
Servilleta de más de cien años de vida, hecha por la señora Carmen Gallo, abuela de mi abuelo materno al que no conocí, mi tatarabuela pues. Puro punto de cruz en cuadrillé, chiquito y grandote.
Por Pitaflorida
Hacerse con las manos, hacerse de las manos, manos, las manos de mamá. Las manos y la vida.
Antes de saber que podía incendiarme en mi cabeza, antes de dejarme arrasar por olas más grandes que cualquier voluntad y morir poquito sin querer, varias veces, aprendí a usar mi cuerpo, y en algún momento, después de mucho experimentar, aunque también después de mucho hacer siempre las mismas piruetas y las mismas arrastradas reptilianas en el piso, aprendí a usar mis manos, y son sin duda mi parte favorita de este cuerpo que soy.
Aprendí a bordar por instinto y por capricho, no era una reapropiación, no era un acto político, eran las ganas de hacer algo con todo lo que se acumulaba en el plexo solar y muy seguido no hallaba cómo salir sin convertirse en un desastre, cosa de la que no fui consciente hasta después, que empecé a pensar en lo que hacía; pronto descubrí, que, como actividad humana, el bordado me pertenece como le pertenece a la colectividad de mujeres que a lo largo de la historia se han visto resguardadas entre la aguja sutil que perfora segura la manta o el cuadrillé y el silencio o el ruido del chisme que muy a menudo acompaña al bordado.
Dicen que las manos frías indican anemia, pero para mí, y para muchas otras, significan horas y horas de labores con hilos y bastidor, para mí, también significan cariño, ternura y deseo. Hacerse con las manos, tocar, pasar largos ratos siguiendo el contorno del rostro o de la espalda de los seres queridos y de una misma, hacerse con las manos, cariño, ternura y deseo. Existir. Así con cada puntada avanzando lento en el tiempo, no dejando ver el resultado hasta –de verdad- el último momento, pasar largos ratos haciendo-me con las manos, existiendo, hasta este instante cobró un sentido político el bordado, hasta que supe que era el deseo instintivo y caprichoso el que me había acercado a él. Las ganas de ser y dejar rastro(s).
Creo profundamente en la magia, en la energía y en las intenciones con las que una anda en la vida, uno de los recuerdos mágicos más potentes que tengo es de cuando por el ojo del aguja salió una voz que me decía, «ten paciencia, los mundos nuevos tardan tiempo en crearse» y voy recordándolo todos los días, varias veces al día porque a veces, las ansías son muchas. Pero la magia de mis manos también es mucha, también hago hechizos con cada bordado terminado, y también tengo que ser paciente y precisa al dejar salir de a poco lo que llena el pecho, para no pincharnos, para no estropearlo.
Encontrarme en el borde de mis pensamientos y mis movimientos ha resultado sanador y mágico en todas las ocasiones, me ha hecho parte individual de esta bolita colectiva de mujeres que nos hemos dedicado a saber y conocernos a nosotras mismas y al mundo a través de las manos, del tejido, del bordado, de las redes de apoyo, del silencio, del cariño, la ternura y el deseo.
Pitaflorida. Proyecto individual de intervención textil y bordado que se ha convertido en un medio de expresión,descubrimiento y acción. Con la aguja y el hilo está Alejandra Vera, que ha escrito, ha bailado, ha sido mamá, y espera continuar haciéndolo.
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