(In)Visible

Dibujo «Cuerpo gordx sobre vacío» de Alex XAB

por Flor Azul

Me desaparecí por completo. El espejo sigue a mi lado. Espero que se rompa. Qué irónico que, mi cuerpo y mi sombra se engrandecieron, pero mi reflejo se achicó. Comencé esta pandemia con un cuerpo que yo ya sabía que no era normativo: era grande, gordo. Me lo habían dicho antes. Tienes que bajar de peso. Citas con nutriólogos. Pantalones que ya no me quedaban. Entradas a probadores que terminaban en no salir ni enseñar porque no había cerrado, era la talla más grande y ya no podía hacerse más. Qué horror. 

Pero llegó la pandemia. Y vino con la promesa de que iba a durar poco. Todo era falso. Pero había ahí una promesa de un periodo pequeño que prometía darnos tregua: transformarnos. ¿Cuántos kilos puedo bajar en 40 días? Si me esfuerzo, puedo salir renovada de esto. No recuerdo cuándo fue la primera vez que ese pensamiento apareció en mí. Parece haber estado dentro desde siempre. Supongo que llegó en algún momento, que de alguna forma se implantó en mí. Me gustaría creer que no fue por gusto propio.

Al inicio, sentí la pandemia como ese momento clave, esa pausa, que había estado buscando y necesitaba con tanta desesperación. Había mil y un pendientes en mi vida: trabajo, salud, amigues, relaciones… Pero lo único que me preocupaba a mí era cómo conseguir llegar a “mi peso ideal” para cuando la cuarentena terminara. Pero hoy, a dos años de eso, veo en retrospectiva cómo me diluí por completo. No recuerdo en qué momento se me escurrió de las manos. Pero sí puedo enumerar la lista de cosas que han pasado. 

Desde que tengo memoria, he vivido esto como una lucha secreta: no dejes que nadie se entere, que quieres bajar de peso y que no te sientes bien con tu cuerpo, demasiado superficial, pero tampoco vayas a no preocuparte. Como cuando tenía 7 años y hacía ejercicios en mi cuarto pero nadie tenía que verlo porque era demasiado pequeña para preocuparme por eso. Como cuando tenía 12 años y no me comía los sándwiches porque iba a subir de peso. Los escondía en mi mochila, pero me compraba un dulce en la cafetería por la ansiedad del hambre. Como cuando a los 15 una chica me pidió una playera, se la presté y respondió con un “Así es cómo se debería ver en un cuerpo delgado” y yo me limité a sonreír y darme media vuelta porque estaba acostumbrada a no incomodar y porque éramos amigas, ¿no? Como cuando tenía 19 años y comencé a caminar todos los días hasta que cumpliera una meta de pasos, sin importar qué, el chiste era cumplir. Porque, claro, tenía que hacer pequeñas acciones que nadie notara. 

Pero mi cuerpo nunca respondió. Parecía que en lugar de reducirse se expandía. 

Yo me desbordaba.

Pero también me achicaba. Por todas las cosas que dejé de hacer.

Volver arriba