Escribo de memoria…de lo que me contaron y de lo que vi

Bertha

por Adriana Raggi Lucio

Escribo este texto de memoria, de la memoria de lo que me contaron y lo que vi de mi abuela, quien murió una semana antes de cumplir los 100 años. Siempre que pienso en ella, pienso en una mujer fuerte e interesante. Bertha Gómez Maqueo Olivera fue una de las primeras mujeres en estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras.  Se graduó como Maestra en Letras en 1937 con la tesis La forma y el contenido en la novela de Pérez de Ayala. En alguna ocasión me contó que en su facultad las únicas mujeres eran ella y una monja. Bertha era apasionada del idioma, por eso estudió letras. El inglés y el español eran sus dos idiomas, los manejaba ambos como lengua materna.

     Aun recuerdo la foto de su papá vestido de marino, mi bisabuelo, que ella guardaba con gran cariño y admiración en su cómoda. Mi abuela fue educada de una forma estricta, con una madre fuerte y desde mi punto de vista muy fría. Claro yo era muy pequeña cuando mi bisabuela Bertha Olivera era ya una señora muy grande, ella murió a los 92 años, y siempre fue, para mi infancia, una figura central y misteriosa de la vida en la casa de mi abuela. No recuerdo nunca haber cruzado una palabra con ella.

     Mi bisabuela estaba casada con el Capitán Antonio Gómez Maqueo –quien era su primo– y que luchó contra la invasión estadounidense a México en 1914, para después unirse a las filas del General Francisco Villa. En 1915, decidió retirarse de la vida militar y se fue a trabajar como marino mercante. El destino lo llevó a vivir en Estados Unidos. Para finalmente regresar a México en 1932 y trabajar duramente por la fundación de una escuela náutica en Mazatlán, para lo cual tuvo que negociar con el presidente Cárdenas y la clase política de ese momento, y la que ahora lleva su nombre Escuela Náutica de Mazatlán “Cap. Alt. Antonio Gómez Maqueo”.[1] Mi abuela nació en Estados Unidos, y renunció a su nacionalidad gringa cuando regresó a México. Un poco antes de morir, me pidió que pusiera música de fox-trot y entonces me platicó, con gran emoción, cuánto disfrutaba bailarlo cuando llegó a México en su juventud, por supuesto lo aprendió en los Estados Unidos. Yo nunca la vi bailar.

     Desde que yo recuerdo mi abuela y mi abuelo, Fernando Lucio, no vivían juntos. Mi abuelo era un hombre guapo y sumamente mujeriego, tuvo muchos hijos y muchas esposas y parejas. Lo de guapo lo supongo, porque a mí de daba miedo el abuelo Chango, nunca he sabido porqué le decían Chango, me saludaba de mano, con una mano inmensa. La hermana menor de mi abuela, Margarita, me comentó, en una ocasión que mi abuela estaba enferma, y la cuidábamos ella y yo en el hospital: “cuando tu abuela se casó con Fernando, lo hizo a sabiendas de quién era él, pero eso no le importaba, estaba enamorada y sobre todo, se divertía muchísimo con él. Que no te digan que su vida juntos fue puro sufrimiento”.

      Mi abuela tuvo cuatro hijas, Bertha, Emilia, Lupe y María Fernanda. Trabajó como profesora en la SEP por muchos años, escribió libros para estudiar inglés. El que más recuerdo se llama English alive: an English course for Mexican secundaria schools, publicado en 1975. Fue fundadora, en 1973, de la Asociación Mexicana de Maestros de Inglés, MEXTESOL. La enseñanza era su forma de vida. Recuerdo que cuando tenía 80 años le comentó a mi papá que ya no era la misma de antes, que después de dar cuatro horas seguidas de clases se cansaba. Aun recuerdo a mi papá sorprendido diciéndole que cualquiera se cansa después de dar cuatro horas de clase.

     A sus ochenta años daba clases y viajaba en metro a su trabajo. En algún momento trabajó en la SEP, en la certificación de locutores de radio y televisión, haciendo los exámenes de inglés. Ella contaba sus experiencias ahí, le gustaba conocer a los actores que iban a hacer sus exámenes. La jubilación no la trató nada bien, en algún momento su sueldo era de 2,000 pesos que no le servían para nada. Pero ella siguió trabajando desde su casa, hacía traducciones y cada año asistía a las reuniones de la MEXTESOL.

     Durante un tiempo, en mi infancia, no la vi porque se fue a estudiar a Inglaterra, no recuerdo que edad teníamos ninguna de las dos, pero a mí me parecía genial que la abuela estudiara. Esa es una de las cosas que más tengo presente de ella, su sentido de búsqueda de soluciones ante la vida. Y ya casi a sus cien años, su absoluta desesperación por no poder ser independiente, su cuerpo no se lo permitía, a pesar de su lucidez y su buena memoria.

     Mi abuela no fue especialmente cariñosa, aun recuerdo con cierto horror que ella mi mamá se saludaban de mano. Pero su lejanía física se compensaba con su cercanía mental, siempre se preocupaba y sabía que hacía cada una de sus hijas, sus nietos, bisnietos y, casi al morir, su tataranieta. Tenía en la mente las cosas que nos gustaban y nos interesaban a todos. En su lecho de muerte me dijo: “recuerdo mucho las cartas que me escribías cuando te fuiste a estudiar fuera de México, las recibía con mucho cariño”, entre otras cosas que quedarán entre ella y yo. Pero ahora que he escrito esta breve memoria de mi abuela, lo hago con el mismo cariño con el que le escribí esas cartas. Simplemente para recordarla, porque su vida merece ser contada.

[1]Al respecto se puede consultar Julio Alfonso Ruíz Ramírez Escuela Náutica de Mazatlán “Cap. Alt. Antonio Gómez Maqueo” La historia. Bloomington: Palibrio, 2012.

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