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El Arte de Envejecer

Evelin Stermitz The Art of Aging 2011
Evelin Stermitz
The Art of Aging
2011

*Video fotograma cortesía de la artista

Este video revela el uso irracional de productos anti-edad en tiempos de una cultura obsesionada con la juventud y su envejecimiento. Incluso los sofisticados nombres de los cosméticos son oscuros y describen promesas fuera de la realidad. El mercado de productos anti-edad se mantiene boyante por la creciente necesidad de cosméticos para mejorar la apariencia y vencer los signos de la edad entre la población, de acuerdo con un reporte de Global Industry Analysts. Los cambios en los estilos de vida de las consumidoras que quieren incrementar sus esperanzas de longevidad con prácticas en su arreglo personal, resultan en más tiempo y dinero gastado en arreglos superficiales para minimizar los efectos de la edad.

A pesar de la gran demanda, muchos de esos productos y tratamientos no han probado tener efectos positivos mayores o duraderos. Se ha descubierto que los productos de más alta gama suavizan algunas de las líneas y arrugas más finas en menos de un 10 por ciento tras su uso por 12 semanas, lo que es difícilmente visible para el ojo humano.

http://artfem.tv/id;23/action;showpage/page_type;video/page_id;The_Art_of_Aging_by_Evelin_Stermitz_flv/

El Arte de Envejecer
video performance
DV PAL/NTSC 2011
3’ 29
Performance, sonido y video de Evelin Stermitz.

Evelin Stermitz. Nacida en Austria, trabaja en el campo del video, performance y net art, enfocada en arte feminista post-estructuralista. Es la creadora de ArtFem.TV, archivo web de videos feministas, y de El Mundo de los avatares femeninos, web que busca abrir el debate sobre los cuerpos en la red.

http://world-of-female-avatars.net

http://evelinstermitz.net/

http://artfem.tv/

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Arrugas en el corazón

Abuelo 2005-2005
Abuelo
2005-2005

Por Marthazul

De pequeños queremos ser mayores, y de mayores queremos ser pequeños. Queremos crecer muy rápido, vivir la vida sin detenernos, y cuanto más vivimos más renegamos del paso de la edad, porque cuando menos te lo esperas, te levantas un día y dices ver arrugas en tu rostro, canas en tu maravillosa cabellera, etc. Posiblemente aparecieron hace tiempo, pero tú estabas en otras historias que ni te diste cuenta ni te importó, y ahora de repente pasa a ser tu máxima preocupación.

Debemos de asimilar que somos humanos, parece que es algo que se olvida, y por eso surgen dilemas tipo Nicole Kidman, Rene Zellweger, o Uma Thurman, y se arma una revolución mediática mientras otra gente no tiene qué comer.

Realmente muchxs se obsesionan con ser jóvenes, pretenden quedarse en los 20 (algunos también mentalmente), o no pasar de los 40, empezar a ocultar la edad diciendo taitantos, y negar su naturaleza.

Las arrugas son huellas de vida, de sonrisas, de lágrimas, de trabajar, de cuidarse, de genética… de cumpleaños, de tiempo. Queremos vivir, no morir nunca, y no tener arrugas. Es un sinsentido, uno más del ser humano.

Escuché demasiadas veces si este retrato de la mirada de mi abuela era real, si de verdad tenía tantas arrugas. También la retraté cuando era más joven, cuándo aún no era abuela, y nadie me preguntó nada, sólo se limitaban a decir que qué guapa era. Con este zoom ampliado de su mirada todos se impresionan, porque no quieren ver la realidad tal como es.

AbuelaMarthazul,-2004Web
Abuela 2004

Una muestra más de que a la sociedad le importa más lo de afuera, el qué dirán, lo que se ve, el cómo me verán. Alucino con la gente que se obsesiona con su piel, adicta a las cremas y los tratamientos milagrosos. Toda esa obsesión por algo que está a la vista, y que les hace olvidar cómo tienen el hígado, el riñón, el páncreas… y el corazón.

Marthazul, febrero 2015

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Marthazul. PINTORA con diabetes. Besadora de árboles y, a veces, casi fotógrafa.

Web: https://marthazul.wordpress.com/

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Amar el cuerpo que envejece

Por Gloria Luz Rascón Martínez

 

 La vejez es un más allá de mi vida, del que no tengo experiencia interior plena.

Simone de Beauvoir

 

Nacer, implica abandonar el reposo en el tibio vientre materno para salir e iniciar la lucha de ser en la vida, experimentando en ese desprendimiento una primera pérdida de las tantas que aparecen en el proceso de transformación del tesoro hecho cuerpo-mente, el cual se va renovando a cada paso. Así entre ser y dejar de ser, entre tener y abandonar se emprenderá un camino pleno de experiencias que conducirán inevitablemente hacia el final de la existencia. Desde el inicio la mente va configurando imágenes de sí, mediante la integración de las diferentes formas, funciones, impulsos, afectos, deseos del propio cuerpo, imágenes en las que vamos reconociendo lo que somos, lo que significamos para los otros y para nosotros.

El cuerpo-mente va recibiendo durante su camino mensajes del mundo exterior que hacen que las personas reformulen constantemente quienes son, donde están, que valores tienen, que son para los otros, cuales son los sentidos de la vida. Así el grupo cultural impone la diferencia del valor y sentido del ser según el sexo, la edad, el grupo étnico entre otras características.

En la construcción del imaginario social de ser mujer que se recibe en la mente, prevalece la idea de un ser delicado, débil, apacible, hermoso que por ello carece de capacidad para ejercer la autonomía y enfrentarse a la vida pública, entonces el sentido de vida de ser mujer se proyecta al cuidado de los otros y de su belleza para conquistar al hombre que la cuidará en el espacio privado, teniendo como valor principal la maternidad. Es en este punto donde se establece en el camino de las mujeres el inicio de uno de los tantos conflictos que pueden impulsar la fuerza interior para enfrentar y hacer las rupturas de lo establecido en cuanto género, raza, edad y reconfigurar valorando con la reflexión crítica la imagen y el significado de ser para sí y los otros.

En medio del conflicto por reconfigurar el significado de ser, se va descubriendo en el cuerpo-mente los cambios inesperados de la niñez a la pubertad, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez, cambios a los que nos tenemos que ir reacomodando, con ello a la vez reorganizando nuestra identidad –pensar qué somos y para qué estamos- lo cual se cargará de afectos de aceptación o rechazo según respondamos a nuestras expectativas y a lo que los imaginarios de la cultura nos señalan.

Con esa identidad siempre en transformación organizamos acciones y lazos con el exterior del que formamos parte, con el que podemos chocar al resistir y revelarnos frente a la concepción hiriente de ser mujer bella, débil, sumisa, de esconder el cuerpo sexuado, envejecido, pecaminoso, que debe ocultar sus pechos, genitales, menstruación con vergüenza, al renunciar a la maternidad como sentido obligatorio para ser mujer, de repudiar los valores sociales de belleza en cada etapa, para defender la libertad de ser y no responder sumisamente a las determinaciones culturales de la tradición, aunque con ello se ponga en juego la aceptación afectiva que siempre buscamos a cambio de resignificarnos con el respeto y amor a nosotras mismas en cada etapa de nuestro ser.

Al paso del tiempo en el intento de convertirnos en lo que deseamos alcanzar y en el recorrido de esa transformación encontramos siempre un cruce de puentes entre el presente y el futuro con sus cambios ineludibles, donde suele resurgir el conflicto de abandonar la imagen que hemos construido para dar paso a nuevas formas de ser y seguir adelante. La dificultad aparece porque no es claro que buena parte de las experiencias alcanzadas en la lucha por ser libres, formarán parte del equipaje del cuerpo-mente que en mucho ayudarán para ir al encuentro y disfrute de lo nuevo.

Sin embargo cuando encontramos la apertura hacia cada nueva instancia de la vida y proyectamos los nuevos alcances personales, no se puede evitar como parte del proceso de desapego la añoranza de esa imagen de sí, especialmente la significación de ese cuerpo-psique al que hemos habitado y configurado desde el nacimiento. Ese pasaje de despedida para dejar de ser, ese dejar morir algo, resulta indispensable para poder renovarse y florecer con nuevas ilusiones.

En ocasiones en esa añoranza penosa se quisiera regresar a lo abandonado pero al mirar hacia atrás percatándose que el puente ha caído, ya no es posible el retorno y ante el dolor de lo irremediablemente perdido no queda más que reconocer esa verdad y tomar fuerza para seguir adelante, pero cuidando ahora de disfrutar intensa y amorosamente lo que se tiene porque se podrá perder y quizá no habrá más puentes, sino que se llegará el final del camino.

El puente más temido es el que conduce hacia la vejez, donde se presentan grandes resistencias para continuar a pesar de que el cuerpo-mente que ha transitado por el largo camino y el cual inició como un pequeño tesoro se ha cargado de grandes vivencias, múltiples experiencias, una gran historia de transformación y ha engrandecido su imagen y significado de ser, pero que a la vez en la lucha ha ido dejando en el camino su vitalidad inicial, la lozanía de la juventud, su inocencia.

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Como la hoja del árbol que se torna dorada y quebradiza en el otoño, el cuerpo-mente cruza con dificultad el puente hacia la vejez, aunque va enriquecido en experiencias no puede evitar reconocer su nueva apariencia, observa sus arrugas, sus deterioros, sus debilidades, sus pérdidas, su fealdad, signos de las batallas que enfrentó en su largo camino. Tal transformación resulta casi siempre dolorosamente inaceptable colocando ante un doble reto a las mujeres que tienen que aceptar la pérdida de la juventud y la belleza para asumir con valor el cuerpo envejecido. De primera instancia se lucha por retener el sueño de fuerza, juventud y belleza como centro de aceptación, todo eso que el imaginario de la sociedad pondera como valores imperdibles de lo femenino, para seguir siendo valoradas e incluidas en el clan social.

Es por eso que al transitar ese puente hacia la vejez, ese ineludible paso del proceso de la vida, se requiere un gran trabajo de la mente para asumir el esfuerzo de un nuevo duelo y despedir con dignidad todo lo que se va perdiendo, para curar las múltiples heridas que han quedado en el camino, para abandonar las culpas y reproches por lo no alcanzado, para asumirse como persona diferente y prepararse a recibir la nueva imagen y significado de ser, para ser libre de las determinaciones provocadas por los imaginarios sociales que desprecian la vejez.

Será entonces que se podrá reconocer como en las hojas doradas del otoño, la belleza de lo vivido, la grandeza de lo sembrado y cosechado, de esa manera recuperar con toda la potencia del corazón y la creación una nueva mirada de sí que pueda asimilar el valor de los cambios obtenidos con el paso del tiempo. Para disfrutar esta nueva transformación como mujer en la vejez, cuidarse y amarse en un cuerpo-mente diferente, que pueda empoderarse al renovarse desde lo atesorado en el camino, continuando su lucha con toda la fuerza, agradeciendo el estar viva, disfrutando cada paso, aliento, nuevo día, nuevo logro para seguir construyendo y sembrando amorosamente. Sabiendo que la belleza de la vejez es una creación propia del amor para sí, en comunión con la naturaleza de la cual se es una pequeña parte.

Así, como la hoja se desprende del árbol y cae deslizándose en una danza cadenciosa, el cuerpo-psique llegará a su último respiro para dejar de caminar y volver a reposar tranquilamente sabiendo que ha sembrado semillas que darán nuevos frutos de amor y nueva vida.

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GloriaperfilGloria Luz Rascón Martínez. Licenciatura y maestría  en Psicología clínica en la UNAM, especialidad en Psicoanálisis en el círculo Psicoanalítico Mexicano. Psicoanalista   e Investigadora en historia oral sobre procesos de mujeres y de la lucha social.  Bailarina de Butoh.

correo : lambdinyeco@gmail.com

FB :  Gloria Olin Butoh.

 

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El tiquete ya comprado

Fotografía Elizabeth Ross
Fotografía Elizabeth Ross

Por Felipe Parra

Dentro de nuestros huesos –cuenta la leyenda- habitamos como dentro de un castillo,
y vivimos eras geológicas enteras desde que nacemos y empezamos a desarrollarnos.
Y es emocionante y amplio pero algún día
hay que abrir la puerta para dejar salir lo que somos. Para nunca volver.

Envejecer a todo esto se enlaza y le compete,
uno aterrado de la urgencia no de visitar o llegar sino de pagar, endeudarse, comer, repetir,
cuando cada línea y cada mancha o golpe en la piel es mi derecho,
mi contrato –por así decirlo- con el planeta que me da mangos y memes de perritos y loros narrando deportes y Twitter y Steven Universe y los Thundercats.

Yo, en cambio, le subarriendo a organismos más pequeños mi pérdida de tiempo y ellos me cuidan de lo antiséptico.

Hacer panza y peso por todo,
luego ser sequedad cuando haya que pensionarse.
Es un visto en Whatsapp de tu hijo porque tu nieta está enferma, eso es envejecer sin el sabor a ser, pero empuñando el debo.
No viéndose bien el cómo saber hacer dinero, o valerse por sí mismo frente a un jefe, o haber vivido buenos orgasmos.

Como si uno saliera de un cuarto oscuro y, para ir a la calle, tuvieran que caminar los pasos bajo un cielo de luz violeta fría
y el corazón gruñe al estirarse porque hace ruiditos para que sepas que registró tensiones,
porque la vejez también llega con amar a personas con enfermedades terminales,
y que tu voz se vuelva como un telón de fondo en el que eres un árbol desarrollado pero no totalmente libre,

como un bonsái, uno que sostiene sobre sus ramas la grabadora del podcast con que entretienes a otros anormales,
a otros enamorados de gente que fallece a cuotas.

Así, el corazón es convertido en un tejido pluricelular de excusas, palpitar es una lección de biología sobre la anatomía de la célula:
amar a medida que envejeces es engolfar el corazón de otra persona y fagocitarles las respuestas con tu ausencia.
Entonces va pasando el tiempo y haces ping-pong energético con la muerte. Poc, poc, poc (bola con efecto), poc (elevación), poc (ganaste el punto), poc…

Para. Piensa. Que también es envejecer el querer un aplauso por salir del agujero que cavaste por el peso de tantas manos sobre ti: tu clavícula es tuya,
y tuya nada más para hacer fiesta o morgue.
Envejecer es también sentenciarla a ella y regañarlo a él
mientras les dices a ambos que hay una sola hora para explorar: trap y hip-hop y rock en el hipocampo mientras ves cómo se brinca de labio en labia y venosas en venosas. Sin mente. ¿Y gratis, preferiblemente?
Son músculos y articulaciones hablándote de las mentiras que negaste antes…
todos esos fines de años y cumpleaños opacos.
Vejez es añadirle decimales más profundos a la raza, lo que deseas después del beso, las velas que quemas y la diosa a la que ofrendas tu cerveza y tu meditación
o al dios que le ofreces esas decisiones que te darán fruto.
Es que no quiero conocer mis enfermedades, porque quiero morir y hacerlo recuperando mi terrón cúbico de azúcar, como si mi voluntad de desconectar fueran hormigas que, cuando mi sincronía limpia, puedo hacer que muevan con sus patitas todos esos trocitos de mi dulce cerebro desordenado sobre la mesa del comedor…

 

Estoy. Voy. Soy.
Cruel y magnífico, podado pero voy condensando mi verde en un mínimo espacio sobre la mesa de un detallista monstruo galáctico,
uno que me sigue dando vida pero de a gotitas, de a golpes de rociador y dejándome el mínimo de mullido conocido,
la vitalidad al mismo tiempo me va abandonando y me va ayudando a trazar mi trocito de nebulosa a salvo de la muerte
condensada la vida nueva de los que quedarán y que ahora son pequeñitos
pero sabrán ser árbol gigante. Y ojalá, uno desea, que sean bosque.

 

Pensé que las arrugas eran mis propios tatuajes especiales, pero estas sólo ensalzan la fuerza que emana de la propia memoria sobre una piel. Me toco las orejas –que nunca paran de crecer, de hacerme humanamente vulnerable- y me saco suavemente los aretes.
Metal, cilindro y puntas.
Ser otra cosa.
Sé que se maldice envejecer también porque se prohíbe estar triste de no ser una mujer cuando al fin llega el tiempo de añejarse.
Porque envejecer es ser feliz aprendiendo vía anime qué es el mundo
y que los demás te regañen por no ser un comprador compulsivo de bocadillos
y que te digan que hasta las almendras son de citadino
pero aún así,
saber que en tu pecho hay aliento para patear el televisor a la hora del almuerzo.
Esto es y será extrañar la frescura de depredar y, por un momento,

poder ser un vampiro hermoso.

Como se me prometió que sería por crecer.

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FeliperfilFelipe Parra. Estudió Artes Plásticas en Bogotá y un poco en el IUNA en Buenos Aires y quiere el énfasis de Dibujo en Técnica Mixta para estos años. Trabajó varios años con la Editorial El Pauro SRL en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) como Asesor Estético: revisando libros y coordinando imágenes con contenido. Le gustaría levantarse y ver que su trabajo pueda hablar con todo tipo de mentes. Le gusta el té, Paramore tanto como Diamante Eléctrico, y conocer todo el trabajo Latinx de esta era global.

Escritos:
https://aguaynotas.wordpress.com/
Dibujos (en construcción):
https://www.flickr.com/photos/jalule y en https://mutantoide.tumblr.com/

 

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Vernissage

Por Aleha Solano

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aleAleha Solano (Bogotá 1980). Es investigadora, artista de performance, productora y promotora de experiencias culturales de América Latina para el mundo. En su trabajo busca dar vida a la imaginería que ha prolongado la tradición y el status quo de los habitantes de la ciudad para construir un retrato de una sociedad y su época. Sus más recientes proyectos son GNothi Seauton (Efhemeral Performance Art Ensemble) y DJ Aloha.

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Tiempo

Por Sergio Haro Alcaráz

 

A veces el peso del mundo

desbarata mis hombros,

cuando amanece

ávido busco una razón para seguir,

pero nada aparece.

 

Estoy aquí sin estar,

mi vida es un soplo de viento

que no ha movido ni una hoja,

el tiempo se cuela minuto a minuto,

no puedo detenerlo,

mi rostro se llena de surcos,

voy perdiendo ilusiones,

el Mundo dejó de ser hermoso,

ahora lo veo tal y cual es:

un monstruo.

 

Que triste es saber

Que el tiempo no escucha,

la vida sigue sin importar nada,

mis palabras se olvidarán

como yo he olvidado otras tantas.

 

09 de diciembre de 2017

Guadalajara, Jalisco, México.

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Sergio Haro Alcaráz. Es Licenciado en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. Profesor en el área de Comunicación en el Centro Universitario de Monterrey y Editor de Editorial Edhalca desde 2004.

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La peor vejez

Foto--Josefina-MartosWEb

Por Josefina Martos Peregrín

Humedad en las paredes. Se expanden, se multiplican unas manchitas cenicientas, como ejércitos de piojos acampados en torno a cada leve montículo de moho verdoso. La habitación entera simula una clepsidra: una gotera lenta y constante marca los minutos, el polvillo fino de la pintura cae poco a poco.

Ha aprendido a prescindir del espacio y la luz de su casa inmensa, de salones y baños, de biblioteca, compañía… Salvo de las dos criadas que entran rápido a recoger la bacinilla, a arreglar la cama, traerle la comida… Calladas y exactas.

En esa habitación vive, en esa habitación recibe visitas, ve películas, aunque nadie entra ni hay pantalla ninguna; hace ya tiempo que lo descubrió: no existe gran diferencia entre contemplar la pared que se desmenuza y ver la televisión; es más, la pared ofrece la ventaja del silencio. Porque a fuerza de mirar obsesivamente, ha descubierto que es ella quien vive ahí, en esa superficie a la que asoman sucesivas capas de pintura, una geografía de recuerdos superpuestos, océanos con islas, continentes bruscamente mutilados. Memorias de lo verde, de lo azul, de alguna mañana amarilla.

No añora a nadie, vive tranquila sin historias ajenas, ha utilizado el último de sus libros para fabricar barquitos de papel que navegan en el barreño donde vierte la gotera.

Atrás quedaron las visitas, tan pesadas, “No te encierres. Huele mal. Abre las ventanas. Pareces una vieja. Arréglate. Arregla la casa”, “¡Anda que…! ¡Cuando arreglen el mundo, que da asco!”, les contestaba antes de echarlos. Demasiado sabe que no hay pintura capaz de remozar las paredes de su vida, de disimular las filtraciones que corroen los cimientos y aflojan los deseos. Ni tampoco arreglo para el mundo, ni alivio para quienes lo padecen, basta cualquier noticiero para comprobarlo. Felizmente, se libró de las noticias; todavía recuerda cuánto esfuerzo le costó “quitarse de la tele”, más que quitarse del tabaco, que ya es decir, pero se alegró igual. Ahora ve programas muy interesantes en la pared, sobre todo, en esa opuesta a la puerta. Desfilan majestuosas sus obsesiones y sus miedos y se dice que, si supiera pintar, dejaría chiquitas las pinturas negras de Goya.

Como películas mudas desfilan los recuerdos. Lástima, suspira, no haber vivido más con la gente, no haber corrido por las calles, no haber amado como una insensata, ahora tendría más que recordar. Pero se resigna, se concentra y mira, se distrae con el tapiz de figuras que actúan en escenas sin paisaje y sin palabras. Verdad que nunca salen de la pared, no cobran volumen, los colores no brillan, pero ella los prefiere así, grises, planos y mudos; obedientes al mando del televisor, que ha conservado y sigue usando, porque funciona a la perfección. Adora su teatro de sombras, los sucesos de su vida recompuestos como siempre los deseó, a los que se suman las visitas de antepasados que, de otro modo, si saliera de casa, nunca habría llegado a conocer. Sólo le molestan sus padres que, con creciente frecuencia, juntos o por separado, la miran con tristeza y la invitan a seguirles, “¡Cómo si la pared tuviera alguna entrada”, protesta ella. “¿Qué se creen, que voy a hacer la gilipollez del Harry Potter ese, lanzarme de cabeza contra el muro?”. Fue la última película que vio en una sala de cine y no se le olvida. Además, ellos, ¿precisamente ellos se lo piden? ¡Ellos que le inculcaron prudencia, miedo, desconfianza a todo! ¡Al mar, a las alturas, a los perros, a la selva, a los hombres!

La “tía rica”, la llaman en la familia, temerosos de que transcurran décadas antes de heredar. La “vieja”, dicen las criadas, aunque por carnets y papeles saben que no lo es.

Y, sin embargo, lo es, aunque no han sido los años sino el rechazo a la vida y el desamor al mundo los que han arrojado a la gran ensimismada a la ratonera de la peor vejez: la anticipada.

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Encanecer en el país de los tintes

Por Brenda Raya

“Los cabellos que encanecen no se guardan, solo las frescas trenzas de una mujer joven o doncella. “

Margo Glantz

Delante de mí en la fila del super del barrio esta mi vecina Paty, compra sopas, aceite, huevo, jabón, papel y tinte para el cabello. Lleva el  cabello recogido en un chongo que oculta un poco el crecimiento de las raíces, el tinte que se deslava es tono borgoña, es también el color que se agota primero en los anaqueles de la tienda.

Mi amiga Luz, estudiante universitaria de menos de treinta años, destina una parte de sus gastos mensuales en comprar el tinte por mayoreo, porque así ahorra un poco y además previene que no se quede sin el producto antes de que las raíces aparezcan de nuevo. Ella tiñe su cabello cada 15 días, para asegurar que no se note el crecimiento, su cabello brilla y conserva el color intenso. En ocasiones si levanta su peinado, es posible notar también las manchas del tinte en su cuello.

La viejita de casi 80 años que labora haciendo el aseo en casa de unos compañeros, pinta cada uno o dos meses su poco cabello, y aunque es evidente que su cabello ya es totalmente blanco, es simplemente un habito que no puede ni quiere dejar, le aflige mucho que se den cuenta que “ya tiene canas”.

En México aun en tiempos de fuertes crisis económicas, hay una industria que no disminuye sus ventas: la industria cosmética. El consumo de productos de belleza está considerado dentro de la canasta básica, este país es uno de los grandes consumidores de tinte para el cabello, y no solo eso, también es donde se producen para consumo mundial, la empresa L’Oreal líder en la industria de tintes para cabello decidió colocar en el año 2012 su mayor planta de producción mundial en San Luis Potosí.

En todos los estratos sociales se consumen productos que ayuden a “vernos y sentirnos mejor”. La obligación de ser bella y joven esta tan presente en nuestra realidad, que incluso las personas que habitan en las calles llegan a consumir algún producto de belleza o higiene personal, al menos en las grandes ciudades.

Ser bella es simplemente no envejecer

La belleza como construcción social dicta los parámetros que debemos seguir, para ser  exitosas, atractivas y hasta socialmente funcionales y productivas. Uno de los primeros atributos que se nos adjudican a las mujeres es  tener un  cabello hermoso. Desde la infancia las mujeres tendrán que marcar la  diferencia con los hombres a través del cabello, llevándolo más largo que ellos.

El estereotipo seguirá toda la vida: cabello, largo, sedoso, brillante, bien cuidado y por supuesto sin canas,  el modelo universal a seguir es el cabello liso y de preferencia rubio o castaño. Los rizos tampoco están permitidos, la mayoría de las mujeres afros que salen de sus lugares de origen, lo primero que buscan es desvanecer la marca que se los recuerde, el cabello rizado no figura entre los modelos hegemónicos a seguir, salvo en momentos de efímera tendencia. El estilo dominante del cabello es el largo cabello rubio.

El cabello –lo mismo que el cuerpo- nunca debe envejecer, las canas como  manifestación del irreversible paso del tiempo, son enemigas naturales de muchas mujeres. Campañas enteras se han impulsado para combatirlas, las marcas de tintes mas vendidos son aquellos que aseguran desaparecerlas por mas tiempo, lapsos que máximo llega a 20 días. En el caso del “deber ser mujer” hay una sobrevaloración de la juventud y de la esbeltez contrario al ser masculino donde encanecer es símbolo de poder y hasta  de fetichismo sexual.

Si bien, encanecer es una consecuencia del desgaste de las células que pigmentan el cabello, no es un proceso aceptado o reconocido por la sociedad. Es quizá el más denostado, el más negado. Una especie de fracaso estético o una forma de anular el erotismo.Todos los procesos que tienen que ver con el envejecimiento están prohibidos y mal vistos, pero encanecer –y más aun si eres joven- es el peor que te puede pasar,  asumirlo es todavía más catastrófico.

Detesto el aroma del amoniaco

Descubrí mis primeras canas a los 22. Eran tan pocas que un simple corte de cabello las ocultaba, luego se multiplicaron rápidamente, probé un tinte para ocultarlas. Funcionó bien, permanecían discretas por un tiempo aceptable. Luego fueron más frecuentes y evidentes. El tinte seguía funcionando, me daba el lujo de probar tonos y marcas, el gasto era eventual y hasta parecía divertido. Al paso de los años, el ejercicio se hizo más frecuente, lo más desagradable de teñirlo era el aroma. El amoniaco no se va fácilmente del ambiente, a veces  hasta cinco días para dejar de percibirlo.

Luego vino la angustia de las inevitables raíces, el cabello crecía muy rápido y cada vez era necesario teñirlo más seguido para ocultarlas. Era un  cuento de nunca acabar, el día de teñirlo era felicidad por el color y desagrado por el aroma, imposible pasar desapercibido en cualquier sitio cerrado. Cuando el aroma por fin se difuminaba las raíces eran demasiado visibles para disimularlas y entonces había que volver a empezar, el tortuoso ritual se repetía. Pasaba de la tensión a la angustia, evitando las miradas directas a la cabeza, una sensación me perseguía: la de saber que todo el mundo lo notaria en algún momento. Era inútil, la gente lo sabía.

Casi una década de teñido continuo, angustia, gasto monetario, productos q tóxicos  de aromas penetrantes aplicados directo a la piel, los estragos son: la resequedad en el cuero cabelludo y la pérdida paulatina del cabello que puede llegar hasta la calvicie.

Lo intenté varias veces en periodos cortos de tiempo. He cumplido casi dos años sin teñir, asumiendo mi condición genética, o mi envejecimiento que al final es lo mismo, un proceso. He vivido esta transición de mil maneras, desde la alegría  hasta el llanto inesperado. Mi mayor nostalgia no es por tener el cabello gris, sino por haberlo tenido negro. Tuve que cortarlo tres veces para hacer desaparecer el resto de producto químico que mantenía en el. Mi cabello ha vuelto a recuperar su forma y su textura natural, mis rizos casi extintos han vuelto a aparecer, pero ahora son grises.

Mi decisión personal me ha encontrado en buen momento. El cabello gris esta de moda, el hashtag #grayheir es tendencia en varios países, existen infinitas galerías virtuales mostrando los mejores tonos grises, los  salones de belleza ofrecen como novedad logar el color plata en tan solo dos decoloraciones, es un tono de moda entre las celebridades pop. Triste paradoja: el cabello gris teñido es aplaudido, pero si el color es natural hay una desaprobación. Porque no negar las canas es sinónimo de descuido y abandono personal, aunque ciertamente implique todo lo contrario: fuerza y valentía.

En este camino he recibido muchas críticas, agresiones y “recomendaciones”, en México incluso hay un dicho popular que disfraza la burla: “las canas son de ganas”, se asocian a la insatisfacción sexual, a la depresión y a la pobreza: ¿que no te alcanza para un tinte?. En el extremo están quienes lo aplauden pero reviste de un toque mágico el hecho: “tus canas son de bruja”, “es que eres muy sabia”, “tienes más sex appeal” ,“ es la madurez”, y un sin fin de lugares comunes y argucias  para no de reconocer la naturalidad del cuerpo y sus procesos, pero sobre todo, las decisiones personales, la autonomía.

En este camino encontré grupos de autoayuda en Facebook, como si tener canas fuera sinónimo de ser adicta o alcohólica, mujeres de todas partes del mundo han creado sus espacios virtuales de esperanza y acompañamiento, para un momento de la vida  en que se vuelve decisivo  consolidar el carácter y enfrentar al mundo.

En medio de las ganancias millonarias que arroja la industria del tinte en este país, el mas terrible costo no es de salud o  el económico, es el emocional, que arrebata a las mujeres –de todas las edades y clases sociales- su tranquilidad. Los hombres no se quedan atrás de estas normas sociales, jóvenes y viejos también acuden a “la bondad” del color efímero que da el tinte, sin embargo, son la minoría, no hay comparación con las mujeres en relación al consumo, aunque sí a la angustia. Conozco hombres inteligentes y talentosos preocupados por sus canas, como mi querido maestro anarquista que a sus mas de 60 años pretende un negro lustroso en su escasa pero larga cabellera.

La tortura del amoniaco es una realidad para muchas mujeres en todo el mundo, tendremos siempre otra opción: mirar en el espejo nuestra nueva naturaleza, dar la bienvenida a la otra edad y aprender a amar el brillo de lo eterno.

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Referencias en internet

http://mx.fashionnetwork.com/news/L-Oreal-abre-en-Mexico-la-mayor-planta-de-produccion-de-tinte-de-pelo-del-mundo,300691.html#.Wh93RkvzaiY

https://www.profeco.gob.mx/encuesta/brujula/bruj_2012/bol218_pcuidpers.asp

https://www.forbes.com.mx/forbes-life/belleza-lujo-necesario/

https://www.mexicanbusinessweb.mx/106996/mexico-lider-consumo-industria-belleza/

https://www.facebook.com/search/top/?q=salpimentandome

https://www.facebook.com/search/str/yo+me+atrevo+a+lucir+mis+canas/keywords_search

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Brenda Raya (1985) Geógrafa de banqueta, artista de vidrio y papel. Fotografa aficionada y ciclista nocturna.brenda canitas

Cronista urbana en desarrollo. Defensora y promotora de los derechos humanos de las poblaciones callejeras,
ejecuta un proyecto educativo y de alimentación para indigentes en las calles del centro del DF.
Tambien es domadora de leones No tiene blog.
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En tu piel

Por Espiral Creativa

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Espiral Creativa. Colectivo formado en 2012 por la fotógrafa Mónica Zenizo, México, D.F. 1962, y la productora audiovisual Claudia Reyes “Topeiro”, Veracruz, Ver. 1976. Los proyectos del colectivo se enfocan en la recuperación de la historia oral, obteniendo en 2013 una beca del PACMYC para realizar “Entre Arrugas el Olvido, Memorias para hoy y siempre”. Actualmente trabajan con medios propios el proyecto “Voces del Puerto, letras y sueños lanzados a la mar”.

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Tu tatú también enruquece

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