Hotel Costa del Sol Carretera México-Cuernavaca.

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por Reilita

Recibes el cambio de la mucama, subes una escalera que te parece muy alta y blanca. Nunca habías pisado un hotel de paso de $590.00 con sauna y jacuzzi. (Una voz lejana en tu cabeza dice: eso es de putas, eso es de putas y piensas ¡qué más da! Quieres ser una de esas putas, para él, toda la noche).Ya en la habitación, un domo enorme se halla sobre un inmensojacuzzi de mármol, la habitación resplandece, aún no llega el atardecer.

En una sesión interminable de fotos, caricias y labios en tu piel, se desliza una lengua, prueba la extensión de tu cuerpo entre metros y metros de telas; te envuelves en dorados y estampados de pieles, lo sientes trepar por tu cuerpo y sus manos estiran el tejido tensando tu carne. Sobre la cama un lienzo celeste y sobre él, tú, extendida. El total de tu piel, tus huecos, tus montes, dispuestos en sus manos, y sobre tu cuerpo cae suave un encaje rosado, fresco. Te aprisiona con su cuerpo, sus manos aprietan y buscan. Sus dientes sobre el encaje muerden (mordidas pequeñas, escalofríos; y otra vez tú en sus manos), en la búsqueda encuentra el secreto húmedo que tienta y explora. Tú sientes caderas y piernas con ansiedad moviéndose, mientras él sigue prolongando la gloria de sus manos.

La regadera es justa; subes un poco la temperatura del agua, sientes el vapor que enciende más los cuerpos, él con jabón entre las manos, como conchas cerradas, frota tu cuerpo dejando un rastro espeso de espuma suave, con un maravilloso aroma (demasiado bueno para un hotel), recorre y aprieta tu espalda, presiona tus caderas. Sus manos, otra vez, resbalan en tu carne, se diluyen y se funden en tu piel con el agua caliente lloviendo sobre ambos. Suave hasta tus pies volteas para no ver nada, sus manos son garras que suben por tus piernas dejando hilos de ardor, la lija de su barba raspa por detrás, tus nalgas, tu espalda; te aprisiona en sus brazos, tan suave. Sientes su pecho, su vientre, sus muslos calientes, él pegado a ti por detrás, restregándose. (Te preguntas ¿por qué diablos no hay un tubo aquí!) Lo sientes grande, furioso buscando en la suavidad de tu carne que se tensa cuando te penetra. Tomas sus brazos, los aprietas sobre ti… Te detienes, giras y de frente, otra vez, deslizas su mano a tu vagina, él juguetea. De pronto estás montada en su brazo que se desliza desde los dedos hasta el codo entre tus muslos, una y otra vez, suave, espumoso, y otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

Para qué hablar de su boca, de sus labios que aprisionan y acarician, de su lengua fuerte y dulce, de sus besos de agua de jazmín y fuego; labios gruesos y dientes que comen incansables. Burbujas y cuerpos sumergidos en agua caliente. Boca que muerde tu cuello, orejas y derrama palabras en tu oído, y crea torrentes de ansiedad en tu piel, palabras… Te sabes el cuento pero lo quieres creer, te gusta oírlo: tu piel, tu carne, tus nalgas, quiere estar dentro otra vez. Lo sientas dentro del agua burbujeante y te colocas de espaldas a él, sobre su verga. Te deleita la sensación del agua mientras te penetra, encuentras movimientos divertidos, dando cientos de brinquitos y giros. Pasas largo rato disfrutando la ligereza y la imaginación que provoca flotar en esta delicia de agua caliente. (Es tan rico ver todo a través del agua que no sabes si quieres burbujas la siguiente ocasión).

Sobre la cama, otra vez, él dibuja. Un pincel húmedo en acuarela resbala sobre el papel, su mirada posa en tu cuerpo, tratando de arrebatar la esencia. Dibuja tu ser, la redondez y lo ángulos de tu piel, te dibuja toda, ve lo que tú no ves, ve lo que ama y desea. Su pincel roza sobre el papel de tu cuerpo, te come con los ojos y al observarte sonríe; dibuja tus piernas y pinta tu espalda. Después de un rato se da cuenta que tu mirada ya es de espera… con las piernas abiertas, su pecho sobre tu pecho, ya no hay acuarelas ni papel; solo hay, otra vez, un solo ser, un hechizo que no te despega de él, es lento y profundo, muy profundo. Tu pelvis se eleva y cae repetidamente. Su insistencia constante, firme, te permite sentir en segundos el oleaje que retuerce tu cuerpo, que tensa tus piernas mientras él muerde tus senos y aumenta el ritmo para prolongar tu locura y te olvidas de él… Cuando abres los ojos le dices: Hola, ¿Cómo me dijo que se llama? Él ríe, pero no se detiene.

Sabes que llevan dormidos algunas horas, pero aún no hay luz de día. No te das cuenta, no sientes el momento en que sus manos abren tus piernas, te confunde el suave ardor que inunda y te penetra, sientes el golpeteo; tratas de salir del profundo sueño. Todo tu cuerpo se mueve con la fuerza que te embiste, el deseo es instantáneo, lo reconoces dentro y disfrutas que te haya penetrado sin aviso.

Buenos días.

Te quedas así, en el movimiento que mece, en la cascada de caricias y la tormenta de besos hasta que la claridad del día lo descubre todo. Él prepara el jacuzzi, otra vez, aún quedan algunas horas para irte…

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