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Voz de alambre

por Carmelina Jardón Rodrigo
por Carmelina Jardón Rodrigo

por Russell Manzo

(Insensible al qué dirán, me encuentro etérea viendo al horizonte inexistente. Admirándome al espejo. Soy bella. Soy neutra. Soy ELLA…)

 

Miércoles 22 de octubre de 2014, suena el impúdico despertador una vez más. Mi voz áspera, desdichada de la vida que le tocó vivir, emana un bostezo cristalino para dejar salir malas vibras. Me despojo de ropas innecesarias, y decido tomar un baño caliente que penetre hasta el poro más sellado de mi infiel cuerpo. Paso mis brutos dedos por entre las axilas, para recorrerlas hasta debajo de la cintura. Lavo mis hendiduras inferiores pervirtiendo aquel incierto bosque y dejo que el agua simplemente fluya.

Termino de lavarme, y me dirijo a aquella lámina reflejante que me trata como un ser divino. Me miro. Me mira el ser del otro lado. Somos idénticos. Tomo un poco de esa pasta blanquecina y la dirijo hacia mis colmillos. Muevo de arriba abajo, adelante atrás, mientras no pierdo la vista de aquel ser que me tiene sonámbulo como cada día – hoy es un día especial, lo presiento. Directo y osado, tomo del viejo armario un traje sastre que he confeccionado yo mismo para este momento íntimo.

Hoy me mostraré dramático, pero no imposible de palpar y observar. Me encuentro extenuado de intentar ser algo que no soy. Cansado desde crío. Llevo tiempo pensándolo y reflexionándolo, es seria la cosa. La gracia no viene sola, la gracia la crea mi esencia, mi vida, mi efímera sonrisa. Hoy me pondré ese vestido verde turquesa que tanto he soñado encajando en cada rincón de mi afanoso cuerpo; entallándome hasta las arrugas, delimitando mi edad, comprimiendo la vergüenza, y despidiendo al otro ser.

Siguen las mallas que decorarán estas anegadas piernas, seguido de la lencería para este par de jamones trastornados. Minúsculos vellos se asoman – brotan como retoños – entre las rejillas de la ahora penetrable indumentaria. Entre lluvias y rocíos de amapolas que envuelven mi osado cuerpo, doy los últimos toques a mi quimérica cabellera. Toda hebra está en su lugar, estoy más que guapa; sólo falta un detalle – un fragmento para ultimar el rompecabezas – el colorete. Encumbro mis carnosos y áridos labios, directo al espejo, y los relleno de carmín….¡Estoy listo!

Dispuesto, llevo mis pasos a la puerta donde se encuentra una joven de manos finas, piel fresca y mirada desorientada: Ximena, mi prometida. Con pupilas irresolutas queda perpleja ante el inédito cuerpo presente. Me acerco dudoso hacia ella y me despido con un delicado roce entre sus labios, dejando como rastro el labial aún visible en su diente superior:

¿Quién eres tú? ¿Dónde está mi novio? Salte inmediatamente de mi casa o llamo a la policía – señala Ximena con voz frenética.

Cariño, soy Abel, ¿no me reconoces? – le digo con innocua sonrisa.

De repente, aquel monstruo vociferante se hace presente otra vez, carraspeando mi garganta como diminutos clavos. Todo encajaba perfectamente, excepto aquella pavorosa y disonante voz. Recatada ante la sociedad, medrosa ante la muchedumbre, titubeante ante los ojos de desconocidos…ese miedo anegaba mi frágil ser de nuevo. Odiaba tanto que la resonancia de ese tono retumbara dentro de mis oídos, cual convulsión o desgracia para cualquier ser calamitoso.

[…]

Así sin más, despierto a mitad de la madrugada, inerte como una sólida roca echado en la cama. Volteo y miro el despertador; aún faltan 2 horas para ir a trabajar. Hago un ligero movimiento hacia mi regazo y se encuentra Ximena fallecida en sus más íntimos sueños –Algo me incomoda y me hace sudar –. Distingo lentejuelas al final de la cama…¡son unas zapatillas! ¿De dónde aparecieron? Corro hacia el espejo. No me reconozco. Un horrible vestido abraza todo mi cuerpo sin dejar que ninguna capa de piel se haga presente. El ser que casi siempre veía, y que pensé que se había ido, se burlaba una vez más enfrente de mí.

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Russell Manzo (Tapachula, Chiapas; 1989). Reside en Xalapa, Veracruz, donde se graduó como licenciado en Lengua Inglesa en el área de literatura. Su estudio se basa en las múltiples formas de expresión literarias/homoeoróticas del siglo XX, principalmente la figura del chacal. Ha participado en algunos coloquios literarios organizados por la UNAM en los cuales destaca su participación con cuentos como “El tzipe” y “Melomanía de un travestido alma”. Su tesis que lleva por título: A Mundane Beastlike Creature: A Vision of Homoeroticism and the Notion of Chacal in Harold Brodkey’s Profane Friendship, forma parte del Archivo CAMeNA: Gregorio y Marta Selser de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (2013). Actualmente trabaja como corrector de estilo en las revistas Stonefoxx Magazine (http://www.stonefoxxmag.com) y Hojas Necias (http://hojasnecias.com/index.php#&panel1-1).

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El hombre femenino

por Juan Paulo Péreztejada

*ilustración: Franca Ramos

Fui travesti. Me ponía tacones y me pintaba los labios. Con las sábanas, intentaba hacerme el mejor vestido posible cuando no se sabe corte y confección. Tenía cuatro años y no veía nada malo en eso. Era un juego. Si jugaba a ser doctor, a ser director de orquesta o a ser detective privado ¿por qué no podía jugar a ser una diva?

    Mi madre no lo vio tan normal. Creyó que mi comportamiento se debía a la ausencia de una figura paterna a quién imitar —yo que sé si tenía razón o se equivocaba. No me prohibió el juego, pero a la hora del baño, ella jugaba a que tenía una gran barba de jabón y se rasuraba. Me gustaba cómo se veía mi mamá con esa gran barba blanca. Me gustaba cómo me veía yo con esa gran barba blanca, así que empecé a jugar con el jabón en cada baño, como mi mamá me había mostrado, un juego que mantuve hasta la pubertad, cuando me empezó a brotar el vello facial.

    No creo que haya sido por esa sutil intervención materna que dejé de ser travesti. Simplemente, el juego me aburrió, como me aburrió jugar al doctor o al director de orquesta o al detective privado. Pero cada que me preguntan por qué no soy normal, recuerdo que fui travesti, y que nunca me pareció eso extraño.

    Nunca he podido entender en qué consiste su normalidad y en qué consiste mi rareza, ni me he podido percatar de qué es lo que hago para suscitar su extrañeza.

    No me comporto como hombre —aunque ya no sea travestí—. No sé cómo debe comportarse un hombre, pero sé que, en ocasiones, no me comporto como esperan que se comporte un hombre. En más de una ocasión alguien me ha dicho, sorprendido, que juraba que yo era gay. Si les pregunto por qué, suelen mencionar mis movimientos, mi forma de hablar y otros elementos que yo no puedo observar en mí. No soy extraño para ellos por tener gustos sexuales distintos a la mayoría, sino por no tenerlos y no actuar acorde a ello, acorde a como se supone que debe actuar un hombre.

    No me molesta, me divierte. Me entretiene confundir a la gente, ver su reacción al ver sus prejuicios confrontados. Aunque no siempre es tan divertido. Muchas personas —afortunadamente, he conocido pocas— suelen reaccionar violentamente ante el comportamiento que se sale de sus concepciones. Pueden expresarlo en el molesto sermón, señalándote cómo debería comportarse alguien de tu edad y género, pero también pueden expresarlo con menos sutileza.

    El hombre femino puede encontrarse en formas más peculiares. Un amigo me comentaba sobre una chica gamer que conoció en los foros de Macintosh y le llamó la atención porque daba las mejores respuestas a las preguntas de los usuarios. Para su desilusión, era lesbiana.

—Bueno, no estoy seguro de que sea lesbiana —me comenta.

—¿Bisexual? —le pregunto.

—No, le gustan exclusivamente las mujeres, pero no estoy seguro de llamarla “lesbiana».

Su amiga se había sometido a tratamientos hormonales desde hacía varias años atrás. Biológicamente, es un hombre heterosexual. Culturalmente, provoca paradojas lógicas definir… ¿lo, la?

[divider]PauloOut

Juan Paulo Péreztejada, Veracruz, Ver. 1988. Formó parte del Programa de Jóvenes hacia la Investigación en Ciencias Sociales de la UNAM. Estudió lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Se dedica a leer en voz alta y a redactar en silencio. Colabora y edita en De-veritas.com.

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Das Glashaus

Por Helena Torres

*ilustración: Franca Ramos

SOLA

en la Casa de Cristal

cric-crac si doy un paso

se clavan flamentos en las plantas de los pies

(pero la sangre está helada)

los sonidos se congelan en el aire

apenas respiro

por temor a que un cristal

se me meta en la nariz

anestesiándome,

abandonándome a la mentira

de que vale la pena no ver

no oler

no saber

la Casa de Cristal

es un espejo roto

donde esa otra que nunca fui

ya no podrá decirme quién soy

en la Casa de Cristal

no se puede soñar

sólo dormir

al cerrar los ojos

los schhhh y los grrrr

se te meten bajo las pestañas

y al despertar

no sabes porqué

cómo ni cuándo

Un sauce agita lágrimas verdes

A la verita del río,

Un cisne enreda su cuello enguantado

Sobre las aguas plateadas.

la Casa de Cristal

es donde el Uno es Él,

Ella, Eso

y yo, ninguna,

acaso una sombra

un reflejo

un contorno.

 

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Helen Torres Activista transfeminista, antes cuir; euraka; lectora, traductora y recicladora de la metáfora del ciborg; ex-académica que supo transitar los pasillos de las ciencias sociales y los cambió por plazas sudorosas; amante de los paseos sonoros, las palabras impresas, los perros, las perras y los humanos que guerrean por dejar de serlo. Una vez fue socióloga, educadora, escritora, madre y pareja, y lo deshizo utilizando el lenguaje como tecnología de código abierto que crea realidad.

http://helenatorres.wordpress.com/

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/

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Entre las piernas

por Alex Xavier Aceves Bernal
por Alex Xavier Aceves Bernal

Para mi vecina de 14 años 

que ya va para su segundo hijo.

Tengo en la entrepierna
4 mil millones de años girando,
el pecado orivirginal de la lujuria y
un alacrán hembra-becido,
grito y ambulancia
un llanto TNT,
grito de vida madriada y loca
los cholos de mi barrio.
Agua entre las piernas,
un pulque curado y aguamiel,
la bestia,
el escarabajo verde metálico,
un sillón roto.

Tengo en la entrepierna una boca muda
la discapacidad extenuante,
el baile, cadera y lengua,
el ritmo de una catacumbia
en muros de mantequilla o manteca.

Tengo a una chola sin tregua,
una chora, un chamaco que llora
la calle de noche,
(porque es diferente la calle de noche)
y aun estrellada en la esquina
banqueta rota,
entre piedras mojadas,
entre sueño y ensueño en la vida,
la perra coja,
la perra tuerta,
el envase con importe.

Veneno entre las piernas,
un valle
una luz roja,
el llanto y abandono.
Pobre vida,
mi vidita,
cariñito mío,
dale vuelo a la hilacha,
date cuerpo, hilacha
no vida.
Date.

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Paola Llamas Dinero (1992, Guadalajara, Jalisco) Estudiante de la Licenciatura en Letras hispánicaPaola Llamas Dinero by Armando Huertass de la Universidad de Guadalajara. Ha colaborado en revistas independientes como Los nadie y actualmente colabora en la revista LIBER desde 2013 y Homúnculo. Amante de la poesía y el perreo, el cine y la comida vegana.

Contacto:
Tumblr: paolallamasdinero.tumblr.com
IG: @paolaquetzal

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Metáforas de la discriminación. Por Harold Duarte

Todos Nacemos con algo de anormalidad, convertirnos en jueces de otros no implica más que exhibir el lado oscuro del ser humano y su poco razonamiento con respecto a lo que es diferente.

 

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haroldHarold Jesús Duarte Quiróz . (Costa Rica) Bachiller en Arte y Comunicación Visual con especialidad en grabado por la Universidad Nacional de Costa Rica.

Web: http://h28.blogspot.es

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Gráfica para sexualidades anormales: Kinky

por Uve Rivera 

Tinta y acuarela sobre papel.

 

 

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Uve Rivera, artistx e ilustradorx nacidx en Barcelona y actualmente con base en Londres. El cuerpo de mi trabajo es sobre el grabado y kinkismo, casi un 90% desarrollado en una paleta en blanco y negro.

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Fotoperformance Decolonial X.1: (Trans)gresiones Transfeministas desde Abya Yala, con Amor

performance por Brittany Chávez

fotografía por Cecilia Monroy

Hay veces cuando la linea entre la performance y la vida real se borra. Esto es uno de estos momentos. En este caso, la performance se convierte en método de investigación sobre mi transción a trans*.

Trans* para mi incluye: un espacio de doble espíritu (no doble de dicotomía pero doble de multiplicidad), un uso temporal del testogel, trabajo performativo en cámara lenta que archiva y celebra cambios corporales sútiles, y una reconfiguración de mi identidad de génerno hacia mi máxima potencialidad de romper con la binaria, incluso espiritualmente. Es un espacio por lo cual aún no tenemos pronombres ni palabras. Con papa Afro, Indígena y Latino y mama Europea, este espacio cita y es parte del matriz complejo de mi locus de enunciación. Trabajo hacia la descolonización de mi cuerpo al rehusar ser completamente mujer ni hombre, ni un deseado y perfecto espacio liminal. Estoy en un proceso corporal siempre por realizarse y en desarollo, sin una meta final. Hablo de una corporalidad en fluxus. Desde aquí hablo, siento, y veo el mundo.

Rechazo mis opciones en la binaria hombre y mujer. Trans* es un posicionamiento corpo-política-espiritual que tiene realidades sociales con efectos materiales en Abya Yala. Desde aquí, enraízadx en las políticas que se presentan, voy a vivir, amar, y sentir.

 

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Brittany Chávez: Artista-Intelectual Militante-Activista-Pedagoga. Estudiante de doctorado y integrante principal del colectivo La Pocha Nostra. Para más: brittanychavez.org.

Cecilia Monroy Cuevas: Estudió Artes Audiovisuales en el Centro Universitario de Medios Audiovisuales en Guadalajara. Cursó el Seminario de Fotografía Contemporánea 2010 del Centro de la Imagen. Cuenta con seis muestras individuales, entre las que destacan: Indagaciones, La humedad del inconsciente y Canto en Flora. De manera colectiva ha expuesto en México, Estados Unidos y Austria. Ha realizado más de diez producciones en video. Obtuvo la beca Jóvenes Creadores del PECDA Chiapas (2010) y un reconocimiento en la Bienal Internacional Women the Image Creators 2005. Dos años más tarde realizó una residencia en Austria con el proyecto Jardines de artistas, que exhibió de manera individual en el Instituto Cultural Mexicano de la Embajada de México en Viena. Fue miembro del comité organizador del Colectivo Fotógrafos Independientes (2002-2011). Realizó la dirección de fotografía para el documental La pequeña semilla en el asfalto (2010), que se hizo acreedor al Premio del Festival Voces contra el Silencio 2012. Actualmente trabaja en proyectos relacionados con la promoción y la formación del cine documental.

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Unicornio por Omar-Gonzalez-Lopez

El poder anormal

Unicornio por Omar-Gonzalez-Lopez
Unicornio por Omar-González-López

por V de Vayaina

Esto que sabemos

Tengo la palabra on the tip of the tongue. Pero no puedo reconocerla, mucho menos externarla. I lick my lips to get a better taste, a ver si puedo recordar de qué se trata. ¿Será en inglés? ¿Será en español? Cuando hablo conmigo misma, hablo en inglés, porque me siento otra hablándome a mí. Porca miseria! Me quejaba en italiano, no era yo, era la intensa que dejaba salir maldiciones de su boca, como un vómito cálido con aroma a café. “Per trovarsi è bisogno stare da sola”, me repetía los días que no sabía ni quien era. But I’m no more me, it’s us, y quién sabe.

For years, I thought that I was going mad, especially that night in the park, by myself and on LSD. “Mírate ―me dije en español, la lengua que más me toca― sentada con las piernas abiertas, los pantalones de mezclilla más rotos y fumando los mismos Marlboro rojos que fuma tu padre”. Me reía de mí misma, era una broma de señorita, listoncito rojo el pelo nada más para disimular que estaba hasta mi PUTA MADRE, y que era yo la que despedía el olor a hierba. “Oh, no. ¿Por qué los lobos andan tras de mí” Me seguía riendo, pero no podía evitar sentir el punzar de los tímpanos al ritmo de arpegios de ramas al viento: Something wrong is going to happen, sweetie.

Cerca de 10 policías entre hombres y mujeres me rodearon sin más y revisaron mis cosas. En el estado en el que me encontraba, me sorprende la naturalidad con la que encendí el cigarrillo y pregunte “¿todo bien, oficial?”. Afortunadamente la pañoletita roja en la cabeza hizo su labor, no despistó a lxs policías, pero si guardó bien la bachita del porro que me había estado fumando minutos antes. Pobres imbéciles, terminaron por irse.

Years later, I had the same sensation. I was in that party in the roof of an old building en la Condesa, full of wankers whose only wish was that their dark skin and su infancia en Ecatapec desapareciera from this earth forever. I was tired and drunk, waiting for the sun to shine to go home, or anywhere. But I didn’t. I walked into that room, and the rest, is a story we can guess. Why I didn’t listen to myself? is a mystery sin lugar en este escrito.

We whores have a gift, el poder de percibir el aliento del lobo detrás de tu oreja erizando tus vellos. We can sense what is about to happen and what has happened before. Cuándo somos bienvenidxs, y cuándo no. Podemos oler el miedo, la tensión de las almas intranquilas y reconocer las palabras vacías.

Gloria Anzaldúa nombra a este don como La facultad, y la define como “la capacidad de ver en la superficie de los fenómenos el significado de realidades más profundas, to see the deeper structure below the surface.” Esta facultad habita en todxs nosotrxs, pero lxs que realmente pueden leer el viento somos esta raza, lxs anormales. Dice Anzaldúa: “Those who are pushed out of the tribe for being different are likely to become more sensitized (when not brutalized into insensitivity). Those who do not feel psychologically or physically safe in the world are more apt to develop this sense. Those who are pounced on the most have it the strongest―the females, the homosexuals of all races, the darkskinned, the outcast, the persecuted, the marginalized, the foreign.[1]

En “Bordelands, La Frontera: The New Mestiza”, Andalzúa les regala risas a lxs seres que me habitan, cuando habla sobre mitos prehispánicos que dicen que para balancear la anormalidad de ciertos cuerpos, como aquellxs intersexuales, las deidades lxs recompensan con el don de poder ver el mundo con mayor profundidad. ¡Y cómo no van a comprehender mejor el mundo si han tenido la fortuna de ser todo al mismo tiempo! Occidente tiene un personaje similar, el buen Tiresias, el ciego de sexualidad transitoria, el anormal más clásico de la historia. Tiresias, ese que fue hombre, luego mujer y de nuevo hombre, ciego por castigo de Hera, o quizá de Atenea por espiarla mientras se bañaba. Ciego, TRANS y con la capacidad de adivinar el futuro, sin duda es un balance, al menos, al juicio caprichoso de lxs diosxs.

Nosotrxs somos monstruxs mestizxs, con la carne morena teniendo sexo por Skype. Traidores de lengua viperina que puede decirlo todo, de todas las maneras. Guardamos dentro la magia desprestigiada por occidente, pero también tenemos sus ideas para lanzarles un conjuro en su lengua. Recibimos la lección, pero volvemos a salir. Nunca vamos a entender, nos resistimos a entender, rechazamos entender, por eso el mundo nos teme, porque destruimos, pero también construimos. Somos mil dentro de una cabeza y dos mil fuera. Gozamos al darle caos a la inercia y no hay nada qué justificar. In bocca al lupo, quimeras.

[1] “Aquellxs expulsadxs de la tribu por ser diferentes son más propensos a volverse más sensibles (cuando no, forzados brutalmente hacia la insensibilidad). Aquellxs que no se sienten psicológica o físicamente a salvo en este mundo son más capaces de desarrollar este sentido. Aquellxs golpeadxs en lo más profundo, lo tienen más presente: las mujeres, las maricas de todas las razas, la gente de piel oscura, lxs parias, lxs perseguidxs, lxs margindxs, lxs extranjerxs.” Mi traducción cuirtz.

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Eliminar la diferencia por altruismo

Por Juan Paulo Péreztejada

*ilustración: Omar González López

No necesitamos cambiar nuestra cultura, nuestra vestimenta, nuestra lengua, nuestra forma de rezar, nuestra forma de trabajar y respetar la tierra. Además, no podremos dejar de ser indígenas para ser reconocidos como mexicanos. No nos pueden quitar lo que somos, si somos morenos no nos pueden convertirnos en blancos. Porque nuestros abuelos resistieron más de 500 años el desprecio, la humillación y la explotación. Y seguimos resistiendo. Ya nunca nos podrán humillar ni acabar.

-Comandanta Esther, 9 de agosto de 2003

S    e denuncia constantemente la discriminación como expresión del odio, desde sus formas menos violentas -el insulto en la calle, la prohibición de la entrada a negocios por exhibir ciertos genotipos, etc.- hasta sus formas más extremas -la limpieza étnica, el asesinato selectivo. Sin embargo, otra forma de discriminación suele pasar desapercibida: la discriminación que pretende ser una política altruista.

     Con este tipo de discriminación, no me refiero a la llamada “discriminación positiva” que impone cuotas para garantizar la participación equitativa de la población, sino a la discriminación que pretende eliminar el elemento que se identifica como factor de la discriminación y de esta forma ayuda a la población discriminada.

     El ejemplo más caricaturizado es la clínica psiquiátrica o el grupo de oración que ayudará, ya sea con el poder de la ciencia médica o de Dios, a curar la homosexualidad. La Asociación Norteamericana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) aceptó, después de muchos años, que la homosexualidad no era una enfermedad mental y que las terapias para revertirla ocasionan más problemas -depresión, intentos suicidas- que beneficios para quienes se someten a ellas. A pesar de estas evidencias, las terapias para corregir la homosexualidad aún existen (v.gr. Curar la homosexualidad: Terapia reparativa).

     Sin embargo, este tipo de discriminación altruista se ha presentado de formas más sutiles, vista como un proceso natural en la conformación de las nacionalidades, y como una forma de permitir que los grupos marginados formen parte de la sociedad mayor en igualdad de oportunidades. Estas ideas en ocasiones sobrepasaron los discursos con pretensiones filantrópicas y se volvieron política de Estado.

     El indigenismo mexicano nos ofrece los ejemplos más ilustrativos de este tipo de discriminación. Se suele comentar que, a diferencia del vecino del norte, al menos en México no se segregó a la población indígena encerrándola en reservas, lejos de la sociedad principal. Sin embargo, el altruismo de la política indígena mexicana es cuestionable.

     Es cierto, en México nunca se ha pretendido segregar al indio, pero esto no quiere decir que su contraparte practicada sea más humanitaria: que el indio renuncie a su ser indio.

     En 1940, por iniciativa de varios políticos y científicos sociales mexicanos, se convoca a un Congreso en la ciudad de Pátzcuaro, donde se discutiría la cuestión indígena del continente. De este congreso nace el Instituto Indigenista Interamericano (III) cuyo propósito era investigar y sugerir soluciones para la población originaria del continente.

     Es llamativo lo que ven como problema la mayoría de estos investigadores en la población originaria.: su alimentación es deficiente porque casi no comen carne, huevos y leche; su lengua les impide participar como ciudadanos, porque no se escribe ni se habla en las Instituciones Oficiales; su sistema de impartición de justicia está lejos de fundamentarse en el derecho positivo; las mujeres paren en postura vertical, y con ayuda de matronas con dudosa preparación médica; sus enfermedades las curan con hierbas cuyas propiedades y usos se transmiten de forma oral, y no con medicamentos probados en laboratorios; sus fiestas son un despilfarro de recursos; su arte es pobre, hecho solo con los materiales que tienen en la mano, es pura artesanía; sus casas casi no tienen ventanas y están hechas de adobe. En resumen: hacen las cosas diferentes, y las hacen mal.

     Planteado de esta manera el problema, la solución lógica fue la eliminación de esos elementos que los hace diferentes. Así, como política de Estado se planteó incorporar las costumbres occidentales a su forma de vida: aumentar su consumo de alimentos de origen animal, cambiar el curandero por el médico, la partera por la enfermera, la hierba por la pastilla, su lengua por el español, el adobe por el ladrillo.

    Esta fue la idea de muchos quienes pretendían defender a la población indígena de México tras la revolución, como Manuel Gamio, José Vasconcelos, Moisés Sáenz. Algunos más radicales que otros en sus postulados. Mientras en Estados Unidos los mandaban en reservas y los dejaban ser, en México se enviaban grupos de trabajo, como misioneros, con el propósito de enseñarles a hacer bien las cosas, a que ya no fueran diferentes.

     Moisés Sáenz, pedagogo, subsecretario de la SEP y primer director del III, en un discurso pronunciado para un público norteamericano, destaca cómo Estados Unidos, a pesar de ser un país formado por gente de todas las nacionalidades, de Nueva Inglaterra hasta California se observa las mismas costumbres y hábitos. Expresa toda su admiración a esa cultura homogeneizada en que cada individuo parece provenir del mismo molde. Claro, los indígenas y los afroamericanos aún son la excepción, pero al menos no se observa, como en México, regionalismos tan marcados.

    Esas personas, que parecieran creadas en masa por obra y gracia de Ford y su sistema de producción -para hacer referencia a Huxley- son el ideal a importar por varios de los indigenistas mexicanos. No es casual que tanto Sáenz y Gamio hayan estudiado en la Universidad de Columbia, y que una de las imágenes de Gamio en Forjando Patria, sea el crisol -traducción acertada para melting pot-. Lo diferente podrá ser llamativo, vistoso, folklórico, y podremos guardarlo como una bisutería, si se quiere, pero para conformar una nación, hay que homogeneizarnos lo más posible. Y si son los otros y no nosotros, mejor.

    Entre los años 70 y 80, este discurso empezó a ser cuestionado fuertemente, como comenzaron a cuestionarse todo tratamiento contra lo diferente. Se le tildó, incluso, de etnocida. Sin embargo, ya sea por torpeza o ignorancia, hay quienes lo continúan reproduciendo.

“No hables así”, “Quítate esas perforaciones y no te tatúes si quieres un trabajo”, “No vistas de esa manera si quieres que te respeten”.

Nos sugieren eliminar nuestras diferencias como un consejo altruista. Nos discriminan “por nuestro bien”, para que nos integremos a la sociedad mayoritaria.

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Juan Paulo Péreztejada. Veracruz, Ver. 1988. Formó parte del Programa de Jóvenes hacia la Investigación en Ciencias PauloOutSociales de la UNAM. Estudió lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Se dedica a leer en voz alta y a redactar en silencio. Colabora y edita en De-veritas.com.

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¡Basta! ¡Déjame jugar tranquila!

 Elektra

Fake gamer girl (chica gamer falsa) son las palabras con las cuales muchos jugadores hombres se refieren a muchas mujeres que también disfrutan jugar. Básicamente, las acusan de no ser reales y asumen que tienen un objetivo de vida androcéntrico: vivir para la atracción de la atención masculina fingiendo ser algo que no son.

Para referirnos al machismo en los videojuegos, y al machismo de los gamers también, es necesario cuestionarnos y reformular conceptos. ¿Qué es un verdadero gamer? ¿Qué lo hace verdadero? ¿Y, entonces, qué lo hace falso? ¿Quién definió cuál es de verdad y cuál es de mentira? ¿Para qué querría una mujer ser gamer impostora? ¿Por qué tantos gamers hombres piensan que la mayor aspiración que puede tener una mujer en su vida es atraer su atención? ¿Por qué, siquiera, creen que una mujer desea su atención? ¿Cómo llegaron a esa conclusión?

Internet no es más que un fiel reflejo de la realidad. Los (mal llamados) trolls que asumen que no pude existir una gamer mujer, no son monstruos que se esconden bajo puentes a vomitar insultos con sus teclados sino, en su mayoría, simplemente hombres. La periodista estadounidense Zerlina Maxwell se encargó de redefinirlos de manera puntual: «No les llamen trolls. Son pendejos».

A pesar de parecer una simpleza, no lo es. Estamos acostumbrados a tratar a diario con ellos, pero llegamos al punto de deshumanizarlos y considerarlos bots o respuestas automáticas del sistema. No lo son. Son humanos tan reales como quien escribe esta nota y quien la está leyendo. Internet sólo evidencia la sociedad de la cual formamos parte. No es que antes no existieran, sino que ahora los conocemos y los vemos diariamente porque se exponen de manera impune.

La trolleada masiva de acoso y amenazas a Zoe Quinn (desarrolladora de videojuegos independientes) y Anita Sarkeesian (socióloga que produce una serie en su canal de YouTube de análisis crítico sobre el machismo en los videojuegos) bautizado por los usuarios anónimos de 4chan como «GamerGate» no era más que un desenlace imposible de evadir y absolutamente previsible. La respuesta de las empresas desarrolladoras fue de apoyo a las mujeres que, dicho sea de paso, superan a los hombres adolescentes en la demografía de los consumidores de videojuegos. ¿Era necesario que los machistas amenazaran y acosaran públicamente a feministas para que la industria reconociera la magnitud del monstruo que engendró?

Por supuesto, no está mal que repudien la amenaza y el acoso sufrido por las mujeres que integran su clientela y/o analizan sus productos, pero es cuestionable que no asuman su evidente responsabilidad al haberse encargado de retratar a las mujeres durante décadas como princesas cuya única característica es la belleza (además de ser indefensas e inútiles que deben ser rescatadas), personas cuya única salida laboral es la prostitución, desafíos a cumplir y premios a obtener e incluso como objetos coleccionables por los que se entregan tarjetas al tener sexo virtual con ellas.

«¡Las feminazis nos van a quitar nuestros videojuegos!»

Muchos de los que pronuncian la palabra feminazi desconocen completamente su origen y la integran a su vocabulario por repetición (lo cual es potenciado aún más en Internet). Rush Limbaugh, presentador radial estadounidense, fue el nefasto creador de este apodo en los ’90s para referirse a las feministas. La periodista Gloria Steinem le cuestionó su trivialización del Holocausto y mezcla de conceptos incoherentes entre sí pero, lejos de retractarse, Limbaugh mantuvo su postura y hasta la calificó de precisa, e incluso culpó a las feminazis de que los penes se encogieran un 10% en los últimos 50 años.

Lejos de los prejuicios y la ignorancia, un reciente estudio de la Universidad de Chicago confirmó que la búsqueda de justicia está relacionada con el uso de la razón y no con las emociones desbordadas, lo cual contradice a los discursos infundados y abiertamente machistas de agrupaciones como A Voice for Men (Una Voz para los Hombres) que intentan validar y normalizar la misoginia de la mano de una fantasía auto-victimizadora basada en que las feminazis son malignas y monstruosas brujas misándricas que odian a los hombres, son inestables y desequilibradas a nivel emocional, y además abortan compulsivamente y se bañan en sangre de bebés. Algunos se lo creyeron.

Para los hombres gamers, las feminazis son partícipes de múltiples conspiraciones internacionales para quitarles sus videojuegos. Imaginando que una secta maléfica quisiera quitárselos¿a dónde se los llevarían? ¿A otro planeta? ¿Piensan que las feminazis conspiran para quebrar la industria de sus videojuegos? ¿Y con qué fin? ¿Acaso alguien los proclamó dueños exclusivos de productos de venta libre y que son pagados por todos sus consumidores por igual?

O, quizás, cuando hablan del peligro de quienes quieren quitarles esos videojuegos suyos tan sólo se están refiriendo a que quieren continuar consumiendo productos que reducen a sus representaciones femeninas al nivel de ornamentos y eventuales premios. No conformes con eso, tampoco quieren que las mujeres se permitan el lujo de quejarse por ser representadas de maneras tan mediocres.

 

Lo más lamentable es que no sólo subestiman a las mujeres sino que también a sí mismos al pensar que tener sexo con una mujer (o muchas) es lo máximo a lo que pueden aspirar en la vida. Ignoran por completo que el feminismo busca demostrarles que ellos también valen más que sus genitales, por más enamorados que estén con la idea simplista de reducirse sólo a eso y que el sexo con mujeres es sinónimo de éxito y hasta de ganar.

De alguna manera, puedo llegar a entender a las anti-feministas: creen que cuanto más maltraten a otras mujeres y las acusen de putas, ellas reducirán sus probabilidades de ser juzgadas de la misma manera y eventualmente también ser llamadas putas. Esto no es más que un autoengaño y mecanismo de defensa inefectivo ya que las reglas no son hechas ni ejecutadas por ellas y están predestinadas a perder por la simple ley de portación de genitales: a una mujer, tarde o temprano, alguien la llamará puta.

 

Para que el patriarcado continúe siendo funcional y retroalimentándose a sí mismo, es una regla básica e inquebrantable que las mujeres deben vivir con miedo a, especialmente, ser llamadas putas. En la lista le sigue gorda, una palabra que inspira terror en sí misma por el concepto que encierra: una gorda, para un patriarcado basado en el culto a la belleza, es lo más horrible que puede ser una mujer, algo que la despoja de todo rastro de humanidad y legitima que se le diga y haga cualquier cosa. ¿Cómo se atreve una mujer a no cumplir con las expectativas impuestas de los deseos masculinos condicionados por publicistas? ¿Para qué existe si no es para ser objeto de deseo y juicio masculino? La gordofobia es uno de los factores misóginos de mayor influencia sobre la imagen corporal femenina y, como tal, también está incluida en el machismo que las mujeres gamers padecen todos los días.

 

«¡Los videojuegos son arte! ¡Tómenlos en serio! Pero no cuando afecta mis intereses»

 

Gracias al constante desarrollo tecnológico, los videojuegos en general ya no son lineales ni simples. Muchos incluyen múltiples finales posibles, generalmente en base a las elecciones particulares que haga cada jugador, y mundos abiertos totalmente libres para satisfacer curiosidades. A esto se le suman bandas sonoras emocionantes, equipos de guionistas que crean y desarrollan personajes con los que podemos empatizar (o todo lo contrario), los actores que brindan su voz y su cuerpo para cada animación, y una elaboración argumental profunda que puede derivar en una mitología entera y la eventual publicación de libros. Ya no estamos hablando simplemente de gráficos agradables, sino de obras de arte complejas e integrales.

Como todo arte, contiene mensajes que a su vez provocan reacciones de todo tipo. Lo que diferencia a los videojuegos es que son obras interactivas y participativas. Aunque The Witcher 2: Assassins of Kings, ya no tenía representaciones femeninas coleccionables, el personaje principal mantuvo la posibilidad de gastar su escaso dinero en prostíbulos. Aunque las escenas cinemáticas podían saltearse, su inclusión forzada e irrelevante a nivel argumental me incomodó en la misma medida que las películas de Crepúsculo, donde el gran logro de la protagonista es casarse. Claro, los juegos de The Witcher están basados en una saga de libros del escritor polaco Andrzej Sapkowski que dista muchísimo de los de Stephenie Meyer pero, independientemente de los gustos y preferencias personales, ambas adaptaciones (a los videojuegos en un caso y al cine en el otro) son expresiones artísticas y, como tales, contienen mensajes que merecen ser analizados.

 

Como mujer, tengo derecho a sentirme ofendida por ser pésimamente representada (tal como en las telenovelas donde los personajes femeninos se obsesionan con sus contrapartes masculinas y son capaces de cualquier cosa para capturar su atención). También tengo derecho a que me moleste la inclusión de personajes femeninos secundarios que tienen como única finalidad morir y fundamentar el desarrollo argumental del protagonista masculino, tal como sucedió Ziio en Assassin’s Creed 3 (dos veces, porque en un contenido descargable la reviven y la matan nuevamente), Cristina en Assassin’s Creed Brotherhood, María en Assassin’s Creed Revelations y Mary Read/James Kidd en Assassin’s Creed Black Flag, franquicia sobre la cual uno de sus directores creativos (de la desarrolladora francesa Ubisoft) dijo que era demasiado trabajo animar un personaje femenino jugable para su última entrega.

Sólo queda ver si Élise, personaje femenino secundario que aparecerá en Assassin’s Creed Unity, también tendrá un destino similar al de sus predecesoras. Esta empresa fue la misma desarrolladora de Far Cry 3, un FPS (Disparador en Primera Persona) plagado de mensajes sobre lo que es ser un hombre de verdad que también incluía, a modo de remate, un posible final en el que el protagonista podía matar a todos sus amigos y tener sexo con una mujer (Citra) para después morir asesinado por ella misma.

 

Quizás, para mayor precisión, en casos como los de Far Cry 3 y The Witcher, se podría agregar un subgénero nuevo de videojuegos a la lista: porno digital interactivo para hombres cisgénero heterosexuales (o simplemente XXX).

 

Sobre todo esto, tenemos derecho a quejarnos y a exponer la misoginia como tal sin temer represalias, acosos, amenazas o acusaciones de ser conspiradoras nazis ni de ningún otro tipo. Como personas, independientemente de nuestra identidad sexual o gusto por los videojuegos, podemos hacer algo que no tiene nada que ver con la corrección política sino con la decencia. En palabras de Anita Sarkeesian: «Lo más radical que se puede hacer para apoyar a las mujeres acosadas en línea es creerles cuando hablan de sus experiencias».

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