una situación de igualdad y representación sin precedentes, siguen contenidas en posiciones subordinadas y de precariedad.

Ante esto, Marta Lamas añade el hecho de que la segregación laboral promueve la sobre-representación de los hombres en los espacios políticos y económicos, y el que estos promulguen políticas y leyes que no tomen en cuenta las necesidades específicas de las mujeres, pintando un panorama presente y futuro del que se nutre el sistema neoliberal de crecimiento económico que no permite la generación de reformas estructurales estratégicas capaces de subvertir los problemas que este mismo sistema produce (Lamas:2014).

Así que aunque la experiencia histórica nos ha demostrado que la inserción de las mujeres en el ámbito laboral es indudablemente importantísima, no es el problema central. Es necesario replantear como diría Silvia Gil el mercado laboral empezando con una reducción de la jornada de trabajo y el derecho de cuidar y ser cuidado para todas las personas que sobre todo rompa con la obligatoriedad impuesta de manera exclusiva a las mujeres (Gil:2019). Así mismo una política que expulse la productividad como epicentro de nuestras vidas y en cambio se centre en la posibilidad de una vida digna para todos. Un modelo económico y social que no esté enfocado en la competencia, la acumulación y lo material y en cambio pugne por un bienestar compartido, que luche contra el ideal individualista del crecimiento única y exclusivamente personal. Una reformulación radical de lo que conocemos con miras a la conformación de un sistema en donde todos, en colectivo tengamos vidas dignas por igual.

Bibliografía

Cano, Virginia (2018) Solx no se nace, se llega a estarlo. Ego-liberalismo y auto-precarización afectiva en Los feminismos ante el neoliberalismo. Ediciones la cebra. Argentina.

Castillo, Alejandra (2015) ¿Feminismo neoliberal? (Parte I). El desconcierto.cl consultado en https://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/

Federici, Silvia (2011) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Tinta limón ediciones, Buenos Aires.

Gil, Silvia (2019) Esta revuelta feminista tiene su origen en América del Sur en El periódico consultado en https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20190616/entrevista-feminista-silvia-gil-7499724?fbclid=IwAR16Ro1eggs-VICqu-fu9DAVt9VZhqzTsTeLhX3amNEzzvivHFqxXOEEWac

Lagarde y de los Ríos, Marcela (2011) Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas. Siglo XXI, México.

Lamas, Marta (2014) Mujeres y política neoliberal en Revista proceso en línea. Consultado en: https://www.proceso.com.mx/381603/mujeres-y-politica-neoliberal-2

Laval, Christian (2013) La nueva razón del mundo. Editorial Gedisa, Barcelona. España.

Lorey, Isabell (2016) Estado de inseguridad. El gobernar la precariedad. Traficantes de sueños. Madrid

Lorey, Isabell (2018) Preservar la condición precaria, queerizar la deuda en Los feminismos ante el neoliberalismo. Ediciones la Cebra, Argentina.

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Rocio Isela Cruz Trejo

Doctorante en Ciencias Sociales y Humanidades, Maestra en Historia del Arte con especialidad en Arte Contemporáneo por la UNAM. Licenciada en Comunicación Social por la UAM; Relaciones Comerciales por el IPN y en Diseño Gráfico por la UNITEC.

Ponente en espacios como el ‘Foro de mujeres’ del Bicycle Film Festival (2015), la Muestra marrana (2015), el 1er. Congreso Internacional de género y espacio (2015) y el Coloquio Universitario de Análisis Cinematográfico (2016), así como invitada a espacios radiofónicos como ‘Bicictlán’ y ‘No al silencio’ ambas emisiones de ‘Reactor 105.7’ para hablar de temas de género y/o movilidad.

Como activista e investigadora, trabaja en proyectos sobre las formas en la que se construye el género a través de la imagen, así como las múltiples relaciones simbólicas entre el género, el cine, la televisión y la ciudad.

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