por Leah Muñoz
En las últimas semanas hemos visto un aumento del discurso transfóbico en las redes sociales y medios de comunicación. Distintos grupos feministas de Facebook en Ciudad de México, pero también en otros estados y países, se han vuelto escenarios de confrontación en donde feministas radicales trans-excluyentes (TERF), o también llamadas críticas de género, han aumentado su ofensiva en contra de las personas trans. De igual forma, distintas voces de intelectuales, escritoras y periodistas, principalmente de España, se han sumado a esta ofensiva transfóbica.
Esto se ha traducido en ataques cibernéticos a páginas que representan la fuente de trabajo de mujeres trans, acoso transfóbico a mujeres en redes sociales por parte de páginas TERF, y en poner a discusión la presencia de mujeres trans en el movimiento de mujeres mujeres, y en oponerse al reconocimiento legal de la identidad en niños y adultos.
La idea que hoy se moviliza en esta ola de transfobia es la acusación de que las mujeres trans representamos la amenaza patriarcal de borrar a las mujeres. Hace unos días la ex-diputada del PSOE y activista feminista española Ángeles Álvarez escribió un texto en elDiario.es titulado “Contra el borrado de las mujeres” en donde señala que con las leyes de reconocimiento de la identidad de género se está borrando la realidad de las mujeres.
El argumento que esboza la autora de dicho artículo es el siguiente. Acusa de que las leyes de identidad de género y el feminismo queer ponen la existencia del sexo en cuestión como una categoría biológica y jurídica. Al cambiar la categoría de sexo por género, señala Álvarez, se estaría cayendo en un negacionismo del sexo biológico que atenta contra la participación y representación de las mujeres en los deportes, las leyes de paridad, el lenguaje, la maternidad y las estadísticas.
En el caso del deporte señala que las mujeres cisgénero estarían siendo borradas con un supuesto aumento de victorias profesionales de “varones identificados como mujeres” (sic). En el caso de las leyes de paridad menciona que cada vez más partidos políticos estarían eligiendo a menos mujeres por elegir a “géneros diferentes o no binarios”. El lenguaje inclusivo con el uso neutro en “e” estaría ocultando a las mujeres del lenguaje. El reconocimiento de “cuerpos gestantes”, para incluir a los hombres trans en la maternidad, estaría eliminando también a las mujeres de la maternidad. Al incluir en las estadísticas la categoría de género en vez de sexo se estaría borrando una realidad tangible al poner el subjetivismo del género. Y finalmente al permitir que niñas hagan transiciones de género para ser niños.
Para la autora todo lo anterior representa el borrado de mujeres que promueven las leyes de identidad de género, en específico las que quitan criterios de certificación de género psiquiátrica y endocrinológica. De hecho la autora ve con buenos ojos que en el Reino Unido y en España, a diferencia de Argentina y Ciudad de México, aún se mantienen leyes que solicitan criterios de certificación de género a quienes desean hacer una transición.
Para Álvarez, como para las feministas críticas de género, estas leyes, promovidas supuestamente por el feminismo queer, implican un negacionismo del sexo y una redefinición de los paradigmas básicos de la ciencia. De hecho Álvarez sostiene que el feminismo reconoce que el sexo es una realidad biológica y que el género es lo cultural. Lo primero es un hecho bruto de la naturaleza y lo segundo es contra lo que lucha el feminismo, de tal forma que hay que anular el género y dejar el sexo.
Por eso es que las feministas críticas de género, ante este supuesto borrado de mujeres, están por eliminar la categoría de género y por regresar la de sexo tanto en lo jurídico, administrativo, como en lo teórico. Al eliminar el género impiden también que haya reconocimiento legal de la identidad de género porque, consideran, el sexo como realidad biológica no puede ser autodeterminado.
Muchas cosas hay que decir al respecto. Lo primero que hay que señalar es que esta ola de transfobia a nivel internacional no puede entenderse sin poner como contexto que en distintos países se están impulsando leyes de reconocimiento de la identidad de género en adultos e infantes. Leyes que en muchos casos son muy avanzadas porque buscan darles a las infancias trans el derecho a ser reconocidas legalmente así como eliminar los criterios de certificación de género que patologizan, medicalizan y peritan la identidad de las personas trans.
Actualmente se espera en la Ciudad de México la aprobación de la ley de infancias trans, y en España y Reino Unido se están moviendo propuestas para quitar criterios de certificación de género en quienes quieran comenzar una transición. Esta ola de transfobia se entiende como una reacción a estos proyectos de ley.
Lo segundo que hay que decir es que esta ola de transfobia busca generar una polarización entre el movimiento de mujeres, por un lado, y el movimiento trans, por otro. El movimiento de mujeres ha sido un espacio aliado fundamental para el reconocimiento y defensa no sólo de las mujeres trans sino de las identidades trans en general en todo el mundo. En los últimos años colectivos y personas trans se han sumado a las movilizaciones de mujeres en contra de la violencia machista como el #24A en el 2016, el #8A por el derecho al aborto en el 2018, y los #8M. La acusación de que las leyes de identidad de género, la teoría queer, y la categoría de género borran a las mujeres es un intento de quebrar una alianza que lleva años gestándose.
Esta acusación del borrado de mujeres, además, se asienta en una serie de tergiversaciones sobre la historia de la teoría y filosofía feminista. La primera de estas tergiversaciones es señalar que la Teoría Queer introdujo la noción de género y que, al mismo tiempo, eliminó la de sexo.
Si bien la categoría de género fue acuñada por el psicólogo John Money en la década de los cincuenta del siglo pasado, su introducción en la teoría feminista se dio en la década de los setenta por la feminista radical Kate Millet. No obstante, la noción que tomó esta categoría en la teoría feminista suele ser rastreada y adjudicada al feminismo existencialista de Simone de Beauvoir con la conocida declaración de que “no se nace mujer, se llega a serlo”.
La Teoría Queer, con apuestas teóricas tan diversas como las de Judith Butler, Teresa de Lauretis, Paul Preciado, Eve Kosofsky Sedgwick, y Jack Halberstam, criticó el esencialismo en el que había caído la categoría de género en la teoría y el movimiento feminista.
De esta forma afirmar que la Teoría Queer introdujo la noción de género para eliminar la de sexo es falso. La categoría de género tiene una larga tradición y trabajo en la teoría feminista como categoría política y epistémicamente útil para explicar la realidad de las mujeres. La historiadora feminista Joan Scott señaló la utilidad de esta categoría para el análisis histórico de las mujeres. La emergencia de la categoría de género permitió evidenciar que determinados roles y comportamientos dados a las mujeres era consecuencia de la cultura y no de la biología.
Es por esto que decir que la categoría de género ha venido a borrar a las mujeres va contra la historia de la teoría y el movimiento feminista que, con la categoría de género, ha logrado evidenciar las múltiples realidades de las mujeres. Realidades que con la categoría de sexo quedaban naturalizadas y borradas en una realidad universalizante dada por la biología.
La crítica de los feminismos a la construcción social del género ha sido a su construcción asimétrica y jerarquizante, no necesariamente a la noción de género en sí misma. No obstante la pregunta de lo que significaría un mundo sin género, y si de hecho esto es deseable y cómo se llega ahí, sigue aún hoy siendo objeto de acalorados debates filosóficos y políticos de los cuales participan las abolicionistas de género.
La segunda de las tergiversaciones que se hace por parte de Álvarez y las feministas críticas de género es que el feminismo queer eliminó la categoría de sexo y promovió un denegacionismo del sexo y de la ciencia. Contrario a esto, la Teoría Queer tomó la categoría de sexo como central en sus análisis, y su punto de ruptura con tradiciones feministas anteriores estuvo en que para el feminismo queer no sólo el género era construido socialmente sino también el sexo.
Lo anterior generó múltiples debates en la filosofía feminista sobre qué era la construcción social del sexo y cómo podría ser entendido eso sin que se tradujera en su desmaterialización. Los trabajos de historiadoras y filósofas feministas de la ciencia como Donna Haraway , Londa Schiebinger, Anne Fausto Sterling, pero también de Paul Preciado, respaldaron la tesis de que el sexo era construido socialmente. Esta construcción era discursiva a partir de los sesgos culturales sexistas, binaristas y heteronormativos de los sujetos que participaban de la actividad científica. Pero también material al evidenciar los mecanismos mediante los cuales el propio cuerpo sexuado es modificado al estar sujeto a las influencias de la cultura como el ejercicio, la dieta, el estilo de vida y las tecnologías médicas.
Reconocer la construcción social del sexo permite comprender que la relación que una sociedad tiene con el cuerpo sexuado está mediada por sistemas culturales, jerarquías y tecnologías. Un ejemplo de construcción social del sexo lo encontramos en las tecnologías hormonales que permiten alterar los ritmos biológicos sexuales de tal forma que las mujeres puedan evitar embarazos. Eso es algo que no estaba antes y que emergió en un determinado momento de la historia de la tecnología y la ciencia y que cambió por completo la subjetividad y relación de las mujeres con su cuerpo.
Pero reconocer que el sexo es construido socialmente no significa que no sea real y que no tenga consecuencias sobre las vidas de las personas. Un ejemplo clásico de una construcción social con fuertes consecuencias sobre la vida de las personas es la del dinero. Esa construcción social rige hoy nuestras vidas en muchos sentidos, y el no tener dinero tiene consecuencias materiales tan fuertes como podría ser el morir de hambre.
El feminismo queer no niega la realidad material del sexo. Lo que niega es que el sexo sea universal, autoevidente, ahistórico, inmutable y sin ningún tipo de mediación. Cuando la Teoría Queer dice que el sexo está construido socialmente quiere hacer ver que las explicaciones científicas y sociales que se han dado del sexo están atravesadas por imaginarios de género jerarquizantes y binarios, así como por culturas materiales.
Es por esto que es falsa la acusación de que el feminismo queer busca borrar la realidad material del sexo y de los cuerpos sexuados . Álvarez y las feministas críticas de género pretenden resucitar una noción de sexo universalizante, autoevidente, ahistórica y despolitizada contra la que se opusieron las feministas en el siglo pasado. Esa que reduce el ser mujer a pura biología al negar el componente cultural de su construcción.
Este desplazamiento retórico a la categoría de sexo como categoría autoevidente, universalista y organizadora de la política feminista por parte de las feministas críticas de género debe entenderse como un desplazamiento que busca generar un candado al reconocimiento de las políticas e identidades trans. Un candado que se construye haciendo de la categoría de sexo una realidad biológica, inmutable, intransitable e incuestionable y colocando a las personas trans y a las leyes de reconocimiento legal de la identidad como presas de un subjetivismo de género que jamás podrá alcanzar la autodeterminación del sexo porque éste es una verdad inmodificable de la naturaleza.
Lo anterior es falso no sólo porque muchas personas trans logran modificar su cuerpo sexuado de múltiples maneras haciendo del sexo algo transitable y modificable sino también porque rastrear la realidad de las mujeres exclusivamente a la categoría de sexo busca promover, una vez más, un discurso que presupone una realidad única compartida entre las mujeres para excluir a las mujeres trans como ajenas a esa realidad. ¿Acaso no el feminismo negro le vino a recordar al feminismo blanco que las mujeres negras no tenían su misma realidad? Podemos decir lo mismo de las mujeres migrantes, las mujeres indígenas y las mujeres trans. Aunque las mujeres tengamos puntos en común en nuestras experiencias no compartimos todas la misma realidad.
Es una trampa transfóbica y reproductivista el desplazamiento de que la realidad que comparten todas las mujeres es la de la reproducción. Y aquí muchas filósofas feministas podrán molestarse porque si la categoría de mujer como sinónimo de hembra causa mucho conflicto es porque el ser mujer es una categoría social que no puede ser explicada por completo con las categorías de la biología. Incluso en el tema de la reproducción las filósofas feministas evitan reducirlo a la pura capacidad gestante, la reproducción también implica la crianza y en ese sentido ni siquiera la reproducción es vivida de la misma forma por todas las mujeres (e incluso hay mujeres trans participando de la crianza).
La eterna pelea entre transfeministas y feministas críticas de género es que para las segundas la única dimensión de poder sobre las mujeres es a causa de la capacidad reproductiva. Para el transfeminismo la reproducción no es la única dimensión de poder que viven las mujeres. Hay más, y no en todas las dimensiones de poder está de por medio la capacidad reproductiva. Nadie pregunta sobre tu capacidad reproductiva cuando te acosan en la calle o cuando te otorgan un menor salario por ser mujer. ¿Que hay un tema de opresión en la reproducción? Sí lo hay, y las mujeres trans no queremos borrar eso. Lo que decimos es que no es la única dimensión de opresión hacia las mujeres, hay otras en las cuales nosotras nos vemos afectadas como la misoginia que deriva en transmisoginia.
Como señala la filósofa feminista Rosi Braidotti vivimos en tiempos paradójicos y con contradicciones. Si bien la tecnocultura y los imaginarios sociales han hecho que las diferencias entre los géneros se estrechen con la moda andrógina y los cuerpos transgenerizados, la otra cara de nuestra sociedad capitalista es que han aumentado brutalmente las diferencias negativas entre los géneros. Diferencias económicas, con la feminización de la precarización y la pobreza, y diferencias en la violencia que viven los géneros. En México diario matan a 10 mujeres. Esta realidad no la podemos, y no la queremos, borrar las mujeres trans. En otras palabras, aunque en nuestras sociedades la diferencia sexual se haya vuelto transitable ésta no se ha disuelto.
Las personas trans podremos transitar pero no borramos ninguna realidad de violencia de género, ni económica, ni simbólica. Al contrario muchas mujeres trans queremos transformar esa realidad y nos oponemos a esa violencia simbólica, física y económica porque también nos afecta al volvernos mujeres.
Vale la pena agregar que este debate impulsado por intelectuales, escritoras y periodistas españolas no toma en consideración que ya hay países en donde ya se dio este avance de las leyes de identidad de género que allá genera tanto debate. Uno de esos países es precisamente México, que tiene ya nueve estados en los que puedes acceder al reconocimiento de la identidad mediante un trámite administrativo. Los temores de los que hablan las españolas no se han realizado. Eso se observa en el hecho de que las mujeres trans no estamos sobre representadas ni en estructuras de gobierno, ni en las academias, ni en las bellas artes. El único lugar donde las mujeres trans están sobrerepresentadas es en los crímenes de odio.
Si la preocupación es que el borramiento fuese a llevar a una sobrerrepresentación de mujeres trans y a una subrepresentación de mujeres cisgénero, esto es estadísticamente falso. En México no ha pasado.
Si hiciéramos una lista de los problemas que más afectan a las mujeres estarían temas como feminicidio, trata, acoso sexual escolar-laboral, doble jornada laboral, subrepresentación política, subrepresentación en la vida económica y académica. Todas estas inequidades no involucran al sujeto trans como una amenaza. No participamos de los mecanismos de opresión que generan esas inequidades, y sí está en nuestra mejor intención el eliminarlos.
Es curioso que de esta realidad no hablen las feministas críticas de género que nos acusan de borrar a las mujeres, y se enfoquen en sobredimensionar de forma escandalosa los contados casos de mujeres trans que han logrado abrirse un camino en los deportes o la política.
Finalmente hay que señalar que en todo este debate de las leyes de identidad de género hay un aspecto colonial. Las intelectuales españolas no se han dado cuenta que no son vanguardia. Hay países donde estas leyes se han aprobado y no pasó nada. El hecho de que la discusión en España y Reino Unido tenga ecos en América Latina muestra el legado colonial que está operando, y la incapacidad de estos sectores ilustrados españoles, al considerarse metrópolis, de querer aprender de lo que pasó en América Latina. La pretensión asimismo de hablar desde la universalidad esconde la historia colonial de la construcción de género en Latinoamérica que estuvo aunada al más grande holocausto de la historia de la humanidad.
Una minoría numérica como las personas trans jamás podremos borrar a una mayoría numérica como la de las mujeres cis. Y jamás ha sido esa la intención de las personas trans, como lo ha querido pintar el feminismo TERF, que desde Janice Raymond nos ve como “drones del patriarcado”. Lamentablemente borrarnos sí es el objetivo político de las feministas críticas de género. Y de paso, en su tarea de borrarnos al eliminar la categoría de género, y reducir todo a la de sexo, están borrando las múltiples realidades de mujeres en todo el mundo.
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Leah Muñoz: Estudiante de Biología, UNAM. Áreas de interés: Historia y Filosofía de la Ciencia. Historia y Filosofía de la Biología del Sexo.