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Vestir huipiles: reflexiones en torno a los textiles, la pertenencia y el racismo en México.

ilustración por Alex Xavier Aceves Bernal

¿Le’ben llenhe gún be urash?

¿Es ella la que quiere vestirse de yalalteca?

Bertha Felipe

por Ariadna Solis

En los últimos años ha ido creciendo un discurso bastante problemático en torno a la comercialización y el uso de textiles pertenecientes a comunidades indígenas en México. Mucha gente que se dedica a los textiles de manera comercial suele ir con la bandera de estar “visibilizando” las tradiciones “originarias” en México. Sin embargo, este fenómeno presenta varias contradicciones que, a mi parecer, lejos de condenar o celebrar sistemáticamente, debemos problematizar puesto que están sumamente relacionadas con el racismo y la experiencia de mujeres indígenas en países como México.

Me gustaría empezar compartiendo quién soy y desde dónde hablo, de esta manera se puede entender que las reflexiones aquí vertidas son fruto de una experiencia corporal muy particular que en ocasiones puedo compartir con otras mujeres y en otras no. Soy hija de migrantes yalaltecxs que llegaron a la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades económicas. Mi madre y mi padre son originarios del pueblo zapoteco Villa Hidalgo Yalálag, una comunidad ubicada en la Sierra Norte de Oaxaca, a unas tres horas en auto de la capital de Oaxaca.

Ahora, afirmo que soy una mujer indígena con mucho cuidado ya que muchas veces se piensa que al afirmar esto estamos celebrando una especie de romantización de nuestra identidad y no un posicionamiento frente a nuestras experiencias concretas históricas, genealógicas, culturales y políticas. Es por eso que insisto en hablar de quién soy yo y desde dónde hablo porque así puedo explicitar mis movimientos geográficos, pero también mis posicionamientos políticos y epistémicos.

Siguiendo con esta idea me gusta más afirmar que pertenezco a la comunidad de Yalálag lo que pone sobre la mesa una idea que iré desarrollando a lo largo de este ensayo y es el hecho que hablar zapoteco y vestir los huipiles son parte de mis repertorios de pertenencia comunitaria y no tanto signos de mi identidad indígena.

Con esta migración que hago explícita y que comparto con muchas personas de mi generación, se han ido perdiendo principalmente estos dos repertorios que ya he adelantado, fruto del racismo que experimentamos desde muchas vertientes: el uso del zapoteco como lengua fundamental de comunicación comunitaria e intergeneracional y el uso de lhall xha o, en español, huipil de Yalálag.

El lhall xha es una prenda muy particular en México: se trata de una de las piezas textiles que componen la indumentaria femenina que usan las mujeres pertenecientes a la comunidad de Yalálag. Es “tradicionalmente” elaborado en telar de cintura, en algodón blanco y antiguamente era usado por debajo de las rodillas y extendido de tal forma que cubría el cuerpo a la altura de los codos. Sin embargo, su tamaño y forma han sido modificados en los úlimos años, de manera que cada vez con mayor frecuencia estos huipiles son más angostos. Digo que es una prenda particular puesto que es uno de los pocos huipiles que siguen conservando, a pesar de los cambios, su largo y su anchura que permiten que el cuerpo feminizado no sea “enfatizado”. Con esto me refiero a que no marca las “curvas” que supuestamente debería tener un cuerpo femenino: el talle acinturado para remarcar el volumen de los senos y las caderas.

La mujeres jóvenes pertenencientes a la comunidad, que estamos regadas en otras geografías distintas a la serrana, ya no usamos el huipil de manera cotidiana. A diferencia de muchas mujeres mayores que se han resistido a vestir de otra manera. De ellas hemos aprendido cómo vestirnos, cómo colocarnos el refajo y como amarrarnos el baidún para que el refajo se quede en su lugar. ¡Y vaya que es toda una experiencia corporal a la que no estamos acostumbradas!

Generalmente usamos esta prenda en ocasiones especiales, por varios motivos. Uno de ellos es que, como acabo de mencionar, vestir este huipil es toda una experiencia coporal que intenaré describir muy pobremente: la indumentaria completa, que al menos consta del refajo, el baidún y el huipil pesa y pesa mucho. Andar por las calles de una ciudad como la Ciudad de México es muy complicado, en un principio porque no estamos acostumbradas a portar estas prendas y en segundo lugar porque nos hacemos sumamente visibles como mujeres racializadas. Y esta experiencia de ser visibles como mujeres indígenas es sumamente fuerte por la manera en que somos miradas y tratadas en ciertos espacios (no en todos), es decir ser visible no es un valor positivo en sí mismo.

Aquí quiero poner sobre la mesa un tema que he introducido y que pocas veces se cuestiona ¿quién usa los huipiles “tradicionales” en México? Un huipil “tradicional”1 de mi comunidad puede costar unos ocho mil pesos mexicanos, incluso más, cuando incluye las características que se han nombrado como “autenticas” desde ciertos discursos un poco perversos de la comercialización de los huipiles.

Andar vistiendo diario un huipil “tradicional” en México, al menos uno de Yalálag, implica que uno tiene el acceso económico para vestir esas prendas en primera instancia. Con esto quiero recalcar que la circulación de estas prendas en las comunidades es particular: generalmente una usa (cuando no se tiene el propio) el huipil que te presta la tía, la prima, la mamá o en el mejor de los casos el que te heredan las abuelas cuando ya no les quedan o cuando fallecen, si es que no son enterradas con ellos. Anteriorimente existían personas que prestaban o rentaban las tiras bordadas que adornaban el huipil porque en realidad, es muy caro vestir un huipil “tradicional” que en la comunidad de Yalálag es llamado, más bien, “de fiesta” o “de gala”.

En los últimos años, han tomado fuerza campañas como #viernestradicional o #QuiénHizoMiRopa o #QuiénHizoTuRopa gestionadas desde ONG’s como Fashion Revolution en Ingalterra o Impacto en México. La campaña de #WhoMadeMyClothes apareció en el contexto de la muerte de miles de mujeres al colpasar el edificio Rana Plaza en Bangaldesh en donde operaban maquilas para marcas globales en condiciones de precarización extrema.

Si bien esta campaña ponía el acento en la distribución inequitativa de la riqueza generada por estas empresas, no señalaba de manera clara la explotación con resquicios coloniales que vivían comunidades de mujeres en condiciones geopolíticas muy distintas a las personas que consumían las prendas elaboradas por ellas. Había algo un poco sospechoso en la praxis real de esta campaña y el discurso de la “moda sostenible”. Porque al mismo tiempo que se alentaba a que las relaciones entre todxs los participantes en el proceso de la creación de las prendas fueran más “justas, seguras y transparentes” en la práctica tuvo otros devenires como el acceso a circuitos económicos más privilegiados como las Semanas de la Moda, etc.

Con esto me voy a seguir refiriendo al proceso que han tomado estas campañas en México específicamente, dejando de lado el contexto en el que nace esta campaña pues seguro tendrá otras especificidades. En México varias empresas se abanderan a sí mismas como proveedoras de moda mística, sustentable, orgánica, lenta y un sinfín de términos “mágicos” que exaltan “la cosmovisión”, “la cosmogonía”, la “sabiduría ancestral” de pueblos indígenas sin ser parte de ellos, con esto no estoy diciendo que una tenga que ser de la comunidad de donde porta una prenda, ni mucho menos. Tampoco es mi intención hacer un ataque personal a las personas que trabajan en estas empresas y campañas, mi intención es problematizar cómo estas campañas acompañan y legitiman procesos de extracción de imaginarios y materiales de las comunidades indígenas para que nortes globales usen estos y refuercen, así, lugares jerárquicos que tienen que ver también con la distribución inequitativa de la riqueza.

En estos discursos que acompañan la reventa de textiles en México muchas veces se juega con el uso de lo tradicional y la autenticidad para colocar a las comunidades indígenas en un ayer, en un pasado inamovible y a lxs diseñadorxs textiles en el ahora, en el progreso, en la moda sostenible que nos viene a “sacar de la pobreza” y a meter en el mundo de la moda global. También el uso de estrategias visuales para vender los textiles nos coloca en la folcklorización de nuestras identidades y a nuestras prendas como signos esencializantes que siguen ordenando nuestros cuerpos en jerarquías muy específicas y legitiman ese discurso a partir del “rescate” y “revalorización” que hacen a nuestras prendas.

Este discurso de la autenticidad, lo originario se traslada a nuestros cuerpos en donde se refuerzan identidades homogenizantes y mientras el gusto de una determinada élite económica con un cierto acceso a la educación está adquiriendo de manera casi museística textiles de todas las culturas en México (las más que se puedan) tenemos como contraparte la paradoja que miembrxs de las comunidades estamos siendo obligados a abandonar estos repertorios.

Así, se difunden un montón de fotografías con los hashtag antes mencionados en donde mujeres indígenas sostienen un cartel con la leyenda “yo hice tu ropa”, un mensaje que se empata con las mujeres blancas que acompañan esta publicidad modelando las prendas que mujeres indígenas realizan. Se les olvida que el cartel quizás debería versar más sobre el hecho de que esas mujeres hacen ropa para sí mismas y para su comunidad, es decir, si la frase dijera “Yo hice mi ropa” estaríamos teniendo otra discusión.

También, se nos olvida que las comunidades indígenas han sostenido históricamente lo que Natalia Cabezas ha llamado como “la autonomía del vestir”. Nosotras no necesitamos preguntar quién hizo nuestra ropa porque muchas veces somos nosotras, nuestras amigas, nuestras madres, nuestras tías, nuestras abuelas o gente que se ha dedicado a hacerlo históricamente en nuestras comunidades y que son fácilmente identificables por la comunidad misma. Es más, en la comunidad de Yalálag, aunque ya no se siembra algodón o se produce hilo, se sabe quién provee las materias primas, quienes tejen, quienes bordan, quienes hacen los terminados, quienes hacen las trenzas y también quienes distribuyen las prendas.

Eso no nos excluye tampoco de reproducir prácticas de explotación y de acumulación de riquezas pero nos da pautas distintas para accionar en nuestra realidad cuando detectamos relaciones injustas. Puesto que sabemos la responsabilidad como miembrxs de la comunidad de crear bienes comunes materiales e inmateriales, o al menos, sabemos las consecuencias que puede tener a nivel comunitario e incluso intergeneracional generar malas prácticas con las personas que coexistimos.

En todo caso, sabemos también que vestir las prendas de nuestras comunidades es ante todo una lucha “cotidiana” en donde se negocían las formas de enunciación. Sabemos también que tejer, bordar y vestir tienen potenciales materiales, técnicos, pero también simbólicos y visuales de sostener la vida comunitaria.

Retomo la pregunta que me hizo Bertha Felipe, una tejedora yalalteca, cuando la busqué para platicar sobre su trabajo y su uso de los huipiles. La pregunta de Bertha que señalaba si era yo la que quería vestirse de yalalteca apuntaba que saber del huipil y usar el huipil es fundamental para resistir y reclamar modos de vida y memoria comunitaria que hemos olvidado. ¿Qué vestir? Es una pregunta que las mujeres indígenas nos hacemos para asegurarnos la sobrevivencia sin olvidar a nuestrxs antepasadxs.

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1 Con tradicional hago referencia al término utilizado para referirse a los huipiles elaborados con telar de cintura, bordados a mano, a veces hechos con hilo hilado a mano y con tintes naturales.

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Ariadna Solis es hija de migrantes yalaltecos, actualmente investigadora independiente, estudió la licenciatura en Ciencias Políticas y la maestría en Historia del Arte por la UNAM. Es parte del colectivo Dill Yelnbán, Grupo de transmisión y difusión de la lengua zapoteca. Las líneas de investigación que trabaja están relacionadas con el estudio de

textiles, archivos y feminismos. Ha publicado en revistas como la Revista electrónica de Literatura comparada de la Universidad de Valencia y en la Revista Kaypunku de Estudios Interdisciplinarios de Arte y Cultura en el Perú y proximamente con un capítulo en el libro Mundos de Creación Visual de la Universidad Javeriana de Bogotá en colaboración con la Universidad Pablo Olavide de Sevilla.

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Resistencia Trans

David Fernández de Lara

Empecé a usar maquillaje para apropiarme de mi feminidad, pero no he podido desmontar mis disforias. Hay momentos en un mismo día que me derrumbo en ansiedad y miedo. A veces mi rostro me parece muy feo y triste. La pérdida de cabello no disimula su redondez, y personas en la calle empiezan a llamarme señor. Mis ojos son muy pequeñitos y juntitos, mis mejillas gorditas y las cicatrices en las sienes son de acné como recuerdo de una adolescencia obstinada. Es muy cansado odiarse tanto. Mis años jóvenes los viví escabulléndome en lecturas «serias», asumí el cliché de intelectual desinteresado de la vanidad del cuerpo *privilegio masculino*. Nunca me sentí cómodx ahí. Pero darle pinta a mi cara me ponía en el espacio de la manera que yo decidía estar y me reconocía así. Sin embargo, la norma cisgenéro depreda mi tranquilidad. Entonces me percibo un ser de existencia ridícula por no pasar lo suficientemente «femenina» y sensual, degradada a cosa, cosa enferma, depravada que debe esconderse. En otros momentos deseo hacer política la fealdad y la pervensión, sin embargo tampoco es una postura que me resulte efectiva, ya que no siempre quiero renunciar a ser deseadx. Me está costando muchísimo ganar espacios de mi cuerpo, pero lo hago de poco en poco, asumiendo que habrá días donde pierda lo ganado, días que verme me provoque repulsión y decida no salir de la cama. Pero haré trinchera, amigxs. Soy #resistenciatrans.

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LAS PERSONAS NO BINARIAS EN LA LUCHA

Fotos por: Magalli Salazar, aliada.

Texto por: Andras Yareth

INTRODUCCION

A manera de rala aclaración para quienes no estén familiarizadxs con los términos «trans» y «no binario». El primero se refiere a personas que NO se identifican con el género (masculino/femenino) con el que han nacido. Una persona trans ha decidio cambiar o su manera de vestir, sus actitudes,
su fisonomía o su biología por el del sexo opuesto (Aunque se mantiene la convención social de cada género).
La segunda acepción se refiere a personas que NO se identifican ni como hombres ni como mujeres (no binario), es decir rechazan la asignación de los roles para ambos géneros y sólo fluyen.
El registro fotográfico que se presenta es del contingente #8 de personas Trans y de resistencia No binaria presentes en la 41 Marcha del Orgullo LGBTIQ+ en la ciudad de México ocurrida el pasado mes de Junio, y que es un evento paralelo al «Desfile del Orgullo».
El texto que acompaña las fotos nos acerca a conocer qué es el género no binario.

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El 29 de junio del presente año (2019), el colectivo Resistencia No Binaria marchó por segunda vez en la marcha del orgullo LGBTIQ+, con la intención de visibilizar la existencia de las personas que no se identifican permanente, completa y/o exclusivamente con el ser mujer u hombre (binarismo de género).

Pareciera ser que lo no binario es un tema nuevo, millenial o de moda, pero si revisamos en la historia, podremos encontrar que las personas que se encuentran fuera del espectro binario existen desde milenios atrás; un ejemplo es la comunidad Muxe en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, en donde la identidad “muxe” es reconocida como un tercer género independiente del ser hombre o mujer.

Debido a que las personas no binarias aún somos muy desconocidas en nuestro país, nos afrontamos a constantes violaciones a nuestros derechos humanos y a comportamientos violentos provenientes de la población en general, desde la no aceptación en nuestros núcleos familiares, pasando por nuestra inaccesibilidad a nuestro derecho al nombre a través del trámite de reconocimiento de la identidad de género, la dificultad para acceder a tratamientos médicos y/o de reemplazo hormonal adecuados para nuestras corporalidades, la incomodidad de pasar a los sanitarios públicos al ser juzgades por nuestra apariencia, ser ridiculizades o negades en cualquier ámbito, especialmente si utilizamos el lenguaje inclusivo, hasta vivir violencia física que puede culminar en el asesinato.

Con el objetivo de visibilizar todo lo anterior a través del arte, eventos lúdicos, la participación en la academia y el diálogo con otros colectivos, organizaciones e instancias gubernamentales, surge en enero de 2018 el colectivo Resistencia No Binarix, un espacio exclusivo para personas no binarias que regularmente abre sus puertas una vez al mes en la Ciudad de México para generar comunidad entre nosotres y discutir de temas que nos competen.

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Si desean seguirnos en redes sociales y conocer los eventos que organizamos, síganos en nuestras cuentas de Facebook e Instagram que dejaré a continuación:

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Fotos por: Magalli Salazar, aliada.
Texto por: Andras Yareth, coordinadore Resistencia No Binaria.
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Entrevista con el dibujante y videoasta Aerial Osni

entrevista por Liz Misterio

Liz Misterio.- En tu obra trabajas con la noción de transición, no solo de género sino también de especie y del cuerpo físico al cibernético. ¿Nos podrías contar algunas de tus reflexiones en torno a esto?

Aerial Osni .- Creo que es una necesidad implícita en los humanxs estar en constante cambio, pero igual se manifiesta como una angustia  colectiva. En este siglo las tecnologías presuponen un avance significativamente mayor a los avances médicos, estéticos, artísticos, biológicos etc… Llegará el momento en que nuestros cuerpos sean del todo obsoletos. Y no es que me refugie totalmente en las teorías transhumanistas  siendo estas mi motivo detonante,  o que esto aplique para todxs, si no que tengo la necesidad incesante de percibir, de experimentar, de conocer y crear nuevas vías, nuevas formas de aprehender del mundo, formas que me han sido negadas por las limitaciones de mi cuerpo, incluso el “género” era una de esas tantas limitaciones.

La sensación que tengo con respecto a usar recursos virtuales en mi obra es la misma que tengo al querer modificar mi cuerpo, son dos terrenos secretos que quiero develar.

Liz Misterio.- En uno de tus dibujos mencionas el “mudar de piel”  como parte de un proceso de crecimiento. ¿De qué manera tu trabajo artístico alimenta o interviene en este proceso?

Aerial Osni .- Si mi cuerpo es materia, un objeto denso, deseo que llegue a ser algo más subjetivo y etéreo mediante la ilustración. Por eso rechazo el uso de mi cuerpo directamente para la presentación de mi obra, el performance de cierto modo limita.
La subjetividad que me permite la ilustración, que parecería ser inmediata, se parece un poco a las ideas utópicas y transhumanistas del cuerpo. Hay modificaciones que aun son imposibles de lograr debido a los avances precarios tecnológicos, pero siempre se sueña con que se puedan lograr en el futuro, si existe en la mente es posible que en cierto tiempo exista en la «realidad».  Con la ilustración y animación  me permito crear esos puentes entre lo que no es y lo que puede ser. Como ente me posibilita hacer más modificaciones de las que en vida puedo lograr o imaginar.
La animación es una forma de lenguaje distinto al que conocemos verbalmente. Expreso lo que siento, lo que me pasa en una lengua que no nos pertenece dimensionalmente. Es una manera idónea de traducir esa sensación de extranjerismo. Mudo de piel en lenguajes distintos.
El término poiesis que es «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser» como el medio para que una idea pueda volverse material. Yo le doy nombre, sentido, y vida a cosas que parecen no existir, es mi trabajo en este caso, con el de todos. Y con mi cuerpo y la animación sucede algo parecido… a los dos les doy vida y forma.
Algo que me atormentaba era el hecho de desconocer la causa de porqué quería realizar una transición, ya fuera sexo-genérica o más allá, en mi cuerpo. ¿Qué me orillaba a tomar la drástica decisión de hacer emerger de mi interior proyectándolo hacia mi exterior, el ser que visualizo, y que podría ser la «esencia» pura de mi yo?  Creo que la misma fuerza que impulsa a demás seres humanos a comenzar a transformarse a cambiar, la angustia de saber  o no saber quién eres.

Liz Misterio.- Los dos medios en los que te desenvuelves, el dibujo y el video, permiten disolver las referencias al cuerpo físico e imaginar cambios, mutaciones e hibridaciones. Que has descubierto sobre ti mismo en el proceso de creación?

Aerial Osni .- Que la necesidad se trata quizá de desaparecer mi cuerpo de esta realidad, de esta vida. Un sentimiento de insatisfacción constante, pero a la vez una curiosidad que continúa alimentando mi producción artística.

Liz Misterio.- Hay algo que no te haya preguntado que nos quieras compartir?

Aerial Osni .- ¿Qué constituye a la identidad? Es parecido a un coral que va aumentando en cada temporada de reproducción, ya que en vez de morir y comenzar un nuevo ciclo vital, la mayoría hace su mejor esfuerzo por multiplicarse, se  acumulan y con el paso del tiempo forman un gran arrecife sólido que puede observarse como uno solo, como un yo colectivo, desde el espacio. Eso somos nosotrxs, redes conectadas de identidades que se esfuman, que nacen y mueren.
Gracias a nuestros cuerpos podemos crear formas para estar dentro de otros espacios, como por ejemplo, el cibernético, puedes crear un avatar, navegar el metaverso con él y comienzas a tejer redes .Afectamos al ambiente con nuestro cuerpo y el resultado es una remanencia de nuestra identidad. Al final todos realizamos estas acciones, sin darnos cuenta, somos dueños y operadores de nuestros cuerpos-máquina y de nuestra identidad.

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Estados Unidos, 1990
Vive y trabaja en Estado de México

virtual-foreign.tumblr.com

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por Arlishan Marius

Año: 2019

Técnica: Tinta y lápiz sobre papel con texto digital.

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ARLISHAN MARIUS: Egresadx de la licenciatura en Artes Visuales (UNAM). Se identifica como transmasculino no binario, usa pronombres masculinos y neutros. Su producción es mayormente autobiográfica, explorando su identidad trans y sus enfrentamientos con el estrés postraumático. Ha participado en exposiciones colectivas, publicaciones impresas y digitales y talleres dirigidos a
personas trans.
PÁGINA: https://www.facebook.com/ArlishanMarius/

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Lx DragOna

por Andrea Alejandro Freire 

Cuando mama comenzó a inyectarme estrógenos, también comenzó a inyectarme miedo a ser quién soy. Me temí por mucho tiempo. Ahora me abrazo y despedazo de pasión comiendo mis propias entrañas.

Yo, yo soy lo desconocido. Yo soy mi deidad y mi oscuridad. Yo soy unx milagro de carne, carne revoltosa, lúbrica, perversa, violenta. Irreformable.

Monstrux de sexualidad infinita, incansable, inagotable. En mi sexo habita mi monstruosidad.

Sin marcos teóricos ni límites. Solo un cuerpo para devorar.

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Andrea Alejandro Freire (Ecuador)  Actriz en potencia, escritora en esencia y publicista en espera! Sobre todas las cosas: Tortuga Ninja combinada con X- Men!!

Miembrx del proyecto Trans Pride.

http://dreanfreire.tumblr.com/ 

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El espejo y las brujas

Abigail Maritxu Aranda Márquez 

¿Dónde se peinan los infames como Caín o Dorian Grey, l@s que somos diferentes? O algo más terrible, ¿Dónde se ponen tan guap@s l@s vampir@s human@s, las gárgolas, el ave fénix?

Creo que el objeto más codiciado de las brujas y las frívolas es el espejo pero que ¿pasa cuándo nos asomamos a un espejo negro…? No existen. Ese es el reto: exhibir el espejo donde nos peinamos l@s rar@s, l@s freaks, su pesado marco nos recuerda ese barroco que corre como río subterráneo en muchas de nuestras venas, el espejo donde la bruja quien  es la más bonita y aparece una máscara impertinente diciendo, «Usted, my Leidy…» Falso. Los espejos abundarán en esta exposición porque un buen retrato es un espejo de nuestras almas, pero los ateos, los comunistas no creen en el alma,

¿Dónde se peinan? ¿Se peinan…? Las divas, las locas, las otras usamos espejos monumentales aunque no sean exactamente para reflejar nuestra torcidez, los usamos para estar divinas, aunque sean unos espejos negros…

El espejo está ahí y se pueden hacer preguntas.

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Abigail Maritxu Aranda Márquez (Oaxaca, 1957) somos la suma de nuestros aciertos y errores. A mí no me gustaba la escuela: del kínder a la segunda vez que repetí 6º de Bachillerato me la pasé haciendo otras cosas como leer y escribir cosas que no estaban en los programas, teniendo novias y apostando… A los 15 años me di cuenta  de que era una mujer felizmenteencerrada en el cuerpo de un hombre pero el clima extremadamente liberal de mi casa me confundió muchísimo y guardé silencio y casi me costó la vida…

Entré a la Licenciatura de Letras Modernas (Inglesas) porque quería ser escritora y leer a William Shakespeare y James Joyce en sus idiomas originales…wrong… no sólo no me titulé, sino que me fui a hacer un diplomado de Historia y Crítica del Arte del cual tampoco me dieron ni un solo reconocimiento oficial… Llevo 48 años en el campo del arte y 39 años  haciendo el ridículo, dando clases… para alguien que tomó todas las decisiones equivocadas, no me ha ido mal…Y después de 30 años de vivir una vida doble, me asumí libre y soberanamente mujer y ahora ¡¡soy feliz!!

Sin estudios formales para ser artista visual, hago piezas de arte acción desde 1993, esculturas, poesía visual con luz neón, conjuros y preocuparme solamente por los próximos veinte minutos: cuando sobrevives cinco terremotos, tres desahucios, tres divorcios y una viudez y lo más difícil, un corazón que creció, literalmente, esos próximos 20 minutos son vitales. No me preocupa la fama, ya era famosa en 1993 cuando empecé a dedicarme “profesionalmente” a hacer arte, mi banda de noise jamás ensaya porque tocamos lo más crudo y salvaje posible y sí, sí nos han bajado del escenario porque el anfitrión opina que el público quiere escuchar cosas más accesibles y es un orgullo que te bajen, significa que estabas haciendo bien tu música

¿Alguna otra cosa? Cada vez que me dicen que no, termino haciendo las cosas ante un público mayor que el del evento programado porque aprendí a no aceptar un no como respuesta y eso se los enseño a mis estudiantes desde 1979…

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