Devenir vieja

Por Erika Bülle

Los estados y etapas del cuerpo en muchas de las ocasiones son pasadas por alto o nos empeñamos en poner atención a solo una de ellas.

Con una precisión desmesurada, el reloj biológico de mi cuerpo marcó a los 45 años cambios notables, mi piel flácida y gorda, ahora con todos sus pliegues, también mostraba resequedad; ligeras escamas se desprendían de mis brazos, la comezón intensa me provocaba laceraciones por el rasquido de mis uñas al dormir, nunca había usado crema corporal, ahora es un hábito.

Al llegar a los 48 años, esa resequedad se apropió de mis entrañas, una vagina sin lubricación, ante la respuesta de la ginecóloga: “está joven aún, pero por sus antecedentes familiares podemos anunciar la premenopausia”. Pensé que esto solo se refería a la próxima ausencia de la menstruación, lo cual confieso me entusiasma. No más sangrados abundantes, no más problemas con el mioma que tengo desde hace años, no más preocupaciones por manchar un sillón ajeno o un pantalón claro. Sin embargo no solo se trata de la ausencia de la menstruación, sino que junto con las irregularidades vino la pérdida de algunos recuerdos, acontecimientos y personas que vivían en mi mente de forma nítida: ahora las olvido con facilidad. Extraños sentimientos de ansiedad llegan por momentos, deseo gritar, caminar, hacer las cosas más rápido. Me gusta lavarme las manos y los dientes con extremada frecuencia, mis articulaciones rechinan un poco, y esa gran ola de calor que aparece sin avisar, me quema y hace evidente que algo pasa con mi cuerpo. Pero las ganas de amar y ser amada no han desaparecido.

Me emociono con facilidad y lloro constantemente, atravieso depresiones sin justificación y las disfruto, disfruto de los momentos de madurez que la cercanía con la vejez me han dado, disfruto de mis canas plateadas que cubren casi toda mi cabeza, disfruto de las nuevas arrugas que aparecen en mi rostro, de cada lágrima que me sale por la felicidad o la tristeza de de alguna noticia que me conmueve.

Aún así no dejo de pensar, en unos pocos años ¿qué va a pasar conmigo?, cuando tenga 60 años y no solo el cuerpo anuncie mi vejez, sino también el rechazo social con el que tendré que enfrentarme. A diario debo ganar una batalla contra la discriminación a mi cuerpo gordo, ¿ahora vendrá una segunda batalla?, me es imposible no pensar en la cantidad de viejos con los que me encuentro cuando voy al supermercado, aquellos que deberían estar gozando de una pensión que el sistema les negó, ¿serán profesionistas? ¿a cuántas personas habrán cuidado? ¿qué experiencias valiosas tendrán por compartir? ¿serán empacadores para “sentirse útiles”? como si la palabra vejez fuera sinónimo de inutilidad, han quedado desatendidos y el sistema los ha dejado a la mano de la sociedad civil. Nuestros pesos son su sueldo, el supermercado no les ofrece ningún tipo de prestación, no hay seguro médico, ni aguinaldo, ni vacaciones pagadas; el despiadado capitalismo en el que vivimos ha decidido explotar a estos cuerpos, mano de obra gratuita, mano de obra de desecho. ¿A cuántos viejos exitosos conozco? Afortunadamente a muchos, sin embargo no son suficientes.

Sí, es verdad, parece una visión fatalista de la realidad, pero cuál será mi destino, el destino de mi pareja, el destino de mis amigos, en una sociedad donde el ser viejo no es sinónimo de sabiduría, ni de maestría sino por el contrario, la vejez es experimentada en nuestro país como un proceso del cuerpo que nunca debió suceder, aunque portemos el orgullo de serlo.

Erika Bülle. Nació el 9 de junio de 1969 en la Ciudad de México. Actualmente estudia en la UNAM, Doctorado en Artes y Diseño en el área de performance. Trabaja sobre la problemática de los cuerpos gordos, obesos y con sobre peso en México, y la discriminación hacia esta disidencia. Tiene 25 años de experiencia en el arte de performance. Fue miembro del grupo SEMEFO desde 1990.

Link de página personal: http://erikabulleperformer.blogspot.mx

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