por Johan Mijail
El Amor Vegetal es experimentar una pérdida en el sentido de la sexualidad reproductiva, preferir dedicar tiempo a buscar información sobre cómo las plantas terrestres y marinas se colaboran entre sí, y esto, con el fin de no pensar a su vez en la institución pareja, traicionando así el amor romántico aprendido en el seno de la familia heterosexual donde la mayoría crecimos, el seno donde también nos enseñaron a entender nuestro deseo como un desvío, como una vergüenza, un desacato patológico, una contranaturaleza.
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Es la virilidad del clítoris de las mujeres africanas y escribo África para vengarme. Porque escribir y proyectar una relación con ese continente es una respuesta a lo que me negaron. Escribo África sintiendo la potencia del tambor, de las caderas. Sin nada, como buen africano voy experimentando pérdidas, sonriendo también. Sin más que eso, invento mi propia imaginería, mi negricia dañada, travesti, corporal. Sin ajayu ayer, sin paciencia escribo también llamp’uchuymani mezclando todo, inventado una posibilidad. La conclusión es una imagen dipsómana, con un pene, con labios o más bien es el tiempo de esperar al señor esplendor todos los días porque esas son las imágenes fundamentales del amor vegetal. De mi proceso estético y artístico, de mi transidentidad.
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El amor vegetal como tecnología de hacerse en tanto consideramos el residuo como un lugar posible. Una militancia transfeminista construida en contradicciones fundamentadas en querer ser correspondido. Es entonces, el tartamudeo cuando hablamos de los actos de habla, cuando afirmamos un resultado científico. Es poner en tensión a quien te pregunta ¿Quién eres? ¿De dónde eres? ¿Cuánto te mide el pene? en una conversación de chat. El Amor vegetal es un gif donde los sustantivos PERVERTIDO AVERGONZADO LOCO, se escriben en alta escuchando un playlist de música triste; ojalá mexicana, ojalá que latinoamericana.
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El amor vegetal es una excusa o más bien un artefacto de distracción a una pérdida amorosa. Una concentración en las plantas que están, ahora, a mí alrededor y en todo el planeta. El amor vegetal es una interpretación del presente, una reflexión pasional de transformación semiótica y semántica. Un lugar para escribir en difícil. Un programa nuevo de rechazo a la inclusión perversa a la sociedad del consumo. Es, más bien, un regalo de signos que no tienen que ver con la producción de dinero. Un fracaso. Un ano abierto, activo, con ganas de hablar, disfrutando su fisura; un lugar de goce decolonial con mucho vino, miradas y caías sobre una mesa, caídas en la vida. Una cadena planetaria de formas y funciones dudosas. Hacer silencio: eso es el amor vegetal. Es invertir tiempo en ocio, en saber que jamás nos comprenderemos. El Amor vegetal, no es un antagonismo: ni vegetarianismo, ni veganismo.
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El amor vegetal es un plan diferente, una experimentación donde sabemos que lo único que tenemos son los afectos para con uno, para con los demás. Quererte en tanto no seamos jamás iguales, es cuando no tienes peces, perros, gatos, aves como mascotas. SENTIR es amor vegetal. Sentarse es amor vegetal. Salir es amor vegetal. Llorar y bailar es la metodología fundamental de la desesperanza que propone el amor vegetal. La bipolaridad es un amor vegetal, junto con la negación de la disforia de género, del déficit atencional.
Devenir muerte.
Lo que no sirve para nada es amor vegetal. El transfeminismo es el amor vegetal. La comprensión del amor vegetal está instalada en un leer paródicamente sus puntos de vista, lo que propone, lo que deviene.
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El amor vegetal no se excluyó de esa tendencia inherente a toda vida orgánica en tanto siguió siendo una pulsión emocional y contradictoriamente racional que devino muerte. Es un ritual funerario que le dice “adiós” a un científico, alcanzando así a convertirse en una metodología amorosa nueva, dispuesta a un proceso simbiótico nuevo, también, y de valoración a los sentimientos más profundos que había conocido como organismo. La falta de internet para conocerme todas las bibliotecas cercanas y la gente rara que va por ahí. Una sanación autogestionada eso es el amor vegetal.
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El amor vegetal tuvo su fin hace justamente tres semanas, cuando el aura gris de aquel organismo que fue alguna vez motivador de todo esto se hizo presente. No fue más, entonces, que un proceso creativo intenso que concluyó con imágenes como la que acompaña este texto y este fragmentado registro textual.
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Si bien el amor vegetal es un posicionamiento posible para vivir una vida más vivible, para llevar dignamente una crisis, un dolor, tiene como toda metodología desesperanzadora un “hasta aquí”. En conclusión, fue un ciclo que terminó monumentalizado en un altar de flores, ramas, hojas y arvores saliendo de un ano, de una copa de agua amarillenta, en un altar donde descansan Shangó, Yemayá, Felipe Camiroaga, Santa Martha, La Mano Poderosa y Samuel.
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Parece que fue una falsa alarma endosimbiótica porque de no ser así, la asociación entre ese organismo de (ahora) aura -doliente, en malestar- y yo, debió de darse y habitar nuestros interiores hasta la eternidad. O sea, no hubo jamás emancipación, sino un homosexualismo heteronormado.
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Escribo aquí el fin del amor vegetal. Pero mientras espero un correo electrónico con un archivo en vídeo que registra la potencialidad estética de este intenso proceso de reconciliación creativa conmigo. No puedo dejar pasar por alto un texto de Paul B. Preciado y cómo me hace sentido su proceso trans y lo que propone el amor vegetal. En este caso lo que tiene relación con su voz. Cuando trata de explicar que esa nueva voz, que ni siquiera sus padres llegan a reconocer a veces, no deberíamos entenderla como masculina por la suministración de testosterona que se inyecta periódicamente, sino quizás como el sonido de las ballenas o un trueno. Dice:
“Si hubiéramos dedicado tanta investigación a comunicar con los árboles como hemos dedicado a la extracción y el uso del petróleo quizás podríamos iluminar una ciudad a través de la fotosíntesis, o podríamos sentir la sabia vegetal corriendo por nuestras venas, pero nuestra civilización occidental se ha especializado en el capital y la dominación, en la taxonomía y la identificación, no en la cooperación y la mutación. En otra episteme, mi nueva voz sería la voz de la ballena o el sonido del trueno, aquí es simplemente una voz masculina”¹.
También pienso en ese sueño que tuve donde mi boca se desfiguraba, perdiendo mis dientes- Que según una información que busqué en internet- refleja “miedos e inseguridades”, pero quizás el Amor Vegetal sea mi propio proceso de transidentidad. Donde este cuerpo que me enseñaron como humano, al menos en la ficción de la escritura o en un sueño va perdiendo los privilegios que promueven el humanismo racista, colonial y el especismo. En fin, el amor vegetal sin suministración de hormonas o intervenciones quirúrgicas, es al parecer un proceso de transexualidad poética, política y estética donde yo misma construyo mi ficción, mi camino hacia enfrentar los miedos y las inseguridades que esta cultura heterosexual te hace enfrentar cuando te experimentas desde la sexualidad anormativa.
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* El texto completo puede leerse en el siguiente enlace http://johanmijailcastillo.tumblr.com/textocritico
¹ Puede leerse este artículo completo en la Revista Estado Mental en el siguiente enlace https://elestadomental.com/especiales/cambiar-de-voz/otra-voz
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Captura de Vídeo de la serie de performances Amor Vegetal de Johan Mijail. Registrado Por Leonardo Salazar, Residencia Co-Habitar 2015. Las Ventanas, localidad de Puchuncaví, Provincia de Valparaíso V Región, Chile.
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Johan Mijail Castillo Guillén (Santo Domingo, República Dominicana, 1990) Periodista, escritor y performer. Ha publicado un poemario (Metaficción, 2011). Ha presentado exposiciones fotográficas, performances y spoken Word. Trabaja gestión cultural y colabora para medios de comunicación de su país.
http://johanmijailcastillo.tumblr.com/