Por Paola Flores
Mural realizado por la comunidad estudiantil de la Prepa 9, 4 de Octubre 2019. Foto: Jota Ele Muñoz vía Colectivo Crea Ciudad
Tu cuerpo se acostumbra a estar tenso. Aprende a estar a la defensiva.
La Ciudad de México, es la entidad con el más alto índice de mujeres violentadas en el espacio público a nivel nacional[1]. Se estima que seis de cada 10 mujeres han sido agredidas de distintas formas en la calle, parques o transporte público[2]. Entre las agresiones más frecuentes se encuentran frases ofensivas de carácter sexual (74%) y el tocamiento inapropiado (58%)[3]. Esta situación ubica a la capital del país como uno de los entornos con mayor prevalencia de agresiones contra las mujeres en los ámbitos comunitarios[4].
Feminicidios, agresiones sexuales, secuestros y acoso no son solo palabras que se escuchan en medios y redes sociales; son situaciones comunes que enfrentan las mujeres y que repercuten en cómo usan, disfrutan y se trasladan en la ciudad.
Como respuesta gubernamental se cuenta con programas para erradicar la violencia contra las mujeres en los espacios urbanos, específicamente el Programa Ciudad Segura y Amigable para Mujeres y Niñas, vigente desde 2015 en la CDMX. Sin embargo es evidente que las acciones no han sido efectivas; al contrario, las mujeres revelan que la percepción de vulnerabilidad a ser atacadas persiste, así como la búsqueda e implementación de alternativas para enfrentar la grave situación[5].
Lo anterior, ha desarrollado una relación compleja con el espacio público de la ciudad, una relación que involucra el miedo y la precaución constante y que ante ello, desde sus propias condiciones socio-espaciales; las mujeres han adaptado estrategias de cuidado individuales o en grupo que involucran actividades y prácticas, desplazamientos y formas de actuar.
De manera paralela, se observa la emergencia de organizaciones de mujeres que apuestan activamente por la autodefensa feminista, apuestan actuar desde una perspectiva que integre la concientización, la organización y el cuidado colectivo como formas de generar seguridad y protección entre mujeres.
El presente ensayo explora la manera en la que desde diversos contextos, las mujeres generan alternativas de protección y cuidado ante el escenario de poca efectividad que ofrecen las políticas gubernamentales. Se toman de referente las iniciativas cotidianas en los espacios próximos así como aquellas que han surgido y consolidado a partir del activismo y militancia[6].
Andar en la ciudad: ¿Cómo se siente el miedo en el cuerpo de las mujeres?
“Es algo que siento casi todos los días y que he sentido a lo largo de toda mi vida. La sensación inicia en mi estómago, siento burbujas que se van haciendo cada vez más grandes y me sobrepasan”.
Vivir en un contexto amenazante que es cada vez más cruel, tiene ya consecuencias importantes en la vida cotidiana de las mujeres. La sensación de miedo, ante la amenaza o bien la violencia misma, deja secuelas en lo memoria corporal, impactando en su dimensión física y emocional y en efecto en su relación socio espacial. La sensación de angustia es un continuo, se alimenta de otras violencias y hace frente a las nuevas formas de ejercerla, los mecanismos y modus operandi que no cesan de cambiar. La experiencia de las mujeres en el espacio público incorpora de principio un miedo manifestado en la incertidumbre de vivir algún episodio de violencia.
“Antes sabías qué horarios o lugares no visitar, ahora te sientes vulnerable en todos los espacios y transportes, piensas que la siguiente serás tú”.
No sólo se siente el miedo a transitar o usar un espacio determinado, también el miedo como resultado de la desigualdad en las relaciones de poder, que construye a la mujer como un territorio que puede ser ultrajado de manera impune (y muchas veces aceptada) en el espacio público. Lo anterior reproduce la sensación de ausencia de libertad, las reacciones físicas que causa “asfixian”, “paralizan y mantienen inmóvil”.
“El miedo invade mis piernas y se empiezan a debilitar, la voz no logra salir”.
Vergüenza, frustración, desconfianza y enojo, eso es lo que sienten las mujeres después de haber sido atacadas, por el acto mismo y por la confusión de no saber qué hacer o no tener capacidad de hacerlo. El sentimiento de pérdida de libertad e imposibilidad de actuar; empeora con los actos seguidos del episodio violento. El cuerpo es agredido en todas sus dimensiones posibles.
Las respuestas desde abajo
El cuerpo no sólo resiente sino que reacciona a un escenario hostil en el que hay que estar en constante alerta. En este sentido, la relación con el espacio público de la CDMX, se compone de experiencias, percepciones e imaginarios, muchas veces en función de la precaución y la defensa. Las mujeres planean sus actividades a partir de sumar elementos a favor de su protección, crean estrategias para sentirse seguras en los espacios públicos, con la finalidad de pasar “desapercibidas” y evitar ser atacadas.
La concientización de estas violencias, a partir de sus experiencias propias -corporales- tiene implicaciones importantes al tomar decisiones respecto a sus actividades cotidianas. Estas estrategias o iniciativas populares, pueden estar articuladas de la siguiente manera:
Espontáneas sin largo alcance
Generadas después de algún caso sonado de violencia, se difunden mayoritariamente en las redes sociales. Su fugacidad e improvisación no permite impactar de manera importante. Aunque tienen un objetivo preciso, pocas veces son efectivas. No perduran en el tiempo. Un ejemplo es la invitación realizada en redes sociales a llevar un listón morado en la muñeca para identificar que pueden acercarse a pedirte ayuda. Asimismo, varios comercios comenzaron a ofrecer teléfono, traslado, y lugar seguro en caso de alguna situación de acoso o violencia cerca de su establecimiento.
Estrategias populares cotidianas (personales o en grupo) que se consolidan y replican
Son aquellas que se socializan e implementan en círculos cercanos, utilizando diferentes formas de transmisión, generalmente con mujeres de la familia, escuela, trabajo, amistades o vecinas. Es decir, su efectividad se caracteriza implementarse en grupos cerrados, en el que existe un vínculo, lo que permite que sea casi de manera orgánica el avisar “ya llegué”.
Son estrategias que se “vuelven hábito” y que se han ido perfeccionando. Aquí entran las iniciativas relacionadas con las herramientas de autodefensa (específicamente anillos, cuchillos, llaveros, botones de pánico, spray) o bien la utilización de objetos que traen en su bolsa habitualmente, para protegerse (llaves, lápices, perfumes). “Caminando de noche, uso las lleves en la mano dispuesta a defenderme si lo requiero”. Su socialización se ha extendido a las redes sociales trascendiendo a otros ámbitos socio espaciales.
Pensar en cómo vestir, compartir rutas, formas de transitar, hacer viajes compartidos con otras mujeres, formar parte de grupos virtuales de comunicación, planear el horario de visita de algún lugar, entrenarse, cargar objetos punzocortantes, son algunas de las estrategias que se han consolidado entre las mujeres para hacer frente a la situación. A continuación se muestra cómo se integran estas estrategias en el desplazamiento cotidiano:
Si desmenuzamos estas “técnicas de cuidado”, podemos observar un proceso complejo. Parece que surgen de forma espontánea, por inercia o por instinto; sin embargo, cuando se socializan, cuando se comparten o se transmiten generacionalmente, cuando se entrenan, repiten, mejoran, pueden detonar procesos de agencia y apropiación colectiva conformándose en mecanismos de autodefensa femenina popular.
“Me interesa más saber qué pasa y en función de ello las precauciones. Estamos más activas y más proactivas”.
Estrategias llevadas a cabo por grupos o colectivos de autodefensa feminista
La autodefensa feminista es un proceso que permite tener herramientas para poder enfrentar episodios de violencia, “o salir de situaciones de riesgo”, integra diversas dimensiones, desde la práctica física, la atención de lo psicológico y emocional, cuestiones legales o protocolarias, etc. Más allá de la transmisión, entrenamiento y práctica de estas estrategias; lo importante son los procesos mismos. La autodefensa feminista, da la posibilidad de crear espacios colectivos de cuidado en el que convergen distintas prácticas de transformación social. Es indispensable entonces, valorar y aprender de las alternativas feministas gestadas desde abajo, sobre su capacidad para comprender el problema, organizarse y construir respuestas y formas de hacer propias.
“Organizar la rabia”
Debido al contexto actual, la popularidad de entrenarse para auto defenderse se ha extendido, pueden observarse gimnasios, cursos, clases particulares que hacen uso de herramientas de diversas disciplinas (box, artes marciales…) para actuar en caso necesario. Sin embargo, desde la perspectiva feminista, es una propuesta integral, no se queda en un mero entrenamiento físico. Es decir, la autodefensa feminista es una plataforma de alternativas para hacer frente situaciones de violencia que viven las mujeres a partir de procesos de concientización y cuidado en comunidad, hay una construcción sobre lo que significa cuidarse-cuidarnos, manifestada en sus procesos empíricos.
Para Cuadrilla Violeta, colectiva en la CDMX, el proceso pedagógico que conlleva la autodefensa feminista requiere técnicas individuales de reconocimiento corporal, de sus memorias, sus límites, capacidades y potencialidades, técnicas colectivas que aportan al fortalecimiento y creación de redes de apoyo y técnicas multidisciplinarias que permitan abarcar los elementos del amplio abanico de violencias al que estamos expuestas.
Es importante no perder de vista la carga política y transformadora de estos espacios. El cuidado deja de ser una responsabilidad meramente individual, creencia que nos impone el sistema neoliberal en el que estamos inmersos. El cuidado es colectivo, se hace con otras mujeres, construyendo en comunidad, procurando la protección pero también la sanación y la acción. En estos pequeños espacios se entretejen nuevas formas de relacionarnos como mujeres; son ejercicios de construcción de autonomías, una autonomía ligada a la seguridad, pero también a las formas de organización, gestión y construcción de conocimiento. En estos espacios se construyen formas propias de cuidarse. Son un referente en el acompañamiento y en la re significación del miedo. El miedo ya no paraliza. Se supera el objetivo de bien reaccionar ante una situación de riesgo, y se camina hacia la apropiación del cuerpo como el territorio más nuestro y por ende, el derecho a vivir libres de violencia en la ciudad, siempre en comunidad, siempre con sororidad.
[1] Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (INEGI, 2016).
[2] Palabras de la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Nashieli Ramírez Hernández en la firma de convenio entre Poder Judicial, INMUJERES CDMX y la Organización Equis Justicia para las Mujeres, 27 de febrero 2018.
[3] Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (INEGI, 2016).
[4] La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia define violencia comunitaria como “los actos individuales o colectivos que transgreden derechos fundamentales de las mujeres y propician su denigración, discriminación, marginación y exclusión del ámbito público“. Como ejemplo se citan tocamientos, piropos, insinuaciones sexuales, comportamientos intimidatorios o agresivos y restricción de la participación de las mujeres en los procesos de su comunidad.
[5] Según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública[5] un 82% dicen sentirse inseguras de vivir y transitar en la capital (INEGI, 2018).
[6] El ensayo forma parte de un proyecto colaborativo de investigación sobre la violencia de género en los espacios públicos de la CDMX. Además de estar fuertemente apoyado en un trabajo etnográfico, se integran los hallazgos del proceso de Investigación Acción Participativa implementado con un grupo de mujeres de diversas realidades; así como las voces y experiencia de Diva Ortiz del Colectivo Cuadrilla Violeta y Mariana Ramírez de Polifeminismo.
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Paola Flores (Ciudad de México 1982). Feminista, doctoranda en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana. Aficionada a lo que sucede en las calles. Estudia sobre los movimientos urbanos, la participación, la autogestión, espacio público, los feminismos y la subjetividad. Cree de manera ferviente en la producción colectiva del conocimiento. Ha realizado ejercicios de investigación acción en países como México, Haití, Jordania y Honduras. Ha tenido la fortuna de colaborar en proyectos de educación popular en medios rurales y urbanos. Forma parte del Colectivo Crea Ciudad, espacio de investigación creativa sobre temas urbanos.