Cinco chaquetas mentales sobre onanismo

Por César Cortés Vega

Intro… 

El orden del pensamiento común da vuelcos con velocidad inusitada. Doy un ejemplo. Para contrariedad de los conservadores escondidos detrás del buenaondismo internacional de hoy, corre un rumor que podría ser trascendental para su existencia, si la lentitud moral no cerrara los ojos de los peones que la sustentan; se dice que la penetración anal ayuda a resolver los problemas de próstata. Si bien una cosa así parece ser publicidad para mandar a tomar por culo a todo el mundo, en cuanto a «natura» se refiere, nos encontraríamos frente a un descubrimiento médico que podría salvar miles de vidas. Se trata, sin duda, de un problema espiritual inagotable, pues obligaría a colocar la discusión en un territorio de confrontación de ideas bien interesante: o se sostiene el mito de que el placer no puede a la vez ser placebo, o se olvidan las inconveniencias respecto a la idea de que la mierda es mala, así como todo lo que tenga que ver con ella, y se decide por darle un buen masaje al órgano interno con algún objeto que por muy fálico que pareciera, tendría ante todo el carácter de un medicamento preventivo. El anterior, como muchos otros, es un clásico dilema de definiciones y usos culturales de los signos. Si es cierto que no podemos ocultarnos siempre tras la ambigüedad detrás de todo lo que nos sustenta, tampoco vamos a creer en las idioteces heredadas, por mucho que hayan sido mantenidas por cientos de generaciones. Al fin y al cabo, ¿no estamos hablando de un orificio y de un fetiche cultural que lo penetra? Un cup cake en la boca de un hermoso y lascivo ser –agreguémosle a la imagen unos tatuajes en las manos, embarrados de crema pastelera azul– puede parecer lo mismo. Una uña con cerilla, el placer del palillo en la encía o lo que se les antoje que tenga que ver con una cosa entrando en otra que deja entrar.

     Así  pues, mantenerse en una ambigüedad suspicaz, siempre será cruel para espíritus definitorios, pero a nosotros nos ahorrará tiempo frente a las ciencias que avanzan a pasos caracólicos.

    Lo que quiero decir en este breve texto a través de cinco ángulos es una idea que si se le piensa con calma, es bien común: más allá de nuestro ánimo moral, el orgasmo sucede. Por eso hay que advertir antes que sostengo que quienes no descreen de su propio pensamiento gracias a que bloquean la sencilla idea de que éste está regulado por una cantidad indeterminable de sucesos micro-históricos que hacen la conciencia de una época, y las proporciones de su emergencia, forman parte de un linaje distinto al mío. Así pues, hoy me rehúso a perder tiempo en convencerlos de manera directa. Una vida no bastaría para modificar los dos milímetros de poder cerebral que han conseguido mediante la necedad y el respeto a su propia genealogía. En todo caso una provocación como esta, tiene su parte clara (la oscura es que si chingas demasiado, no tendrás participación en el circuito de poder que se hace de silencios y complicidades fraudulentas). Si bien la argumentación en un desafío retórico puede llegar a ser pobre, de plática de café y berrinchazos nefastos, lo que establece es un sistema de perspectivas definidas a través de las cuales los campos se negocian por una estrategia emocional que fuerza posiciones. Los energúmenos microcefálicos de Pro-vida y sus arengas furiosas son un ejemplo: en tanto más los provoquemos, más asomarán la cabeza, y más fácil será declarar que siguen ahí, que por mucho que se disfracen de liberales, continúan operando bajo lógicas similares a las de sus predecesores históricos. Y es que hay que tener desconfianza cuando no los vemos, porque no por ello habrán desaparecido, y quién sabe qué necedades estarán planeando así en lo oscuro.

Entonces:

Chaqueta mental 1: Ipanema y Copacabana

Así el origen, una parte de este texto lo escribí de regreso de Brasil.  Y, entonces, específicamente hablo de las playas de Copacabana e Ipanema. Yo había elaborado la idea de que el paraíso estaba en las playas desiertas, cerca de la relación especular que a muchos nos hace pensar en que fuera del «mundanal ruido» se encuentra el espacio que nos salvará de la incongruencia racionalista que nos hace vivir en ciudades cada vez más estúpidas, ofrecidas a las instancias mediocres del capital y sus sabuesos. Sin embargo, las playas de Brasil son distintas y alucinantes, en lo que cabe de conciencia operativa del presente; nunca vi tantos cuerpos hermosos, tantas nalgas y senos presentes en su cotidianidad. Inundado todo de seres humanos, yo sencillamente estaba ahí como un espectador, incluido en su diferencia, o quizá, en su indiferencia latinoamericana. Y frente a todos esos cuerpos, inhibido en mi silencio, la cosa era imaginar, imaginándonos, en una estructura de poder fabulosa que no implementara la sexualidad fincada en un preconcepto de lo que debe ser, sino en una especie de orgía de miradas asumida desde la ambigüedad. La vocación del sexo en potencia. Belleza primigenia; todo comienza en la imaginación, y quien no lo considere así es un poco idiota.

  Hermosos cuerpos masculinos, y no tanto. Un hombre acariciándose la verga mientras veía a un adolescente de pelo brillante. Nunca nada, sino pura especulación. Mujeres de nalgas inconmensurables danzando su estrategia culilínea frente a ti. Quiero decir; toda esa gente contoneando ese cuerpo extraordinario en su diferencia. Una sexualidad incorporada al cotidiano. Por eso, la ambigüedad a la que me refiero arriba es apenas una manera de nombrar lo innominado: ahí el pensamiento conservador no puede hacer nada, porque no entiende. Ya sea en la oscuridad del bosque, o en la luminosidad de la playa, los ritos silenciosos seguirán cumpliéndose, una y otra vez donde la masturbación no se diferencia, porque está presente todo el tiempo en la base de los sentidos, invisible para quien no tiene ojos conceptuales para verla, y plena para quien sin nombrarla, la comprende.

Chaqueta mental 2: las cuentas de vidrio

Una especie de paraíso hereje: ignorantes acerca de las bellezas de una moral hecha de cuentas de vidrio, intercambiamos todo. Sin embargo, ¿qué tienen de malo las cuantas de vidrio que en sí son hermosas, lejanas siempre a la especulación del mercado decadente?: permiten la difusión lumínica del sol, hacen de los colores una experiencia ambigua del presente, nos hermanan con la luz… No así las cuentas de una economía regulada por la carencia promulgada hace siglos por el cristianismo y su experiencia heredada del vacío y la culpa. Cambiar cuentas de vidrio por joyas verdaderas, hace más incautos a quienes ya están dentro de un sistema de intercambio siniestro, y en ese sentido, yo seguiría condenando su engaño. Sin embargo, los sentidos pueden muy bien no ser burlados: ¿han colocado la mirada frente a un prisma de pedrería luego de haberse fumado un porro? Ninguna experiencia se le iguala, porque lo que entendemos ahí es inconmensurable. La luz se fragmenta y señala así espacios coincidentes, una geometría que si midiésemos dejaría de ser azarosa. Y el mapa mental que posibilita, dice complejidades poéticas, dice palabras radicalizadas por las sombras, dice sentido de vida más allá de un utilitarismo cruel y chato.

Chaqueta mental 3: The Presets

El tiempo no existe, babanclas inmemoriosos. Existe, sí, una definición del tiempo que predetermina nuestros movimientos. Yo hoy tengo quince años, pero podría tener menos o más. Hoy tengo diez o treinta. ¿Importa? Sí, para ánimos convencionales. Pero hay que hacer ahora una salvedad: sin mentir, escribo esto en el aire, de regreso a la Ciudad de México. He bebido más wiskys de los que a la aerolínea le convendría. Y qué voy a decir, sino la verdad; escucho a los Presets, un grupo ya viejo, pero que sigue siendo parte de mi relato de vida. Sin embargo, allá de nuestra historia personal, hay algo que  nos mantiene fuera de las estructuras. The Presets, son ahora para mí más que cualquier cosa realizada por la cultura. Pero no soy su fan. Es decir, no puedo recordar ni uno sólo de los álbumes que han grabado, y difícilmente me he aprendido el título de alguna de sus mezclas. Apenas bailo cada que los escucho, incautamente pero recibiendo un cierto tipo de energía que no se consume sino en la consecución de sí misma. Aquello que limpia la presencia, en un preset, concibe un futuro distinto… Un futuro que tiene su propio «futuro»; es decir, una conciencia de sí. Futuro con una estructura in-moral. Se ama a sí mismo, y por ello no conviene a ningún vaticinio. Ese futuro, por ejemplo, extermina la tontería porno: no tiene momento para el placer diferido. Es como una canción así, que por supuesto es producto de la cultura pop, y que sin embargo puede colar a través de los elementos que la propia estructura le brindó un memento radical, sin redención ni ánimo salvador, con una buena dosis de lo que parecerá cinismo, pero que apenas es revisión de los nuevos lugares comunes de la cultura, su rodeo, su pasar de ello por medio del baile y la hinchazón.

Chaqueta mental 4: Phillip José Framer y «La imagen de la bestia»

El detective Childe se viene, literalmente, en el momento menos esperado. Una cosa que me fascinó, pues en el evento narrativo, recordé que Bataille relataba algo parecido en su Historia del ojo; un tipo que se corría a la menor provocación, sin tacto ninguno, sin otro estímulo salvo el de la inconsciencia. Entonces, grandes chorros de semen brotaban en medio de las situaciones menos provocativas. Cuando leí el libro, no antes de una edad infantil que me hacía pensar estas cosas como si estuviera hipnotizado, me pareció que era ese el mayor recurso que ubicaba a la novela como género de ciencia ficción:

Abrió los cajones, con la esperanza de encontrar alguna ropa que ponerse. Antes de que pudiera examinar el primero, se vio estremecido por otro orgasmo epiléptico y eyaculó sobre las ropas colgadas en su interior. Había un lavabo que utilizó para lavarse los genitales, la cara y las manos. Bebió varios vasos de agua y regresó al buró. Había algunas camisetas y unos shorts de gimnasia. Encontró unos que eran casi de su talla y se los puso. Entonces se le ocurrió pensar que pronto tendría otro orgasmo y que no resultaría nada cómodo con los shorts empapados de esperma. Se resignó a dejarse la polla fuera del short, aunque se sentía ridículo. Ridículo que constató al mirarse al espejo. Un caballero andante con una frágil y rechoncha lanza. ¡Valiente caballero andante! ¡Valiente detective! ¡Un detective privado que se había vuelto público!

  Como buen escritor salido de los movimientos underground de los setentas, Framer es uno de los primeros autores que mezclan en sus novelas ciencia ficción, suspense y sexo explícito. En el caso de su personaje Childe, en La imagen de la bestia, el conflicto se evidencia entre la estructura de la ley y el carácter de monje a su servicio que tiene todo detective, y lo pagana que resulta la gratuidad de su orgasmo sobre los cadáveres que investiga.

Chaqueta mental 5: las chaquetas mentales

La idea común en México: chaqueta mental es una de esas estrategias rápidas para inhabilitar los embates reflexivos de alguien que intenta ganar –o recuperar– poder discursivo frente a los otros. Todo depende, también, del lugar en donde se sitúe el que utiliza la frase para desde ahí equilibrar su peso al lado de las acciones y las cosas que alguien más dice sobre ellas.

  Pienso, sin embargo, que el límite entre acción y pensamiento no es definitivo. Que aquella frase latina res non verba (algo así como «el que hace no dice») es poco certera. Eso porque se puede hacer con unas ganas tan estériles que al final se termine no haciendo nada significativo o, también planificar discursos a la vez que se juega a la posibilidad de error en la acción. Un hacer es finalmente una consecución de resultados que además de ser concretos, representan modelos que de no estar sustentados por ideales específicos, no serían útiles ni a nivel teórico, ni a nivel práctico. Las ideas, incluso, son un hacer simbólico, una configuración imaginaria de supuestos. Se hace como se dice y se dice como se hace.

  No es una acción  en el espacio lo que representa una transformación, sino la idea que es capaz de operar a través de ella. Por eso una acción es más la transformación de figuraciones que la realización de una cosa que puedas palpar. Incluso en el trabajo meramente utilitario, lo que está en juego no es la practicidad manifiesta, sino una serie de intercambios que pueden pasar desapercibidos, sí, pero que representan formas meramente ideales de realidad.

  Lo que puede ponerse a discusión es si eso que se imagina sobre un hacer concreto tiene o no sentido, que visto desde cierto ángulo le parezca bueno o no a quien lo contempla. Por eso lo que me parece sustancial no es si se hace o si se dice, sino la posición que ocupa quien, como todo actor que configura realidades a través del discurso activo, afecta el entorno en el que vive. Para decirlo en otras palabras bien comunes: cuáles son los ideales que representa la chaqueta y su sucesivo orgasmo. A quien, o a qué encarna –dado que toda cultura es una entidad dinámica de herencias creativas de distinta procedencia–por medio de su hacer-decir en acto. Qué placeres más allá del tiempo intenta reproducir una y otra vez.

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