Cuerpxs piratas

imágen por Eva Rinaldi
imágen por Eva Rinaldi

Por Jorge Arroyo

El cuerpo se me desbordó cuando me diagnosticaron con VIH. El primer movimiento que rompió su frontera fue el que sentí con las palabras del médico, cayendo pesadas por dentro hasta hacer un agujero debajo de mí. Luego otro, por donde chorrearon mis planes a futuro, mis expectativas de la sexualidad y del amor, la imagen vieja de mí. Afortunadamente esa fuga duró poco.

     Al contrario, me encontré con materia nueva que antes no formaba parte de mi contenido. Una miriada de entes ni vivos ni muertos medrando a mi costa, y toda una serie de químicos inertes apuntalando un equilibrio precario. Lo que me contiene es ahora una especie de cyborg poblado de artilugios nanotecnológicos que se ríen de la idea de naturaleza, de organismo, de lo que sea que signifique estar vivo. Si le llamo cuerpo es por conveniencia, cada segundo de su mecánica niega la misma noción de qué puede ser un cuerpo. El conjunto es un prodigio de la era farmacopornográfica, sinergia que está más atada que nunca al mecanismo de sujeción que le permite continuar en existencia. Llevo ya casi cuatro años aprendiendo de los movimientos de ese espacio dinámico que antes era un organismo bien portado, normalizado, gobernable.

     También se me desdibujó el límite del individuo, del cuerpo no compartido al tener en herencia común una condición fisiológica compartida con millones de personas y cuerpxs. Cuerpxs que viven poco y se enteran tarde de la pugna en su interior; y cuerpxs que hicieron oídos sordos. Cuerpxs que buscan el suicidio con una muerte hedonista, con una muerte light. Cuerpos que se avergüenzan de sí y mandan a las cuerpas de sus parejas por los medicamentos que, por su causa, ambos deben de tomar. Cuerpxs que buscaron un estatus virológico como postura política. Cuerpxs precarizadxs, en pobreza extrema, desechables; o cuerpxs ricxs famosxs que compran antirretrovirales en el mercado negro, para no caer en el escarnio público. Cuerpxs que huyen a la culpa y la religión, o bien al carpe diem. Cuerpxs vírgenes, cuerpxs libidinales, cuerpxs donde ningún sexo o género ha sido escrito aún. El mio, aunque contenido en una forma finita y catalogada como hombre, ha tendido miles de hilos entre muchxs otrxs cuerpxs y vidas y depende de ellos. La infinidad por dentro y por fuera, he devenido muchxs seres en mi carne.

     No sólo mi cuerpo vivido es diferente. Las muchas imágenes que socialmente ya tenía se han multiplicado al entrecruzarse con la carga ideológica de la seropositividad. Como si el hueco por donde ha entrado el virus (boca, vagina, ano, cordón umbilical o el pequeñísimo orificio de una aguja) fuera una ventana a nuestra forma moral, a nuestras costumbres y deseos, a nuestra valía. Las huellas de un estigma. Mis amigxs y familiares ahora se asoman por ese agujero y ven algo lastimero, o “valiente”, o frágil, dependiendo del día y de su estado de ánimo o qué sé yo. Me asumen conocedor del catálogo de enfermedades venéreas del animal humano, y me piden tratamiento. Incluso creen poder ver mi fecha de caducidad, el umbral en el que el movimiento de mis componentes cambie su sentido y empiece el decaimiento llamado muerte. Peor aún, por esa mirilla no sólo entran las miradas, sino salen las pestes, y debemos de ser contenidxs, vigiladxs, sometidxs necesariamente a una prescripción espacial (aunque se nos levantaran otras trabas por nuestra interseccionalidad, aún no podríamos habitar cualquier espacio), médico-biológica, política. Reconozco que como varón homosexual no me ha tocado la peor parte, pero ese campo social conlleva otros prejuicios e ideologías, desde el rechazo hasta el ser fetichizado. Por algo el VIH suele ser una condición que muchxs deciden vivir de forma privada.

     Con suerte, en una inversión de las circunstancias abrir mis fugas las ha resanado; al mismo tiempo me he vuelto todo fuga. Sobre todo, lo que hago fluir al escribir esto es un testimonio, uno entre tantos que pasan desapercibidos entre todas las personas que vivimos con VIH. Si bien respeto la decisión de cada persona de cómo vivir su condición serológica, la mía es el hacerlo de forma abierta. Hay una diferencia entre lo secreto y lo privado, y para mí el vivir con el virus es parte de lo segundo. Pero el hacer que ese aspecto también se desborde puede servir para tender aún más lazos que los que subrepticiamente me conectan con otrxs. Me permite luchar por la defensa de mi persona, de los derechos de acceder a la salud, a un empleo y una vida digna sin ser discriminado, y si puedo hacerlo por mí mismo entonces puedo hacerlo por lxs demás., y ellxs por mí. Coordinar el nosotros oculto en mi forma con los que van por caudales paralelos. En la corriente social me he vuelto barco cargado de polizones, cuerpo pirata, múltiple y caótico. Es hora de hacer armada.

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Jorge Arroyo. Estudiante de lingüística. Le interesa el lenguaje en lo apelativo y expresivo tanto como al referir de las cosas de este mundo; ya que también le gusta pensar en otrxs mundxs lee ciencia ficción. A veces también hace poesía.
https://www.facebook.com/maqlishi

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