El mito de la fertilidad. Maternidad y aborto en el bajío mexicano

"Semillas" por Susana del Rosario
«Semillas» por Susana del Rosario

Por Amor Teresa

Hace unos días viajé por enésima vez a Celaya, Guanajuato, la ciudad donde nací y crecí hasta “pasadita” la mayoría de edad. Desde que me mudé fuera de allí, la distancia que he tomado con aquel lugar, junto con el montón de experiencias vitales que he tenido, entre ellas ser feminista, me ha permitido faltarle al respeto a mi lugar de nacimiento. Y mejor que sea así, porque no me gustan los regionalismos (menos los nacionalismos) y sobre todo, porque Guanajuato es un estado anclado en una región sexista, misógina y profundamente machista.

Ante la necesidad de escribir un algo para la revista Hysteria (necesidad mía que afortunadamente es acogida por Liz Misterio y compañía), me puse a pensar y pensar y sentir y sentir… y fue montada en un autobús de camino hacia Querétaro donde surgió el texto que a continuación les comparto.

Guanajuato es un estado de la república sumamente conservador cuya “moral social” está vinculada fuertemente con la moral católica. No sólo lo digo yo y mis hermanas que me dan la queja de tal o cual iniciativa de ley que ya propusieron los políticos, cada vez que voy de visita, o las amigas feministas que bien enteradas están de las barbaries que en términos de derechos sexuales y reproductivos vivimos las mujeres en Guanajuato. Lo dice también Verónica Cruz de Las libres, por ejemplo, a quien me encanta traer a colación cuando arranca mi perversa letanía en contra del Estado porque ella ha cuestionado a abogadas panistas para que “de abogada a abogada” le justifiquen jurídicamente las iniciativas de ley que su bancada ha propuesto para criminalizar a las mujeres que abortan. En respuesta ha escuchado que “se trata de llevar al pleno la ideología del partido” (¡ni más ni menos!), ideología religiosa que sabemos que fundamenta al PAN como partido de ultra derecha.

El anterior, un pequeño ejemplo de las joyitas parlamentarias que nos representan en aquel estado.

Por otra parte, Guanajuato es un territorio en el que por sus características geográficas las principales actividades económicas son la agricultura, la ganadería y el comercio, las cuales, a su vez se han visto vejadas por la llegada del TLC a México.

Se dice de Guanajuato que pertenece a la región del Bajío. Esta región se caracteriza por ser tierra llana y fértil, y según Wikipedia “es la región geográfica, histórica, económica y cultural del centronorte de México que comprende los territorios no montañosos de los estados de Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes y los Altos de Jalisco”. En otras palabras, es una región vista por sus habitantes como un gran campo de cultivo.

Queridas lectoras, no es que me haya equivocado de convocatoria y envié el texto incorrecto, prometo que iré al meollo del asunto, vamos, al grano. Nomás era importante comentar estos dos aspectos de la región que acoge a este lindo estado de la república.

En Guanajuato existen las peores leyes en términos de derechos sexuales y reproductivos. Las mujeres de Guanajuato no pueden abortar libremente so pena de ser castigadas, según claro, su estatus socioeconómico porque las más ricas sí que lo hacen o por lo menos tienen acceso a esta acción y las más pobres, si lo hacen es a costa de su salud, su vida o su libertad. Las mujeres son fuertemente vigiladas y castigadas en estos aspectos.

De Celaya, se dice que es “la puerta de oro del bajío” y la imagen que acompaña a esta publicidad es un cuerno de la abundancia. Por eso cuando Belén Romero, una amiga feminista, nos habló en un taller sobre la crítica ecofeminista que analiza la vinculación entre la desvalorización de la naturaleza y la desvalorización de las mujeres y que opera desde un paradigma epistemológico que separa naturaleza y cultura, algo hizo click en mi cabeza.

A la luz de reflexiones ecofeministas que nos permiten analizar que tradicionalmente el cuerpo de las mujeres ha sido visto como materia prima al servicio de todxs menos de ellas mismas, yo me pregunto: ¿existe alguna relación entre la asunción de vivir en una tierra fértil y la concepción de fertilidad de las mujeres en Guanajuato? ¿El mandato social de ser madre en Guanajuato está vinculado con la “fertilidad” de aquellas tierras? ¿Los cuerpos de las mujeres son valorados como mercancía, como materia prima al igual que lo es la tierra “fértil”? y de ser así, ¿quiénes tienen el poder de trabajar esa tierra? ¿Es la fertilidad de la tierra de aquella región una analogía esencialista comparativa con el cuerpo de las mujeres y por lo tanto aún más perversa?

La célebre frase revolucionara zapatista versa: “la tierra es de quien la trabaja”, ¿será entonces que los campesinos, empresarios, esposos católicos y novios furtivos de las guanajuatenses se creen que el cuerpo de sus esposas, sometidas, enamoradas, feligresas, etc. les pertenece y es a ellos a quienes les corresponde “trabajar” esa tierra?

Vale la pena pensar y repensar el asunto, porque me pregunto, si un cuerno de la abundancia es la “señal” de que se está entrando en territorio fértil, y si por otra parte, está bien documentado que los propietarios de las tierras son los señores, los empresarios-terratenientes, las trasnacionales desde hace más de 20 años ancladas en esta región y ya de manera más humilde, los campesinos que apenas tienen una o media hectárea, cabe preguntarnos, si efectivamente en su imaginario opera la fantasía de que el cuerpo de las mujeres tiene-que-proveer-hijos a la región, en un ejercicio imitativo de la tierra que les provee de todo.

Siguiendo con la especulación de esta hipótesis, los señores pensarían: si se vive en tierra dadora de vida, sería inconcebible que las mujeres fueran “estériles” y peor aún, sería un pecado el hecho de que las mujeres decidieran no tener hijos o recurrir al aborto.

Como feministas sabemos muy bien las terribles implicaciones que tiene ver la maternidad como algo natural e instintivo. Hemos criticado largamente y desecho la idea del instinto maternal y hemos pugnado de una y mil maneras por decidir lo que queremos hacer con nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Pero parece que todo esto no es importante, vamos, ni siquiera es pensable que las mujeres en Guanajuato puedan no desear ser madres.

Para quienes sí es importante es para muchas mujeres jóvenes guanajuatenses. Me llena de alegría escuchar que muchas chavas reniegan del modelo de maternidad impuesta por sus familias conservadoras, por los curas en las misas y por los políticos de ultra derecha. Me emociona y da mucha esperanza conocer las iniciativas de artistas que trabajan en Guanajuato denunciando la discriminación y la violencia y el asesinato de mujeres jóvenes, ya no sólo en este estado, sino en toda la región bajío.

Por eso sospecho de los políticos, de los señores que tienen el poder de legislar sobre el aborto, de los neocaciques, incluso de algunos campesinos humildes ¿porqué? Pues porque tal vez y sólo tal vez, sí opere en su imaginario la idea del cuerpo femenino como materia prima que necesita ser explotada.

Ya desde diferentes posiciones feministas rechazamos la valoración de las mujeres como objeto y en este sentido, lo que propongo aquí es considerar la posibilidad de que probablemente las mujeres en Guanajuato seamos vistas como materia prima con la agravante de que nacimos y vivimos en una región que se jacta de presentarse ante los ojos ajenos como fértil y abundante. Estas son algunas ideas que comparto porque pienso que vale la pena que las pensemos entre todas.

Pero no quiero dejar margen para que estas ideas sean mal interpretadas. Todo lo anterior no es una argumentación en contra de que las mujeres se embaracen, tengan hijos o sean fértiles, en lo absoluto. Mi crítica es otra vez a la discursividad que rodea a la maternidad normativizada en nuestra sociedad que en primer lugar se postula como obligatoria para todas las mujeres y que además es absolutamente estereotipada.

La abnegación, el sufrimiento, el sacrificio son virtudes que se atribuyen a la madre y se espera que todas las que aspiren a parir sean así. Más aún, pareciera que si no cumplen con esos estándares no son dignas de ser valoradas, sus enseñanzas vitales no tienen trascendencia puesto que su jurisprudencia abarca solamente el espacio íntimo del hogar y la familia nuclear tradicional.

Tan poco vale para una sociedad, para un Estado Nación que funciona sobre la base de un sistema económico capitalista, que las mujeres en Guanajuato y en todo el país, quienes con su trabajo sostienen este sistema económico llegadas a los sesenta años y una vez que trabajaron por y para su familia e hijos, posean un mínimo incentivo económico que pudiera equivaler a una pensión económica y mucho menos aspiran a jubilarse, porque incluso muchas de ellas consideran que una vez que son madres no dejarán de serlo hasta que mueran.

Ante este panorama se me ocurre rápidamente considerar que si las mujeres asumen que su cuerpo es su territorio “suyo, de su propiedad” (como diría una amiga de Celaya), pensar en labrarlo, trabajarlo, es decir, hacer con él lo que se les venga en gana incluyendo embarazarse y parir, ¿sería algo parecido a reapropiarse de su tierra?

Si la tierra es de quien la trabaja, habrá que trabajar nuestro cuerpo, apropiarnos de él, hacer con él lo que mejor nos plazca, con aquel placer que tanto temen que experimentemos, porque estoy de acuerdo con Verónica Cruz quien considera que el tema del aborto no surge tanto por la preocupación moral religiosa-católica-panista-conservadora del alma del feto, cuanto por el control de la sexualidad de las mujeres.Por esto, como dice la activista brasileña Sonia Correa, el aborto y la maternidad son temas para pensar desde el punto de vista del ejercicio de la sexualidad y de los derechos sexuales más que reproductivos.

Reapropiarnos de nuestro cuerpo significaría expropiar nuestras prácticas maternas, significaría despojar a los curas, machos y capitalistas de aquella función que nos asignan y convertir nuestro deseo de parir en un acto basado en el placer; la decisión propia y la reivindicación de nuestro derecho de reservarnos el derecho de “procrear”.

Incluso si nos embarcáramos en la decisión de procrear y en el supuesto de que ni el embarazo ni el parto llegara a proporcionarnos placer, podríamos ser capaces de gritarlo y contárselo a todas, sin temer a ser vigiladas, juzgadas y maltratadas por ser humanas y sentir dolor, asco, miedo y hasta recelo tanto por el proceso del embarazo, por el parto mismo y hasta por el hijo o hija que está por venir. E igualmente, no estaríamos avergonzadas de sentir una gratificación infinita.

Concluyo con una nota vigentísima respecto al aborto en Guanajuato, pues en la penúltima semana de abril “el congreso local discute una iniciativa para establecer el acceso a la interrupción legal del embarazo bajo el supuesto de violación”, la intención es obstaculizar el acceso a la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) aun cuando en este estado de la república sólo cuenta con la causal de aborto imprudencial y aborto por violación.

Así las cosas, sólo me resta decir que las feministas estamos atentas a estos cambios, que aunque aquí, en España o en otros lugares se trate de hacer retroceder los avances legales que hemos conseguido en estos temas, seguiremos resistiendo culturalmente porque esta es nuestra trinchera y desde ésta lucharemos ¡porque la revolución será feminista o no será!

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