El futuro

Por Anders Anderen

“Me contó que usted se demoraba horas en la ducha,” así me confesó Madre cómo se convenció que lo que decía Hermetes era verdad. Él, representante de una comunidad Embera Katío del límite entre selva, altos pastos y montaña era además conocedor de prácticas que acercaban el futuro con el presente. “Le pregunté el porqué de semejante afirmación, pero solo respondió que así lo revelaban mis manos”. No fue la única razón, pero fue la que Madre decidió compartirme. El propósito de Hermetes no era leerle las manos a nadie. Leyó las de Madre en agradecimiento por la buena disposición y diligencia con que ella lo atendió y orientó a través de los procesos burocráticos a los que tantos son sometidos y pocos logran ver el fin, en medio del desaliento de los burócratas mal pagos y perdidos en el laberintico día dentro de instituciones que desbordan el entendimiento individual.

    Madre, entusiasmada, compartió detalles del encuentro con toda la familia y con aire iluminado. Yo no era una excepción. Aprovechando la estadía de Hermetes en Capital, las manos de la familia entera serían leídas bajo el patronazgo del taita embera katío. En ocasiones previas me habían leído las líneas de mis palmas y no esperaba algo distinto a quiromancia gitana de misticismo Hollywoodense que yo había interiorizado gracias a las películas de domingo en la tarde que compraban los canales locales. Cuando Hermetes me pidió que dibujara el trazo de mi mano izquierda sobre una hoja blanca tamaño carta con mi mano derecha me sorprendí un poco. Lo mismo haría con menos destreza intercambiando posición y función.

    Hermetes tomó ambas hojas de papel e intentó interpretar alguna cosa. Como en otras ocasiones terminé desilusionado. Mi mano izquierda había dibujado el borde de la diestra con tres interrupciones. El resultado, dictamina el perito, tres amores. ¿Quién? ¿David, Camilo, Nicolás? Tal vez Esteban, David y Camilo. David era seguro, pero no los demás. Me vaticinó un aborto. ¿Pero cómo iba a abortar yo, desprovisto de órganos que posibilitaran imaginación semejante, además sin intención de acercar mi reproductibilidad a vulvas, úteros u óvulos? “De alguna novia presente o a venir” me respondió. Si alguien me hubiese propuesto ser padre sin duda habría aconsejado la adopción. ¿Tal vez alguna amiga quedaría embarazada de alguien más y yo como amigo consagrado tendría que velar por el proceso? Pero eso ya había ocurrido en un par de ocasiones, aborto incluido, sin mayor conmoción en nuestras relaciones.

    Con aire sombrío y desilusionado Hermetes miró a través de una ventana antes de dirigírseme una última vez. Diagnosticó que yo era reservado e introvertido. Era cierto. Pero esa me pareció una conclusión fácil. Yo no había pronunciado palabra alguna, no para proporcionar un camino simple para describir mi carácter sino porque yo estaba renuente a permitir que mis palabras influenciaran de alguna forma este arte adivinatorio.

    Pasaron los días con sus noches y nunca durante ese año nadie a mi alrededor me notificó de algún procedimiento abortivo. Mis prácticas sexuales permanecieron lejanas a cualquier cosa que pudiera insinuar reproducción humana. Tal vez Hermetes miró más de cinco años en el futuro cuando tomaría mi primera Profilaxis Ex Post para reducir las probabilidades de contraer el virus de inmunodeficiencia adquirida; un intento por terminar conscientemente la posible reproducción de ese virus en mi cuerpo. No obstante, Thierry y Yohan no lo habían contraído para cuando tuvimos sexo por horas y sin siquiera intentar eludir el contagio. Tal vez la comodificación del arte adivinatorio hizo desvanecer su pertinencia, esa diferencia de intención entre el agradecimiento y la venta de un servicio; tal vez fue mi incredulidad lo que previno la materialización de esa ventana al futuro.

    Al amor, para entonces, solo me lo había cruzado en dos ocasiones. Los demás novios fueron más el resultado de mis ganas por intentar sostener una relación con alguien que producto del despliegue invasivo de emotividad y afectividad con la que asocio ese estado de ánimo. Muchos más amores vendrían, pero en aquel momento la motricidad de mi mano izquierda señalaba en otras direcciones que tal vez nunca averiguaré, ya enterradas en los esquivos mapas que fijan el recuerdo de lo que era entonces mi vida. Me sigue gustando leer mi historia con palabras mágicas y místicas, pero prefiero formas más sutiles que aquellas que la narran con determinación y fatalismo.

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Anders Anderen se interesa por la producción de subjetividades asociadas a la alimentación. En sus ratos libres camina, monta en bici, ve películas, escribe textos cortos y no posee una página personal.

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