por Pola RG
Categoría: #4 Rojo
Una mujer de rojo
por Una Pardo Ibarra
Ficha técnica:
Título: Una mujer de rojo.
Performance. Duración: 5 días, 5 horas al día.
Año: 13 al 17 de Agosto de 2012.
Descripción:
Acción realizada dentro de una pequeña vitrina, durante 5 días, 5 horas al día. En las que exponía públicamente mi cuerpo menstruante, confrontándolo con una selección de 20 fotogramas de películas realizadas entre 1939 y el 2012, dispuestas como estampas debajo de la vitrina para ser tomadas por lxs visitantes. En dicha selección de películas, lx mujer es asociada al color rojo como símbolo de sensualidad, belleza y feminidad, determinando y reproduciendo construcciones de subjetividad femenina que se entienden como un deber ser. Así el performance quiso exponer un proceso fisiológico que es invisibilizado en las producciones mediáticas, incluso en los comerciales de productos higiénicos para la menstruación. Sin embargo la acción no pretende lanzar una lectura esencialista sobre la mujer y la menstruación, como si esta última se tratara de un determinante biológico.
(Un)Conscious Deformation
por Nina Falk
Nina Falk
Artista de origen sueco, actualmente vive en Edinburgh en donde trabaja con el colectivo de textiles contemporáneos Kalopsia.
Ha estudiado moda y confección en Estocolmo, Inglaterra y Japón. Es maestra en Teoría del arte contemporáneo por el Edinburgh College of Art.
Nunca serás mujer – Effy Beth
“Aunque vos te sientas mujer, te crezcan tetas, tomes hormonas, te operes los genitales, nunca serás mujer porque no menstruas ni sabes lo que eso significa”
La cita anterior es una descalificación transfóbica con la que una persona pretendió negar la identidad de género de la artista argentina Elizabeth Mia Chorubczyk , también conocida como Effýmia, y que la llevó a realizar la obra Nunca serás mujer que aquí les presentamos.
A manera de acto ritual, la artista realizó en un año 13 performances, representando sus menstruaciones. En cada performance refiere a experiencias que la han afectado en su devenir mujer, muchas de ellas relativas a la violencia machista a la que cotidianamente se enfrenta:
«En Abril del 2010 inicié el tratamiento de reasignación hormonal. Desde entonces mi cuerpo suministra la misma cantidad de hormonas que una mujer nacida con genitales femeninos.
En Abril del 2011, exactamente un año después, extraigo de mi cuerpo toda la sangre que debería haber menstruado desde entonces, es decir, la misma cantidad de sangre que pierde por año la mujer que menstrua (1/2 litro aproximadamente).
Reparto la sangre en 13 dosis representando las 13 menstruaciones desde abril del 2010 a abril del 2011, y realizo con cada una de ellas una serie de acciones relacionada con lo que viví cada mes respecto a la construcción de mi identidad de género.»
Para ver la documentación completa de las acciones visita: http://nuncaserasmujer.blogspot.mx/
Temas y Variaciones. Vidas disidentes
por Miroslava Tovar y Jorge Gómez del Campo
Los sistemas que nos prometían libertad, que nos ofrecían nuevos placeres y afinidades, identidades parciales – esperanza – están siempre ya infectados con el deseo alienado y la violencia del capitalismo posmoderno. Este ensayo video-collage en 4 tiempos es una exploración de una vida disidente adentro de los límites y posibilidades de estas estructuras incompletas y promesas superficiales. Hemos llegado al entendimiento que la ruptura es la única herramienta con la cual se puede deconstruir la ruptura misma: hay esperanza en el glitch.
ROJO SANGRE.ENTRAÑA.SEXO.DOLOR.DESEO.PODER.Y.MISTERIO
Por Liliana Ang
Roja es la sangre y la víscera: lo interno, lo informe, lo vivo. Tal vez porque representa la vida (el corazón que late) es también uno de los colores del sexo. Rojo es el erotismo y la excitación. Los labios del deseo son rojos. En Historia de O., a O. le maquillan los pezones y la vulva de color rojo intenso como preparación para el sexo. Rojo es también el color de la menstruación, el acto biológico que para la mayoría de la sociedad sigue siendo tabú en el siglo XXI. Por esto, es un color que esconde. Algo secreto reside en el rojo, y tiene que ver con el poder. No estoy hablando del ‘poder femenino de engendrar vida’, sino de otro, más oscuro y retorcido.
Carrie, la novela de 1974 de Stephen King, inicia con una escena de mucha tensión en torno a la menstruación de la protagonista. A partir de ese punto, Carrie descubre y aprende a controlar su poder: la telequinesia. La sangre es una metáfora del poder oscuro que permite a la protagonista destruir un pueblo entero. El libro inicia y termina con baños de sangre, menstruación el primero y sangre de cerdo el segundo. La telequinesia y el rojo de la sangre son símbolos de un poder secreto, con un potencial destructivo único.
Las cuatro pinturas que aquí presento contienen elementos de color rojo, como la sangre o el maquillaje. Pero en todas sucede algo más. Hay un secreto latente que se esconde tras el maquillaje de ‘la dolorosa’, en el encuadre cortado de las sangrantes y tras las cortinas que descubren apenas un fragmento de una escena incierta. Ese misterio es un eco del poder secreto del rojo, y es ahí donde reside el poder de las escenas representadas.
En mi manera de entender el mundo como en mi pintura, mis referentes son diversos aspectos de lo femenino. El rojo es uno de los colores más simbólicos y expresivos, al tener vínculos con la excitación y el sexo, las vísceras, la sangre y el dolor y con el poder de lo secreto y del misterio. Tiene mucho más cuerpo que su tono apastelado, el rosa, el color considerado como femenino por antonomasia en nuestra sociedad y adorado por casi todas las niñas. Tal vez si tuviera que elegir un color para representar la feminidad sería el rojo. Acaso el rojo en realidad no es otra cosa que un rosa que ha crecido y que ha madurado; y que contiene simbólicamente dolor, deseo, entrañas, secreto y poder.
La Memoria también usa taco aguja (Elogio del Travesti)
Por Héctor Acuña
Intro
El contexto corre el telón: inicios de los años noventa, el país convulsionado por la guerra civil interna, las huestes de Sendero Luminoso y del MRTA por fin llegaron al punto central, asolando la Capital. Coches bomba, toque de queda, leva; la ciudadanía y el ejercicio de libertad en crisis. Y, sin embargo, H la vio por primera vez en una fiesta under en Pueblo Libre (I saw her standing there cantaría Tiffany versionando a The Beatles) con una minifalda de cuero negro y el pelo mediano estilo carré – aquella imagen fue crucial para reactivar el travestismo incipiente que practicaba secretamente en su infancia.
Segundo Acto
Él/ella maquillándose meticulosamente, sentada en el asiento del copiloto ante un espejito de mano en el carro de la Duda Bermejo (a quien le debo un post aparte, ¡¡¡cómo no!!!) Su itinerario siempre era el mismo: llegar ya vestida o terminar de ataviarse en el carro de la Duda a una cuadra de la No Helden o de cualquier fiestucha new wave de fin de semana. Su entrance ocurría siempre pasada la medianoche. Era la norma. Celebrado, vilipendiado, ovacionado, sexualizado pero jamás ignorado. Se llamaba Giuseppe Campuzano y para lograr tener su amistad – debo confesar – me costó mucho, muchísimo trabajo, pero lo logré. La terquedad y decisión las heredé de él.
Tercer Acto
H empieza un laborioso, largo y asombroso proceso de aprendizaje redescubriendo una práctica considerada marginal y hasta peligrosa en aquellos tiempos de guerra. El viaje transgénero se iniciaba, ya no había posibilidad de retorno: el travestirse como acto subversivo per se, el usar el propio cuerpo como artefacto de combate, entablar la lucha social desde tu propia marginalidad corpo-sexual, la desfachatez como consigna, el glamour como arma homicida. No teníamos ni puta idea de lo queer y fuimos lo más queer que produjo esta ciudad. Éramos un puñado de mariKas contra subversivas enarbolando la bandera libertaria desde un narcisismo extremista y compulsivo.
Legado Trans
Giuseppe estudiaba filosofía, era adicto a la lectura, música, cine, moda y siempre estaba atento ante cualquier impostura o torcedura histórica o artística que gustaba contarme como si fuera el último chisme que dejó el fin de semana. Aprendí de ella cosas tan disímiles: desde desarrollar la agilidad mental, la agudeza estética, la tradición ancestral travesti y algo de crítica filosófica de tocador, hasta trazar un buen delineado, pegarse correctamente las pestañas postizas y calzar con exactitud matemática un corsé y tacos aguja. Era mi modelo perverso a seguir y estoy profundamente agradecido por el lujo de tener su amistad.
Iniciamos nuestras correrías desenfrenadas y etéreas en una ciudad catástrofe, con nuestra conchudez como escudo y signo, visitas frecuentes al cine club a ver films de culto, lecturas camp obligatorias (Sarduy, Copi, Puig), colección de vestuario y accesorios cada vez más brutales, intervenciones en galerías de arte, un vampirismo sexual incontenible, experimentación con drogas, tertulias interminables sazonadas con alucinógenos, diseño de tours underground, contra-culturales y sexuales que tratábamos de cumplir a como diera lugar.
Outro
Muchxs podrán ufanarse de haberlo conocido o escribirse con él, de haber leído su maravilloso libro Museo Travesti del Perú o haber visitado sus exposiciones dentro y fuera del país,; pero H sí puede ufanarse de haber disfrutado de su amistad, respeto y cariño – a pesar de todos los inconvenientes, venenos y peleas de mariKas, H te extraña y atesora lo mejor y lo peor de una travesía trasvestista que iniciamos casi juntxs.
Publicado originalmente el 13 Septiembre 2013 en http://serabyecto.lamula.pe
Las bocas de las serpientes y el abismo
Por César Cortés Vega
1.- En los labios de una de las bocas abiertas de la ciudad, escribo esto. No se trata de una plaza, en el sentido estricto, aunque se le parezca un poco. Quizá justo porque se encuentra al lado de un espacio que sí lo es: tantas veces negado y redimido, el centro de un territorio que perdemos poco a poco, sin que sepamos muy bien qué hacer frente a ello. Y justo a su lado, donde me encuentro, las ruinas desactivadas de una cultura que parece sernos ya ajena. Yo, habitando la orilla de las fauces, de su despliegue. Y, mi voluntad de observador dice mucho acerca de esa incapacidad que nos limita frente a ambos espacios. Porque, ¿esta displicencia en las orillas del desastre, no es horror y a la vez deseo ante la incongruencia sacrificial? Alrededor del tragadero de un animal observamos las calamidades del pasado y del futuro. Nos indignamos frente a sus consecuencias, y sin embargo continuamos observando como si no nos afectara del todo, como si aquel llamado no fuera para nosotros. Sin embargo, hay un deseo parcialmente cumplido cuando advertimos la calamidad en el cuerpo de alguien más en el presente. De ahí nuestra verdadera preocupación.
La plaza es el espacio sociopolítico en el que se señala la conjura contra los cuerpos, su extremo en términos de representación. Por eso, en el centro de ella se induce siempre el recuerdo del origen: un grupo de hombres que lleva el lábaro patrio, para volverlo a erguir todos los días. Marcialmente y sin amor, obligados por sus condiciones de precariedad, revivifican el mito puntualmente. Y luego todo lo demás; pistas de hielo para que el pueblo se divierta; espectáculos basura de cantantes oligofrénicos y una constante cancelación de los deseos subjetivos en una homogenización de la cultura. Las banderas vaciadas de sentido, hondeando. Una plaza es una amenaza reservada para los momentos ejemplares de la ejecución. Ahí es repetido el símbolo de la guerra clausurada, lugar en el que se administra la muerte para ser vista por los observadores, que reservan su derecho vital a mantenerse ajenos a la confrontación. Por supuesto, la plaza se ha des-plazado hacia otros espacios. La televisión se encarga, como ningún otro medio, de su sublimación. El escenario donde se encuentra el actor o cantante; su historia de esfuerzo; su desarrollo para llegar a ocupar el centro; los televidentes que lo avalan; los jueces y los aplausos, etc. Todo tiene también detrás la disputa clausurada por medio de las ingenuas disposiciones de una «paz» mantenida en la relación consanguínea entre ingenuidad y evolucionismo tautológico. Y el deseo, ahí, también cancelado. Lapidado, además, pues en América muchas plazas sepultan otras.
Se dice que las fauces son el principio colorido del deseo, y a la vez del terror. En la no-plaza ocurre, de manera silenciosa, lo contrario. Si uno se concentra lo suficiente, lo verá. Se trata de un impulso frente al abismo que no es explicable en términos de racionalidad consecuente. Por ejemplo, yo ahora observo desde el balcón de un café, el espacio vacío de este hueco entre los edificios, dentro del cual hay ruinas prehispánicas; una ciudad sagrada entera que ha sido saqueada y que frente a nosotros parece ser tan sólo un museo. Sin embargo, a nuestro alrededor todo indica que aquellos vestigios aún tienen una fuerza atractiva, algo que nos incita a la pérdida de la paciencia. Y habrá muchas explicaciones distintas para ello. A mí se me antoja hablar de una que he leído hace tiempo en un breve relato de Edgar Allan Poe, llamado El demonio de la perversidad, en el que el autor señala lo inexplicable, la prima mobilia de ciertos impulsos irracionales:
Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos. En lenta graduación, nuestro malestar y nuestro vértigo se confunden en una nube de sentimientos inefables
Aquello que es innombrable ocurre en una frontera que divide las cosas simples de su complejidad. Una energía emitida por el deseo de preservación hace de lo conocido, territorio ambiguo. No hay significados radicales sino en el equilibrio que nos incita a atenernos a lo habitual. Sin embargo, hay un móvil que no es dictado por la razón –aunque el concepto “razón” sea apenas un eufemismo para ordenar los cabos sueltos de un caos no reconocido a cabalidad–. Según las normas morales de un orden que se afana en ella, a este móvil oscuro se le puede llamar perversión. Posiblemente también; deseo de ser engullido, pero también arrojo.
2.- Hay una extraña entrada en el Diccionario de los Símbolos de Chevalier y Gheerbrant que me veo obligado a comunicar acá, por generosas razones:
La palabra gola (latín gula) lo resume admirablemente: a la vez agresiva y ávida, macho y hembra, ya que muerde y engulle, la gola simboliza por su doble valencia la libido no diferenciada; por esta razón aparece a menudo en los sueños infantiles. Conocida es la universal atracción que sienten los niños al color rojo.
No más referencias, porque se sugiere que se habla de algún tipo particular de serpiente, y luego el texto le deja a uno en el vacío. En francés el plural de gueule que significa garganta, es gueules que designa al color rojo. Según el Diccionario Crítico Etimológico de Joan Corominas, todo deriva de la costumbre por emplear pedazos de piel de la garganta de la marta para decorar el cuello de los mantos. Es posible que de ahí se derive la voz que denomina el adorno colocado alrededor de pescuezos de mujeres y hombres en el siglo XVI, y que luego nombraría el pedazo de la armadura que servía para proteger la garganta de los guerreros. Sin embargo, las palabras de Chevalier intrigan. ¿No son esos los principales alicientes para continuar una búsqueda cada vez más definida? Se dice que la palabra remite a la coloración de las fauces de un animal al engullir a su presa. Y es probable así que, en los confines de dicha ambigüedad, el terror se presente como invitación en los términos de una negatividad seductora.
Gules es el nombre que se le da al color rojo en heráldica. Sin embargo, la referencia de Chevalier probablemente sea tomada del escudo de los Visconti, en el que se muestra una serpiente engullendo a un niño. Muchas leyendas alrededor del origen de dicho símbolo: una de ellas es que la serpiente representa protección.
No me siento en la obligación de decir que esto es mero encantamiento de relaciones. Lo diré de cualquier manera: seducción especulativa que la escritura desarrolla, como una especie de hipnosis frente al posible lector. Y digo esto porque reviso algunas imágenes encontradas en el Templo Mayor, la boca abierta a la que me refiero, la no-plaza que me incita a la curiosidad. La entrada del templo de Ehécatl, que en sí mismo es una serpiente enrollada, es la representación de sus fauces. Ehécatl, entidad del viento, cambia los designios de los guerreros, ayuda a los entes de la lluvia, es el aliento de los seres vivos… Y basta de forzar relaciones.
Dos espacios intuitivos, en todo caso. La clausura del ánimo en la plaza fundada, y el vértigo frente al abismo en las fauces de la no-plaza. Ante ello nos debatimos. Habrá que decir una última cosa. Para la cultura mexica, el ser engullido por una serpiente simbolizaba un estadio superior de conciencia. Una condición guerrera.
Un testimonio desde la zona roja de Monterrey
Por Denise Alamillo
Sandra es una mujer transexual, guapa, con una imagen muy cuidada, extrovertida. Se dedica al trabajo sexual y a cortar el cabello. Cuando habla de sus sueños, suaviza su tono de voz y sonríe, pero cuando se refiere al futuro, se le cortan las palabras y refleja incertidumbre. Colabora en una asociación civil pro diversidad sexual, en la que gusta de repartir condones y generar convivencia entre la comunidad transexual del norte del país.
P.- ¿Cómo ha sido tu vida en Monterrey?
R.-Me salí de casa de mis padres a los ocho años de edad, huyendo de otra golpiza de mi padre que decía que me iba a matar por joto. Empecé a trabajar a esa edad vendiendo periódicos y limpiando parabrisas. A los 13 años trabajaba de lavaplatos pero me despidieron, me dijeron: “eres demasiado joto, rúmbale a la verga” y en todos los sitios en que intenté trabajar después, fue lo mismo. A esa edad comencé a hacer trabajo sexual. Me di cuenta que para mí no hay oportunidades laborales más que de costurera, peluquera, hechicera, y trabajadora sexual. Costurera no se me da, así que aprendí a cortar el pelo para sobrevivir y combinarlo con el trabajo sexual. El corte de cabello es el plus que ofrezco a los clientes, pues hay mucha competencia.
P.- ¿Cómo es para ti dedicarte al trabajo sexual?
R.-El trabajo sexual es sufrimiento, aguantar en ocasiones clientes borrachos, apestosos, necios, que creen que por dinero harás todo lo que quieren; unos te golpean, otros te roban, es un trabajo muy riesgoso, me expongo con cada cliente, desde una infección hasta mi vida. Un día en mi vida es levantarme, bañarme y ponerme guapísima. El inicio de mi labor consiste en verme bien, estar limpia y tener un cuerpazo. Las trabajadoras sexuales somos un pedazo de carne que tiene que lucir lo mejor posible. No sabe la gente lo pesado que es este trabajo, creen que somos unas degeneradas, golfas, de “vida fácil”, no saben que de simple no tiene nada, ni todo lo que hay detrás de mi vida.
P.- ¿En dónde trabajas?
R.-En mi casa, corto cabello y atiendo clientes, me anuncio por páginas de internet, antes era sólo por el periódico pero con internet ha bajado mucho la clientela: allí el sexo es gratis, muchas chicas lo hacen sin costo. Yo quisiera también hacerlo gratis, cuando y con quien quiera, pero no puedo, es mi carga.
Trabajo también voluntariamente en una asociación civil, salgo a repartir condones entre compañeras que se dedican a lo mismo que yo y aprovecho para darles información, sobre todo del trato con los clientes, las posiciones que no se deben practicar por seguridad, para no exponernos más.
P.- ¿Cómo es tu vida en las calles de Monterrey, siendo transexual?
R.-Soy indocumentada, aquí nací y como neolonesa no tengo ningún derecho, violan mis derechos humanos pues lo que dice mi acta de nacimiento es diferente a lo que aparento. No llevamos vida normal, no hay inclusión laboral, nos prohíben la entrada a baños públicos en todos los lugares. Es por eso que nosotras nos aislamos, para no pasar esas vergüenzas, inclusive con nuestras propias familias, que piensan que somos gays. Terminamos alejadas de la sociedad, luego de que te cierran muchas puertas una y otra vez.
P.- ¿Qué tan larga es la vida de las personas transexuales?
R.-No conozco a nadie de más de 55 años; la mayoría de mi generación hemos vivido una vida de excesos, drogas e inyecciones, aceites y polímeros. Yo estuve a punto de morir dos veces porque me inyecté aceite comestible. No vivimos más de 50 años porque somos una bomba de tiempo por todo lo que nos hemos inyectado y traemos en el cuerpo, se nos tapan las venas, tenemos mala circulación. Y si no, pues mueres asesinada, de depresión por portar VIH o cometes suicidio, no se muere por vejez.
P.- ¿Por qué tratan de esa manera su propio cuerpo?
R.-La sociedad me exigía tener el cuerpo de una Barbie que no existe. Las mismas compañeras refuerzan la idea del cuerpo que se debe tener y los clientes más, si no tienes chichis y un buen culo, no te ocupan. Terminamos deformes por cirugías clandestinas mal practicadas, muchas se han quedado ciegas, otras tienen muerte inmediata después de los polímeros. Nos inyectamos entre nosotras, el polímero es el más fuerte porque es frío, previo a él te automedicas con unas ampolletas para que no se congelen los pulmones. Lo venden en el mercado negro, vas al Distrito Federal a un hotel por el Zócalo, pides jugo y te dicen: “ay… nombre mana, ahorita te lo consigo, lo tengo al 2×1 ¿cuántos vas a querer?” Llegamos a este punto porque muchos doctores no nos quieren operar, son muy transfóbicos. Tenemos un cirujano que está sensibilizado, por desgracia sólo tienen acceso a él las que más dinero han podido conseguir en la vida.
P.- ¿Has pensado en tramitar papelería oficial con cambio de género?
R.-En mi credencial de elector los obligué a que me tomaran la foto así de niña, amenazando con denunciarlos en Derechos Humanos. Yo no puedo gastarme los 50 mil pesos que cuestan los trámites legales, más las citas con los peritos, psicólogos y endocrinólogos que son necesarios; todo esto es en DF y no lo puedes hacer en poco tiempo, son diligencias que pueden tardar años y mucho dinero. Considero que es injusto que sea tan inaccesible el trámite, no les cabe en la cabeza que somos mujeres, aunque tenemos genitales masculinos, yo también pago impuestos como cualquier persona, pero el gobierno piensa que vivo de aplausos, no hay políticas públicas para nosotras.
P.- ¿Hay diferencias entre lo que tú viviste en las calles de Monterrey y lo que viven las nuevas generaciones?
R.-Principalmente la policía ha cambiado mucho, ya el acoso es menos, si te ven en la calle a altas horas de la noche se acercan a preguntar “¿Cómo estás?”, o si necesitas algo. Ya son mucho menos los que te piden lana o sexo oral.Eso sí, cuando no lo haces te llevan a la cárcel, argumentan que te estabas prostituyendo, drogando, robando, miles de excusas, siempre va a ser su palabra contra la de una transexual. La frecuencia de estos incidentes es mucho menor, antes era diario. Otro cambio es, por ejemplo, con las chicas transgénero, ellas ahora tienen más posibilidad, como no están moldeadas del cuerpo, encuentran trabajos en los que les dicen que se vistan del sexo que su credencial indica. Aunque tienen que aguantar que les hablen con un nombre que no quieren e ir al baño que les imponen en referencia a su sexo biológico, lo mismo pasa con las que están estudiando carreras universitarias, pero por lo menos ya tienen acceso.
P.- ¿Cómo sería tu ciudad ideal?
R.-Hasta se me puso chinita la piel. Sería tener mi identidad legal, tener una credencial que me reconozca como mujer, un empleo en donde pueda trabajar en un Seven, alguna zapatería, vendiendo comida en un mercado. Tener mi seguro social, poder tramitar un crédito para una casa. Me asusta pensar en dónde voy a terminar. ¿En la calle?, ¿En algún albergue? si pudiera pensar en un futuro, me gustaría que las transexuales lográramos tener un terreno y una vivienda común en la que podamos cuidarnos entre nosotras y morir con dignidad; la mayoría terminamos en la fosa común, la familia por vergüenza no nos reconoce. Principalmente, me gustaría trabajar como cualquier otra persona, no me gusta el trabajo sexual, pero tengo que hacerlo.
Publicado originalmente en Barrio Antiguo.
La chica de rojo
Por Liliana Marín
Heredera de la mujer caída1 (profusamente representada por los prerrafaelitas), así como de la mujer vampiro, la mujer fatal y la prostituta, el personaje de la Chica de Rojo ha terminado por encarnar el estereotipo occidental de la mujer-objeto sexual. Su rasgo distintivo es precisamente el que la hermana con los prototipos anteriores y le confiere sus principales características: el simbólico color de su atuendo.
Aunque no en todos los casos estas mujeres visten de rojo, sí suelen ir acompañadas por algún elemento de este color. Encontramos ejemplos de ello en representaciones artísticas tales como las pelirrojas Lilith de Rossetti y Mujer Vampiro de Munch; las prostitutas de Lautrec o la Mujer Fatal de Kees Van Dongen.
El vínculo asociativo entre las representaciones femeninas y el color rojo se estrechó conforme fue creciendo la identificación directa del cuerpo femenino con el sexo, particularmente en la esfera de la cultura visual y a través del lenguaje publicitario, donde los roles de género determinados por los estereotipos se han ido perpetuando.
Al insertar dentro de la cultura de masas las imágenes estereotípicas generadas en el ámbito del arte, la publicidad ha jugado un papel crucial para la conformación, asimilación y difusión de los estereotipos de género. Los estereotipos femeninos actuales comienzan a trazarse en los primeros carteles publicitarios realizados por artistas como Toulouse-Lautrec, Chéret y Mucha, quien realizó gran parte de su obra por encargo de Sarah Bernhardt, una de las personificaciones más populares de la Femme Fatale. En estos carteles, los tres artistas recurren ya a la estrategia publicitaria de utilizar imágenes de mujeres semidesnudas para atraer la mirada del espectador
masculino.
El estereotipo de la mujer-carne o mujer-objeto, tan recurrente en las vanguardias, comenzó a hacer su aparición en la publicidad principalmente en Estados Unidos, donde ya a principios de siglo aparecieron las primeras Pretty-Girls en los calendarios impresos que por aquellos años comenzaron a popularizarse. Estas Pretty-Girls preconizarían a las pin-ups, cuya imagen constituye el antecedente directo de la Chica de Rojo.
Las pin-up girls, (también conocidas como cheesecake), son representaciones femeninas altamente sexualizadas que formaron parte de la cultura de masas entre los años treinta y cincuenta. Con ellas se pretendía despertar el deseo de los espectadores masculinos mediante la exhibición de los caracteres sexuales del cuerpo femenino: «Las pin-ups […] se popularizaron durante los años de la guerra y posteriores. Las características generales de todos aquellos carteles, además del público al que iban dirigidos, eran su carácter erótico, la elaboración de un estereotipo y la construcción de un nuevo modelo de belleza […] Esa nueva imagen de belleza se constituyó mediante la exaltación del papel erótico de la mujer, siempre con relación al hombre. Por ello las partes del cuerpo relacionadas con la sexualidad han sido hiperbolizadas. El pecho, los glúteos, los labios, las piernas y la melena, son exagerados […] Este prototipo estético fue manejado ampliamente por el cine.»2
Las pin-ups, que alcanzaron su apogeo durante la Segunda Guerra Mundial cuando el gobierno estadounidense repartió millones de postales de las mismas entre sus tropas, al convertirse en una de las imágenes más difundidas del periodo de guerra y de posguerra, determinaron también las características de raza, clase y edad del estereotipo de la mujer-objeto sexual o Chica de Rojo, que por lo general posee rasgos occidentales, es
blanca, delgada, joven y normalmente va ataviada con vestimentas que corresponden a una clase elevada. Su cometido como mujer-objeto es exhibir sus atributos sexuales con la finalidad de seducir, de despertar un deseo que se ancla a una serie de necesidades creadas para fomentar el consumo.
Aunque podemos encontrar los antecedentes más cercanos en la industria cinematográfica de los años veinte –que fue también la época de oro de la ilustración las primeras pin-ups como tales son dibujos que se difundieron principalmente a través de postales, carteles y revistas para caballeros, desde donde saltaron rápidamente a la industria de la animación. Uno de los primeros y más contundentes ejemplos de las pin-ups animadas lo constituye la exitosa Betty Boop, del animador Max Fleischer. Aunque su imagen posee elementos inspirados en la cultura liberal de las chicas anglosajonas de falda y cabello cortos que frecuentaban los bares de jazz en la década de los veinte, y que se conocieron con el anglicismo de flappers, la figura de Betty Boop comienza a definir con claridad las características ideales de la mujer-objeto sexual o Chica de Rojo comercializada por la cultura de masas. Analizando el contenido de esta tira animada se pueden descubrir algunos de los mecanismos de construcción del estereotipo de la mujer-objeto así como el modo en que las generaciones siguientes han absorbido estos estereotipos desde la infancia, a través de “inofensivos” dibujos animados.
La personalidad de la Chica de Rojo se fue enriqueciendo al retomar elementos de otros estereotipos que la industria cinematográfica resucitaba exitosamente, como la mujer fatal y la taquillera vamp o mujer vampiro: una de las primeras apariciones de la Chica de Rojo como tal la constituyó la Tex Avery Girl en los años cuarenta, personaje de las tiras animadas de Tex Avery que aparece al lado de su contraparte masculina: el Tex Avery Wolf.
A diferencia de Betty Boop, la chica de Avery no es simplemente una muchacha dispuesta a complacer. Aunque es, como su hermana, una actriz de cabaret, la chica de Avery parece estar mucho más consciente de sus atributos sexuales: ha incorporado a su temperamento uno de los rasgos más característicos de la femme fatale: el ejercicio de la seducción consciente. En la tira de animación titulada Red Hot Riding Hood3, de 1943, en la que Avery desarrolla una versión sui generis de la Caperucita Roja de Perrault, esta chica aparece como una exuberante cantante que despliega en un número de cabaret todas sus dotes de seducción, lo que desencadena el asedio por parte del depredador sexual encarnado en la mítica figura del lobo. Pero, a diferencia de Betty Boop, la chica de Avery no se comporta como una desamparada oveja. Aquí la Chica de Rojo ya no es esa mujer absolutamente maleable a merced de los hombres, sino aquella que, como un objeto de lujo, enciende su deseo al colocarse justo fuera de su alcance. Este rasgo es, precisamente, el que confiere el último toque a su condición de ideal: el hecho de ser inalcanzable.
Gracias a las vanguardias artísticas, que revolucionaron el modo de representar la figura humana, así como al diseño publicitario que, al integrar progresivamente a su lenguaje estos nuevos modelos de representación, hicieron posible transformar el modo occidental de ver, el espectador se volvió capaz de asimilar e interpretar imágenes de la figura humana aún cuando estas no estuvieran vinculadas con la realidad. Esto permitió que los modelos de belleza comenzaran a trazarse a partir de ideales eróticos que trastocan la figura femenina mediante una perversa deformación corporal, resultante de enfatizar exageradamente los caracteres sexuales de la mujer.
Paulatinamente, la exitosa proliferación de las pin-ups y chicas de rojo motivó a los productores a intentar llevar a la realidad este modelo obligando a sus actrices a ceñirse a él. Con el paso del tiempo, este proceso invadió todos los medios de comunicación visual, hasta hacer de la Chica de Rojo el estereotipo de la mujer ideal (y como tal, inalcanzable) a la que todxs, independientemente del género, parecemos estar obligadxs a aspirar: las mujeres, como un ideal que debemos esforzarnos por encarnar para ser deseadas, aceptadas y admiradas; los hombres, como un ideal que deben codiciar e intentar obtener. Este modelo condiciona profundamente la forma en que nos miramos a nosotras mismas, somos miradas o miramos a las demás.
Por otra parte, el atuendo de esta chica ideal, más que otorgarle una identidad, se la arrebata: si el vestido suele diferenciarnos y conferirnos una identidad como sujetos, el de la Chica de Rojo es casi un uniforme, un elemento esencial para la construcción del personaje, un símbolo que la identifica como tal y que resulta siempre un recurso erótico que se ciñe a su cuerpo para exhibirla semidesnuda.
La Chica de Rojo ha llegado a ser una figura tan idealizada que es prácticamente imposible acceder a ella. Uno de los mejores y más cercanos ejemplos de esto es el mítico personaje de Jessica Rabbit de la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit? de los años ochenta. En esta película, dirigida por Robert Zemeckis y Bob Hoskins, la mujer ideal es un dibujo animado que seduce, al estilo de la femme fatale, a todos los espectadores masculinos, particularmente en la secuencia en la que, desempeñando el papel de una actriz de cabaret de los años cuarenta interpreta, para un público compuesto por hombres de carne y hueso, el tema titulado Why don´t you do right?4, canción con un clarísimo mensaje de fondo para la reafirmación del estereotipo masculino: el prestigio de un hombre depende de su éxito económico, ya que mediante él puede obtenerlo todo… especialmente mujeres.
No es difícil explicar cuán profundamente arraigado se halla este estereotipo en el imaginario colectivo de Occidente cuando se considera el hecho de que el espíritu de esta chica ha dado vida a casi todos los personajes femeninos tan exitosamente difundidos por Disney. El estereotipo de la Chica de Rojo pasó directamente de aquellos primeros dibujos animados a las afamadas cintas infantiles y se ha divulgado a través de ellas durante más de siete décadas prácticamente sin ninguna censura. (Una muestra es la escena de la controvertida película Aladdín en la que Jasmine, ataviada con la clásica vestimenta roja, seduce al malvado Jafar para ayudar a su amado a huir)5.
En los personajes de Disney, el espíritu de la Chica de Rojo se mezcla además con otros rasgos que conforman un estereotipo femenino aún más complejo que involucra características asociadas a la feminidad además de la belleza y la sensualidad seductora, y que tiene entre sus mensajes subliminales la reafirmación de la supremacía del varón, así como de la hegemonía de la raza blanca y del poderío imperialista estadounidense.
Por si esto fuera poco, estas imágenes han sido difundidas también a través de historietas y tiras cómicas, juguetes, videojuegos y series de dibujos animados, además de mensajes publicitarios dirigidos a niñxs y adolescentes. Las repercusiones que ha tenido en el imaginario colectivo la difusión masiva de este estereotipo van desde la forma distorsionada en que se percibe la sexualidad hasta los altos índices de violencia de género y la baja estima que se registra comúnmente entre las mujeres como resultado de la incapacidad real de satisfacer exigencias irreales; violencia que se perpetúa a través de todas aquellas formas de representación que niegan la individualidad a los sujetos femeninos al regatearles una identidad propia.
Hasta aquí, ha quedado evidenciada una parte del proceso histórico mediante el cual se ha conformado la imagen del estereotipo femenino de belleza que predomina actualmente en la cultura occidental, y se han esbozado algunos de los mecanismos a través de los que dicho estereotipo ha pasado a formar parte del imaginario colectivo, sin embargo, es importante señalar que la noción de imaginario colectivo se refiere a un conjunto de imágenes que han sido internalizadas y en base a las cuales teñimos nuestras percepciones de nosotrxs mismxs y de lxs demás. Esto quiere decir que, aunque todavía predomina el pensamiento erróneo de que las imágenes se construyen a partir de la realidad y de que son representaciones más o menos auténticas de ella, lo cierto es que, antes que representar la realidad, las imágenes son procesos de simbolización de la misma. Elaboramos nuestras nociones del mundo en gran medida a partir de estas simbolizaciones. Es por ello que constituyen elementos esenciales dentro del proceso de construcción de nuestras identidades, particularmente en las etapas formativas. Una de las grandes interrogantes que surgen al cobrar conciencia de lo anterior es: ¿Cómo podemos detener y revertir el proceso de internalización de los estereotipos al que estamos constantemente sometidxs por los medios de comunicación?
La búsqueda por responder a esta cuestión es uno de los móviles que han sustentado el Arte Feminista que, desde finales de los años sesenta, busca contraponerse a las imágenes estereotípicas que nos han sido y nos siguen siendo impuestas.
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1 Nochlin, Linda; “Lost and Found: once more the fallen women” en The Art Bulletin, Vol 60, No.1 (Mar. 1978), Publicado por College Art Association, E.U., pp. 139 a 153
2 Pérez Gauli, Juan Carlos; El cuerpo en venta. Relación entre arte y publicidad, España, Cátedra, 2000, p. 66
3 “Tex Avery-Red Hot Riding Hood (1943)”, video de DailyMotion, 7:15, publicado por “hérmetik mind”, 5 de septiembre de 2009, http://www.dailymotion.com/video/xae8g6_tex-avery-red-hot-riding-hood-1943_fun
4 “Jessica Rabbit Sing Canta Why Don´t You Do Right Unica Lirica Subtitulada Spanish Español”, video de YouTube, 2:24, publicado por “fipatorneos”, 17 de noviembre de 2010, https:// www.youtube.com/ watch?v=U__NUl1ViEw
5 “Oh Jafar… Fandub with me as Jasmine” video de YouTube, 1:10, publicado por Tisha Eaton, 8 de noviembre de 2009, https://www.youtube.com/watch?v=AtVX0jOn7N0&feature=related