Ilustración: Alex Xavier Aceves Bernal

Al sonoro rugir del tacón

Ilustración: Alex Xavier Aceves Bernal
Ilustración: Alex Xavier Aceves Bernal

por Karla Tamayo

Hubo un tiempo en que los hombres eran hombres y las mujercitas se quedaban en la casa, atendiéndolos, como lo que son: mujercitas, dice resoplando mi tío Juan. Yo nomás lo miro haciendo como que la virgen me habla, porque si llegara a saber un solo detalle de mi vida, ¡jo!, quién sabe lo que pasaría. Lo dice encendiendo un Alitas, tocándose los huevos y mirando despectivamente y con un poquito de lujuria a Lola, mi hermanita, que en vez de estar haciendo la comida hoy que es domingo, está recostada en el sofá leyendo a Mariano Azuela, para su trabajo de la Novela de la Revolución. Yo nomás me quedo callado, ¿qué puedo decir?

Mamá sale de la cocina con los platos, lo mira con cierta conmiseración y le dice:

Ay, Juanito, esos tiempos ya pasaron. Lola, dile a tu tío que el libro que tienes en las manos es el único sitio donde pasan esas cosas.

Lola solo sonríe, yo sigo poniendo la mesa.

No, Gloria. Tú sabes que lo hombre se hace, no te vaya a salir mampito alguno de tus hijos por andar con esos piensos.

Mamá me mira y suelta una  risotada enérgica.

¿De qué te ríes, Yoya? ¿A poco este es mampo?refiriéndose a mí de nuevo, con su cara de guarro. Tuve ganas de mentarle la madre, pero resulta que su madre es mi abue.

        —¡Ya está la cena! -grita mamá, y todos nos apresuramos a sentarnos alrededor de la mesa. 

¿No iba a venir Fernando? pregunta el tío.

Viene en un rato, Juan.Come.

El tío Juan orquestó las conversaciones que fueron de los recuerdos, que no son suyos, de la revolución mexicana a la manera adecuada en la que un ranchero debe ayudar al toro a preñar una vaca. Como puede intuirse, los temas revolucionarios tocaron a Lola y los de la vaca a mí. Me dio un asco… que varias veces estuve a punto de vomitar sobre la mesa.

         A las 8:30, casi cuando terminábamos de cenar, se escucharon unas risas fuertes, claras, limpias, que provenían de la escalera.

Es Ferrushle dije a mamá, quedito.

Juan, ¿quieres postre? Fer dijo que prepararía uno de fresas. Te gustan las fresas, ¿no?

De pronto se oyó que metían la llave en el cerrojo, luego la hicieron girar y por fin se abrió la puerta:

¡Hola, familia! dijo Fer.

Mi tío, que intentaba raspar el fondo del plato que había quedado lleno de queso dorado, alzó estrepitosamente la mirada. Conforme iba subiéndola por el cuerpo de mi hermano (que estaba lo bastante atractivo, fuerte y acicalado para levantar miradas, miembros, envidias, no sé), iba proporcionalmente abriendo la boca. Fer sonreía con ese gesto casi angelical que lo caracteriza. Todos celebramos su llegada.

¡Tío Juanito!dijo.

Y todos nos quedamos callados, incluso Ernest, que se había quedado en el pórtico y tenía, como siempre, tanto que contarnos sobre cualquier cosa por irrelevante que esta fuera. Se escucharon como balazos los tacones de Fer que atravesaron el salón hasta llegar frente al tío Juan, que para entonces estaba pálido, con la mandíbula desencajada: tac, tac, tac, tac, tac, tac, le dio un beso en la mejilla y le dijo algo al oído que no alcanzamos a oír; sin embargo, todos sonreímos un poco medio escondiéndolo, otro medio expectantes. El tío Juan se puso rojo, luego verde, luego otra vez blanco, se le hincharon las venas de la frente, como cuando hay mucho sol o se pelea con la tía Vero. Se levantó, lo miró a los ojos. Metió la mano en el saco y se oyeron los rugidos de nuevo: tres nuevos taconazos. Solo que esta vez los produjo un revólver.

México, D. F., mayo 19 de 2013

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