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«Albures» por Rhiad Ibarra

fotografías por Rhiad Ibarra

En el folklore mexicano el albur funciona como un mecanismo lúdico mediante el cual las personas tienen interacciones sexuales desautorizadas por medio de la palabra, pero ¿que pasaría si esas frases picantes se materializaran en la realidad?

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Lolita D´eon

por Lolita D´eon

Tenemos el gusto de presentarles el trabajo en dibujo e ilustración de Lolita D´eon.

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Sobre mi, soy una ilustradora (diseñadora gráfica profesional) que pertenece a la comunidad lgbt. Soy transexual.

Generalmente dedico mi trabajo a la representación de temáticas relacionadas al género, el cuerpo, el sentir interno, externo y social. Al respecto, me gusta ilustrar lo que generalmente no se ilustra, por tabú o por invisivilización de las identidades «no comunes».

Adopté el pseudónimo de Lolita D’eon y así he participado en algunas convocatorias en Europa y en mi país.
Mi espacio virtual es: https://www.behance.net/LolitaDeon
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El 8° pasajero: un catálogo de la sexualidad clandestina gay

por Eriko Stark

 

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En el Distrito Federal, día a día de manera atemporal se dan encuentros de ligue y sexo express. El espacio público es el principal territorio corporal del erotismo, una lucha consiente de la resistencia y el control sexual. Prácticas polimorfas del placer diseñadas para un fin personal. Este fenómeno conocido como Cruising (término entre hombres que tienen sexo sin ninguna atadura, también aludido a la construcción gay y la entrada de otras sexualidades) tiene como un fin, la explotación del espacio público.

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El Sistema de Transporte Colectivo Metro, desde su fundación y origen se ha convertido en un punto de ligue y sexo clandestino homosexual muy importante que construye la figura de este sujeto político censurado. El último vagón, putivagón, cajita feliz, la cola de las tortillas, el baño, el vagón de las feas quedadas, viejos mariconsaurios y toda una serie de lenguajes alternos de la comunidad gay, ponen en evidencia la construcción de un espacio transitorio homoerotizador.

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Estos No lugares –término de Marc Augé-, son espacios que no fueron diseñados para ser habitados o representados. Sin embargo, la construcción de un No lugar como punto de resistencia, control, invisibilización, extraterritorialidad o nueva dimensión, es de suma importancia para entender un fenómeno histórico, donde hay prácticas sexuales desarrolladas para ejercer lo prohibido.

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En mi práctica cotidiana me doy a la tarea de convertirme en un Metrerero, me trasvisto en un jugador más. Soy la presa o el cazador que busca una emoción con estos pasajeros. En mis procesos de ligue realizo una serie de fotos, catalogando contactos a partir de 6 elementos: Nombre, Edad, Profesión, Hora de ligue, Estación y concepto que defina su identidad. A partir de estos, construyo una suerte de historias que nos hablan de estos metreros.

Ficha tecnica de catalogos

Cuando comencé estos encuentros, las historias de cada uno fueron hablando del mundo, de sus ideas, de lo justo y lo injusto. Más que una resistencia social era un entendimiento de un problema mayor, los homosexuales aún tienen miedo, aún son víctimas de crítica y ataques a su persona y sus prácticas, es natural que incluso entre ellos se malmiren por ser desconfiados.

Me han comentado que esta pieza es extraña y grotesca, pero cuando los retratos se unen junto con sus fichas, los resultados cambian a una cuestión íntima, a un acercamiento del gay en toda su vulnerabilidad, sin etiquetas (aunque se esté catalogando), sin rol (aunque éste se diga), sin miedo y con una sonrisa en su mayoría, una esperanza de volver a creer en el amor, en buscar otro objeto de placer, una charla de café. Estos hombres me brindaron un espacio de su alma.

Sus ojos que da pánico soñar desaparecen, esos ojos brillantes ahora son el reflejo morboso de las personas que critican sus prácticas, que no los bajan de calientes o cochinos, pero si los miramos atentamente, esa luz es muy bella.

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Eriko Stark estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Insurgentes. AutorSus estudios de periodismo y arte contemporáneo hablan de la construcción de la identidad mexicana y de género. Parte de su obra ha sido publicada en exhibiciones colectivas, coloquios y actualmente tiene un blog que ha causado polémica entre la comunidad lésbico-gay https://erikostark001.wordpress.com/

https://www.facebook.com/eriko.pantera?fref=ts

https://www.facebook.com/ErikMenesesErikoStark?fref=ts

https://500px.com/Eriko-Stark

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YO.S.OY – por Issay Rojas

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Issay Rojas Velasco nace en el Estado de México un 29 de enero de 1986, Fue miembro activo del Club Fotográfico de Mexico 2008-2009, Curso el diplomado de Fotografía Digital en Laboratorio Mexicano de Imagen, un taller de Maquillaje y caracterización FX en Gimnasio de Arte. Es egresado de la ENAP, inclinandose hacia el lenguaje de la fotografía y videoarte, ha participado en mas de 15 exposiciones colectivas de varias disciplinas, videoarte, instalacion, fotografía y escultura.  Actualmente participa en el proyecto “Ezquizofrenia, arte y locura” del Hospital Psiquiátrico Samuel Ramirez Moreno.

 

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Lobotomía – Sergei LTDA – Cabaret Transgermania

por Sergei LTDA- Andrea Barragán

Este es el registro de un acto que se realizó en la celebración del fin del mundo con la Colectiv@ Trans.germania. Allí realizamos un cabaret llamado: «Bloody Merry Christmas- La hipérbole del segundo muerto» en el que quisimos imaginar el fin del mundo, por lo que pensamos que sería extender un segundo a la eternidad, o quedar fijados entre el límite de la vida y la muerte. Cada uno de los integrantes creó un acto o una hipérbole para la exaltación de este segundo muerto; yo realicé esta acción que se llamó Lobotomía, pues sí estaba al límite de esta vida no habría querido trascender el umbral con este pesar y quedar como un alma en pena, Lobotomía fue entonces un ritual de desprendimiento con el que daba el último adiós.

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Andrea Barragán (Colombia) andreaBarragan

Artista visual y co-editora de la Revista Vozal. gusanandrea@gmail.com

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Rosa Vivo

poema por V de Vayaina

fotografías por Alex Xavier Aceves Bernal

*Poema leído durante la marcha del 8 de marzo de 2015 en contra de los (trans)femnicidios en la Ciudad de México.

Caminamos estas calles

porque no queremos una menos

Caminamos estas calles

porque parece no importarles.

Caminamos de blanco estas calles

por la muerte que llevamos en el cuerpo.

Caminamos estas calles porque mañana

podríamos no existir.

Llevamos una cruz rosa por las hermanas,

cuyos cuerpos viven en el nuestro.

Rosa, porque su fuerza las hizo salir

a caminar las calles de su vida.

Rosa, porque su fuerza las hizo

defender su tierra con la vida.

Rosa, porque su fuerza las hizo

procurar su vida con su vida.

Llevamos una cruz, porque estamos de luto.

Llevamos nuestra voz, porque estamos alerta.

Llevamos el cuerpo, porque aún lo tenemos.

Caminamos estas calles

porque no queremos una menos.

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El futuro

Por Anders Anderen

“Me contó que usted se demoraba horas en la ducha,” así me confesó Madre cómo se convenció que lo que decía Hermetes era verdad. Él, representante de una comunidad Embera Katío del límite entre selva, altos pastos y montaña era además conocedor de prácticas que acercaban el futuro con el presente. “Le pregunté el porqué de semejante afirmación, pero solo respondió que así lo revelaban mis manos”. No fue la única razón, pero fue la que Madre decidió compartirme. El propósito de Hermetes no era leerle las manos a nadie. Leyó las de Madre en agradecimiento por la buena disposición y diligencia con que ella lo atendió y orientó a través de los procesos burocráticos a los que tantos son sometidos y pocos logran ver el fin, en medio del desaliento de los burócratas mal pagos y perdidos en el laberintico día dentro de instituciones que desbordan el entendimiento individual.

    Madre, entusiasmada, compartió detalles del encuentro con toda la familia y con aire iluminado. Yo no era una excepción. Aprovechando la estadía de Hermetes en Capital, las manos de la familia entera serían leídas bajo el patronazgo del taita embera katío. En ocasiones previas me habían leído las líneas de mis palmas y no esperaba algo distinto a quiromancia gitana de misticismo Hollywoodense que yo había interiorizado gracias a las películas de domingo en la tarde que compraban los canales locales. Cuando Hermetes me pidió que dibujara el trazo de mi mano izquierda sobre una hoja blanca tamaño carta con mi mano derecha me sorprendí un poco. Lo mismo haría con menos destreza intercambiando posición y función.

    Hermetes tomó ambas hojas de papel e intentó interpretar alguna cosa. Como en otras ocasiones terminé desilusionado. Mi mano izquierda había dibujado el borde de la diestra con tres interrupciones. El resultado, dictamina el perito, tres amores. ¿Quién? ¿David, Camilo, Nicolás? Tal vez Esteban, David y Camilo. David era seguro, pero no los demás. Me vaticinó un aborto. ¿Pero cómo iba a abortar yo, desprovisto de órganos que posibilitaran imaginación semejante, además sin intención de acercar mi reproductibilidad a vulvas, úteros u óvulos? “De alguna novia presente o a venir” me respondió. Si alguien me hubiese propuesto ser padre sin duda habría aconsejado la adopción. ¿Tal vez alguna amiga quedaría embarazada de alguien más y yo como amigo consagrado tendría que velar por el proceso? Pero eso ya había ocurrido en un par de ocasiones, aborto incluido, sin mayor conmoción en nuestras relaciones.

    Con aire sombrío y desilusionado Hermetes miró a través de una ventana antes de dirigírseme una última vez. Diagnosticó que yo era reservado e introvertido. Era cierto. Pero esa me pareció una conclusión fácil. Yo no había pronunciado palabra alguna, no para proporcionar un camino simple para describir mi carácter sino porque yo estaba renuente a permitir que mis palabras influenciaran de alguna forma este arte adivinatorio.

    Pasaron los días con sus noches y nunca durante ese año nadie a mi alrededor me notificó de algún procedimiento abortivo. Mis prácticas sexuales permanecieron lejanas a cualquier cosa que pudiera insinuar reproducción humana. Tal vez Hermetes miró más de cinco años en el futuro cuando tomaría mi primera Profilaxis Ex Post para reducir las probabilidades de contraer el virus de inmunodeficiencia adquirida; un intento por terminar conscientemente la posible reproducción de ese virus en mi cuerpo. No obstante, Thierry y Yohan no lo habían contraído para cuando tuvimos sexo por horas y sin siquiera intentar eludir el contagio. Tal vez la comodificación del arte adivinatorio hizo desvanecer su pertinencia, esa diferencia de intención entre el agradecimiento y la venta de un servicio; tal vez fue mi incredulidad lo que previno la materialización de esa ventana al futuro.

    Al amor, para entonces, solo me lo había cruzado en dos ocasiones. Los demás novios fueron más el resultado de mis ganas por intentar sostener una relación con alguien que producto del despliegue invasivo de emotividad y afectividad con la que asocio ese estado de ánimo. Muchos más amores vendrían, pero en aquel momento la motricidad de mi mano izquierda señalaba en otras direcciones que tal vez nunca averiguaré, ya enterradas en los esquivos mapas que fijan el recuerdo de lo que era entonces mi vida. Me sigue gustando leer mi historia con palabras mágicas y místicas, pero prefiero formas más sutiles que aquellas que la narran con determinación y fatalismo.

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Anders Anderen se interesa por la producción de subjetividades asociadas a la alimentación. En sus ratos libres camina, monta en bici, ve películas, escribe textos cortos y no posee una página personal.

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Pink Panther

EnriqueLandgrave6
ilustración por Enrique Landgrave

Iván Landázuri

El guante se coló seco sobre su nariz ya inflamada tres centímetros desde el comienzo del cuarto round. Aletargado. intentó cubrirse el rostro y soltar con fuerza la zurda que no encontró los cincuenta y cinco kilos que pesaba la humanidad de la Perra Solís, quien se ensañaba con sus costillas. La campana sonó, la Perra volvió a su esquina. Se veía entero, en forma y, sobre todo, seguro de partirle la madre al Pantera que se agachaba con esfuerzo en el banquillo de su esquina.

El Charly le gritaba eufórico como de costumbre: “¡Levanta las manos hijo. Cúbrete la cara, ya se está cansando! ¡Este es tu round, el decisivo!” El decisivo, pensó y se dibujó una sonrisa entre toda esa masa amorfa en la que se había convertido su cara. El Pantera se sintió exhausto. Pensó en su casa, en la renta, en su madre, en sus hermanas y en Julián. Muchas cosas atravesaron su apaleada cabeza hasta que la campana sonó de nuevo exigiendo su presencia en el cuadrilátero. Observó la figura de su contrincante abalanzándose sobre él y lo supo: le romperían su puta madre de nuevo. Ya no sentía los guantes como una extensión de su propio cuerpo. En ese instante tan solo se sentía como un simple saco de entrenamiento a punto de vomitar la arena de su interior.

Lo sabía, se estaba desinflando. No ahora, no en esta pelea. Ésta era la temible debacle, la dolorosa caída. A sus treinta y cinco años pasaría de ser un boxeador marica a solo ser un pinche puto. La Perra lo llevó a la esquina y lo tundió como lo hacía su padre en la infancia. “¡Salte de ahí!” le gritaba Charly desde la seguridad de su asiento. Intentó abrazar el cuerpo de Solís pero este se lo impedía alejándolo con una combinación de Jabs. Finalmente logró aferrarse a él. Por un momento, sentir el tronco desnudo, sudoroso y agitado de Solís llevó de nuevo su mente hasta Julián. Deseó con todas sus fuerzas las manos de Julián acariciándole las marcas de su cara. El público empezó a chiflar mientras la Perra luchaba por liberarse. Cuando estuvo a punto de conseguirlo, el Pantera giró la cabeza y la impactó contra su sien. El réferi los separó. La eliminación era más honrosa que la putiza que estaba sufriendo.

El réferi inspeccionó el golpe y decretó que aquellos dos brutos podían seguir golpeándose hasta que uno de los dos cayese. La campana, caprichosa sonó. “Ya te cargó la verga, maricón”, le dijo la Perra antes de volver a su esquina.

En un principio se liaba a golpes cada que sorprendía a alguien llamándolo La pantera rosa. Hasta que comprendió que el respeto se lo ganaría arriba del ring; rompiéndole la madre a todo el que le pusieran enfrente. Eso no sucedió. Se acostumbró a que lo llamasen así de cariño en los vestidores. Era mejor que encontrar pintas en su casillero o que lo violaran en la ducha. Inclusive los muchachos acudían a la estética de Julián y le gastaban bromas. “Se equivocaron. Tú sí tienes manos de boxeador y el Pantera de peluquera”. El Pantera llegó a ocho peleas ganadas, cuatro empates y doce perdidas. Nadie quiere que un puñal le patee el culo.

El sexto Round arrancó con el Pantera retrocediendo. Esquivando uno de cada cinco golpes que se estrellaban en su cuerpo. Dos noches antes había discutido con Julián. Lo recordaba llorando en la mesa de la cocina. No entendía la insistencia del Pantera por no colgar los guantes.

Si con lo de la estética alcanza.

– ¡Me caga que me mantengas!

– Puedes buscar otra cosa.

– ¡Ya estoy viejo para otra cosa!

La disputa concluyó con un portazo seco, un cristal roto y el Pantera pasando la noche en el Gym. La Perra se sentía Rocky, amasando a golpes un trozo de carne.

Eusebio, la Pantera Torres, odió con profundo esmero a Julián Martínez, un sábado de febrero a las nueve de la noche en la arena Tlalnepantla, durante la mitad del sexto round de la que sabía sería su última pelea. Lo odió por reducirlo a eso, un homosexual de 33 años incapaz de defenderse. Lo maldijo por domesticarlo, por acostumbrarlo a la docilidad de un hogar, de sus manos, de su cama, de su verga.

La Perra soltó una combinación tras otra, empujado por la euforia del público alcoholizado que demandaba la cabeza del más débil. El Pantera intentó cubrirse de la lluvia que caía sobre de él. Fue en ese momento donde, como si se tratase de un reflejo activado, soltó la derecha en un recto que hizo que La Perra Solís se tambaleara. Porque hasta los pésimos boxeadores tienen alguna vez un chispazo de suerte. “¡Ya lo tienes, cabrón. Es tuyo, ya lo tienes!” gritó el Charly quien se desgarraba la garganta al observar lo que hasta ese momento parecía imposible: El triunfo del Pantera.

Los gritos de los espectadores se unificaron en júbilo y éxtasis. El cine mainstream les había enseñado a amar a los héroes reivindicados que surgían en el último momento. Los papeles se habían invertido. Ahora, la Perra luchaba por abrazarse a su contrincante. Por un segundo, la Pantera pareció bailar entre nubes. Ágil, rejuvenecido y con ímpetu en los guantes que proyectaba hacia su oponente. La campana sonó tres golpes antes de que la Pantera noqueara a Solís.

El público permaneció de pie como no lo hacían desde sus primeras peleas cuando los periódicos lo consideraban una promesa del boxeo azteca. En aquellos años, la Pantera soñó con batirse en las Vegas con algún negro, comprarle una casa a su madre y ponerles un negocio a sus hermanas. Se sentó en el banquillo. El aire regresaba a sus pulmones. Se imaginó la cara de Julián al verlo cruzar el umbral de su puerta. El retorno del campeón, se dijo.

La campana sonó. Este es el round… El decisivo. pensó. Vio a la Perra acercarse, hacer una finta y lanzar un recto que lo mandó a la lona. El conteo fue apenas audible por los aullidos en la tribuna. La campana anunció el final. ¡Estaba jodido! En el vestidor, Charly le ayudó a quitarse los guantes. “Ya no llore, no sea puto, si no es pa´ tanto. Ándele váyase al gimnasio a descansar” Al día siguiente los muchachos hablarían de la putiza que le acomodaron a La pantera rosa, pero esa noche le restaba un último Round…El decisivo.

Tocó sin fuerza a la puerta. El hueco del cristal había sido cubierto por un pedazo de cartón. La puerta se abrió. Antes de decir una palabra, las manos de Julián le acariciaron sus pómulos hinchados. Ese suave roce le dolió más que cualquier golpe de la Perra. En un sitio ajeno a toda corporeidad. Quizá tenían razón, quizá ambos se habían equivocado de ocupación.

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SEMBLANZA

Iván Landázuri Oaxaca Oax. 1990

Psicólogo y aspirante a escritor. (Cuentista) Ha colaborado para las revistas Registromx, Scifi-Terror, Penumbria, Yerba Fanzine, Monolito, Errr Fanzine, Sincope entre otras.

https://www.facebook.com/ivan.landazury

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Have fun

ilustración por Enrique Landgrave
ilustración por Enrique Landgrave

Por Tomás Piñones

 

El cubículo estaba precariamente iluminado por la luz que lanzaba la pantalla en la pared. No había forma de apagarla, sólo había un botón que permitía cambiar el vídeo que se transmitía probablemente desde un ordenador central que controlaba el tipo calvo, cómodo en la caja del sex shop que funcionaba como fachada del recinto. También el volumen estaba prefijado, manteniendo un bajo nivel que daba al lugar un suave cántico de suspiros y quejidos masculinos. Presionaba el botón y se sucedían militares follando en el barro, twinks lamiéndose sus frágiles cuerpos, una orgía de aire ochentero con hombres velludos y de poblados bigotes, marineros de brazos tatuados sometiendo a un grumete, imponentes hombres negros resoplando al ritmo de la penetración exorbitante, un daddy chupando los pies de un joven dominatrix. Eché de menos a los latinos, y en general, una mayor calidad de los vídeos. Resultaba gracioso pensar que en pleno siglo XXI las pantallas de los cuartos oscuros aún transmitiesen vídeos con esa aura irremediablemente vintage. Y es que en realidad, todo en ese lugar, la dinámica del aire viciado, los gemidos entrecortados en la penumbra de los cubículos, las miradas que buscaban sus pares ansiosos,  tenían un aspecto de repasado, de resabida actividad.

    Había un glory hole en la pared. Haciendo gala de curiosidad provinciana, me agaché a su altura y primero presté atención al ruido en el cubículo contiguo. Un cinturón se abría con prisa, y el sonido de un jeans bajando me llegó claro. Una mano se apoyó pesada sobre la pared. Jadeos que se deslizaban morbosos por el agujero. No había forma de saber quién estaba del otro lado, y la idea de encontrar a un pobre padre de familia abandonado a la oscura suerte de estos cubículos me generó rechazo.

    Me levanté y apoyándome en la pared, me quedé viendo unos segundos la pantalla. No prestaba atención ya a las nalgadas furiosas que daban los marineros al grumete, sino que me abstraje en todo lo que era ese cubículo en aquel momento. Sus paredes grasosas de tantas manos sudadas, la capa de indeterminadas manchas que cubría el piso. Había algo atrapante allí, algo que ni toda la música pop, y el baile del apareamiento, con sus tragos sofisticados y sus cervecitas light en la barra, podían ofrecer. Había un sabor que ni todo el flirteo en las luces encandilantes de la calle podía igualar. Todo el desenfreno de los personajes que afuera festinaban su noche de anonimato, contrastaba con esta parsimonia culpable que adornaba los gestos de estos hombres sombríos que, a la sombra de los cubículos, se entregaban a la escucha de sus ruegos carnales.

    No sé cuánto tiempo permanecí allí, capturado por esa melodía pecaminosa que se elevaba por los cuartos oscuros y se comunicaba a través de los glory hole, cuando de pronto ya no estaba solo en aquel cubículo. Un motoquero robusto, típico cabrón en sus tardíos cuarenta, con el águila americana en su chaqueta, cerraba la puerta del cuartito a sus espaldas. Sus pupilas temblaban sobre sus ojeras, relamiéndose sin asco sobre la expectativa de mi cuerpo acorralado intencionalmente en ese rincón de paredes grasosas.

– Fresh meat…-dijo ansioso, como pensando en voz alta. Hice un ademán de moverme hacia la puerta, de huir de sus manos que acariciaban torpemente mis brazos.

– Don’t be scared, I won’t be so rough, you’ll see. –prometía mientras bloqueaba mi paso y suavemente bajaba la chaqueta de mis hombros.

    Me vi bajo el lógico desenlace de una cadena de decisiones atrapantes, con ese hombre que leía toda mi angustia facial, y se excitaba ante la creciente resignación de un encuentro donde él podía interpretar un papel protagónico, la deliciosa captura de un borrego nervioso del cual suponía el pleno consentimiento para ese juego huraño apenas iluminado por la pantalla en la pared.

– We’re gonna play a little bit, don’t be scared… -seguía susurrando sobre mi cara, con su aliento de bourbon y cigarros rojos.

– I’m not scared. I’m never scared –le dije con mi acento tosco, volviendo a colocarme la chaqueta sobre los hombros.- I just don’t fuck old people.

    Lo miré fijamente con una expresión hostil, de forma que no quedara duda sobre mis palabras dichas con un exagerado tono de autosuficiencia, y lo dejé solo en ese cubículo.

    En los pasillos ensombrecidos del complejo, los hombres rondaban lentamente a la caza de quien les invitase a observar las pantallas de porno vintage. El humo se atrapaba en el techo y las colillas iluminaban por segundos los rostros ansiosos, impacientes.

    Caminé por los pasillos, buscando al amigo con quien había ingresado. Seguramente ya estaría en un cubículo, o se habría cansado de tanto diálogo estereotipado en las puertas de las cabinas. Estaba solo allí adentro. Quería salir, respirar aire fresco y fumar un cigarro en la cuneta de esa calle rebosante de brillo, tacones y luces multicolores. Camino a la puerta principal, había un cubículo entreabierto. En la puerta del cubículo, con un pie adentro y el otro afuera, un chiquillo de piel oscura miraba hacia afuera, hacia el pasillo. Su cabeza estaba apoyada en el respaldo de la puerta, y su espalda se arqueaba en posición de relajo, de espera. Sus ojos negros iluminados por el cigarro que se llevaba a la boca, me detuvieron. Unos dientes blanquísimos sonrieron ante mi huida abortada. Alguien ponía música en el jukebox que el dueño había dejado cerca de la entrada, por si la melodía constante del jadeo desesperaba a quienes rondaban los pasillos. El chiquillo se siguió sonriendo e ingresó al cubículo, y el humo de su cigarro se elevaba por fuera de la puerta. Mis piernas titubearon, y en ese momento, la puerta eléctrica que servía de camuflada entrada desde el sex shop hasta el complejo de cuartos oscuros, se abrió, y dos hombres negros entraron parloteando alegremente. Se oyeron las risas que llegaban desde la calle, y la brisa nocturna mezclada con el aroma de los hot dogs que vendían en la esquina fuera del sex shop, se deslizaba dentro, haciendo promesas de un exterior más alegre, más afable.

    Sonó una voz grave acompañada de un bum bum bum electrónico en el jukebox, y los parlantes ocultos dispuestos por los pasillos dieron un nuevo ritmo a los aires cansados de los hombres en éstos. Vi la puerta eléctrica cerrarse despacio, y el humo del cigarro desvanecerse en la puerta del cubículo. Nuevos ojos se encontraban con los míos en esos segundos, y pasaban a mi lado, haciendo invitaciones de buscar otros cubículos vacíos. La puerta del cubículo que tenía enfrente seguía entreabierta. Las bocinas de los autos se oían desde la calle, y las carcajadas explotaban en el aire de la noche borracha, sedienta de más noche.

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Mi nombre es Tomas Piñones, soy profundamente coquimbano y ligeramente chileno. Estudio, trabajo, milito y escribo. Abajo el patriarcado, arriba la cumbia.

https://www.facebook.com/gaspar.zunagua

 

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Mario

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ilustración por Sok

 

por  Citlally Villarejo Gómez

Mario era un chico sencillo, de gustos simples, le gustaba el futbol y aquella canción que hablaba de desamor. No era que se hubiera enamorado alguna vez, pero le encantaba escuchar la voz de esos varoniles artistas desgarrada por la pequeña cintura de su Adelita.

   Mario soñaba con enamorarse, algún día, de una hermosa Adelita, tenía la vaga idea de que su preferencia sería por las mujeres jaliscienses. Cuando tenía ocho años fue de vacaciones a Guadalajara, no recuerda mucho, sólo un partido de futbol y a una bella mesera de grandes ojos… y grandes senos. Cada vez que todo se quedaba en silencio, podía revivir las palabras de su padre: “No hay mejor mujer que una hermosa oriunda de Guadalajara”. (Claro, eso fue antes de que su padre se fuera con una mujer de allá y lo dejará solo al sur del país).

     Mario vivía con su tía, su mamá hacía tiempo que lo había dejado de amar; y no era su sentir de él, sino que ella misma se lo había dicho.

    La noche era fría, la lluvia lo atormentaba, el silencio y la falta de luz dejaba sólo un pequeño temblor en sus piernas… pero, también en su corazón. “Lárgate puto, tú no eres mi hijo, esa princesita que estoy viendo no salió de mi vientre ¡vete a la chingada pinche puto!”. ¿Qué tenía de malo llorar? ¿Qué de malo tenía soñar con ser él la Adelita? Se levantó envuelto en una cobija, prendió una vela y vio su reflejo en la ventana. Él tenía unos ojos hermosos, muchos hombres se lo habían dicho, y un cuerpo que le costaba horas esculpir en un gimnasio -eso sin hablar de las horas de entrenamiento en la cancha de fútbol y su delicada dieta, la cual no rompía ni en días festivos-. ¿Qué de malo tenía enamorarse de hombres rudos que se rompían por amor? “Lárgate, puto”.  Se giró a su cama, hace tiempo que él se había ido.

    Sólo tenía catorce años, pero estaba más que seguro de lo que iba a hacer con su vida: entrar en una preparatoria en la capital, irse con él, con Omar, fugarse a ese famoso lugar donde nadie los iba a rechazar, seguir haciendo ejercicio y pertenecer al equipo de futbol de su futura escuela, ser los mejores, para así algún día ser vistos, tal vez en la universidad, ambos estudiando medicina… o leyes, o cada uno siguiendo su vocación, siendo hombres de bien, saludables, llenos de energía y excelentes jugadores, para entonces no seguir su carrera universitaria como trabajo, sino dedicarse a su pasión, el futbol.

    Amarse y, tal vez algún día, se pudieran casar frente a todos, adoptar una hija y llamarla Adela. Sus neuronas no lo dejaban pensar, se desconectaban al sentir la lengua de Omar dentro de su boca, al morder los carnosos labios de su mejor amigo, su hermano, su novio, su complemento, su eternidad. Dejaba de respirar cada vez que él tocaba con la punta de sus dedos su espalda o su abdomen, y su corazón parecía dejar de latir cuando posaba su boca en cualquier parte de su cuerpo.

   Esa noche también era lluviosa, el partido hacía tres horas que había terminado, mamá no estaba en casa, no había vecinos cerca, la ventaja de las vacaciones es que nadie está en donde debería estar, sólo ellos dos, entregándose el uno al otro en su viejo sillón. “Te amo”, irrumpió en el silencio la masculina voz de Omar, haciéndolo cerrar los ojos y repetir sus palabras en susurro. También él lo amaba con toda su vida, qué dichosos eran, haber encontrado a su compañero para siempre siendo aún adolescentes, “te amo”, la voz de Omar se proyectaba por toda la casa, por todo su cuerpo, por todos lados.

   La puerta se rompió. ¿Qué jodidos están haciendo, par de maricas?”. La madre, enojada, tomó la pistola. Sin esperarlo, la luz fulminó todo y ahí cayó Omar, repitiendo «te amo». Ya no podía escuchar nada más, las lágrimas en automático cayeron, ¿qué importaba ya? ella tampoco sería su madre jamás, le había quitado todo, le había quitado al amor de su vida, su verdad, su sueño, su eternidad.

Fijo, viendo la ventana, selló el final: “Vete a la chingada, mamá”.

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Citlally Villarejo Gómez, autor de Nogiedra, es Licenciadx en 141230-200950---copiaComunicación, vlogger y freelance.
Página personal: nogiedrablog.blogspot.mx

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