Por Aitza Miroslava
Ilustración: Ailén Possamay
Quererse viva y libre en este sistema homicida es un deseo que se construye, que se tiene que renovar diariamente. Derrocar el sometimiento y la autodestrucción es tejer una nueva subjetividad a diario. Las mujeres sobrevivimos, pero nuestra aniquilación sigue dos frentes. El más brutal, el de nuestros cuerpos desaparecidos, mutilados, violados, asesinados o convertidos en mercancía en el mercado sexual y/o reproductivo. El otro, sutil y macabro, está encarnado en nuestro mundo emocional.
Nuestra crianza está pautada por las reglas dominantes del género y eso, más que una afirmación teórica, es una saturación de presencias y mandatos que nos habitarán toda la vida. Estas “presencias” tendrán un rostro específico de acuerdo a la geografía y circunstancia de nuestro nacimiento, ese que da lugar a nuestra etnicidad, corporalidad, clase, raza y orientación sexual.
Las personas que, estando y no, se encargan de la crianza juegan un papel fundamental en lo que será nuestra manera de vivir. Las violencias a las que nos enfrentamos a edades tempranas condicionarán las formas en las que nos relacionaremos con nosotras mismas. La crianza se inserta en una estructura sociocultural y material específica que posibilita estas violencias, pero para cada una de nosotras la crianza tiene rostros y nombres propios y entender las circunstancias no será suficiente para trascender lo que se ha encarnado.
Las sobrevivientes de las violencias sexuales, físicas y emocionales vividas en la infancia albergamos a los enemigos en el cuerpo y en nuestro mundo emocional. Aprendemos los artilugios de la autodestrucción y el autodesprecio. Cuando vamos alcanzando mayores márgenes de decisión vivimos las reverberaciones de esos odios inoculados y primigenios. Nuestra dominación se gesta así, como una estructura generacional.
Aprendimos que hay algo malo en nosotras, que no somos lo suficiente y que por ende, de por vida, tendremos que buscar en otrxs el amor, la protección, el reconocimiento y el cuidado que no recibimos mientras crecíamos. Aprendemos a olvidar nuestra voz y a que sean las voces de otrxs las que guíen nuestros caminos y que dicten lo que haremos con nuestro tiempo de vida. Las tecnologías corporales propias de nuestra construcción como sujetas de opresión, son también tecnologías emocionales. Nuestra construcción del cuidado es una de estas tecnologías.
Solemos decir que ser mujer implica aprender a hacerse cargo del cuidado, pero pocas veces analizamos que el tipo que cuidado que aprendemos a ejercer, es aquel que parte del descuido y el borramiento personal. Aprendemos que el cuidado material tiene como “recompensa” una incondicionalidad emocional, nos preguntamos, por qué no me aman, si yo entrego todo. Aprendemos a dar para ver si así, recibimos lo que nos falta, aprendemos a relacionarnos desde el cuidado como sujetas subordinadas que hacen de éste un objeto de intercambio.
Los feminismos han puesto la mirada en la invisibilización del trabajo del cuidado y el papel que ha tenido esta lógica en el desarrollo del capitalismo. Es importante analizar que el “cuidado” también implica un ejercicio de poder que jerarquiza nuestras relaciones con lxs demás, pues quien cuida también manda.
Crecer en entornos violentos, nos enseña a cuidar sobre la base de nuestro autodescuido y de nuestra despersonalización, pero también nos enseña a esperar amor, reconocimiento, lealtad y hasta obediencia a cambio de este cuidado que, convertido en sacrificio, termina sacralizando las violencias de las que formamos parte.
Ante este escenario, ¿cómo nos cuidamos? ¿de qué estaría hecha una ética del cuidado? ¿cómo cuidamos desde otros referentes? Lo que sigue es la ruta que he explorado, buscando abrazar la vida y resistiéndome a un sistema que me sueña aniquilada hasta por mi propia mano.
1. Los caminos de la autobiografía
Es una realidad que no todas tenemos acceso a la atención psicoterapéutica y que cuando tenemos esa fortuna socioeconómica es complicado encontrar alternativas donde una perspectiva feminista y social permitan trascender el énfasis individualizante de los procesos que enfrentamos.
Lo que sí tenemos todas es la posibilidad de contarnos, de hacer para nosotras mismas la reconstrucción de nuestros pasos, de nuestra vida y procesos. La práctica autobiográfica escrita, oral o expresada por cualquier otro medio, que por supuesto incluye las exploraciones artísticas, es un pasaje fundamental para vivirnos y revivirnos.
Es de suma importancia reconocer las historias que nos contamos a nosotras mismas sobre los que han sido nuestros pasos. Identificar que estos relatos pueden ser múltiples de acuerdo a lo que estemos privilegiando en un momento en particular, identificar cuáles son las historias en que se anclan con mayor facilidad nuestro dolores y deseos de autodestrucción.
Necesitamos buscar cuáles son las otras posibilidades de relatarnos a nosotras mismas. Reconocer cuáles son las presencias y los relatos que nos habitan cuando el autodesprecio y la tristeza nos roban el aliento y la fuerza para aprender a interpelarlos con las otras presencias que también nos habitan.
Hacer recuentos autobiográficos periódicos e incluso en momentos de emergencia emocional nos permiten sentir que hay otras historias presentes que nos abrazan a la vida pero que no fluyen con facilidad. En ese caminar, por ejemplo, podemos ver la diferencia entre el relato de víctima y el de sobreviviente. Si practicamos el ejercicio autobiográfico encontraremos que como ese habrá cien ejemplos más de las diferencias de hacer y decirnos desde un relato particular sobre nosotras mismas.
2. Estructura y tiempo histórico
El capitalismo individualiza y con eso logra aislar nuestro dolor. Identificamos la depresión y la ansiedad como problemas individuales, revisamos nuestras conductas e historias y pactamos identidad con esos diagnósticos. Trascender al cuadro clínico es importante en la medida en la que nos podemos situar en una estructura y tiempo histórico que enmarca nuestras posibilidad de acción. Nos permite romper la sensación de aislamiento y nos permite ubicar nuestras limitaciones, pero también nuestros alcances. No es posible estar adaptada a un sistema que nos busca aniquilar y el problema no es nuestra falta de fortaleza emocional, necesitamos reconocer esa amenaza estructural para reconfigurarnos como seres que comparten una lucha colectiva y cuya vida, tristezas y alegrías constituyen un milagro en nuestros tiempos y geografías.
Sentir que no es nuestro problema y que somos muchas en las mismas batallas es un aspecto fundamental para transitar la vida desde una consciencia estructural que nos facilite la existencia y nos permita decidir con más sabiduría lo que queremos hacer con nuestro tiempo de vida.
3. Sueño y ritual
Las mujeres hemos sido históricamente dominadas por las instituciones religiosas que secuestraron el ejercicio de la espiritualidad como dimensión fundamental para el quehacer humano. Este dominio es profundamente patriarcal y ha restringido nuestras posibilidades de conectar con esta dimensión y con las potencialidades que tienen los rituales en nuestras vidas. No es casual que desde nuestras geografías busquemos símbolos y maneras de reconectar con la tierra, el universo, la naturaleza y/o con cualquier otra sensación de comunión que nos otorgue otra perspectiva sobre lo que somos y sentimos.
Audre Lorde hablaba del erotismo como ese poder secuestrado y silenciado que podía permitirnos vivirnos en el mundo desde otro lugar que no fuera la opresión y el dolor. Gloria Anzaldúa dedicó su tiempo a explorar símbolo, ritualidad y palabra como medios para vivirse y amarse desde la frontera. ¿Cuáles son los rituales con los que nos abrazamos a la vida? ¿De qué color es tu intuición y tu potencia? La mía es azul y soy una mujer que sueña, silente, arbórea e inmensa.
Saberse, reconocer nuestra fuerza vital y los recursos con los que llegamos antes de que el mundo nos condicionara y acechara es un pasaje necesario para las mujeres, hay en esos reconocimientos esas semillas que abrazan la vida.
4. Ser en relación
Asumirnos en relación es una pauta necesaria. Colocarnos al inicio de la lista y concentrarnos en cómo nos relacionamos con nosotras mismas desde el pensar, sentir y hacer es crucial, pues la tecnología dominante del cuidado hace que nos perdamos en pensar e imaginar cómo “deberían” ser nuestras relaciones con la alteridad.
Invertir tiempo en revisar qué nos decimos y qué hacemos con nosotras en todos los momentos del día, nos permite identificar los patrones abusivos que saturan nuestra experiencia vital y nos puede mostrar caminos para revertirlos. Esto requiere tiempo y dedicación, pero es una pista fundamental para que nuestra manera de relacionarnos con todo y todxs lxs demás se modifique.
Para reventar la tecnología hegemónica del cuidado necesitamos olvidarnos de que alguien fuera de nuestras carnes nos necesita. Concentrarse en privilegiar nuestra propia vulnerabilidad y vida es el acto mágico que comunica desde otros referentes nuestra relación con lo otrx y con lxs otrxs. Implica abandonar el hechizo de consumir y ser consumida que sostiene los modos de relación capitalistas, implica aprender a compartir la vida desde el autocuidado y no desde el descuido y olvido de nuestro latido.
[divider]
Aitza Miroslava. Hago antropología en salud. Hace unos años, junto con unas compañeras, iniciamos la Colectiva Investigación y Diálogo para la Autogestión Social (IDAS) que trabaja talleres y proyectos encaminados a visibilizar y erradicar las diferentes caras de la discriminación social, desde una mirada crítica y autoreflexiva. Buscamos hacer de la autogestión una opción política para conectarnos con las realidades sociales y las geografías en las que se ubican nuestros quehaceres y afectos cotidianos.
Páginas: