Diarios de una novia en acción: más allá del beso se dislocan los sentidos

Por Lia García (La Novia sirena)

La novia inicia la ceremonia. Se entrega en abrazos, camina un kilómetro de besos carmín, un kilómetro de ternura-tsunami, dinamita corazas, conquista lágrimas amnióticas. La novia paso a paso pronuncia las palabras: desandar, útero, amantísima. Se entrega a sí misma, se sabe su propia mujer. La novia lleva en el cuerpo una fiesta. Llega al altar vestida con el traje de la piel…

Alejandra Rodríguez (La Bala)

Una de las preguntas más polémicas y recurrentes que recuerdo a lo largo del tiempo cuando comparto mi trabajo artístico y pedagógico, específicamente aquel proyecto en el cual me he vestido de blanco y que seguramente muchas de ustedes recuerdan ha sido ¿por qué te gusta vestirte de novia? Así inicia este relato que hoy les comparto y que me devuelve afectiva y políticamente al proyecto de Encuentros afectivos (performances) 2012-2017 Puede besar a la novia. Hace poco tiempo, una tarde lluviosa, de esas tardes en que una ha resuelto la mayoría de los pendientes y repentinamente se percata que no tiene nada que hacer, decidí abrir las puertas del clóset café que se encuentra en mi habitación.

Es un clóset pequeño, de estilo rústico que ocupa una tercera parte del espacio. Cuando lo abrí era como estar entre las nubes, pues una ráfaga de polvo y diferentes olores me permitieron sentir un clima húmedo y a la vez ventoso. Esas materias y partículas las desprendía el lienzo blanco, amontonado, que forman mis casi 10 vestidos de novia y que descansan ahí, cada uno con su propia historia; algunos más deteriorados que otros y unos cuantos que aún conservan mis medidas. Éste clóset ahora abierto y un poco amontonado, es donde se encuentra mi archivo personal de arte feminista, y cada vez que lo abro es como viajar en el tiempo a través de mis afectos.

Vestirme de novia significa para mí un acto político que tiene que ver con la activación de la festividad, la comunicación amorosa entre personas y sobre todo con hacer de mi experiencia trans* una posibilidad de transformación colectiva. Para entender mi gusto por portar estos vestidos y transitar a lo que se convirtió en mi primer proyecto de intervención trans*feminista, quiero compartirles desde el corazón los antecedentes que encuentro en mi vida.

Me recuerdo siendo niña y explorando la caja de vestigios nupciales que por más de 10 años guardó mi madre en otro clóset  que teníamos en casa. Ahí se encontraba el vestido que había mandado a hacer con una modista para el día de su boda. También estaban las copas del brindis, el velo con todo y el tocado de flores marchitas y unos zapatos pequeños que llamaban mucho la atención por la delicadeza de su diseño.

Uno de mis secretos mas preciados de la infancia era sacar esa caja cuando mi madre salía a trabajar y tocar los objetos, olerlos y pensar en lo que en ese momento era imposible para mí; ser la novia y casarme con un hombre. Sí compañeras, algunas feministas también pasamos por esos momentos de credibilidad patriarcal, pero es importante vivirlo para después trascenderlo y resignificarlo, hay que decirlo sin vergüenza. Esta rutina que tenía de mirar el vestido y fantasear era una utopía un tanto lejana, pues en aquel entonces, a mis seis años me estaban formando bajo un mandato masculino ya que al nacer me diagnosticaron erróneamente como varón y claro, sin mi consentimiento. Aunque mi madre es una mujer bastante sensible y siempre me permitió acercarme a la feminidad, a su tiempo,  la vergüenza persistía en mi interior y eso no me dejaba hacerlo público, pensando que era un error sentir eso.

El tiempo pasó y yo guardé mi preciado secreto bajo la almohada, mismo que terminó el día en que mi madre decidió tirar aquella caja una mañana cualquiera haciéndole justicia a su propio deseo, pues ella no portn se desprenden de esteque tambimomento o piempre me permitimatividadconvirtimo viajar en el tiempo de los afectos.e maneras disó ese vestido por decisión propia y tampoco se enamoró auténticamente de mi padre, todo su ritual fue producto de una manipulación familiar y un afán inconsciente por quedar bien ante la sociedad como mujer ¡esto ya no sirve, a la basura! Dijo ella. Ahora entiendo lo que simbolizó en su historia tirar esos objetos y despojarse de sus recuerdos; también lo que significó para mí esa pérdida, pues aún recuerdo el momento exacto y lo dibujo en mi mente, ¡deseaba tanto tenerlo!. El único vestigio que se salvó del mercado de antigüedades y que aún conservo conmigo fue el álbum fotográfico y el patrón del vestido original.

 

Mi historia con la figura de la novia continuó y no fue hasta el año de 2012 que pude tener mi primer vestido; hacer realidad mi fantasía. Fue un regalo de mi amiga Arelhí Galicia con quien trabajaba en ese momento. Para mí este suceso marcó el inicio de un proyecto relacionado con la posibilidad de fantasear y buscar todas las posibilidades para materializar esos sueños y deseos que habitan nuestro corazón.

Recuerdo que Arelhí me habló de lo que significó el matrimonio en su vida y lo difícil que había sido para ella desprenderse de este ritiual y resignificarlo con el paso del tiempo. Cuándo le compartí el gusto especial que yo tenía por los ajuares nupciales y mi deseo por verme a mí misma como la novia, ella me miró a los ojos y me dijo ¡te voy a dar el mío! Y fue entonces que pude tener mi primer vestido oficial de bodas gracias a una amiga que confió en que mi historia podía resignificar el discurso tan fuerte que impregnaba y  también como un acto de amor que me deja sentir que la escucha de nuestras historias entre mujeres es fundamental y valiosa, pues a cada una nos atraviesan estos discursos y figuras arquetípicas de maneras distintas y solo así, desde el intercambio podemos de-construir(nos) y re-construir(nos).

Hay que precisar que el matrimonio no significa lo mismo para todas las mujeres, y que habría que situar geopolíticamente el ritual para entenderlo en multiplicidad, pero es cierto que en la mayoría de los casos se adscribe de manera general a un mandato social que tiene que ver con la entrega de las mujeres a la vida privada y a una transición que termina por colocarnos en un espacio de propiedad masculina y sumisión. Específicamente la figura de la novia, esa mujer inocente que es entregada por su padre al nuevo hombre que la desposará y que porta en su cuerpo un lienzo de color blanco a la vez que una máscara en forma de velo en su cara es una construcción cultural vinculada en su mayoría al catolicismo y a los mandatos de “la buena mujer”.

Cada una de las historias previas a la resignificación de mis vestidos encierran este patrón de violencia histórica ya que contienen  historias de desilusión, obligación, crueldad, pero también de liberación; pues todas las mujeres que decidieron desprenderse de sus vestidos por elección propia y me los obsequiaron para resignificarlos por medio de la acción afectiva, nos están compartiendo un fragmento de su proceso de liberación y con su propia voz comparten que nunca es tarde para comenzar por una misma con todo y nuestras cicatrices, la cicatriz es ese espacio tan paradójico donde hubo dolor pero también sanación.

Nuestro vestido, el que ahora comparto con Arelhí, es con el que aparezco en las fotografías que aquí comparto con ustedes. Se trata de la performance Hablar de lo que importa, que inaugura el proyecto puede besar a la novia, en el año de 2012 y que nos acerca a entender con más claridad los significados que tiene para mí dicho arquetipo que se traslada de lo privado a lo público y que deja la sumisión para pasar a la acción.

  1. En ese año me encontraba concluyendo los estudios en Pedagogía en la Universidad Nacional Autónoma de México y mis intereses por formarme como artista visual cada vez se hacían más claros, pues las propuestas de intervención-acción pedagógica tenían que tener, para mí, una salida artística vinculada al cuerpo y a los espacios públicos que lo contienen.

Poco a poco, con ayuda de mis colegas y maestras feministas como Mirnx Roldán, Liz Misterio, Mónica Mayer, Ale Puga, Lorena Méndez, Fru Trejo, Lorena Wolffer, Cerrucha y Adriana Raggi, me fui adentrando en los estudios de performance feminista y descubrí que a parte de tener dimensiones estéticas y políticas también tiene una dimensión pedagógica bien nutrida que permite convocar al cuerpo a la acción y por supuesto a la construcción de nuevas posibilidades de habitar y entender el mundo. Su lenguaje formativo y desbordado nos permite expresar de modos distintos una temática que nos atraviesa o una urgencia que al puntualizarse permite crear con y desde el cuerpo otras formas de sentir, mirar y aprender.

Hablar de lo que importa es una performance pedagógica que puntualiza las relaciones de poder que se dan en el ámbito universitario y que cuestiona como las desigualdades más obvias continúan surtiendo efecto en los cuerpos de quienes habitamos la feminidad aún en la universidad autónoma. También funcionó como una invitación afectiva al tacto como una acción política desde donde cuestionar y construir nuevas formas de comunicación corporal entre personas, particularmente construir la relación afectiva con la masculinidad desde la experiencia trans*femenina que socialmente tiende a ser castigada.

 

A continuación deseo acercarles de manera íntima a la performance:

Iniciaba el primer movimiento: aproximarme a la facultad de ingeniería, que en su mayoría, está poblada por varones. Mi andar era sutil, a una velocidad reducida, el viento pegaba en mi rostro que estaba velado y mis manos sostenían una pecera llena de arroz en la cual se encontraban escondidas las invitaciones a la boda (pregunta-acción). Mi amiga Liz Misterio caminaba junto a mí capturando los momentos.

En la primera parte no había sonido, mas que mis pasos, solamente ocurrían miradas de bienvenida entre los chicos y yo, y sonrisas que intentaban expresar lo contenta y nerviosa que me sentía por estar ahí. Necesitaba sentir la arquitectura del espacio con mi cuerpo.

Primera reacción: El sonido. Entre chiflidos y piropos la performance comenzaba a tener su propio tono y a delinear el primer espacio que la contiene: la seducción.

¿con quién te vas a casar?

¡dinos quién es el novio para poderle decir que ya nos robamos a la novia!

Fiu Fiu (chiflido)

¿Me das tu teléfono?

¡qué hermosa novia, yo si me casaba!

Conforme avanzaba y escuchaba cada una de las frases me daba cuenta de cómo la figura de la novia despertaba toda seducción y entonces como es que el arquetipo también se delinea a partir de la mirada de los hombres, al mismo tiempo que justifica esa masculinidad hegemónica al hacerse visible.

Segundo movimiento: Mi propia voz. La performance transita hacia mi voz cuando me acerco a los hombres que se encuentran en los pasillos y les pregunto a voz viva y tenaz ¿te gustaría participar?, ellos, antes de devolverme su voz, transitan con su cuerpo y su mirada hacia lo que contiene la acción en  su segundo momento: el rechazo.

La novia deja de ser el objeto de toda seducción y transita a ser el objeto-frontera pues ellos no sabían donde ubicarme cuando escuchaban el tono grave de mi voz, pero por supuesto lo asociaban a lo masculino. Esto producía que sus deseos se ubicaran en el rotundo ¡No! y que la participación fuera escasa.

Creo que este fue el primer momento fuerte para hacer un análisis de lo que sucedía pues estaba era un reflejo de cómo actúa la masculinidad frente a los trans* en la sociedad; de cómo nuestros cuerpos siempre son colocados en una frontera desde lo masculino; es lo que se contempla pero es intocable y prohibido, a menos de que se trate de un espacio privado ¿cómo es que un hombre no puede expresar sus afectos de manera pública? ¿a qué invita el cuerpo de una mujer trans cuando decide mirar? ¿cuál erotismo y cuáles afectos? Son tantas las preguntas que me surgían cuando las miradas cambiaron.

Tercer movimiento: Tocarnos. Recuerdo que mis deseos eran hacer que sucediera lo imposible y que pudiéramos transitar al tacto. Para que esto sucediera mi acercamiento fue diferente, pues transite de la pregunta a la intuición. Volví a caminar lento, comencé a mirarles fijamente y cuando mi mirada conectaba con la de uno de ellos me acercaba para devolverles mi voz desde otro lugar: “desde lejos conecté contigo y tu energía, me pregunto si te gustaría participar”, argumenté. Hablar de la energía y reconocerla va a ser muy importante para mí y para ellos, pues supuso otra manera de comunicarnos y de reconocer que eso es lo que nos podía guiar a transitar por la performance, el afecto, ellos tomaban una postura de confusión pues deseaban confirmar que su energía podía desatar un amor diferente entre nosotros pero aún el miedo continuaba, pues hacerlo público frente a todos los demás hombres que contemplaban no era una tarea fácil.

Esto nos dio la posibilidad de entablar un diálogo cercano y afectivo para plantear nuestras dudas. Recuerdo que pudimos hablar de cómo en esta sociedad el cuerpo de una mujer trans* se encuentra en una frontera entre la violencia y el deseo y las múltiples maneras en que confronta la masculinidad ya que supone una nueva manera de mirar la feminidad, pero también la masculinidad y los vínculos afectivos. Los chicos me hablaron del temor que sentían por ser vistos públicamente como personas cercanas a la diversidad y lo poco que conocían del tema más allá de la broma imperante donde sí aparecemos como objeto de burla y humillación.

Yo les compartí mi sentir y como para mí esta performance desmontaba todos esos prejuicios y estereotipos referidos a la feminidad trans* ya que invitaba a situarse en otro lugar para sentir lo trans*; es decir, acercarse de manera afectiva y corporal a mi propia experiencia para fugarnos de esos entramados sociales que dan como resultado la acción violenta hacia las mujeres. Al mismo tiempo hablé de cómo los afectos tenían que ubicarse en otros lados más allá de lo sexual desbordante, ¿En qué otro lugar están los afectos? Los afectos son una posibilidad pedagógica de transformación, una manera erótica de des-aprender y aprender ya que nos permiten construir nuevas realidades y maneras de comunicarnos con y desde nuestros cuerpos que han estado borrados de toda construcción de conocimiento (pienso, luego existo), entonces, era el momento preciso para comunicarnos afectivamente y fugarnos a otra realidad que no estuviera mediada por lo sexual o la humillación sino por el reconocimiento de nuestras historias y múltiples posibilidades de transformación colectiva.

Última reacción: Transitar juntxs. Cuando sucedía la acción táctil, los chicos buscaban una tarjeta de invitación en la pecera, cada tarjeta tenía una pregunta y una invitación afectiva, puntualmente a tocar mi cuerpo. Esta nueva forma de comunicarnos permitió que los chicos cedieran al afecto como acción de-constructora y transformadora aunque sus cuerpos aún se encontraban tensos por hacer pública una relación de diálogo afectivo con una mujer trans*. Desde el primer chico que decidió ser partícipe, uno tras otro sentía curiosidad por saber que decían aquellas tarjetas escondidas que tenían mis manos y entonces iniciaba el proceso entre respuestas, caricias, abrazos y una novia en acción en aquella enorme facultad .

Ejemplos de invitaciones:

¿Qué significa para ti ser hombre? Díselo a la novia en secreto.

¿Por qué decidiste estudiar ingeniería? Levántale el velo a la novia y dale un beso en la mejilla

¿Qué piensas de las mujeres trans? Contesta mientras acaricias la espalda de la novia.

¿Qué piensas de la desigualdad que existe entre hombres y mujeres? Acaricia el pecho de la novia mientras respondes.

¿Qué significa para ti vivir como hombre? Termina con un abrazo para la novia.

¿Qué sientes en este momento? Acaricia la parte de tu cuerpo que menos te gusta pero en el cuerpo de la novia

Esta performance inaugura una etapa en mi vida como artista visual y performancera feminista; pues fue el inicio de mi paso por la Academia de San Carlos en la UNAM y sobre todo, lo que detonó mi intima conexión con la feminidad y el espacio público como sitio de transformación colectiva. Al mismo tiempo me permitió comenzar mi trabajo pedagógico desde los afectos y las emociones como esa posibilidad de aprendizajes colectivos que están encaminados a construirnos como seres libertarios en constante crítica y acción.

Por otro lado, cuando hablo de la feminidad, me refiero a una feminidad incómoda o difícil de entender a simple vista como una propuesta nueva y de crítica social feminista, pues resulta complejo pensar que devolvernos a esas figuras construidas por el patriarcado sea portarlas tal y como son en su composición visual, o que tengamos una fascinación personal por aquellas construcciones de la feminidad vinculadas a la repetición de un patrón que desde el feminismo se ha intentado cuestionar y dinamitar, pero recuerden colegas ¡Caras vemos, historias de vida no sabemos!.

Hay que precisar que en el arte feminista latinoamericano, como nos invita a pensar Julia Antivilo, han sido muchas las artistas que hemos utilizado el recurso del vestido de novia para hacer una crítica fuerte al ritual del matrimonio y el papel que juegan las mujeres dentro de este rito de paso, cada una desde su propia historia y de múltiples formas artísticas. Algunos ejemplos han sido Lorena Méndez (La Novia, 2009), Sandra Martí (Descasamiento, 2009), Fru Trejo (Nupcias, 2012) María Romero (La Novia de Culiacán, 2015) y María Eugenia Chellet, entre las más destacadas.

Por supuesto que el vestido de bodas es un recurso muy utilizado en el arte del performance, como me dijo un profesor en la escuela de artes ¡Eso ya esta muy visto!, y sí, pero me agrada pensar que cada una lo aborda desde su historia personal y que cada acción tiene objetivos muy distintos, eso sucede cuando una hace el ejercicio de escucha y se da cuenta de que sigue existiendo una necesidad por salir del ritual como nos lo han transmitido a lo largo de la historia, por eso este recurso sigue siendo importante y necesario portarlo.

Por otro lado, la artista feminista Liz Misterio en su investigación sobre el ritual de paso de la quinceañera en México, nos ha enseñado de una forma muy certera y generosa que es necesario construir otros rituales, con todo y nuestra historia, pero también, propone que si es necesario pasar por el ritual, tal y como es, en un primer momento, para después de-construirlo, lo podemos hacer, y colectivizar. Esto, creo que es lo rico del ritual, que colectiviza, convoca y construye memoria, por lo tanto archivo.

En mi caso, al legitimar mi vida y mis prácticas artísticas desde el feminismo siempre fue incómodo que apareciera en mis acciones vestida de novia, pues al ser una mujer trans* se esperaba otra cosa lejana al hecho de querer portar estas figuras de la feminidad patriarcal con ese gusto tan particular (la novia, la quinceañera y la sirena); al inicio para mis colegas feministas parecía como una reproducción de esa feminidad impuesta por los siglos de los siglos, o como una manera de transitar a la opresión de lo femenino. Hay que decirlo como es; la figura de la novia sigue siendo incómoda e implica un mandato fuerte que debemos romper, pero ¿hasta donde se extiende la propia voz para ser escuchada? ¿Cómo trascendemos lo visual y nos colocamos en la historia de la otra de manera sensible? ¿cómo respetar los procesos y tiempos de cada una respecto a la de-construcción?

Cada una comparte su historia en la performance feminista; sus deseos, inquietudes, temores y utopías, como dice Josefina Alcázar, la performance es la biografía de las artistas puesta sobre el espacio; una especie de entrega que se extiende a las otras y trasciende. Para mí vestirme de novia significa hablar de mi compromiso íntimo de transitar y apropiarme de mi feminidad. También tiene que ver con compartir un deseo prohibido que finalmente pudo ser posible en mi biografía. Creo que las prácticas artísticas feministas tienen ese potencial de ubicar la transgresión y la crítica en otros puntos que van más allá de la imagen.

Una posibilidad es transgredir la imagen, pero otra muy potente es transgredir las prácticas, no importa si nos vestimos de novia y nos maquillamos la cuerpa, tal vez lo deseamos profundamente, como si fuera el día más esperado de una mujer, el hecho de hacerlo cuando nosotras queremos y no cuando nos dicen es ya por sí misma una transgresión y una crítica al ritual y a los arquetipos, imagínense las bellas y políticas implicaciones que tiene vestirnos de novia porque queremos y cuando queremos y no porque estamos comprometidas con un hombre o porque nuestra familia lo desea. Decidimos nosotras donde, como y cuándo.

Desplazar esta figura nupcial y nuestra historia personal con ella a la cárcel como en el caso de Lorena Méndez que plantea nuevas pedagogías en el espacio penitenciario, a las escalonitas de las catedrales mexicanas en la acción de María Romero como una forma de salir del encierro católico, a la iglesia misma para después salir casada consigo misma como Fru Trejo, o cortar con sutil y amorosa energía el vestido de Sandra en manos de sus amigas y compañerxs para re-semantizar el ritual, es desplazar el imaginario social del ritual del matrimonio a una crítica feminista que descentraliza el verdadero quehacer de la novia y la ubica como puente de comunicación con otras realidades transformativas y sobre todo con otras historias del arquetipo femenino.

Son aquí nuestras prácticas estéticas y pedagógicas las que permiten pensar a la novia de otro modo, aunque continúe vestida de blanco; somos novias en acción, y no en sumisión. Nos entregamos a nosotras mismas y nos casamos con nuestra historia para después compartirla y fugarnos juntas a un mundo otro: raro, sensible, femenino y donde nuestros deseos crecen desde la raíz al punto más alto.

Levantamos nuestro velo para darle la cara a esta sociedad machista, inundada de violencia hacia las mujeres libres y libertarias que enseñamos vida y color, somos esas mujeres que con nuestra libertad detonamos incomodidad pero también justicia, propia y colectiva, somos nosotras las que nos damos el SI radical, porque somos amables, amables porque sabemos a(r)marnos, tenernos y celebrarnos por los siglos de los siglos.

PARA TODAS, UN GRANDÍSIMO SÍ, CON TODO MI AMOR.

 

Fotógrafxs de las acciones:

Lia García: Liz Misterio.

Fru Trejo: Archivo del proyecto Nupcias.

Lorena Méndez: Archivos La Lleca.

Sandra Martí: Alejandro López Saldaña y Sandra Martí.

Maria Romero: Nelly Sánchez.

Patrón: Archivos Lia García.

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Lia García. Nació en el año de 1989. Es originaria del sur de la Ciudad de México donde actualmente reside. Es defensora de los derechos humanos de las personas trans* y aprendiza feminista.

Estudió Pedagogía y Artes Visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México realizando la investigación Puede besar a la novia: la experiencia del cuerpo trans* como una pedagogía afectiva en la cual trabajó los cruces entre la pedagogía radical, el feminismo de los afectos y los cuidados así como los estudios de performance.

1 comentario sobre “Diarios de una novia en acción: más allá del beso se dislocan los sentidos

  1. Kyke - septiembre 18, 2013

    Excelente acción. No sabes de verdad cuanto te admiro y te amo. Besxs.

Comentarios cerrados.

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