El artivismo de la CUDS y su campaña «Dona por un aborto ilegal»

Por Liz Misterio

Platicamos con Jorge Díaz, miembro de la CUDS (Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual) sobre la labor artivista del colectivo y en particular sobre el proyecto «Dona por un aborto ilegal»

Liz Misterio:  ¿Qué es la CUDS y cómo surge?

Jorge Díaz: Somos un colectivo de disidencia sexual que está repensado las cuestiones de representación política de la sexualidad contemporánea en un contexto conservador como Chile. No somos un grupo de personas con identidades sexuales particulares, sino un colectivo que interrumpe el imaginario sexual y neoliberal a través de ficciones e intervenciones. La emergencia del trabajo con la sexualidad disidente es muy importante en un contexto donde la política (homo)sexual siempre estuvo limitada por la lógica de los pactos y las negociaciones, de la “democracia en la medida de lo posible”, ese paradigma de los 90´s, luego de la dictadura militar chilena. Por eso, cuando apareció la CUDS en 2002, nos resultaba extremadamente aburrido seguir haciendo lo mismo, continuar administrando el fracaso de la política homosexual chilena. Por eso nuestro activismo es situado, sin respeto, fuera de todo consenso.

Pasamos por el marxismo, el anarquismo, el discurso feminista, el queer, y la localización cuir, la resistencia a ese mismo discurso, los efectos colonialistas de la circulación de saberes Norte-Sur. Lo que sí ha habido siempre en la CUDS es un deseo de disidencia, un deseo de desobediencia sexual y representacional.

LM: Para contextualizar, nos podrían platicar ¿Cuál es la situación legal y social del aborto en Chile?

JD: La situación legal se puede reducir a que en el parlamento de Chile, el aborto es un tema tabú. En este parlamento se votó para señalar que no se legislará sobre este tema. Y por otra parte, las leyes persiguen a las mujeres que abortan, las tratan como delincuentes, como criminales. El aborto no es promovido, sino que aún es visto como un asesinato. Por otra parte, y como provenimos de una política no-heterosexual, nos sorprende cómo en el plano político y en la esfera pública el debate social sobre aborto sigue estando a la deriva y en cambio otras luchas de la política sexual como puede ser la demanda neo-derechista de matrimonio homosexual llega a tener mucho mayor relevancia que el debate sobre el aborto. Algo que se ha llamado como el pink washing y que en Chile tiene un efecto muy poderoso. Es por este estado de silenciamiento y porque la educación sexual no existe en nuestra educación que sigue con un legado dictatorial por lo cual se hace urgente posicionar algún debate sobre aborto. Con las mujeres, amigas y compañeras con las que conversamos sobre aborto solemos recordar un video que está en nuestra memoria, un video que se mostraba en la televisión durante democracia, y donde un feto decía “me van a matar, me van a matar”. Esa voz de feto está presente en la memoria social de los y las chilenas que fuimos educados bajo paradigmas políticos pro familia. Para nosotras es la familia lo que está sustentando un sistema donde a las mujeres se les obliga a ser madres, es la maternidad obligatoria la que margina cualquier posibilidad de matrimonio y la que convence a las adolescentes pobres de que tendrán una posibilidad de ser alguien en este sistema solo si son madres. Son estos relatos pro familia los que también se refuerzan en una política gay que busca ansiosamente hacer familias. Obviamente, para políticos de la derecha y centro-derecha liberal el aborto es un tema demasiado peligroso y complicado para ser discutido, como si fuera un tema demasiado difícil. ¿Por qué tiene que ver con la vida? ¿por qué aún pensamos que la vida de un feto es más importante que la de una mujer? Sin embargo, se dice que en el actual gobierno de Michelle Bachelet se podría permitir el aborto en el caso de que sea inviable o en caso de violación. Para nosotras esto es legislar para unas pocas, para una minoría, solo para casos especiales. El movimiento feminista no es para unas pocas, no se dedica solo a hacer política para prevenir que nazcan fetos inhumanos, sin cerebro o con cabezas gigantes, el feminismo pro aborto es un feminismo que exige el derecho de abortar para todas las mujeres no sólo para las víctimas, sino para las trabajadoras sexuales, las estudiantes universitarias, para las madres que no quieren otra vez ser madres, para nuestras amigas, para las que simplemente no teníamos el condón a mano. Si no hay aborto es porque el sistema heterosexual y político quiere castigar a las mujeres que no tienen sexo con fines reproductivos y familiares.

LM: ¿Cómo surge la campaña “dona por un aborto ilegal”? ¿En qué consiste?

JD: Lo que hemos venido haciendo de manera muy desprejuiciada es buscar metodologías de activismo que nos resulten productivas, que nos afecten, nos impliquen y que disfrutemos. Entendemos el activismo como una práctica de placer

En nuestra campaña salimos a la calle a juntar dinero para financiar un aborto. Se intentó proponer una ficción en el espacio público chileno con una estética desobediente que emulaba una campaña de solidaridad, de esas tan asistenciales.

A partir de la campaña del aborto dejamos de ser coordinadora para pasar a ser colectivo porque agrupamos diferentes cuerpos: lesbianas, maricas, heterodisidentes, prostitutos, etc. Pero sobre todo fue importante dejar de ser coordinadora para borrar la criminalización de la policía que buscaba un grupo organizado con cabecillas: visibilizarnos así fue más que nada una estrategia política para prevenir la represión policial.

También a partir de nuestra campaña del aborto empezamos a realizar alianzas con grupos feministas y con otros activistas de corte más queer en Santiago. También ciertos académicos escribieron apoyando a la CUDS por el proceso de judicialización en el que estamos implicados todos los grupos que nos organizamos y participamos en la marcha “yo aborto el 25”.

LM: ¿Cómo ha sido la respuesta del público ante estas acciones?

JD: Una crítica feminista tradicional por ejemplo a las estrategias que se utilizaron en la primera marcha por el aborto en Chile -que detonó en la irrupción anárquica a la Catedral de Santiago- es la utilización de un lenguaje no formalista.

Por ejemplo, “I <3 aborto” entre las feministas tradicionales es un problema, porque para ellas hay que seguir trabajando en lo serio del lenguaje, desde una perspectiva ciudadana, como un problema hiper serio, de mucho sufrimiento que hay que abordarlo con cuidado. Eso es super peligroso porque estás reificando la figura de la víctima que es lo que intentamos cuestionar. El feminismo más tradicional sigue insistiendo en una lógica mucho más anuladora, tranquilizadora: Bacheletista.

Sin embargo, la primera marcha por el aborto en Chile tuvo mucha convocatoria, justamente, a partir de los otros feminismos más lúdicos, con estéticas desbordadas, que amplían las categorías de género, edad, raza, etc.

LM: ¿Cómo es ser activista en favor del aborto en el contexto chileno?

JD: Una de las características es que este activismo pro aborto ha sido un punto de encuentro del feminismo en Chile en un momento de emergencia de los movimientos sociales, en un contexto donde si eres parte del movimiento social debes reconocer ciertas demandas feministas. El hacer activismo pro aborto te permite reconocer también la importancia de la ideología de la maternidad, de la reproducción y la familia que se encuentra en los discursos pro familia o pro fetos. Es interesante el trabajo que algunas activistas feministas estamos haciendo para quitar el manto de seriedad y criminalización con el que se estereotipa la lucha feminista pro aborto, para esto en Chile se están generando estrategias de activismos donde el aborto se representa de muchas formas, en el espacio virtual donde se permite discutir y denunciar a quienes generan discursos pro familia, el feminismo pro aborto es radical, está orinando en las fachadas de los ministerios de la mujer, está siendo investigado por la policía como si fueran terroristas, está entregando información a las mujeres sobre cómo abortar en su espacio privados, está dándole la voz a fetos punk que no quieren nacer, está denunciando que la familia es el ejecutor del sistema patriarchal. En nuestra última acción volvimos a reconocer el miedo de la sociedad chilena a hablar sobre aborto, el temor a hablar de estos temas que se tienen que tratar “con mucho respeto”. Nosotras cubrimos algunas paredes del centro de Santiago con un afiche que decía “ESTO NO ES UN SER HUMANO” y sobre esto una figura antropomórfica que parece un no-nacido. Esto generó el rechazo de muchos que creen que esta política es in humana y muchos quitaron el “NO” del afiche para insistir en que lo que se ve es vida. Una imagen que genera vida, una imagen que mata las vidas de muchas mujeres y familias que estuvieron obligadas a parir y que son muchas de nuestras familias donde hay madres y padres insatisfechos, que intentan olvidar lo mal que lo pasaron comprando en el mall. A pesar de esto, no somos activistas depresivas, sino que nuestro trabajo –creemos- es hacer visible el mal que nos produce la familia y el sistema que nos obligue a ser buenas mujeres y varoniles varones.

LM: ¿Que sigue en la agenda de trabajo del CUDS?

JD: Hemos establecido una relación entre práctica política, reflexión crítica y experimentalismo estético, confluyendo en el activismo artístico. Eso nos ha permitido salir de esa lógica programática de la política tradicional y abrirnos a una práctica más situada, no lineal ni partidista, aunque sí con un posicionamiento desde las izquierda(s) más críticas.

Eso ha sido muy enriquecedor para la CUDS: darse la posibilidad de no tener un programa e ir constantemente mutando de acuerdo a los contextos. Eso también es una necesidad para los colectivos críticos precisamente porque el poder es una cuestión que muta. 

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