En una sociedad urbana y colonizada por la imagen, tiene significados plásticos y sintácticos que se crean a partir de la naturaleza icónica de la naturaleza misma de las cosas, en este sentido, el objetivo de la teoría de la imagen es el estudio de la selección de la realidad, de los elementos fácticos y de la sintaxis. Siguiendo esta línea, Justo Villafañe clasifica las imágenes en tres: naturales, mentales y creadas. La imagen como representación es conceptualización y va más allá de la comunicación visual, implica también al pensamiento, la memoria y la conducta; sabemos que estamos frente a una imagen, si tenemos la presencia de una selección de la realidad sin alterar su naturaleza, donde la percepción se encarga de las técnicas para la selección de la realidad, y la representación será la explicitación particular de la realidad; entiéndase que toda imagen viene de un referente de la realidad, es decir que está constituida por modelos de realidad.
En el proceso de modelización icónica de la realidad todo inicia en la percepción, donde se extrae un esquema icónico en relación a la estructura de la realidad objetiva; en esta relación con lo real el observador conceptualiza la imagen. Yo me pregunto: ¿todos aspiramos a la contemplación? Independientemente de las formas y modos que tengamos de apreciar las cosas, ya sea desde lo real o desde la imagen, al ser nosotros quienes trabajamos y damos forma a la naturaleza. De esta forma, el productor/creador de imágenes fungirá como esa Alma/razón de acción y contemplación que modelará gráfica, plástica o visualmente su realidad en relación a referentes directos de la naturaleza, para materializar una imagen “natural”, es decir, es aquella imagen que se abstrae del entorno, es la percepción ordinaria; o bien, se puede construir una imagen mental como un modelo de realidad altamente abstracto al intentar aprehender un objeto ausente o inexistente.
San Agustín encuentra la necesidad y el deseo de amar a Dios, pero este amor lo confundía con el goce de un cuerpo a partir de un placer-dolor producido por un “espectáculo”[1] (imagen) de la miseria; deja entender por espectáculo, a todo eso que te conmueve al no ser libre de sus efectos de misericordia. Así pues, la imagen, dentro de una cultura de masas es considerada un agente territorializador del hombre con su entrono. El problema central de este punto será la mímesis, entendiéndose como la imitación de la naturaleza equivalente a su original; es vista como un objeto que atestigua la existencia de lo que da a ver, es considerada como la imitación más perfecta de la realidad, se presenta como una huella de lo real que nos obliga a creer la existencia del objeto representado.
Se habla de una estética planetaria hegemónica producto de la realidad virtual y de las sociedades posindustriales desde un aspecto de colonización, pues se vive dominado por la voluntad de perfeccionamiento y de una mimesis que culmina en hiperrealismo, y así se nos presenta una imagen como simulacro/escena. ¿Pero hasta dónde la pulsión icónica nos es impuesta? En caso de ser así, las proyecciones imaginarias del hombre carecen de percepción personal, dejando a la percepción visual como procesador sociopolítico. ¿Qué papel juega entonces el percepto? ¿El de una vivencia subjetiva o el de una vivencia manipulada, donde se activa el significado al investir el sujeto un estímulo visual o al ser investido el sujeto por un estímulo visual?
En este sentido, la imagen que propongo es una <<imagen interior>>, de mi interior, es la forma en que yo concibo la negritud, un tópico tabú en la historia mexicana, no hay negros en territorio mexicano es lo que nos enseñan los libros de textos de primaria; entonces yo me pregunto: ¿qué pasa con las comunidades de Guerrero, Veracruz y Oaxaca?, solo por mencionar las más cercanas a mi ubicación. Con ellas no pasa nada, se nos muestran como <<uno más de nosotros>>, lo único que nos separa, es que nosotros, a diferencia de ellos, si tenemos nombre, apellido y acta de nacimiento; ellos deben conformarse con un número tatuado en el brazo. Cuando me identifico con lxs negrxs me odio a mi mismo, al cruzar esa frontera de la repulsión e invisibilización hacia los otros cuerpos no similares al mío; saber de la existencia de lxs negrxs es un acto de abyección, acción que perturba mis límites para localizar y reconocer lo Otro a partir de su propia negación. Hoy como acto de abyección, devengo negrx, devenir no es imitar, ni hacer como, ni adaptarse a un modelo; lo único que hay son palabras irregulares para herir algo exactamente. No parto de nada ni quiero llegar a nada.
BIBLIOGRAFÍA
DE HIPONA, San Agustín, Las Confesiones, Ed. Akal, España, 2003, pp. 69-86.
GUBERN, Román, “Frente a la escena”, en Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto, Ed. Anagrama, España, 1996, pp.7-49.
PLOTINO, “Enéada III.8”, en Enéadas III-IV, Ed. Gredos, España, pp. -231-260.
VILLAFAÑE, Justo, “La conceptualización de la imagen”, en Introducción a la teoría de la imagen, 3ª reimpresión, Ed. Pirámide, España, 2006, pp. 27- 51.
[1] “Porque no se provoca al espectador a socorrer a uno, sino que sólo se le invita a condolerse, y en cambio al actor de tales imágenes le favorece tanto más cuando más dolor siente (…) si aquellas desgracias humanas, antiguas o falsas, se representan de modo que el espectador no se duele con ellas, se marcha de allí aburrido y criticando; pero si, al contrario, siente dolor con ellas, está atento y llora de gozo.” En DE HIPONA, San Agustín, Las Confesiones, p. 70.
Benjamín Martínez Castañeda es productor visual mexicano, su investigación está encausada a la teoría queer y filosofía política.
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