Nosotros. Siempre Nosotros. Los que conocemos el daño. Con el sentido del humor corrupto y el cuerpo condenado. Con el esqueleto envenenado y la voz quebrada por el llanto. Nosotros que amamos la vida, y nos toca luchar por ella. Nosotros los terminales. Nosotros sin garantía. Nosotros los que somos fuertes, porque siendo débiles nos tocó creernos fuertes. Los inevitables. Los imparables. Los invencibles. Los irremediables. Los irreversibles. Nosotros, paradojas vivientes. Nosotros los aferrados, los que van perdiendo uñas, perdiendo cabello, perdiendo órganos, perdiendo peso, perdiendo sangre. Nosotros, que nos aferramos a la vida perdiendo vida. Perdiendo vida mientras la intentamos vivir. Ganando muerte.
Nosotros que sabemos cómo acaba el mundo. Nosotros que ya sabemos la historia. Nosotros los de las malas noticias. Nosotros los que herimos sin voluntad. Nosotros los de la muerte anunciada. Nosotros los de los actos de despedida. Nosotros los del luto adelantado. Nosotros, las cenizas antes del incendio. Nosotros, los que se van a secar. Mares de sal. Los que se van a incinerar. Los que se van a pudrir. Los que se van a terminar.
Nosotros que vemos al techo constantemente, buscando un rostro en el cielo. Nosotros, reptiles sin piel que podamos mudar. Nosotros que apretamos fuerte la mandíbula conteniendo el llanto. Nosotros que convencemos al miedo de no ser nuestro dueño. Nosotros que contamos los latidos de la tierra como nuestros. Nosotros parados en medio de la estampida. Nosotros con la vida pasando delante de nuestros ojos. Nosotros con la mirada perdida en un horizonte que se disipa. Nosotros con los pies en la tierra que se abre. Nosotros los marcados, los estígmatas, los lázaros, los leprosos, los endemoniados, los deslenguados, los tristes.
Nosotros con el cuerpo minado. Nosotros con el cabello en llamas. Nosotros con la sangre vuelta polvo de tanta rabia. Nosotros con ganas de matar por estar muriendo. Nosotros que bailamos con la crueldad en el precipicio de tus ojos. Nosotros que perdimos la voz de tanto gritar al vacío. Nosotros con el coraje de lo inexplicable. Nosotros con la gracia del riesgo. Nosotros, el error en la probabilidad.
Nosotros los números negros. Nosotros los que nos rehusamos a dormir porque podríamos no despertar.
Nosotros que sentimos las suturas en la piel de la madrugada que cubre a la tierra. Nosotros los de los caminos sin salida. Nosotros los peligrosos, los que ya no tenemos nada que perder. Nosotros con el peso de la humanidad en los hombros. Atlas paralizado. Nosotros que soñamos con detener el tiempo entre nuestros dedos. Nosotros que tenemos el estómago para ver morir los astros. Nosotros, la luz que viaja desde una estrella muerta. Nosotros que tenemos el cuerpo prestado. Nosotros, la sinapsis entre la lengua y sus papilas gustativas. Nosotros, la conexión entre los sentidos y el mundo. Nosotros, el punto transparente en un plano cartesiano imposible de trazar. Nosotros los que no terminamos de terminar. Nosotros en cámara lenta. Nosotros abrazamos al olvido. Nosotros, el calor que empaña los vidrios. Nosotros, el vapor que despide el mar. Nosotros escritos en arena, borrados por mareas que no podemos parar. Nosotros, los puntos suspensivos en las cartas. Nosotros, el eco de las cuevas. Nosotros, la niebla en carretera. Nosotros, el frío que cobija los cuerpos vagabundos. Nosotros, el vacío. Nosotros tallados en la esquela de la historia. Nosotros los de las células que no se regeneran. Nosotros que nos queda vivir únicamente en la arena movediza de los recuerdos. Nosotros, la violencia de la tormenta eléctrica. Nosotros esperando un asteroide. Nosotros esperando la extinción.
Nosotros que vivimos siempre en ese momento entre el mal presentimiento y la sirena de la ambulancia. Nosotros acostumbrados a ser invadidos. Nosotros acostumbrados a ser explotados. Nosotros acostumbrados a ser conquistados. Nosotros acostumbrados a ser expropiados. Nosotros acostumbrados a ser exprimidos, vaciados, aspirados, extraídos, drenados. Nosotros acostumbrados a estar conectados a una máquina. Nosotros dispuestos a ser atravesados por sus balas, sus ganchos, sus bombas, sus pinzas, sus tijeras, sus bisturís, sus túneles, sus tubos, sus agujas, sus misiles, sus mangueras, sus escalpelos, sus tornillos, sus catéteres, sus sierras, sus venganzas, sus ambiciones, sus experimentos, sus guerras.
Nosotros con hambre. Nosotros con los puños cerrados. Nosotros caminando en línea recta sin pensar en detenernos. Nosotros con las arterias colapsadas. Nosotros con miedo. Nosotros que comemos miedo. Bilis negra. Nosotros los intentos frustrados. Nosotros incansables. Nosotros respirando el oxígeno que sobra.
Nosotros, las semillas que no germinaron. Nosotros separados de la tierra. Nosotros con el espíritu fragmentado y el alma cosechada. Nosotros los de la risa ahogada. Nosotros perdidos, confundidos y agonizantes. Nosotros huyendo con el lomo herido, salpicando metros cúbicos de nosotros mismos a nuestro paso, dejando nuestro rastro en el mismo suelo por donde avanzan tropas de metal, perseguidos por el horror de nuestra propia sombra, corriendo con el corazón en la mano agitados al ritmo de la metralla. Nosotros escapando rápido a ninguna parte para escondernos en ningún lugar.
Nosotros escuchando el canto de pájaros abandonados atorados en nidos emocionales construidos en árboles genealógicos. Nosotros inmóviles en la cama del hospital abrazando con el pensamiento a nuestras familias, a toda la humanidad.
Nosotros enmudecidos por un tubo nasofaríngeo. Nosotros vestidos por un mosaico de llagas en el cuerpo. Nosotros sin macrófagos, enzimas o linfocitos que nos defiendan de tanto horror. Nosotros sin coraza ni exosqueleto, desnudos, vulnerables, débiles, sonriendo, depositando nuestra fe en amuletos.
Nosotros, la fotosíntesis sin sol. Nosotros siguiendo la mecha prendida sin miedo a quedar sordos. Nosotros aún sin alas, pero surcando los cielos. Nosotros perdiendo la memoria, perdiendo rostros y nombres. Nosotros tratando de recordar los pasos de la coreografía del cosmos. Nosotros los desfasados, los divididos.
Nosotros acostumbrados a escuchar «cuánto lo siento». Nosotros adivinando el pensamiento. Nosotros descifrando las miradas. Nosotros sintiendo la indiferencia o la compasión. Nosotros que no esperamos misericordia. Nosotros que no queremos su lástima. Nosotros que no nos importan sus paraísos superfluos. Nosotros que si pudiéramos, les prenderíamos fuego en el alma para que ardieran como nosotros ardemos.
Nosotros listos para la demolición. Nosotros listos para el desmayo. Nosotros vestidos de negro para la ocasión. Nosotros listos para la detonación. Preparados para el mar sin saber nadar. Nosotros en la cuerda floja de tu aliento.
Nosotros inventándonos a nosotros. Nosotros imaginando otro retrato del mundo al cerrar los ojos. Nosotros los expertos en supervivencia. Nosotros buscando que al desaparecer, dejemos una marca tan profunda en la memoria del universo que sea imposible de llenar, que sea imposible de borrar, de lavar, de limpiar.
Nosotros los que sabemos que la imagen más triste puede ocurrir a plena luz del día, cuando el amarillo calienta la piel y el pasto brilla. Compartimos el silencio del cielo azul sin nubes y ese aire, el mismo aire que va a seguir moviendo mi cabello, aunque yo ya no me mueva. Compartimos este nudo en la garganta.
El tiempo, en nosotros, es siempre en singular. La humanidad aún no ha creado un reloj que contenga tanta arena. Inundados de vida que se nos derrama.
Dolor. Tomografía, radiografía, cistograma, electrocardiograma, ultrasonido, análisis, preguntas sin respuesta. El dolor convertido en dragón marino, en anguila con escamas de luz incandescente entrando en forma de sonda por mi uretra, desgarrando hasta el fondo de la vejiga. Orinar vidrio molido. Medio de contraste, lágrimas y solución salina. El dolor de la punción venosa, el dolor de la biopsia, el dolor de ser abierto en vivo, el dolor de tener los órganos expuestos en colores brillantes y húmedos, vísceras de cristal, el dolor de los guantes revolviendo mi interior. El dolor de entrar en un síncope del que puedo no regresar. El dolor de las luces en mis párpados naranjas. El dolor de tener nervios que puedan doler. El dolor de no poder moverme. El dolor del aislamiento. El dolor de la verdad. El dolor de la falta de tiempo. El dolor de los demás doliendo por mi dolor. El dolor de estar vivo. El dolor de poder no estarlo. El dolor de permanecer vivo. El dolor vivo.
Irónicamente los riñones no duelen, no tienen con qué doler.
¿Voy a morir?
Todos nosotros vamos a morir.
Podría morir como muere el mundo. Mundo enfermo. Mundo enfermo de ríos secos y lagos negros, sus manantiales hirviendo, sus océanos de peces muertos. Sus pájaros en picada, sus costas agonizantes, sus cielos cargados de amenazas. Su lluvia dorada, lluvia ácida. Sus 4470 millones de años y sus árboles, sus coníferas y caducifolios, sus ramas y sus troncos, talados, incinerados, bosques enteros de humo. Sus actos de terrorismo, sus bombarderos y sus blancos, sus explosiones y sus miembros amputados. Sus campos y sus fábricas, su metástasis y su desastre nuclear, sus monos araña, sus moscas, sus autos y sus cactáceas, sus líquenes y su polvo, sus geodas y trementinas, sus estrellas y sus espinas. Sus anemonas y sus arrecifes, sus mandriles y sus ardillas, sus marsupiales, sus hipopótamos, sus calamares y cangrejos, sus gardenias, sus azucenas, sus dientes de león, margaritas, alcatraces, orquídeas y crisantemos, sus grietas, musgo, hongos, gérmenes y bacterias, sus atardeceres y sus lagunas, sus pelícanos y focas, sus estrellas de mar, escarabajos, luciérnagas, perros, camellos, antílopes, elefantes, gacelas, avestruces, ranas, bisontes, ajolotes, pelícanos, hormigas, ballenas, lobos, mantarrayas, iguanas, caballos, langostas, quetzales, jabalís, cisnes, escorpiones, canarios, camaleones, ostras, tigres, grillos, manglares, ovejas, halcones, medusas, pavorreales, anguilas, panteras, palomas y búhos… muriendo.
Fuerza, fuerza que viene desde dentro. La misma fuerza de las cascadas, del huracán, de la erupción, del relámpago, del derrumbe, de la avalancha, del meteorito, del parto, del átomo, esa misma fuerza con la que se pronuncia el nombre de los seres que amo, esa fuerza, que siempre ha vivido en nosotros, hoy, está aquí, dentro de mí.
Y estar de píe aquí, ahora en este momento, es un privilegio. Privilegio de poder hablar sobre la vida mientras la vivimos, labor insignificante pero necesaria. Privilegio de poder reflexionar sobre la vida misma, de atrapar al mundo, de crear. Privilegio de trabajar con lo vivo, con la vida. Poder hablar desde mí como hoy hablo, es un privilegio, poder hablar es un privilegio. Privilegios sobre muchos otros que no los tienen.
Y aún después de todo, aquí estoy. Estoy aquí para materializar lo “inmaterial” y volver visible lo “invisible”. Para hacerles ver esto que está pasando justo aquí y ahora pero que ellos no pueden ver. Eso que siento aquí pero que ellos no pueden sentir. Esto, que como el aire existe y que sin ello no existe lo demás.
Porque vamos juntos directo al precipicio del tiempo. Sus prioridades no son las mías, no son las nuestras. Ellos no son Nosotros. Nosotros no somos Ellos.
Y en nombre de todos Nosotros voy a brillar. Voy a brillar, aunque me cueste la vida. Nada me puede dañar más de lo que me ha dañado ya. Ningún enemigo es más fuerte que la vida misma.
No hay nada más triste y violento que la idea de un ser vivo que inevitablemente está muriendo, como le pasa a mi cuerpo, como le pasa al de todos, como le pasa al mundo.
En un mundo como éste, vivir es un acto de rebeldía.
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Lechedevirgen Trimegisto, Noviembre 2016.
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