Llena eres de gracia

Por Demandruina Ascabulon

Ilustración: Sue Williams

En las mañanas cuando el sol entra por la ventana y acaricia sus parpados, ella se levanta. Pone ambos pies fuera de la cama y comienza a sentir la tibieza de la madera, es entonces cuando su pie izquierdo comienza a buscar torpe la tibieza de las pantuflas, las encuentra y junto con el derecho se hunden en ellas. Ambos descubren que no hay mejor lugar en una mañana fría que ser acariciados por un cálido forro de algodón.

Ya reconfortados, deciden que es hora de elevar el resto del cuerpo. Uno a uno de sus músculos se apoderan con firmeza del suelo y en un movimiento brusco logran que María se ponga de pie. Luego, como si ya conocieran el camino, la conducen directamente al espejo a observar y a buscar como todos los días alguna novedad en ese rostro que lleva más de 40 años mirando.

María pasa lista a sus imperfecciones, reconoce sin agrado nuevos surcos en su cara que el botox ya no es capaz de cubrir. Mira detenidamente sus labios y recuerda lo bellos que alguna vez fueron, se le viene a la mente un viejo amante que una noche mencionó que su boca era bella porque no tenía arrugas; ella en aquel momento no entendió, ahora frente al espejo sabía perfectamente lo que significaba.

Encontró todo igual, recibió con indiferencia el cepillo entre toda la dentadura que la acompañaba desde la infancia, era lo único que permanecía intacto y joven, puro, brillante y limpio. Después de un lavado profundo y de escupir con todas sus fuerzas el enjuague bucal, como queriendo sacar en ese acto todo lo amargo de su vida, descubrió que era imposible. Decidió pues cambiar, ya no podía seguir como autómata por la vida embarrándose de la mierda que día a día el destino le regalaba envuelta en los más atractivos placeres. Ya no iba a ser posible continuar, había descubierto que a la mañana siguiente continuaría odiándose de la misma forma que el día anterior; que la noche y el sueño no iban a poder lavarle tanta tristeza acumulada a lo largo de su vida.

Se miró, sonrió al espejo y cerró los ojos. Sus pies como los más compasivos de los seres la llevaron despacio por la habitación, pasaron por las fotos de la familia, tropezaron con su carnet que se encontraba en el suelo junto con un par de billetes de 200 pesos, se desplazaron tranquilos hasta el balcón y ahí en el séptimo piso de la Gran Vía numero 356 decidieron elevar a María hasta el mismo cielo. Nunca antes un ser había caído con tanta gracia desde las alturas.

 

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Demandruina Ascabulon. Norteña nacida en los ochentas. Niña precoz, desde pequeña me gustó el contacto corporal. Estudié por curiosidad y terminé una carrera que nada tiene que ver con lo que escribo. He escrito en algunas revistas impresas y electrónicas, algunas bajo el nombre de Faviola Esquivel, también apareció un cuento que escribí en Antología de Relatos Marranos.

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