por Natalia Clementina Tangerina
Hacía semanas traía la angustia de dónde y cómo parir.
Primero, había sido elegido el parto en casa, fácil, la partera increíble, la casa puesta, yo animada. Luego todo empezó a moverse, la casa cambió, la partera me pareció que vivía del otro lado del mundo y yo, me asusté.
Decidimos irnos al hospital y la confianza de tener un seguro de gastos médicos que pagara todo nos relajó por un buen rato.
El día que cumplía 38 semanas y, según yo, a punto de parir, llegaron a la ciudad mi mamá y su pareja, Adriana, y de pronto me sentí segura, sentí que mi nido estaba listo para recibir a esta bebé. La fuerza y el orden que trajeron a mi casa (a la cual me acababa de mudar 3 meses atrás), me dieron un sentido de pertenencia; también ayudaron todos los proyectos DIY que trajeron y que en una semana dejaron la casa tan bonita que daba gusto entrar.
Después de muchas idas y venidas, se ajustó todo, estaba de 39 semanas y lista para parir. Asustada por el hospital, decidí que lo que mi corazón realmente quería era parir en casa, así que con su apoyo decidimos que el parto en casa podría ser la mejor opción para mi.
Decidimos no decirle a nadie, no quería comentarios negativos, no quería miedos que no eran míos, las pocas personas que supieron que iba a pasar me llamaron valiente, y yo por dentro me sentía la más cobarde. «Si paro en casa es porque me aterroriza el hospital», pensaba yo. Recordaba mi primer parto, tan intervenido, el comentario del pediatra: «que buen show nos diste» mientras soltaba la carcajada. Eso fui para ellos: un chiste, un show. Con mi segundo embarazo me preparé tanto para un parto en casa que al terminar en una cesárea completamente innecesaria y violenta me sentí rota, destruida y al final, completamente incapaz de parir.
Pensábamosque no tendríamos más hijes, estábamos tan seguros que seríamos solo cuatro, que al enterarnos de la bebé nos quedamos en shock. Pero al mismo tiempo sentí que llegaba el tiempo de reconciliarme conmigo, con mi cuerpo y con la vida/muerte que hacía tan solo un año se había llevado a mi papá.
Tenía mucho miedo del parto, tenía terror de no ser capaz de dilatar, pero sobretodo tenía terror del expulsivo, de pujar, de hacerme responsable, de mi, de mi cuerpo, de el proceso y de mi bebé. Tenía miedo pues sabía que el parto era un proceso inevitable y, como la muerte, iba más allá de mi y de toda conciencia o control. Tenía que dejarme llevar, confiar y pasar a través del miedo.
Cumplí 40 semanas, llegó mi fecha probable de parto y se fue. Pasaron los días y cada hora se hacía más larga, mi cuerpo no parecía mío. Me sentía cansada, emocional y con ganas de estar encerrada en mí 24/7 pero tenía muchas cosas que hacer, así que ni la bebé ni mi cuerpo sentían que estaba lista para parir.
Llegué a la semana 41 y no había un solo signo de parto. Desesperada y cansada de sentirme presionada por el mundo, decidí llevar a cabo todo lo que pensé podía ayudar a la bebé a nacer. Caminé, nadé, comí chocolate 90% cacao, caminé otro poco y nadé mucho más.
Amanecí el domingo 30 de junio sintiendo que algo era diferente, no quería caminar, ni moverme, no quería mas que estar a oscuras, acostada en cama, abrazando a mi ex esposo, me sentía diferente pero no creí que fuera a parir todavía.
Aproximadamente a las 8 de la noche empezaron las primeras contracciones de parto, sentía una presión más fuerte que con las contracciones de Braxton Hicks, y al ir al baño me di cuenta que estaba perdiendo por fin el tapón mucoso. No me quise emocionar porque con mi segunda hija perdí el tapón mucoso y aún así nunca entré en trabajo de parto.
Llamé a mi partera, Sabrina, y le pedí que viniera a mi casa. Con ella viviendo a tantas horas de distancia (casi 4) me preocupaba no llegara y, aunque pensé que podía ser falsa alarma, ella decidió llegar a mi casa y quedarse a dormir por si el parto progresaba.
A las 12:30 de la mañana llegó. Las contracciones se habían espaciado mucho porque estaba estresada de si llegaba o no llegaba, estaba tan nerviosa que logré distanciarlas.
Al llegar le pedí me revisara para saber si era trabajo de parto y si tantas semanas con Braxton Hicks habían servido para algo, pero en realidad tenía miedo de no estar ni borrada, ni dilatada como me había pasado en mi parto anterior, tenía mucho miedo de que mi cuerpo estuviera roto. «Tienes 3 cm y 50% de borramiento» me dijo y me decepcioné, no era nada y no significaba nada, había pedido un tacto a lo menso, me enojé conmigo misma y me prometí en secreto no pedir más tactos durante todo el parto para no decepcionarme o emocionarme de más.
Nos acostamos a dormir para tratar de descansar algo, las contracciones agarraron ritmo de nuevo y mientras dormía, sentía con total claridad cada una de ellas, estaba en un estado de conciencia que nunca había experimentado. Era muy parecido a una meditación profunda, no estaba dormida, pero no estaba despierta, y con cada contracción junto con el dolor llegaban imágenes que me hacían sentir mejor. Los sueños se mezclaban con la realidad, me sentía dentro de una oscuridad aterciopelada que se llenaba de colores con cada contracción. Fueron momentos muy profundos, intensos y aunque quiero recordar las imágenes que llegaban a mí con cada contracción, no he podido lograrlo.
Alrededor de las 4 a.m. el dolor se intensifico tanto que tuve que levantarme de la cama. Me senté en la pelota de partos y Jorge, el papá de mis hijas y quien fuera mi pareja en ese momento, se sentó frente a mi, me tomó la mano y empezó la siguiente fase del parto.
En algún momento entre las contracciones escuché a Sabrina moverse por la casa, me preparó un té, su presencia era tan suave que me sentía protegida pero además jamás sentí que mi espacio hubiera sido invadido, me sentía respetada. Cuando sentí que el dolor era mucho me pusieron el banco de partos en la regadera a sentir como el agua hirviendo aliviaba mi dolor. Lo único malo fue que empecé a sentir que se me subía la presión por el calor así que me tuve que salir.
Al momento de cerrar el agua sentí, supe, que estaba entrando en transición, la parte más dolorosa del parto.
En cuatro patas me acomodé sobre la cama y pude manejar el dolor por un rato, pero a cada momento se hacía más difícil, intentaba respirar según había leído en hypnobirthing, intentaba recordar técnicas de relajación, de meditación, de cualquier cosa que me pudiera ayudar y poco a poco las herramientas con las que contaba dejaban de ser útiles, de funcionar; nada me ayudaba. Recuerdo que en ese momento empecé a rogarle internamente a todos mis familiares que han muerto que regresaran a ayudarme, sobretodo pensaba en mi papá, le rogaba, «papá, ayúdame a tener unos minutos para descansar, no puedo manejar el dolor». Y así sentada en el banco de partos, recargada en Jorge, agarrada de la hamaca, con Sabrina sentada frente a mi fue que pasamos no sé cuanto tiempo los tres durmiendo y descansando un poco. Las contracciones no dolieron tanto, pude relajarme de verdad.
Pero no podía descansar para siempre, las contracciones regresaron a su intensidad y ritmo y pensé, «ahora si, ya no hay vuelta atrás». El tiempo no tenía sentido, con cada contracción se hacía eterno, cada segundo parecía un año, entre contracciones el tiempo se movía tan rápido que no me daba tiempo de respirar. A lo lejos escuchaba cómo la mañana empezaba para mis hijas, mi mamá y Adriana; escuchaba cómo desayunaban, se bañaban, jugaban, reían; oía como en otro mundo, sus vidas eran iguales y a la vez estaban cambiando para siempre.
De repente entraron al cuarto, se acomodaron todas y el mundo parecía que se acomodaba en su lugar. No recuerdo mucho de esa parte, veo los videos y me parece irreal, nada se ve como yo lo veía, para mí los colores eran más brillantes, los segundos más largos, las palabras mas poderosas, pero cuando llegaban las contracciones, no existía nada más que el dolor. En esos momentos sentí que me rendía, gritaba, gemía, me retorcía, quería escapar, estaba desesperada, quería que se acabara ya, sentía que faltaba mucho, no sabía si me había equivocado, ¿y si esta no es la etapa de transición y todavía faltan horas? preguntaba desesperada en cada descanso. No me dejaba revisar la dilatación, tenía terror de que me dijeran que estaba muy lejos, no quería queme desanimaran, Sabrina me contenía, Jorge me sostenía y las abuelas junto con las nietas me protegían. Aquí solo recuerdo dolor, dolor, dolor, gritos, dolor, sentía a mi cuerpo quebrarse y entre contracciones entendía que el dolor era necesario porque necesitaba romperme para vivir.
No se trataba de parir, se trataba de vivir.
Pero durante las contracciones no aguantaba nada, protestaba si me tocaban, parecía que iba a morder. ¡Cállate! … le gritaba al mundo, no soportaba un sonido, no toleraba a nadie.
¡Duele, duele! gritaba con sorpresa en cada contracción, ¡duele más que la anterior! Tomaba las manos de Jorge y me levantaba con cada una, me ponía de puntillas y levantaba la cadera del banco de parto, no sentía la cabeza de Isabella y me preocupaba que siguiera arriba y faltara mucho para que naciera. Fue la parte más difícil y aún ahí temía el momento del expulsivo, pensaba que sería peor. Pero ya no tenía miedo de pujar, sólo quería que todo terminara, no importaba cuánto doliera, ya no podía más. Veía las caras de todas mis mujeres, estaban frente a mi, Sabrina adelante, a su lado mis hijas, luego mi mamá junto a Adriana, por momentos ponían cara de que ya veían algo, tal vez la cabeza, pero por momentos ponían cara de desilusión, veía la preocupación en la cara de mi mamá, y la de curiosidad de mis hijas, me sentía rara, pronto serían sus vidas completamente distintas.
A las 10 a.m. Sabrina me hizo un tacto porque todos morían por saber como íbamos. Me dijo que se sentía todavía arriba y que parecía la detenía el estar todavía en la bolsa de líquido amniótico.
«¿Quieres pujar?» me preguntó Sabrina «No», contesté desilusionada. Sentía que faltaba mucho y con cada contracción me desesperaba más.
Las buelas y las nietas salieron del cuarto silenciosamente y sin que nadie se los pidiera, de pronto ya no las vi.
Me concentré entonces, no sé si hubo un cambio o no, no registré nada, pero de pronto la cabeza de Isabella bajó, sentí ganas de empujar y la fuente se rompió, todo al mismo tiempo.
Las ganas de pujar eran imperantes, mi cuerpo y el de Isabella se empezaron a separar, sentí su cabeza por salir y creí que se resbalaría y caería, salió su cabeza, y con ese mismo pujido salió el resto de su cuerpo. Sentí dolor, sentí que me rompía pero no fue tan difícil, fue increíble, de pronto todo había terminado, lo había logrado, me sentía como una guerrera. Había parido a mi bebé. Mientras salía había gritado para que entraran la demás mujeres de mi vida, entraron corriendo y fue maravilloso ver a las grandes conocer a la pequeña.
Mientras todo sucedía yo seguía sintiendo las contracciones, dolían casi tanto como antes y me sorprendió, en mi primer parto, fue nacer mi hija y acabarse todo el dolor, así que mientras la ponía al pecho empecé a pujar para sacar la placenta. Por fin salió y el dolor cedió. Pedí ayuda para acomodarme, tenía una bebé en el pecho, dos hijas impactadas a lado, dos madres increíbles y una partera mágica. Y yo me sentía como la persona más afortunada del mundo, la más fuerte y la más empoderada.
A las 10:20 a.m. parí una bebé de 4.100 kg, 55 cm; a las 10:27 alumbré una placenta velamentosa y grande.
Sólo me rasgué medio centímetro y no hubo ningún problema; Isabella se pegó al pecho como una campeona, siempre he tenido suerte con mis lactancias, tengo hijas sabias.
Me tomé un licuado de placenta con uvas, sabía como a uvas moradas con mucha sal…no me dio asco, pero tampoco se me antojaba, no tenía hambre ni sed, quería encerrarme de nuevo en mí misma mientras intentaba registrar qué había sucedido.
Fue un parteaguas en mi vida parir en casa, sé que nunca seré la misma. Aprendí muchísimo de mí, me enamoré más de mi familia; mi mamá me hizo sentir querida; Adriana me cuidó como nadie, me hizo sentir segura por completo; mis hijas me hicieron sentir agradecida y Sabrina me contuvo lo suficiente para dejarme actuar.
Hoy sólo me siento afortunada, agradecida y profundamente conmovida. Con el paso del tiempo sé que captaré diferentes cosas, este parto no ha terminado de enseñarme cosas.
Mientras tanto seguiré derritiendo de amor por mis hijas.
[divider]