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Lonjas. Meneo autoetnográfico/ Magda Aranda

Imagen de Geo Vidiella. Muestra el fragmento del cuerpo de una persona de tez blanca con lunares. Se distinguen tres voluptuosidades, sobre estas, gotas de agua. El fondo es abstracto, un halo gris en movimiento.

Por María Magdalena Aranda Delgado

En mi memoria sexual más temprana estoy bailando frente al espejo, hacía calor y estaba recién bañada, embelesada miraba el reflejo del meneo de mi cuerpo. Me hacía gracia la sensación de temblor de mis carnes. Mi primer recuerdo relacionado al sexo es de goce y libertad, difícilmente había podido regresar sin culpa o vergüenza a esa fascinación. Soy gorda vitalicia y con este cuerpo estigmatizado voy examinando el mundo e intento subvertirlo. Entre tientos este cuerpo asumió durante un tiempo, que para fines sociales prácticos, paradójicamente era estorboso e impalpable.

Antes del bombardeo social para odiar mi gordura, no recuerdo que ésta me perturbara. Aún ahora puedo olvidar el acoso, pero luego me topo con miradas desaprobatorias, el chiste en la publicidad, la cultura de la dieta, el sexismo y misoginia. Termino acordándome que se me desprecia.

El estigma, expone Goffman (2010) es un atributo profundamente desacreditador, que necesita de lenguaje de relaciones y cuyo rasgo central de la situación vital para quien lo ostenta es la no aceptación. La configuración del mío, está vinculado a los estereotipos de género y clase. A los seis en pleno recreo escolar su tentáculo me alcanzó. Jugaba con mis compañeritos y al niño que perdió le impusieron de castigo me besara, se echaron a reír. El chico se aprontó a simular una arcada. La confusión entre sonrojo y su despreció entorpecieron por segundos a mi instinto más salvaje que se rehusaba a ser burlado: ¿no son los besos algo lindo? Suspiré altanera devolviéndole la mueca y huí. Callada pero insatisfecha, me enfoqué a buscar reconocimiento en los espacios que me eran comunes. Crecí en una colonia popular de una ciudad pequeña del interior del territorio mexicano, de familia tradicional y con rigurosa educación católica, temprano advertí que sacar buenas calificaciones y aprender rápido las oraciones en el catecismo, me confería de alguna clase de preferencia paternal y distinción social. Debía sobrevivir.

Mis flirteos adolescentes fueron platónicos y los remedos de poesía los desfogaron. Ya en la universidad asimilé otros credos, los aprendí para explicarme que la jerarquización inferior de mi sexo es efecto del sistema social; para comprender mí pertenencia a la clase trabajadora y esa desazón cansina por no tener los conocimientos acumulados y aspiraciones de consumo de las clases medias y altas. Para entender por qué, aun sintiendo deseo, en su construcción sociocultural, las personas gordas seguimos inadvertidas o fetichizadas. Llevo muchos años disimulando las potencias sexuales de mi cuerpo gordo. Apóstata quiero atinar: Déjenme excitarme tranquila. Porque la aspiración por  recuperar ese placer primero ha estado ahí, subrepticiamente haciéndome guiños, quiero deshilarlo, que desborde copioso, como es.

Mi placer es mío, ya sé. Pero de ahí a concretar su expropiación es otra cosa. A decir verdad, no fue hasta que leí Tienes derecho a permanecer gorda de Virgie Tovar  (2018) en el pasaje donde explica el jigglecize (sacudimiento), un juego que se inventó para disfrute de las gordas y que apela a ese “algo muy viejo y juguetón dentro de nosotras, como la sensación de algo muy antiguo que se desata” (p. 96), es que revaloricé mi primera memoria.

Reivindicar el placer requiere una complejidad que trasciende a su enunciación, al menos yo he necesitado tesón, cabeza y admitir renuncias. Crecí sin tener prácticas sexuales de referencia, no veía gordas deseando y satisfechas, pero abundaban las representaciones mañosas de las que anhelaban, envidiaban o se conformaban. Y aborrecía pensarme en esas categorías. Me recuerdo adolescente enardecida por alguna escena vista en la televisión, por las compañeras de la secundaria que se escondían cachondas detrás del taller de electricidad para darse rienda suelta, o por la presencia del profe activista social; excitada, pero contenida. Frenando las reacciones físicas, sosteniéndolas rígidas hasta doler, me acostumbré a esa sensación porque no sabía cómo dejarla ser.   

En mis fantasías nadie me cargaba en vilo, tampoco yo corría sonriendo por la playa perseguida para que me robaran un beso, ni nadie se enamoraba de mí con sólo mirarme. Pronto comprendí que mi cuerpo no estaba capacitado para las argucias del amor hetero romántico. Ojalá hubiera leído más temprano a la Despentes (2007) para no sentirme tan sola en el baile de las incogibles y cuando rechacé al mandato de entrar en la faja de chica buena.

La férrea educación religiosa, el estigma social de la gordura y sus consecuencias facilitaron que mi deseo se tornara en ser deseada. Pasé por peligrosas dietas; el feminicidio asistido –diría Virgie Tovar (Op. cit. p.16)- y leía textos intelectomachines para acceder a ese mundo que creía el único posible. Como muchas personas gordas esa trampa me llevó a perseguir el ideal corporal imperante y exagerar mis aptitudes académicas en aras de vivir experiencias sexuales que terminaron siendo inconvenientes y agresivas.

Ha pasado el tiempo y quiero rescatar esa memoria primera, porque aun acallada, ha estado resistiendo fuerte. Intuitivamente me ha orillado a declinar relaciones que no me satisfacen. He tanteado diversas prácticas sexuales para preservarla, pero continúa siendo complejo, de mis escarceos amorosos la mayoría terminan sesgados por la heteropatriarcalidad, desiguales, violentos o capacitistas. Explicar que aspiro a producir prácticas sexuales alternas termina siendo engorroso para las posibles parejas. ¿Tanta teoría para quién? Termino acallada por hartazgo, con montones de preguntas que me agobia contestar. La persona más anarca termina excusando al matrimonio, la más revolucionaria se ofende porque rechazo ser madreamante; la lesbiana que de simpática se torna ofensiva porque no satisfice sus intenciones posesivas; el joven celoso que se toma como afrenta mi soberanía corporal, el adúltero escamado que me apunta guarra y libertina, el chico trans que juzga por mi apariencia femenina, le chique gorde que no le ponen las gordas. Me faltan experiencias y mi ansia se acomoda a lo no resuelto ni reflexionado por otras personas. Elaborado discurso para acabar aceptando que también éstas prácticas fallan al procurar la satisfacción de  alguien más que no soy yo. La resolución inmediata ha sido desembargar la vida solitaria que el contrato heterosexual prohíbe.

En redes sociales, veo algunas mujeres con las cuales comparto el estigma, defender que son deseadas, abanderan una sexualidad gorda consumible y que aspira a la valoración social. Resulta ineficaz exigir al patrón que públicamente acepte su consumo de gordas. Disto de reclamar que me desean, eso ya lo sé. Lo rancio del asunto es que usen ese deseo para agregar capas de opresión a las ya existentes. Ninguna persona gorda debería esforzarse por entrar en un sistema donde no es llamada a existir. Juego pensando en que una gorda que se precia genera un sistema propio, rompe con las violentas proyecciones de otras personas sobre su cuerpo, se fuga de lo establecido.

Aún continúa el bombardeo social para odiar mi gordura, ahora que lo comprendo ha disminuido su efecto en mí, por eso escribo, porque puedo hacerle frente. Pretendo recordar como gorda y a todas las personas gordas que la sexualidad que vale es la de una. Que si bien, creo que nuestras prácticas y comportamientos relacionados con nuestra sexualidad deben ser profundamente cuestionados y subvertidos, hay que volver una y otra vez a nosotras. Sí, desconfiar del deseo que hemos aprendido pero hurgar también en la memoria, encontrar esa conexión sexual placentera primera, si no tenemos, inventárnosla.

Me encantaría que cada gorda supiera que puede disfrutar del placer sin cuestionárselo; que merece que la traten con ternura, que la cuiden y acompañen. Que no es condición estricta sólo para ciertos cuerpos buscar conexiones afectivas. Que sin dudar sepa que alguien se masturba pensándola. Que manifieste, eso sí, abiertamente su inclinación por las personas gordas. Que aprenda rápido a advertir el deseo del otre por ellas y lo corresponda como le parezca sin miedos, prejuicios ni vacilaciones.

En la memoria corporal placentera está el indicio de lo posible, aguardando. Por el momento, me basta con recuperar lo que por el estigma edité. Descongelar la rigidez del cuerpo a la que nos confinó el prejuicio y la falta de referentes. Creo  impostergable volver a mi panza que aloja impresiones siendo besada con frenesí, sin que sea significativo quién lo hizo sino cómo lo hizo y la sensación de placer libertario que ahí emergió. Traer la primera vez que atisbé lascivia en quien me miró desnuda. Evocar continúo el preámbulo lujurioso de dos mujeres sobándose sus lonjas. El dolor de la primera mordida en el pliegue de mi ombligo. El ansia por la verga que asoma bajo una lorza prominente. Los ardores labiales por la salsita de molcajete. Los poemas de Gloria, Audre y Artemisa. La plenitud de las carcajadas con las amigas.

“El cuerpo recuerda, los huesos recuerdan, las articulaciones recuerdan y hasta el dedo meñique recuerda. El recuerdo se aloja en las imágenes y en las sensaciones de las células. Como ocurre con una esponja empapada en agua, donde quiera que la carne se comprima, se estruje e incluso se roce ligeramente, el recuerdo puede surgir como un manantial.” (Pinkola, 2005, p. 281)

Un mmm que afine el meneo de mis lonjas jubilosas.

Referencias.

  • Despentes, V. (2007) Teoría King Kong. España: Editorial Melusina.
  • Ellis, C., Adams, T. y Bochner, A. (2010). Autoethnography: an overview. Forum: Qualitative Sozialforschung / Forum: Qualitative Social Research, 12(1). Extraído de la página: http://www. qualitativeresearch.net/index.php/fqs/article/view/1589/3095.
  • Goffman, E. (2010). Estigma. La identidad deteriorada. 2ª. ed., 1ª. reimp. Buenos Aires: Amorrortu/editores.
  • Preciado, B. (2002). Manifiesto Contrasexual. España: Editorial Opera

Prima.

  • Pinkola Estés, C. (2005). Mujeres que corren con los lobos. España: Zeta Bolsillo.
  • Tovar, V. (2018). Tienes derecho a permanecer gorda. España: Editorial Melusina.

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María Magdalena Aranda Delgado. Buscadora de saberes que le permitan profundizar, ampliar o desechar los que ya tiene.  Cercana a los feminismos, especialmente al gordx; por supuesto es y está gorda. También es profesora que activa políticamente en sus sesiones de historia, conversas sobre feminismos y socioantropología del cuerpo. Tallerea según se requiera. Ha colaborado con instituciones públicas y organizaciones de la sociedad civil. Actualmente cursa un posgrado donde indaga sobre la opresión por cuestiones de gordura.

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Placer y dolor crónico. Habitar el infierno y encontrar tu paraíso/ Daniela Herrera

Dolor crónico. Le petite Riot (Daniela Herrera) Descripción de la imagen: Bordado sobre manta. El dibujo es la silueta de una mujer de cuerpo entero delineada con hilo negro, cabello negro. Sus manos se encuentran a la altura del pecho, como tocándose la zona del corazón. En todo su cuerpo hay incisiones con hilo rojo y debajo de sus pies un piso rojo, como de fuego o sangre. Abajo de ella está la firma: Petite Riot.

Por Daniela Herrera

“El dolor físico no tiene voz, pero cuando finalmente encuentra una voz,
comienza a contar una historia, y la historia que cuenta es sobre la inseparabilidad”
Elaine Scarry

En estas cuatro paredes los días no tienen nombre. Los minutos y las horas carecen de sentido, todo es un recuerdo; un antes y un después de aquel día en el que el dolor se apoderó de mi cuerpo y la enfermedad me condenó al exilio de una isla que sería mi cárcel, al mismo tiempo que mi único lugar seguro en este mundo: mi cama.

El confinamiento no es algo nuevo para muchas personas con enfermedades crónicas discapacitantes. Muchos llevamos años en aislamiento, saliendo poco, con la energía limitada o con el ánimo agotado de lidiar con la poca o nula accesibilidad del exterior. Vivimos a la espera de una tregua de ardores, espasmos y subluxaciones. Un momento sin esa sensación de arterias hirviendo que te impide seguir el hilo de las conversaciones. Para personas como yo, vivir con dolor crónico es el mayor y primer confinamiento. Nuestro cuerpo es un submundo con un idioma imposible de traducir y el cual está subscrito a otro mundo, el exterior, con quien entra en conflicto constante. Y es que, cuando escuchamos sobre el dolor de otra persona, lo que está ocurriendo en su cuerpo es algo lejano, perteneciente a una geografía invisible que no se manifiesta en el exterior de la superficie de la tierra, aunque esté ahí, a sólo unos centímetros de nosotros.

Las enfermedades crónicas discapacitantes y el dolor crónico son un descenso al infierno y a nadie le gusta escuchar esto. Muchas veces somos censurados al expresar nuestra realidad y se nos exige una tóxica actitud positiva, lo que nos lleva una vez más a la soledad de habitar un cuerpo que le resulta incómodo al mundo exterior, no sólo en apariencia. Aún en esta geografía, con sus páramos llenos de abrojos y malezas, hay caminos que te llevan a paisajes más habitables, donde el cuerpo no sólo significa una fuente de dolor. Cuando los encuentras, hay brillantes victorias que nos recuerdan que seguimos con vida, una vida limitada y en cama sí, pero una vida con su propia narrativa, sus encuentros y desencuentros; amores, placeres, piel y entonces quizá, el cielo.

Vivo con dolor, sensaciones extrañas y desagradables. Por 33 años fui vista por innumerables médicos quienes dictaron una sentencia sin derecho de réplica: “Todo está en tu cabeza”.  A los 31, mi cuerpo colapsó; a los 32 llegué a la silla de ruedas y, desde entonces, paso la mayor parte de mi tiempo en cama sorteando los síntomas, los brotes, las crisis. A los 34 las respuestas correctas llegaron: Charcot Marie Tooth 4, una enfermedad rara y en su tipo agresivo, producto de una mutación de genética con la que había nacido; dos enfermedades autoinmunes y la evocación de una vida que se esclarecía y se derrumbaba. Perdí el trabajo, abandoné mi carrera, mis hobbies y el mundo exterior debido al incesante dolor y la falta de tratamientos. Mi vida es un duelo constante. Mi sistema nervioso traduce todo en dolor, perdí peso, mi piel se volvió frágil y elástica, las cicatrices tardan en sanar; mis extremidades se han ido deformando lentamente y sin clemencia. Las férulas, las rodilleras, el collarín, el bastón, la andadera etc., hora son una extensión de mi ser. El uso de cada uno de ellos ha provocado lo mismo huracanes en mi alma que la tranquilidad de sentirme segura y protegida cuando estoy en condiciones de caminar.

A todo esto se suma la actitud de la sociedad hacia las personas discapacitadas. Somos ciudadanos de segunda clase al margen de la productividad que exige el modelo económico capitalista. Más que personas, nos ven como un dispendio de recursos. También, la vida en nuestros círculos de confianza se transforma cuando ir de fiesta o algún evento social se convierte en un lujo. No podemos planear, ni ser espontáneos, el dolor controla nuestra vida y se cuela en las rutinas más básicas. El amor y las relaciones sexoafectivas no son excluidas. Nuestros síntomas transforman las relaciones y, muchas veces, las hieren de muerte. Aquellos que vivimos con dolor crónico debilitante, constantemete nos sentimos ridículos ante el deseo de experimentar un momento idílico de placer. A veces nos es imposible concebirnos como personas merecedoras de placer y/o de tener relaciones amorosas serias y estables (monógama, abierta, poliamorosa o del tipo que sea) debido a todos los requerimientos y cuidados que nuestros cuerpos exigen. No es de extrañar que, Esther Cisneros, presidenta de la Fundación contra el Cáncer A. C. haya denunciado que un número importante de mujeres enfermas (crónicamente o no) son abandonadas por sus parejas. No importa el tipo de enfermedad, pero es una constante y claro que podemos reflexionar que esto es un reflejo de la educación patriarcal, en la que no se permite que un hombre atienda labores de primeros cuidados pero, también existen otros factores que potencian nuestra discapacidad y que no tienen que ver con nuestros cuerpos. La realidad es que mucha de nuestra discapacidad es resultado de la incapacidad que tiene el exterior para con nosotros. Esta realidad es encubierta al tratarnos como un “tema privado”. En el imaginario, el Sistema de Salud es el único encargado en resolver las necesidades y problemas más inmediatos del sector con discapacidad. A su vez, la institución médica aborda la sexualidad desde la reproducción y no en las necesidades de orientación física, mental y emocional para la búsqueda de relaciones sexuales sanas. Este imaginario colectivo permite inferir que “la sexualidad se relega u omite, ya que se asume que es lo que menos les interesa a las personas que sufren una condición discapacitante porque tienen otras preocupaciones más apremiantes. Esta postura revela un modelo estereotipado de sexualidad que tiene que ver con la concepción colectiva de cuerpos saludables, funcionales, exentos de enfermedades y discapacidades, incluso, estéticos” . Estos mensajes se vuelcan contra nosotros que carecemos de comparación con la norma dominante. Existe un miedo latente a que la marginación de esta normalidad nos ahuyente toda posibilidad de amor y placer.

Los desmayos, el dolor desmedido, los gritos, los llantos, la depresión, el maldito cómodo cuando no puedes ir al baño, son parte de mi “normal”, sobre todo en periodos de crisis. No hay día en el que no me pregunte si alguien en su sano juicio quisiera compartir vida conmigo y con mi inherente enfermedad. El precio de mi discapacidad ha sido alto. Aceptar que el amor recibido es exclusivo para mis cuidados, me llevó a sacrificar la relación amorosa que tenía. A las parejas también les alcanza el dolor y los duelos. Cuando la pareja es el cuidador, quien manipula tu cuerpo inconsciente, limpia el vómito, o procura que no te lastimes durante una convulsión, suprime la idea y el deseo de coger o romancear. Es más apremiante mantener a su pareja con vida. Lo urgente le quita tiempo a lo importante: a veces lo devora. Algo que tiene que quedar claro, es que las personas con condiciones discapacitantes no sólo compartimos el cuerpo y la cama con nuestro sufrimiento, también con sueños, alegrías, ilusiones, libido, los cuales nos han sido negados y acallados por un sin número de factores que no siempre tienen que ver con su mera y única responsabilidad del enfermo. El deseo sexual se convierte en un problema para cualquier cuerpo, con discapacidad o no, si cerramos su posibilidad y olvidamos que el deseo y la sexualidad se pueden desarrollar de muchas maneras.

Aceptar ser una persona con discapacidad es parte de mantener nuestra autonomía y nuestro derecho a decidir sobre nosotros. También lo es fomentar una estrecha conexión con nuestro cuerpo. Personas que llevamos años o toda la vida en enfermedad tenemos que conocer y saber exactamente cuándo estamos cansados, darnos cuenta de nuestros límites, así como saber cuándo estamos experimentando alguna emoción o sensación placentera como estar excitados. Todas son cosas que vienen con la práctica, la apertura, la aceptación y son regalos que muchos otros no tienen.

El dolor puede disminuir de maneras obvias nuestra capacidad de sentir deseo o mina nuestra energía para hacer el trabajo involucrado. La distracción es una herramienta importante como medida paliativa para tratar el dolor y si podemos llegar al placer sexual, éste puede ser una herramienta poderosa para aliviarlo. Es común que algunos de nosotros, al tener sexo o masturbarnos experimentemos una liberación de endorfinas maravillosa que nos hace llegar al paisaje deseado en que nuestro cuerpo finalmente es fuente de satisfacciones y placer. Las endorfinas son sustancias químicas similares a la morfina que el cuerpo produce en respuesta al dolor. Claro, esto no es una regla aplicable para todos los cuerpos discapacitados, las condiciones y contextos son muy diversos.

Para muchos, la discapacidad nos llevó a conocer mejor a nuestros cuerpos, obviamente no somos personas que podamos mantener ritmos maratónicos en la cama y hay posiciones que simplemente no estamos capacitados para realizar. No obstante, podemos llegar a reconocernos mejor, a entender síntomas y también a explorar nuevas maneras de excitarnos y hacer que nuestros deseos, fantasías coincidan con nuestra energía y niveles de dolor. A veces tenemos que escoger entre coger o salir a comer. Tenemos que descansar antes de llevar a cabo los deseados planes; encontrar posiciones y soportes que nos ayuden a proteger la espalda, la cadera o las rodillas, pero para esto también necesitamos compañeros que puedan procesar y aceptar la discapacidad, ser comprensivos, sensibles y conscientes de la gran vulnerabilidad a la que estamos expuestos. Nuestros cuerpos son frágiles y al tener un sistema inmune comprometido, una simple infección puede provocar una crisis, pero con los debidos cuidados podemos llegar a ser personas altamente sexuales, con relaciones sanas, excitantes y placenteras.

También, ante la necesidad de mantener relaciones de pareja o sexoafectivas es necesario abrir la comunicación estableciendo la realidad de nuestras condiciones. Muchos pasamos la mayor parte del tiempo en cama y en una cama puede pasar todo, salir a pasear, desayunar, una pelea, llorar y bailar, lo que se hace en una vida, para nosotros todo sucede en la cama y la persona que te acompañe debe estar abierta y dispuesta a entender esto y a poner mucha de su vida en la cama.

Tanto las personas con condiciones discapacitantes, como para nuestras parejas, tenemos por delante reajustar nuestra sexualidad, estilos de vida y la expectativa de cuerpos establecidos como norma. Aprender que la discapacidad puede afectar el sexo, pero esto no es algo malo. Nuestra diferencia nos obliga a ser creativos, osados y explorar nuevas posibilidades de placer. Lo peor que puede pasar es que, con la práctica, la cosas mejoren satisfaciendo a ambas partes.

Barbara Faye Waxman dice que, si las personas con discapacidad deseamos alcanzar nuestra libertad sexual, debemos infundir a la cultura sexual dominante la riqueza de nuestra propia experiencia. Celebrar nuestras diferencias con las personas sin discapacidad y ver que nuestras diferencias en apariencia y función (a veces las fuentes de nuestra degradación) también contienen las semillas de nuestra liberación sexual.

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Daniela Herrera Villarreal. es Comunicóloga social, Defensora de Derechos Humanos, feminista comprometida y activista en Derecho a la Salud y en la visibilización de las discapacidades por enfermedad crónica y condiciones mentales. En proceso de formación como antropóloga del Cuerpo Enfermo.

Instagram: @lepetitriot

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Notas sentidas de una imaginación erótica no ocularcéntrica/ Diana Vite

Por Diana Vih*

“El mundo está hecho con la tela del cuerpo,
está hecho de las cosas, es una extensión, las encarna…”
Paul Valéry

En el texto La hermana, la extranjera, Audre Lorde resalta el goce de lo erótico, el cual consiste en la capacidad de sentir de manera satisfactoria y que está acompañada de sentimientos y afectos propios, compartidos y llenos de plenitud.

En este sentido, no pierdo la esperanza de que un día el goce sea el acompañante principal de nuestra vida y causante de romper con ritmos e imaginaciones pre-establecidos y automatismos incuestionados. Tampoco pierdo la esperanza de que en la sexualidad, el goce también vibre con la sonoridad, olores y sabores. No pretendo enarbolar estos sentidos antes mencionados, pues compas sordxs o con sensibilidad química exigirán otras sensaciones y percepciones.

Sin embargo, me gustaría atravesar la edificación del ocularcentrismo[1] como medio hegemónico para fantasear, imaginar y comunicarse en el ámbito erótico mediante otras derivas sensitivas.

 

Descoitándome

No solo ha sido liberarme de las cadenas del ocultamiento y falta de información sobre la sexualidad, sino también dejar de reproducirla en términos capacitistas, gordofóbicos y coitales. Crear otras líneas de fuga en torno a la sexualidad en general y, del erotismo y del afecto en particular tienen que ver con asumir formas de compartir(nos) fuera de pautas de opresión y vivir el goce sola y/o acompañada.

Vivo con discapacidad visual pero no solo esta experiencia corporal me llevó a explorar el goce a partir de notas sonoras, olfativas y gustativas; junto con ella también se encuentra el vivir con dolor crónico ocular y también lesiones debido a una Infección de Transmisión Sexual (ITS). Esta última, por cierto, reconocida porque yo luché por su diagnóstico, ya que infinidad de médicxs ginecológicos no pasaban de nombrarla como una simple candidiasis o porque ya venían mis días[2]. Como si yo no conociera mi cuerpo, como si yo no supiera que estaba sintiendo algo extraño que no era parte cotidiana de mi vulva y vagina (las conocía, y muy bien porque me encantaba explorarlas). Claro, si a las personas con discapacidad nos niegan la sexualidad, ¿cómo iba a ser posible una ITS? Pero sí, así como mi discapacidad, la encarno, es parte de mi presente y de mi futuro.

En muchas ocasiones, el coito e incluso el sexo oral y la masturbación se fueron desvaneciendo; no porque un condón no fuera suficiente para practicar esos ejercicios sexuales, sino más bien por las sensaciones de dolor y ardor por las lesiones genitales aún con un tratamiento o en periodos de crisis en el que dichas sensaciones se intensifican. O bien, los periodos en las crisis de dolor crónico ocular que llevan a reposar sin realizar ninguna actividad.

De modo que, si la experiencia de la discapacidad visual me había llevado a potenciar otros campos perceptivos y sensoriales, ¿por qué no potenciarlos en el ámbito del deseo y goce erótico si ahí estaba el resto de la piel? ¿Cómo encontrar goce en medio de una ruta de dolor ocular?

Dicha exploración sensorial va en dos vías, por una parte, la ambientación del entorno y, por otra parte, lo que produzco con mi mismo cuerpo, los cuales se fusionan para concretar un goce más amplio.

 

Paréntesis sonoros y táctiles

Nunca voy a olvidar las sensaciones que dejan los pasajes sonoros que algunas veces acompañan escenas eróticas y sexuales de películas o televisión. ¿Erótica y porno sonoro? No creo que sea un contenido que se realiza conscientemente ya que son los cuadros visuales el centro principal, pero mi memoria ha registrado aquellas historias auditivas, las cuales muchas de ellas fungieron como detonadoras de grandes aventuras conmigo misma o que hacen volar mi imaginación sexual de manera acompañada.

La Librería de Orgasmos, por ejemplo, es un proyecto que documenta la diversidad de orgasmos de mujeres y con expresiones auditivas reales que sin duda, abre la puerta a un porno sonoro conocido públicamente y que puede brindar derivas e historias diferentes a la ocularcentrista y promover una imaginación sexual sonora a cualquier persona. En este sentido, no solo serán palabras, susurros y orgasmos que salen de una boca llevadas por una voz, pues también la ambientación sonora que según el gusto de cada quien, desbordan el deseo y la erótica como una canción, el sonido del deslizamiento y caída de la ropa, el coro de los fluidos genitales, etc.

Tocar y ser tocada es una acción que pasa al mismo tiempo y con base en ello descubrí que uno de los mayores goces ha sido simplemente estar abrazada desnuda, junto a mi compañero. Pasar ratos sintiendo la temperatura de la piel, besos y caricias en medio de una plática y de paso, descubrimientos del cuerpo que van de la cabeza a pies. Son texturas, pliegues y contornos infinitos en el que se descubren sensaciones que gustan o disgustan.

Las sensaciones, es decir lo que nos permiten sentir los sentidos y, las percepciones o la experiencia que vivimos con las sensaciones, pareciera que son neutrales, pero no es así, ya que se encuentran mediados por una cultura y un contexto. De este modo, aprendemos que solo podemos tocar de forma manual, pero de piel y otras sensaciones es todo el cuerpo y el deseo. Independientemente de la diversidad corporal, existen partes de nuestro cuerpo que tocan y reciben sensaciones gozosas y esperando ser descubiertas.

 

Fusión de sabores y olores

Epistemológicamente, los sentidos del olfato y del gusto son expuestos en una jerarquía menor con respecto a la visión ocular que ocupa el rango mayor. Sara Ahmed, en el texto La política cultural de las emociones entiende a las sensaciones y emociones como performativas y como un pegamento, son impresiones en el cuerpo, son intensificaciones de este último y aumentan o disminuyen lo que puede hacer. “Las emociones moldean las superficies mismas de los cuerpos que toman forma a través de la repetición de acciones a lo largo del tiempo, así como a través de las orientaciones de acercamiento o alejamiento de los otros” (Ahmed, 2015, p. 24). Darle un lugar a las emociones y encarnarlas es parte de nuestra cotidianidad en general y, de manera particular, en la sexualidad.

Aunque en muchas ocasiones los olores y sabores son reconocidos como actores en nuestra corporalidad, identidad de género y en la erótica sexual, se olvida que están mediados por estructuras de poder capacitistas, coloniales, racistas, patriarcales y capitalistas. A partir de la reproducción de dichas estructuras también aprendemos cuáles son los aromas fétidos y fragantes, por ejemplo, asociándolos también al color de la piel, identidad de género, clase social, discapacidad, etc.

Descubrir, nombrar, descolonizar y erotizar sensaciones gustativas y olfativas son distintas escalas que muy probablemente no estén en la misma sintonía. Para mí su descolonización erótica afectiva está siendo parte de un proceso, pues percepciones coloniales que se imponen sobre las sensaciones es algo que muchas veces no me había cuestionado. ¿Quién dice que olores y sabores son limpios, sucios, buenos, malos? Perfumes y sabores procesados y de marcas comerciales para ocultar otras o usurpar a las naturales (o hechas artesanalmente y con responsabilidad) son parte de la colonialidad de los sentidos.

Cuestionar la ambientación hegemónica de la imaginación erótico-afectiva pero también considerar lo que el mismo cuerpo o cuerpos expresan a través de secreciones es ampliar y potenciar estímulos, sensaciones y goce.

Conocer mi aroma y sabor del cuerpo y de otros cuerpos como el sudor, la saliva, los fluidos genitales y anales es ampliar nuestra eroticidad.

Si bien muchas de las cosas narradas anteriormente se sitúan dentro de la erótica sexual, es importante dejar claro que lo erótico va más allá de ese ámbito. Al respecto, para Lorde (1984) lo erótico es una fuente de poder e información y es una sensación de satisfacción interior que no sólo atañe a lo que hacemos, sino también a la intensidad y plenitud que sentimos al actuar. De lo anterior, también es importante decir que ante lapsos y días con intenso dolor crónico ni pienso en un goce sexual, pero por supuesto, las sensaciones y afectos se desprenden a tener satisfacciones por estar acompañada, escuchar música, conversar, dormir, comer algo delicioso pero también, hay otras ocasiones en las que solo hay que sobrevivir y esperar a que una crisis de dolor pase: gozar mi mortalidad sostenida por lxs demás.

[1]Para Borea de la Portilla (2016) el ocularcentrismo se refiere a la cultura, prácticas y normalización de lo visual en el que estamos inmersas. Los ojos en la era de la imagen son los órganos sensoriales más valorados para orientarse en el mundo, para interactuar con los demás y la constitución de una identidad de cómo nos vemos a nosotros mismos. De esta manera, la vista es el sentido con el que más se ha identificado la capacidad de categorizar, simbolizar, significar y explicar; convirtiéndonos en espectadores.

[2] Después de cantidad de ginecólogxs y medicamento alópata, visité a unas parteras y su uso de la medicina tradicional en la ginecología. Ellas fueron las que dieron con el diagnóstico. Al respecto, poder explorar estas otras derivas autónomas y comunitarias en el ámbito médico también tienen que ver con el goce como parte de la vida, los cuidados, la sororidad, la escucha, etcétera, que en ningún consultorio alópata encontré.

Referencias:

Ahmed, S. (2015). La política cultural de las emociones. México:CIEG/UNAM.

Bijoux Indiscrets. (2006). La libreía de orgasmos con sonidos reales. Recuperado de: https://www.libreriadeorgasmos.com/#home

Borea de la Portilla, A. (2016). “Nombrar con los ojos: una crítica al ocularcentrismo desde la fenomenología”. Pontificia Universidad Católica del Perú. Recuperado de: https://textos.pucp.edu.pe/pdf/4818.pdf

Lorde, A. (1984). La hermana, la extranjera: artículos y conferencias. Madrid: Editorial horas y horas.

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Diana Vih. Soy disca, y feminista contracapacitista. Me gusta mucho realizar reflexiones desde los estudios críticos en discapacidad y que dichas reflexiones también partan de una experiencia situada.

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El deseo encarnado. Más allá de lo prohibido/ Sole Arnau y Promethea

Modelo: Sole Arnau / Foto: Promethea

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Promethea. Fotógrafa feminista disidente.

Soledad Arnau Ripollés. Doctora en Filosofía y Sexóloga feminista. Activista del Movimiento de Vida Independiente (demandante de las figuras laborales Asistente Personal y Asistente Sexual)

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Qué bonito se siente/ Mafer Montoya

Imagen: collage de colores intensos, preponderantemente cyan y magenta al fondo con una ola que llega desde el lado derecho. La frase ¡¡Qué bonito se siente!! Al frente, una serie de recortes, partes de cuerpo humano, una boca que muestra dientes, otra sonriente, brazos y fragmentos de esculturas griegas.

Texto e imagen por Mafer Mont

¡Qué bonito se siente!

cuando mis dedos torcidos repletos de anillos

captan tu atención para que me acaricies las manos

y se ericen nuestras pieles.

¡Qué bonito se siente!

cuando me quitas el aliento con tus besos,

nuestras lenguas se enredan

y palpitan nuestros labios como medusas en el mar.

¡Qué bonito se siente!

cuando te agitas como la marea del océano

y el cuerpo se me llena de escalofríos

al sentir tu respiración en mi cuello.

¡Qué bonito se siente!

cuando tus dedos trazan

el relieve de mis senos

cuan obra de Miguel Ángel o Picasso.

¡Qué bonito se siente!

cuando tus manos se posan

en el hueco de mi columna,

cada vez que tocas mi espalda.

Esa espalda amorfa,

deforme, llena de recovecos asimétricos,

cicatrices…

sin embargo, acaricias con amor.

¡Qué bonito se siente!

que me hagas gemir,

al sentirme entre tus brazos,

como un delfín liberado en la inmensidad del mar.

¡Qué bonito se siente!

la ternura que expeles

al tomar mi cabello entre tus dedos

y tus ojos brillen más que el firmamento al anochecer.

¡Qué bonito se siente!

amarte, tocarte, mirarte,

sentirte, olerte, probarte,

morderte, acariciarte,

escucharte, abrazarte, soñarte, tenerte…

¡Qué bonito se siente!

amarnos, entre luces, sombras,

ternura, pasión,

pasividad, tempestad…

¡Qué bonito se siente!

conocerte,

explorarte…

y saber que existes.

María Fernanda Montoya Sánchez. Nació en Tlaquepaque, Jalisco, México (la cuna alfarera) el 28 de septiembre del año 1994. Vive con una condición de discapacidad motriz severa a causa de una enfermedad neuromuscular genética llamada Atrofia Muscular Espinal tipo II. Irreverente, polémica, creativa, multifacética, valiente, emprendedora, soñadora, activista por los Derechos de las personas con discapacidad.

Su madre desde niña le generó interés por la lectura (tanto porque ella solía leer el periódico, como que le compraba libros infantiles en ferias), aunque realmente, a partir de la adolescencia fue cuando comenzó a escribir (fan fiction en Metroflog, cuentos, poesías). A los 19 años de edad publicó de manera independiente (con apoyo de personas que creyeron en ella y en su talento) el poemario “Libertad del Alma”, todo de su completa autoría.

“Libertad del Alma”, fue escrita desde la crisis, incertidumbre, miedo, deseos prohibidos… desde el claustro impuesto de la sociedad a muchas mujeres con discapacidad y un manifiesto de su propia condición de discapacidad a sus deseos como mujer; sexuales, afectivos, de superación y anhelo de independencia, como “un grito” de libertad…

En su etapa vocacional, tramitó para entrar a la Universidad de Guadalajara a la carrera de Letras Hispánicas, pero… no quedó en listas, así que eligió estudiar Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la Universidad del Valle de Atemajac, cuya área de especialización fue periodismo. Su medio de escape son las redes sociales, allí vuela libre como el viento…

Instagram: mafermont_mx     FB personal: Mary Fer Montoya  Fan Page: Mafer Mont    Youtube: Mafer Mont

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Inmunosuopresión en Tiempos de Pandemia

«Anticuerpo» obra de Lechedevirgen Trimegisto, fotografía por HacHe Herani Enríquez

 por Lechedevirgen Trimegisto 

Hoy se cumplen tres años desde la cirugía de trasplante renal que me devolvió la vida después de pasar una década acompañado de una enfermedad que petrificaba mis riñones. Desde entonces celebro esta fecha como el momento en que volví a nacer. Pero, hoy la celebro en medio de una situación muy similar a cuándo ocurrió, con escenarios que se repiten, pero en mayor escala.

Durante estos días de aislamiento me ha acompañado una extraña sensación de deja vu, que me mantiene pensando en cómo es vivir en un constante estado de vulnerabilidad, incertidumbre, miedo y angustia.

Ante la ironía, y para no marchitarme en el encierro, decidí escribir un pequeño texto que reflexiona entorno a nuestra relación con la enfermedad.

Un trasplante significa la oportunidad de volver a vivir. Un trasplante también significa el compromiso -de por vida- de tomar medicamento para suprimir tu sistema inmune y así evitar un rechazo.

En muchos de los casos, un trasplante significa la posibilidad de curarte de una enfermedad terminal y al mismo tiempo significa estar más susceptible que nunca a todas las demás enfermedades. Bacterias y virus en la mayoría de los casos, suponen las típicas amenazas que en más de una ocasión me han llevado a contemplar, con suero en el brazo, el paso de las horas en la sala de urgencias.

Hoy, el estar trasplantado también significa pertenecer a los grupos de riesgo frente a la pandemia que está provocando que las personas se pregunten por su propia vida y por el motivo de la existencia misma, tal cómo yo me pregunté en los peores momentos de la etapa terminal.

Pero ¿Cómo hacer frente a una crisis sanitaria que se articula con una crisis económica?, ¿Cómo protegerse ante un aparato médico que no distingue enfermos sino enfermedades, y no ve nombres sino números y estadísticas? ¿Cómo sobrevivir si ni siquiera ese mismo aparato médico puede contener la crisis?, en otras palabras ¿Cómo hacer frente a un régimen g-lotaritaritario, como propone Sayak Valencia, y una biopolítica del shock despiadada, alimentada por el racismo y el clasismo, siendo un cuerpo de color, no binario e inmunosuprimido?

Curiosamente mi historia con la enfermedad ha estado ligada no sólo a la inmunosupresión sino a lo autoinmune, una paradójica condición en la que tu propio sistema inmunitario ataca a las células sanas de tu cuerpo por error, condición en su mayoría crónica, degenerativa e incurable, de la que tampoco se conocen las causas. Una especie de crossover entre el motín fisiológico y el autosabojate inexplicable.

La enfermedad que me llevó a la etapa terminal de la insuficiencia renal era una enfermedad autoinmune, cuyo tratamiento paradójicamente era a base de inmunosupresores. Así que 10 años antes ya tomaba algunos de los medicamentos que tomo hoy y que seguiré tomando, pero ahora ya no por la enfermedad, sino por la cura.

Después del trasplante tuve que permanecer siete días en completo aislamiento en una habitación de hospital, como parte del protocolo, con tal de evitar contagiarme. Posteriormente el aislamiento continuó, pero en mi casa, durante 3 meses, tiempo en el que sólo salía para los estudios de laboratorio y consultas, hasta que me dieron de alta. A partir de allí, día con día ha sido un reto para re-aprender a vivir con mi nuevo riñón y la inmunosupresión. Pero hoy, por ejemplo, acudir al hospital por mis medicamentos es una misión suicida.

Así que como imaginarán, la incomodidad húmeda de los cubrebocas, la sensación táctil del jabón perdiendo forma con el lavado extenso y obsesivo de manos, el ´click´ del gel antibacterial al abrirse y cerrarse, el ligero dolor de cabeza a causa del olor a cloro y alcohol, la confusión derivada de la ansiedad de estar pensando constantemente si lo que tocaste o comiste estaba limpio o sucio y el miedo social a que invadan tu espacio personal, tu comida o tu casa, no me es para nada ajeno. Pareciera que juego con ventaja en el único juego que nadie quiere jugar.

Pero la realidad es que a pesar de mi amplía experiencia involuntaria en lo que Paul Preciado llamaría farmacopornografía, corro el doble o triple de riesgo que el resto de los jugadores. Susan Sontang propuso que existe el reino de los sanos y el de los enfermos, y que eventualmente todxs podemos pasar una estancia, más corta o quizá más larga, en «aquel otro lugar». Pero también propuso desmitificar que las enfermedades son metáforas de lo social, desafiando las creencias en las que ciertas enfermedades son propias únicamente de ciertos grupos minoritarios o personajes del imaginario social, como el SIDA lo fue de la comunidad LGBTTT+, la tuberculosis de los poetas o el cáncer de «quienes reprimen sus sentimientos». La enfermedad se adjetiva, «se proyecta sobre la enfermedad lo que uno piensa sobre el mal».

En mi búsqueda por encontrar otras formas de relacionarme con la enfermedad, he desarrollado múltiples proyectos de performance y biomedia.

Durante mi aislamiento en casa posterior a la cirugía, desarrollé 100 días una serie de obras fotográficas realizadas durante ese periodo de tiempo en ese momento crucial de recuperación, incluyendo la imagen del total de pastillas que debía tomar a manera de autorretrato, o Lazos de Sangre obra que muestra la unión de mi cicatriz junto con la de mi madre, quien fue mi donante.

"Lazos de sangre" de Lechedevirgen Trimegisto. Fotografía por HacHe Herani Enriquez
«Lazos de sangre» de Lechedevirgen Trimegisto. Fotografía por HacHe Herani Enriquez

Alguna vez cultivé 618 moscas, como equivalente a mi tiempo de vida al momento que se presentó el performance Lo que viven las moscas (25 años, 4 meses, 28 días y 20 horas) con la intensión de cuestionar el porque pensamos que una vida humana vale más que todas esas moscas juntas.

En otra ocasión, para el performance Anticuerpo, cultivé los microorganismos presentes en muestras de orina, heces fecales, sangre, saliva y piel, con tal de encontrar las bacterias patógenas oportunistas presentes en mi propia microbiota, resultando en el hallazgo e identificación de ocho bacterias que podrían matarme si proliferaran en mi cuerpo, incluyendo la E.Colí, Estreptococus (conocida como la bacteria «comedora de carne») y Bacillus, de dónde se fábrica el Ántrax.

Imágenes de la serie «Anticuerpo» de Lechedevirgen Trimegisto. Fotografía por HacHe Herani Enrìquez 

Mi intención era el hacer visible estos potenciales asesinos microscópicos que habitan mi cuerpo, como en el de cualquier otra persona en el planeta, para repensar mi propia condición de inmunosupresión y el frágil equilibrio entre la vida y la muerte.

Actualmente desarrollo Explante, un proyecto relacionado con biotecnología y donación de órganos, inspirado en la posibilidad de crear órganos y tejidos in vitro. Todos estos proyectos me han permitido profundizar y repensar la enfermedad a través de mi práctica artística, y hoy más que nunca me ayudan a entender el ritmo del mundo.

Porque hoy todo parece moverse al mismo ritmo, el ritmo lento de lo biológico y lo orgánico, y no a la velocidad de la maquinaria neoliberal capitalista. Mientras Žižek apuesta por la revolución del virus y el golpe mortal al capitalismo, Byung-Chul Han contradice sosteniendo que ninguna revolución va a ocurrir estando aislados en nuestras casas con el sentimiento de colectividad apagándose. Mientras la curva de contagio y muertes sigue subiendo, pareciera anticiparse una competencia por comercializar con la vacuna (todavía en prueba) con la «llegada de empresarios ansiosos de capitalizar el sufrimiento global» como dijo Butler hace unos días.

Mientras al pasar del tiempo pierdes la capacidad de distinguir los días, las paradojas se multiplican al darte cuenta de que la mejor forma de actuar es la inacción, quietud taoísta frente a un virus que, aunque no está vivo, sí se está llevando la vida.

«Lo que viven las moscas» obra de Lechedevirgen Trimegisto. Fotografía por HacHe Herani Enríquez.

El acto de salir a las calles como acto de rebeldía y protesta se tiñe de otro tinte y cobra otra dimensión en tiempos de pandemia, con el miedo devorándote la piel a hueso limpio y con la misma incertidumbre de una brújula sin norte.

Quienes están adentro prefieren estar afuera, sin entender el privilegio que representa «estar confinados» a una cárcel imaginaria que realmente les protege como una nueva membrana, porque ahora la relación que sostenemos con nuestras casas y hogares es diferente, porque cada uno de sus espacios se convierten en los barrios de nuestro nuevo ecosistema, porque se convierten en el actante más importante de esta odisea inmóvil.

Quienes están afuera no pueden estar adentro. Prohibido atravesar nuestras murallas ideológicas y físicas, y los constantes actos de desinfección social, porque no hay refugio para Lidia que trabaja en esa esquina, ni para Ramón que junta latas todos los días, ni siquiera podemos alojar a nuestros cómplices, ni alidxs, ni a las colegas ni amigxs, ni siquiera a nuestras familias.

Y luego están ellas. En la casa o el hospital están ellas. Y están expuestas a virus todavía más letales. En la casa o el hospital están ellas, haciendo de cocineras o enfermeras, entre baños de alcohol, cloro o lejía, o aquellos golpes, quemaduras y fracturas, entre violencias intrafamiliares o infecciones nosocomiales. Confinadas con sus agresores.

Y ahora un mundo rojo, con sus zonas en naranjas y amarillos, y sus números que suben y sus fosas que se llenan. Y al mismo tiempo un México rojo, con sus zonas en naranjas y amarillos, y sus números que suben y sus fosas que se llenan. Y todavía sigue dando más miedo una bala que un virus. Invitadxs todxs al extraño matrimonio de la narcoviolencia y la biovigilancia. Y sin ritual de despedida perdemos a quienes no supimos qué esa sería la última vez que le diéramos un abrazo, un beso. Y se nos deshoja el corazón por no volver a verle, ni siquiera con esos terribles algodones que nunca se quedan dentro, y salen de las fosas nasales para recordarnos que este es un cuerpo y no con quienes solíamos reír.

Y van más de 69 mil despedidas frustradas.

Ni llorar queda, sólo un dolor en el aura queda. Ni cenizas quedan y hasta el sol tiene miedo.

El coronavirus y el covid-19 han hecho visible lo endeble de un sistema plagado de injusticia social y de un clasismo xenofóbico y racista, que nos hace ver las «enfermedades» que venimos transpirando desde hace mucho.

Al final toda enfermedad resulta en una experiencia corporal compleja, que con suerte se convierte en un mal necesario a través del cual uno es capaz de recordar lo que realmente vale la pena y con ello repriorizar tu mundo y tu vida.

La figura retórica de la enfermedad no es la metáfora, sino la paradoja. La enfermedad te enseña a vivir mientras mueres.

Aveces la enfermedad es como una esfínge, un oscuro y críptico guardián que protege un conocimiento profundo y valioso, al que sólo se puede acceder al resolver un acertijo, una prueba. A tres años de mi último nacimiento me pregunto si esta pandemia será la gran esfínge de nuestros tiempos y, en todo caso que es lo que nos toca aprender de ella, si es que apenas lograremos vencerla.

Cultivo de semillas in vitro para el proyecto «Explante» Lechedevirgen Trimegisto, 2020.
Fotografía Sorshamn Lara

Desde mi burbuja, 28 de marzo 2020.

Lechedevirgen

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www.lechedevirgen.com

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