Curanderas urbanas

Por Livia Motterle

Ponme la mano aquí, Macorina
ponme la mano aquí
ponme la mano aquí, Macorina
ponme la mano aquí
tus senos carne de anón
tu boca una bendición
de guanabana madura
y era tu fina cintura
la misma de aquel danzón

ponme la mano aquí, Macorina
ponme la mano aquí
ponme la mano aquí, Macorina
ponme la mano aquí.
Tus pies dejaban la estera
y se escapaba tu saya
buscando la guardarraya
que al ver tu talle tan fino
las cañas azucareras
se echaban por el camino
para que tú las molieras
como si fueses molino

Ponme la mano aquí Macorina
ponme la mano aquí.

(Versos de la canción de Chavela
Vargas, Macorina)

 

Mis piernas están cansadas. Hace mucho calor. Menos mal que casi he llegado a casa. El ruido de las máquinas cavando el suelo que una vez albergó la Galera1 me tortura la cabeza. En pocos meses se inaugurará la Filmoteca. ¿Otra cárcel? Me siento desmotivada. Dudo si podré cumplir mi misión. No tengo idea de dónde encontrarlas. No veo faldas violetas, ni tocoyales2 entrelazados a espesos mechones de pelo corvino. ¿Donde están escondidas las curanderas en Barcelona? 

Al regresar a casa, por la calle Sant Pau, me pierdo en las callecitas del Raval, pensando que quizás sería mejor cambiar el tema de la investigación. Me enciendo un cigarro. Se acerca una joven pidiéndome un mechero. Se lo doy. Enciende su camel y luego regresa a la esquina, con sus compañeras. Las miro y me doy cuenta de que están en la calle para ofrecer servicios sexuales. No van vestidas con largas faltas violetas, ni llevan tocoyales en sus cabellos. Van con pantalones apretados y grandes escotes. No son mayas. Son rumanas, nigerianas, marroquíes, ecuatorianas, brasileñas, españolas. ¿Y si fueran ellas las brujas rebeldes, las curanderas (no reconocidas) que estaba buscando.

  – diario de campo, 3 de julio de 2011 –

Esta inquietud, que cierra el fragmento de diario de campo arriba citado, nació una tarde de julio en la calle Sant Pau, en el barrio del Raval, Barcelona. Acababa de llegar a la ciudad y de ser aceptada en el Máster de Antropología de la Universidad de Barcelona, con un proyecto titulado: “De Mesoamérica a Cataluña: reelaboración de las prácticas médicas tradicionales de las mujeres guatemaltecas y mexicanas mayas migrantes”. Las experiencias compartidas durante muchos meses con mujeres mayas de la comunidad de San Pedro La Laguna, en Sololá, Guatemala, había despertado mi interés sobre las formas no hegemónicas de cura/cuidado. Me pareció entonces interesante poder desarrollar una comparación entre las prácticas tradicionales de estas mujeres mayas en territorio indígena y sus reelaboraciones en un contexto urbano como el de Barcelona. Nunca hubiera imaginado que ese objetivo se transformaría tan inesperadamente y rápidamente. Y fue así que empecé a interesarme al fenómeno del trabajo sexual profundizando la mirada en las prácticas de cuidado que incorporan las trabajadoras sexuales a la hora de atender a sus clientes.

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Calle-d’En-Robador. Cortesía de la autora

     Las entrevistas con las trabajadoras sexuales han sido herramientas fundamentales para desvelar realidades estrategicamente ocultadas, entrelazando y re-significando tramas de subjetividades. Muy importante ha sido la voluntad de construir juntas una otra historia, compartiendo las palabras inscritas en la tumba de Walter Benjamin: “es tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica está consagrada a la memoria de quienes han perdido el nombre”. Es dentro de esta linea política que nacieron los encuentros con Paula, Montse, Rosa y Vero3. A todas cuatro, he preguntado si las personas que ejercen la prostitución pueden ser consideradas cuidadoras o curanderas.

      Así contestó Paula, trabajadora sexual (de la calle, de pisos y de clubs),  activista feminista y de origen argentina:

La cuestión es que en nuestro trabajo desarrollamos muchas capacidades laborales. Mira, somos economistas porque hacemos marketing; sabemos de imagen porque sabemos cómo atraer; sabemos organizarnos el tiempo porque tenemos que cuidar a nuestros hijos, hacer la comida y trabajar. Luego, somos enfermeras porque sabemos dónde tocar para no hacer daño; somos psicólogas porque sabemos escuchar a los clientes y tenemos que cuidarnos para que no nos hagan daño. Entonces desarrollamos un montón de recursos laborales como cualquier otra persona. Todas sabemos de matemáticas, economía, don de gentes, psicología, enfermería, prevención de VIH… Sobre todo, somos expertas en el cuidado de la gente, de los hijos, de los padres, de los clientes, de nosotras mismas y de las otras personas.

(Paula, 7 de noviembre 2013).

Según Montse, trabajadora sexual (en su propio piso), madre, activista feminista, de origen catalana:

Bueno, psicólogas y educadoras sí. Cuidadoras no sabría decirte…antes tendría que tener claro que entiendes por cuidado. Seguro que cuidamos una enfermedad pero se trata de una enfermedad general y a nivel emocional más que físico. De los hombres que vienen, la mayoría son casados, y son ellos quienes más están sufriendo algo. Hay un malestar, una disfunción en las relaciones afectivas. Siempre lo digo, para mí la prostitución es un sustituto, un complemento, un canalizador de las frustraciones de la pareja dictadas por el sistema hetero-normativo en el que vivimos.

(Montse, 15 de octubre 2013).

En palabras de Rosa, trabajadora sexual (de la calle), de origen ecuadoreña:

Cuidar, cuidar…¿Si yo me cuido? Sí, yo me cuido, pero también cuido a mis ocho hermanos enviando dinero cada mes a Ecuador. Y te diré más, a las personas que más cuidamos con nuestro trabajo es a vosotras. Si no fuera por nosotras, habría más violaciones, porque un hombre lo que necesita es el orgasmo y tiene que correrse rápido y no se controla… Si nos quitan de la calle, ¿adónde irían esos hombres?

(Rosa, 3 de septiembre 2012).

Nos explica Vero, trabajadora sexual (de la calle y de pisos), transexual, activista feminista, de origen madrileña:

En el trabajo sexual hay la misma intimidad que se crea con un psiquiatra. La prostitución está vista desde un punto de vista dramático, triste, victimista…. cuartos oscuros con un gordo al que te follas, cuatros negros que te encierran…¡¡no es así!! (con énfasis). Hay muchas opciones. Y sí, también hay formas de cuidado en el trabajo sexual, claro. Hay mucho cuidado con las compañeras y con los clientes también. A mí, por ejemplo, me gusta mucho que haya un ambiente preparado cuando estoy con mi cliente. Intento crear una performance para que quede todo lo más bonito posible. Es parte del cuidado para mí. Y la higiene es súper importante en el trabajo sexual.“¡Lávate!”, le digo a mis clientes, “así te la chupo más a gusto”.

(Vero, 14 de enero 2013).

Al comparar los relatos se puede observar cómo los cuerpos de las trabajadoras sexuales sean cuerpos activos, dotados de agencia y capaces de construir formas de cuidado. Detrás de encuentros que escapan de una legalidad institucional y de un modelo de amor romántico se esconden prácticas de cuidado y afecto que no encajan con el imaginario naturalizado de la prostitución.

La sexualidad es una construcción social, un hecho cultural y un fenómeno político. Se transforma en tarea urgente (también desde el feminismo) re-imaginar formas de amor y de sexualidad(es) sin estructurarlas o dicotomizarlas, si no más bien mirando a ellas como creaciones en continuo cambio ya que experimentadas en los cuerpos, por los cuerpo, gracias a los cuerpos.  El trabajo sexual no es sólo explotación, violencia o alienación. Muchas veces es cuidado, cura y atención.

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liviaLivia Motterle. Filósofa, antropóloga y activista feminista. Actualmente es doctoranda en el programa de Estudis Avançats en Antropologia Social por la Universitat de Barcelona (UB) con una tesis que tiene por objeto las narrativas de resistencia de unas trabajadoras sexuales frente los mecanismos de violencia institucional en Barcelona. Sus líneas de investigación son: cuerpos, géneros, sexualidades, feminismos, trabajo sexual, espacio público, urbanismo, estigma.

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