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METAMUTACOSER

Por Sara Raca

Soñé que yo era la tela y unas manos
asían algo de mí

Todo inicio es una orilla.

En el principio fue mamá quien me tuvo gran paciencia al compartir su sabiduría, porque soy una niña distraída e inquieta que ya adulta abrazará profundamente su legado de costurera:

Cada hebra que ensarta en la aguja / atisba una pequeña sincronía en el universo

Todo comenzó aquí: intentando escribir sobre textil. Sobre-desde-junto-con, esto, que me genera ansiedad, caos, vulnerabilidad, recuperación y deseo:

Y pensar que el enredo, la bola enrollada y el tejido / son el mismo hilo

Todo fue jugando y Karsten me dio la idea: “Hazlo con tus manos”. Entonces recordé 20 años después, que yo de alguna manera -más aleatoria que dirigida- sabia coser.

Todo al principio fueron bolsas con poesía como forma de autosostén.

Si quieres amar a una costurera, ayúdale a descoser sus errores:

Toda esa Pena que sentí un día de primaria cuando tuve que decir que mi madre era costurera, se rasgó la tarde que regresé a casa y mostré a mamá mis primeras bolsas, y nos sentamos a bordar juntas poemas y yo me sentí profundamente resarcida a ella, con un amor de fibra, de fuente, de in de finida y fina gratitud:

-Y ésta bolsa ¿de qué color la bordo?, pregunta mamá.
-Ah pues lee el poema, pa ver qué color queda; respondo.
-Léela tu, yo no le hallo a eso, no soy poeta.
-A ver ¿qué dice?, le digo y lo leemos juntas:

“La casa está vacía/ yo estoy adentro”

-Me voltea a ver con desconcierto y echamos a reír:

-¡Ay Sara, no te entiendo, qué color tiene el vacío, pura pérdida de tiempo!

 

Todo se desbordó cuando descubrí que había tejidos en todas partes, incluso si no les veo y Santa Lucía, patrona de costureras, escritores y todas las actividades que implican la vista, comenzó a aparecérse.

Todo cuando me donaron a La Favorite, since1890. Ahí me dio por darle nombre a cada máquina, como una forma de honrar las manos que habían pasado por ellas, pues todas me han sido donadas: la Nana Verde, Abuelita Over, Tica La Cantatica y Mi Huera Sunset:

Costureras que lloran sobre sus máquinas de coser
y las abrazan y besan y cuentan sus penas
pensando en sus madres y hermanas y tías y abuelas
que también fueron costureras
y sostuvieron familias, sueños, cuerpos / semillas y guerras
Naciones enteras
Y conjuraron la existencia a través de las telas
y la salud de la propia cuerpa

Todo explotó cuando me vine a vivir al DF  y en un bazar de fines de semana de la colonia Roma, me ponía a escribir sobre la vida en esas máquinas de coser:

“Se bordan poemas. Se zurcen heridas. Se tiñen perversiones disfrazadas de locura.

Se aprietan faldas. Se suturan pasiones. Se recortan recuerdos y pantalones, etc, etc.

Todos estamos rotos hasta que vamos con la costurera”

Todo se gestó retronutrida por a mi amiga Mayra Judith, quién también es psicóloga-costurera-poeta y recia. Apasionadas de la hebra nos anudamos y desanudamos hasta rasgarnos, en tejidos y marañas colaborativas al menos siete años y, seguramente, en otras vidas y planos.

Toda enloquecí cuando percibí que coser era escribir era dar forma arquitectura vestir que es decir, que texto es textura es contexto es textil, que mis manos son un médium y el tejido una forma primigenia de la existencia:

Útero de la escritura sin nombre

Todo agarro sabor cuando volteé a mirarme el cuerpo, espacio discursivo, sus revestimientos y la tela como capas de piel, donde enunciarse lo que entraña:

Todos venimos en una bolsa que toca y habla

y acumula sensaciones en palabras

Todo se rebeló cuando comprendí: hay a quienes beneficia que la memoria, cercanía y procesos textiles en la humanidad sean invisibilizados; todo para insignificar las luchas, corporizar las insatisfacciones, consumirnos como espectáculo, explotarnos como norma, violentarnos cotidianamente, hasta que la malla se rompe por lo más delicado:

¡QUE VIVAN LAS RE-EXISTENCIAS TEXTILERAS!

Todo se tensó en corto cuando me sugerían profesionalizar “mi marca”, producir más, poner una tienda en línea, pagar a otras costureras para que maquilaran mis diseños, ser emprendedora y generar mi microempresa.

A la mejor costurera se le va la hebra:

Todo se torció cuando la sudadera, el tapete, el forro del cojín, la blusa… no quedaban como La clienta solicitaba, porque echando-a-perder-se-aprendela-vida-como-experiencia… hice intentos, patrones que abandoné y hasta cursos de costura que salen más caros que lo que ganas; así que a mi forma y ritmo, decidí ser una costurera íntima, antiproductiva y malecha:.

Un solo alfiler puede sostener la mirada para luego / desujetarnos

Todo tomo resistencia cuando entendí que no solo por tradición o moda se echa a andar la tejedora y comencé a dar talleres mezclando hilos, palabras, ropa, historias, performances y poco a poco insurgía la claridad de que lo mío era el acecho de cuerpoéticas textileras:

Entre ser y no ser, yo decidí Co-Ser.

Todo asentó cuando comprendí que no hay pago posible para estas creaturas surgidas desde mi vientre de telas, que mi cuerpa pedía disfrutar más el proceso que la meta y así el textil me dio una red de amigas, cómplices, clientas y aliadas que abrazo con mis hilachas donde sea que anden:

Sigue hilando puentes, costurera, aunque no tengan forma de camino, aunque no veas puerto o destino, aunque no haya pago posible en parir hijos con cuerpos de tela. Errante es el hilo. Tú, mediadora.

Todo brotó con más rabia y fuerza cuando murió mamá. El ombligo me palpitaba como buscando su vínculo original. Desde entonces coser es honrarte gran Madre, amor total, energía vital. Y cada hilo, botón, aguja, cajoneras repletas de listones, encajes, madejas, mi infancia entera en tu habitación/taller, desfile entre cuerpos, conversaciones y telas, volición y motivos para ensoñar que lo esencial algún día sea visible a la existencia. Que el textil sea plataforma y conciencia para romper las penas, dar sentido al sinsentido, hilo negro y rueca.

La costurera es una maga

 por excelencia y con experiencia / en balcones fronterizos

Todo detona cuando la bastilla, los rebordes, el interior, la trama, lo oculto y la maraña, la antiestética de mis errores, cuentan su historia, que en el horror y lo negado hay tal belleza aún que descoser.

Si algo aprendí de la tela es a

des(a)nudarme.

Toda textura habla. Todo cuando hay sentir. Sentir que es saber. Saber qué deseo. Que toda costura es / un acto de profunda rebeldía y reparación vital.

Todo por sostener un vacío comienza:

Y ésta tela ¿qué color es?
Azul.
¿Cómo es el azul? volvió a preguntar.
Azul…
es como cuando hundes tus pies en la arena frente al mar
o como el sonido de los pájaros cuando despiertas.

“Dadme un bastón y recorreré el mundo”
(a las orillas de esta oscuridad)

Un puente suave y táctil para comunicarme:
Oro en las manos de los ciegos.
Oro, que arrastrando viene la paz.

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Sara Raca / Performer Poet. Guadalajara, Jalisco (1981). Desde 2006 inicia su búsqueda poética enfatizando el uso del cuerpo. Sus exploraciones integran lenguajes vocal, textil y dramático, proponiendo una poesía intermedial, personal y única. Ganadora de diversos Slams de Poesía MX, es una representante de palabra hablada en su país. Realiza presentaciones así como talleres y obra textil, cuenta con un poemario sonoro de nombre Tejidos del Aire / @sararaca

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Manos Grandes, los bordados intimistas de Maria Laura Ise

texto y obra por Maria Laura Ise

La artista y escritora feminista Mira Schor llama la atención sobre una subcategoría de la pintura occidental a la que denomina “modest painting”. La estética de estos trabajos nos acerca a lo pequeño, lo poco importante, lo anónimo, lo privado y personal. Más que dominar al espectador y al espacio donde se exhibe a través de su espectacularidad o gran formato, o tratar los “grandes temas de la pintura”, este tipo de trabajos es de gesto silencioso, de una escala más bien íntima.
Lo modesto tiene un componente emocional, un tipo de reserva que es expresivo.
Mi trabajo rescata lo que suele considerarse pequeño y poco importante, lo que ya no se usa, lo cotidiano, lo anónimo y lo personal. Esta práctica me permite abrir espacios de diálogo con otrxs, traducir realidades cotidianas en espacios íntimos de asombro, verme dentro de un orden de cosas con el cual no concuerdo y en donde me siento extranjera, extraña e incómoda. Mi poética se nutre de lo biográfico y lo afectivo.

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Maria Laura Ise. Nací en Resistencia (Chaco, Argentina). Mi formación cruza las ciencias sociales y humanidades y se nutre de las mudanzas y ciudades donde viví: Buenos Aires, Ciudad de México, Taxco de Alarcón y desde 2017 en Ushuaia (Tierra del Fuego, Argentina). Mi quehacer profesional combina producción artística, docencia e investigación. Actualmente trabajo como docente-investigadora en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego. Mi trabajo fue recientemente reconocido con la Beca de Creación, Categoría Artes Visuales del Fondo Nacional de las Artes- FNA (Argentina) 2019

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Vestir huipiles: reflexiones en torno a los textiles, la pertenencia y el racismo en México.

ilustración por Alex Xavier Aceves Bernal

¿Le’ben llenhe gún be urash?

¿Es ella la que quiere vestirse de yalalteca?

Bertha Felipe

por Ariadna Solis

En los últimos años ha ido creciendo un discurso bastante problemático en torno a la comercialización y el uso de textiles pertenecientes a comunidades indígenas en México. Mucha gente que se dedica a los textiles de manera comercial suele ir con la bandera de estar “visibilizando” las tradiciones “originarias” en México. Sin embargo, este fenómeno presenta varias contradicciones que, a mi parecer, lejos de condenar o celebrar sistemáticamente, debemos problematizar puesto que están sumamente relacionadas con el racismo y la experiencia de mujeres indígenas en países como México.

Me gustaría empezar compartiendo quién soy y desde dónde hablo, de esta manera se puede entender que las reflexiones aquí vertidas son fruto de una experiencia corporal muy particular que en ocasiones puedo compartir con otras mujeres y en otras no. Soy hija de migrantes yalaltecxs que llegaron a la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades económicas. Mi madre y mi padre son originarios del pueblo zapoteco Villa Hidalgo Yalálag, una comunidad ubicada en la Sierra Norte de Oaxaca, a unas tres horas en auto de la capital de Oaxaca.

Ahora, afirmo que soy una mujer indígena con mucho cuidado ya que muchas veces se piensa que al afirmar esto estamos celebrando una especie de romantización de nuestra identidad y no un posicionamiento frente a nuestras experiencias concretas históricas, genealógicas, culturales y políticas. Es por eso que insisto en hablar de quién soy yo y desde dónde hablo porque así puedo explicitar mis movimientos geográficos, pero también mis posicionamientos políticos y epistémicos.

Siguiendo con esta idea me gusta más afirmar que pertenezco a la comunidad de Yalálag lo que pone sobre la mesa una idea que iré desarrollando a lo largo de este ensayo y es el hecho que hablar zapoteco y vestir los huipiles son parte de mis repertorios de pertenencia comunitaria y no tanto signos de mi identidad indígena.

Con esta migración que hago explícita y que comparto con muchas personas de mi generación, se han ido perdiendo principalmente estos dos repertorios que ya he adelantado, fruto del racismo que experimentamos desde muchas vertientes: el uso del zapoteco como lengua fundamental de comunicación comunitaria e intergeneracional y el uso de lhall xha o, en español, huipil de Yalálag.

El lhall xha es una prenda muy particular en México: se trata de una de las piezas textiles que componen la indumentaria femenina que usan las mujeres pertenecientes a la comunidad de Yalálag. Es “tradicionalmente” elaborado en telar de cintura, en algodón blanco y antiguamente era usado por debajo de las rodillas y extendido de tal forma que cubría el cuerpo a la altura de los codos. Sin embargo, su tamaño y forma han sido modificados en los úlimos años, de manera que cada vez con mayor frecuencia estos huipiles son más angostos. Digo que es una prenda particular puesto que es uno de los pocos huipiles que siguen conservando, a pesar de los cambios, su largo y su anchura que permiten que el cuerpo feminizado no sea “enfatizado”. Con esto me refiero a que no marca las “curvas” que supuestamente debería tener un cuerpo femenino: el talle acinturado para remarcar el volumen de los senos y las caderas.

La mujeres jóvenes pertenencientes a la comunidad, que estamos regadas en otras geografías distintas a la serrana, ya no usamos el huipil de manera cotidiana. A diferencia de muchas mujeres mayores que se han resistido a vestir de otra manera. De ellas hemos aprendido cómo vestirnos, cómo colocarnos el refajo y como amarrarnos el baidún para que el refajo se quede en su lugar. ¡Y vaya que es toda una experiencia corporal a la que no estamos acostumbradas!

Generalmente usamos esta prenda en ocasiones especiales, por varios motivos. Uno de ellos es que, como acabo de mencionar, vestir este huipil es toda una experiencia coporal que intenaré describir muy pobremente: la indumentaria completa, que al menos consta del refajo, el baidún y el huipil pesa y pesa mucho. Andar por las calles de una ciudad como la Ciudad de México es muy complicado, en un principio porque no estamos acostumbradas a portar estas prendas y en segundo lugar porque nos hacemos sumamente visibles como mujeres racializadas. Y esta experiencia de ser visibles como mujeres indígenas es sumamente fuerte por la manera en que somos miradas y tratadas en ciertos espacios (no en todos), es decir ser visible no es un valor positivo en sí mismo.

Aquí quiero poner sobre la mesa un tema que he introducido y que pocas veces se cuestiona ¿quién usa los huipiles “tradicionales” en México? Un huipil “tradicional”1 de mi comunidad puede costar unos ocho mil pesos mexicanos, incluso más, cuando incluye las características que se han nombrado como “autenticas” desde ciertos discursos un poco perversos de la comercialización de los huipiles.

Andar vistiendo diario un huipil “tradicional” en México, al menos uno de Yalálag, implica que uno tiene el acceso económico para vestir esas prendas en primera instancia. Con esto quiero recalcar que la circulación de estas prendas en las comunidades es particular: generalmente una usa (cuando no se tiene el propio) el huipil que te presta la tía, la prima, la mamá o en el mejor de los casos el que te heredan las abuelas cuando ya no les quedan o cuando fallecen, si es que no son enterradas con ellos. Anteriorimente existían personas que prestaban o rentaban las tiras bordadas que adornaban el huipil porque en realidad, es muy caro vestir un huipil “tradicional” que en la comunidad de Yalálag es llamado, más bien, “de fiesta” o “de gala”.

En los últimos años, han tomado fuerza campañas como #viernestradicional o #QuiénHizoMiRopa o #QuiénHizoTuRopa gestionadas desde ONG’s como Fashion Revolution en Ingalterra o Impacto en México. La campaña de #WhoMadeMyClothes apareció en el contexto de la muerte de miles de mujeres al colpasar el edificio Rana Plaza en Bangaldesh en donde operaban maquilas para marcas globales en condiciones de precarización extrema.

Si bien esta campaña ponía el acento en la distribución inequitativa de la riqueza generada por estas empresas, no señalaba de manera clara la explotación con resquicios coloniales que vivían comunidades de mujeres en condiciones geopolíticas muy distintas a las personas que consumían las prendas elaboradas por ellas. Había algo un poco sospechoso en la praxis real de esta campaña y el discurso de la “moda sostenible”. Porque al mismo tiempo que se alentaba a que las relaciones entre todxs los participantes en el proceso de la creación de las prendas fueran más “justas, seguras y transparentes” en la práctica tuvo otros devenires como el acceso a circuitos económicos más privilegiados como las Semanas de la Moda, etc.

Con esto me voy a seguir refiriendo al proceso que han tomado estas campañas en México específicamente, dejando de lado el contexto en el que nace esta campaña pues seguro tendrá otras especificidades. En México varias empresas se abanderan a sí mismas como proveedoras de moda mística, sustentable, orgánica, lenta y un sinfín de términos “mágicos” que exaltan “la cosmovisión”, “la cosmogonía”, la “sabiduría ancestral” de pueblos indígenas sin ser parte de ellos, con esto no estoy diciendo que una tenga que ser de la comunidad de donde porta una prenda, ni mucho menos. Tampoco es mi intención hacer un ataque personal a las personas que trabajan en estas empresas y campañas, mi intención es problematizar cómo estas campañas acompañan y legitiman procesos de extracción de imaginarios y materiales de las comunidades indígenas para que nortes globales usen estos y refuercen, así, lugares jerárquicos que tienen que ver también con la distribución inequitativa de la riqueza.

En estos discursos que acompañan la reventa de textiles en México muchas veces se juega con el uso de lo tradicional y la autenticidad para colocar a las comunidades indígenas en un ayer, en un pasado inamovible y a lxs diseñadorxs textiles en el ahora, en el progreso, en la moda sostenible que nos viene a “sacar de la pobreza” y a meter en el mundo de la moda global. También el uso de estrategias visuales para vender los textiles nos coloca en la folcklorización de nuestras identidades y a nuestras prendas como signos esencializantes que siguen ordenando nuestros cuerpos en jerarquías muy específicas y legitiman ese discurso a partir del “rescate” y “revalorización” que hacen a nuestras prendas.

Este discurso de la autenticidad, lo originario se traslada a nuestros cuerpos en donde se refuerzan identidades homogenizantes y mientras el gusto de una determinada élite económica con un cierto acceso a la educación está adquiriendo de manera casi museística textiles de todas las culturas en México (las más que se puedan) tenemos como contraparte la paradoja que miembrxs de las comunidades estamos siendo obligados a abandonar estos repertorios.

Así, se difunden un montón de fotografías con los hashtag antes mencionados en donde mujeres indígenas sostienen un cartel con la leyenda “yo hice tu ropa”, un mensaje que se empata con las mujeres blancas que acompañan esta publicidad modelando las prendas que mujeres indígenas realizan. Se les olvida que el cartel quizás debería versar más sobre el hecho de que esas mujeres hacen ropa para sí mismas y para su comunidad, es decir, si la frase dijera “Yo hice mi ropa” estaríamos teniendo otra discusión.

También, se nos olvida que las comunidades indígenas han sostenido históricamente lo que Natalia Cabezas ha llamado como “la autonomía del vestir”. Nosotras no necesitamos preguntar quién hizo nuestra ropa porque muchas veces somos nosotras, nuestras amigas, nuestras madres, nuestras tías, nuestras abuelas o gente que se ha dedicado a hacerlo históricamente en nuestras comunidades y que son fácilmente identificables por la comunidad misma. Es más, en la comunidad de Yalálag, aunque ya no se siembra algodón o se produce hilo, se sabe quién provee las materias primas, quienes tejen, quienes bordan, quienes hacen los terminados, quienes hacen las trenzas y también quienes distribuyen las prendas.

Eso no nos excluye tampoco de reproducir prácticas de explotación y de acumulación de riquezas pero nos da pautas distintas para accionar en nuestra realidad cuando detectamos relaciones injustas. Puesto que sabemos la responsabilidad como miembrxs de la comunidad de crear bienes comunes materiales e inmateriales, o al menos, sabemos las consecuencias que puede tener a nivel comunitario e incluso intergeneracional generar malas prácticas con las personas que coexistimos.

En todo caso, sabemos también que vestir las prendas de nuestras comunidades es ante todo una lucha “cotidiana” en donde se negocían las formas de enunciación. Sabemos también que tejer, bordar y vestir tienen potenciales materiales, técnicos, pero también simbólicos y visuales de sostener la vida comunitaria.

Retomo la pregunta que me hizo Bertha Felipe, una tejedora yalalteca, cuando la busqué para platicar sobre su trabajo y su uso de los huipiles. La pregunta de Bertha que señalaba si era yo la que quería vestirse de yalalteca apuntaba que saber del huipil y usar el huipil es fundamental para resistir y reclamar modos de vida y memoria comunitaria que hemos olvidado. ¿Qué vestir? Es una pregunta que las mujeres indígenas nos hacemos para asegurarnos la sobrevivencia sin olvidar a nuestrxs antepasadxs.

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1 Con tradicional hago referencia al término utilizado para referirse a los huipiles elaborados con telar de cintura, bordados a mano, a veces hechos con hilo hilado a mano y con tintes naturales.

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Ariadna Solis es hija de migrantes yalaltecos, actualmente investigadora independiente, estudió la licenciatura en Ciencias Políticas y la maestría en Historia del Arte por la UNAM. Es parte del colectivo Dill Yelnbán, Grupo de transmisión y difusión de la lengua zapoteca. Las líneas de investigación que trabaja están relacionadas con el estudio de

textiles, archivos y feminismos. Ha publicado en revistas como la Revista electrónica de Literatura comparada de la Universidad de Valencia y en la Revista Kaypunku de Estudios Interdisciplinarios de Arte y Cultura en el Perú y proximamente con un capítulo en el libro Mundos de Creación Visual de la Universidad Javeriana de Bogotá en colaboración con la Universidad Pablo Olavide de Sevilla.

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Mi hija duerme, 31 X 19 cms, 2019

Hogar. Ana Laura Contreras Ortega

Mi hija duerme, bordado, 31 X 19 cms, 2019

En mi trabajo el hogar es un territorio de sucesos, sensaciones y pensamientos que se convierten en estímulos creativos, para dar cuenta del acontecer secreto de numerosas mujeres que recorren con esmero los laberintos del cuidado, la soledad, el anhelo, el placer, el tiempo.

Madre-hija-gato-caricias, bordado, 34 X 27 cms, 2017

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Ana Laura Contreras Ortega. Artista visual. Licenciada en Artes Plásticas y Visuales, ENPEG «La Esmeralda». Puedes encontrar su trabajo en su instagram: @hilodevoz

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Mil agujas por la dignidad. Manifiesto

Mil agujas en Santiago de Chile
Mil agujas en Santiago de Chile

[ads2] Karen Rosentreter es organizadora de la manifestación textil «Mil agujas por la dignidad» llevada a cabo el 7 de diciembre de 2019 en más de 21 países y 70 ciudades del mundo. Ponemos a continuación el Manifiesto de la misma, así como trabajo de Karen y el link para ver la documentación de dicha manifestación.

Hoy es un día importante para América Latina. Sin importar el color de las telas y menos las puntadas que se han dado, las textileras nos cansamos de la falta de cordura, de la falta de humanidad, y nuestros bordados se transformarán en gritos de justicia, porque somos todas las voces acalladas de nuestra Latinoamérica sufriente, la que sigue respirando, aunque la quieran hacer agonizar.

Honremos a nuestras mujeres y hombres que entregaron sus almas al trabajo por la dignidad, desde de sus agrietados rostros, desde sus inmerecidas jubilaciones, desde el olvido de una sociedad que no los contempló. Reivindiquemos a todas nuestras maestras, esas de manos marcadas por jornadas extensas, las de ojitos cansados por coser de noche, de enseñanzas humildes pero profundamente significativas, porque sus hazañas de guerreras textiles, no caben en los libros de historia para recordarlas. Gracias por todas las puntadas que dieron, porque con ellas nos trazaron el camino que hoy nos lleva a exigir la vida que merecemos.

Reclamemos, con la punzante lengua de nuestras agujas, todo aquello por lo que gritó la Violeta, no hay que “ser sabio competente” para entender que lo robao, no es más que la esencia colonizada de nuestro pasado, por el solo hecho de ser los Americanos del patio de atrás. Los hijos de los incas que nacieron en ese pedacito de tierra que la historia no recuerda, el destino exótico para los turistas extranjeros, el manantial donde los poderosos meten sus manos y se quedan con nuestra agua, con nuestro cobre, con la savia de nuestros árboles y hasta con el hierro de nuestras venas.

Pero poco a poco se cose la manta, porque las acciones urgentes de la gente y todo lo que hilvanan sus ilusiones cansadas, son el aire de los pulmones de este continente. Nuestros anchos pensamientos, son como las alamedas que alguna vez nos ofrecieron caminar y en la inocencia de nuestra pobreza, creímos en el demonio de turno que nos cortó en pedazos. Pero despertamos y nos cosimos las manos, para seguir tocando la guitarra de Víctor, para seguir bordando de día, de noche, sin luz, con la ropa de nuestros desaparecidos; con las ansias de volver a abrazarlos enhebramos nuestras agujas, y con todas las angustias de nuestros días sin ellos, bordamos una eternidad de cantos textiles que se escuchan hasta hoy.

Que esta danza de piel morena se haga costumbre, porque fuimos paridos desde la misma tierra, esa que nos da el café más poderoso del mundo, la que nos abraza por la cordillera, la que nos contempla desde el cañaveral, nos arropa desde la pampa, nos acaricia desde el mar caribe y nos cuida desde el océano Pacífico y también desde el Atlántico.

Una mujer adulta muestra una manta con bordados.

En un 7 de diciembre de 2019, las y los textileros repartidos por el mundo nos unimos a una sola puntada, a un solo corazón, porque a las ideas le crecen alas cuando son colectivas, cuando van direccionadas a un bien común. Gracias a todas las “Mil agujas por la Dignidad” presentes hoy.

Para ver más acerca de este evento: https://milagujasporladign.wixsite.com/manifestaciontextil

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Karen Rosentreter. Profesora y artista visual chilena originaria de Valparaíso. Actualmente reside en Barcelona donde acaba de terminar un máster en Estudios Avanzados en Historia del Arte en la Universidad de Barcelona.

Ha realizado y participado de diferentes muestras y proyectos artísticos de carácter social y comunitario. Una de sus principales líneas de investigación tiene relación con el arte textil femenino y el reconocimiento de los artistas latinoamericanos. Actualmente se desempeña como dinamizadora social y codirige el grupo de arpilleras de Poble-sec, en la ciudad de Barcelona.

En la actualidad su proyecto Mil agujas por la Dignidad funciona como plataforma de difusión de proyectos textiles.

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Arpilleras urbanas por la justicia

Por Cynthia Imaña

con fotos de Memorarte y Marcelo Aragonese

El colectivo Memorarte se formó el año 2015, después de que 3 arpilleristas (Alejandra Campos, Cynthia Imaña y Erika Silva) acordaran trabajar en conjunto en la difusión y fomento del trabajo de las antiguas arpilleristas de tiempos de dictadura, que se enfrentaron al régimen con hilos, agujas y pedazos de tela.

Luego del golpe militar del año 1973, la dictadura comenzó a detener y hacer desaparecer a cualquier persona que consideraran adversario político. Las familias de estos detenidos desaparecidos, generalmente mujeres; las madres, hijas, hermanas y abuelas, comenzaron a indagar sus paraderos, por lo que eran duramente reprimidas. Buscando apoyo llegaron a la Iglesia, y así se formó primeramente el Comité Pro Paz, y luego la Vicaría de la Solidaridad, donde llegaron a trabajar voluntariamente algunos abogados para apoyar a estar mujeres a quienes nadie escuchaba.

Las oficinas de la Vicaría se llenaron de mujeres dolidas y desesperadas, y los pasillos estaban llenos por largas horas, así que a una de las abogadas le surgió la idea de hacer una actividad que les permitiera ocupar el tiempo y sobrellevar de mejor manera el sufrimiento que vivían.

Como la mayoría eran pobladoras muy pobres, tampoco tenían para comprar materiales para hacer algo, por lo que se les ocurrió ocupar la tela de los sacos de harina que se repartía en las mismas dependencias de la Vicaría. Con el apoyo voluntario de la artista visual Valentina Bonne, quien conocía las molas panameñas, unió esta técnica con el bordado tradicional chileno y así surgió una nueva técnica que es el bordado con retazo o ensamble de telas, que se pasaron a llamar arpilleras.

Las familiares de los detenidos desaparecidos comenzaron a contar en sus textiles todo lo que estaba pasando y de lo que nadie hablaba por miedo: las desapariciones, muertes, torturas a los que estaba siendo sometido el pueblo.

También representaban la pobreza, el hambre y la represión a la que estaban expuestas. Estos bordados fueron el único medio que tuvieron estas mujeres para denunciarlo horrible que estaba pasando en el país ante los ojos del mundo.

Actualmente usamos las arpilleras como instrumento de denuncia y memoria, conformando la resistencia textil contra las desigualdades e injusticias del Chile actual. Nos juntamos una vez por semana, para planificar nuestros bordados y actos según la contingencia. Pueden ver nuestro trabajo y convocatorias en FB: @colectivomemorarte.

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Cynthia Imaña. Arpillerista chilena, dedicada a que la historia de las arpilleristas de la dictadura se conozca en todo el mundo, como una lucha anónima, en que unas cuantas valientes mujeres se enfrentaron a una feroz dictadura sólo armadas con una aguja, hilos y unos pobres trozos de tela.

Búscala en su FB: @cynthiarpilleras

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Chinelas del Faro Tláhuac

Por Akire Huautli

*Dedicado al chinelo que hace vibrar la memoria, Luis Ehecatzin(q.e.p.d),

 gracias por seguir inspirando este brinco cotidiano.

Existe un rincón en el sur de la Ciudad de México, una casa llamada Fábrica de Artes y Oficios Tláhuac, en donde cada martes mujeres vecinas de la delegación Tláhuac e Iztapalapa se reúnen a dialogar con los hilos, las puntadas y las historias.

En este espacio de creación/reflexión se dan cita mujeres como Araceli, Arely, Julia, Leticia, Aurelia, Patricia, Adriana, Leonor, Heidi,Luz María, Socorro, Verónica y Reyna quienes además de ser cuidadoras de la vida y del hogar han ofrendado gran parte de sus minutos, horas, días a la creación textil; ellas conviven con mujeres más jóvenes como Angélica, Victoria, Nuscaá y con el único compañero bordador Aurelio, todas estas voluntades textiles han generado un ambiente de convivencia, fraternidad, confianza y armonía.

Dentro de los varios proyectos que han tejido juntas está el de CHINELAS FARO TLÁHUAC, que surgió a partir de una invitación por parte de la Red de Faros para sumarse a las comparsas que participarían en el Mega Desfile del Día de Muertos 2019.

Fue a partir de un diálogo e intercambio entre todas que se consolidó la idea de conformar una comparsa de Chinelas, pues dentro de las danzas de la región, esta es una de las más importantes. Se retomó el traje como en los inicios de la danza, que hace referencia a las batas de dormir de los caciques españoles, como una burla a ellos en tiempo de carnaval donde era posible ejecutarla. Esta danza surgió en el Estado de Morelos pero fue extendiéndose hacia el oriente del Estado de México y hacia el Sur de la CDMX, ahora cada traje tiene elementos distintivos de cada región y es valorado por su manufactura y confección artesanal.

El objetivo de este proyecto era justo crear un traje distintivo/identitario de la FARO Tláhuac ya que el desfile sería el escenario perfecto para mostrar los procesos de largo aliento que aquí se trabajan, además de compartir con los asistentes parte del cuidadoso proceso de bordado que las compañeras han desarrollado a lo largo de estos años.

Las compañeras seleccionaron iconografías vinculadas al tema “animales de día” pues era el eje temático que nos correspondía aBORDAR. Retomaron la iconografía del mandil de la Sra Antonia de Jesús Nolasco nacida en 1922 (q.e.p.d),abuelita de Doña Juanita, quienes son originarias del pueblo de Santiago Zapotitlán, fue así que entre gallos, flores, conejos, maíces, guajolotes y pastitos cada una de las compañeras bordadoras le dio vida a su traje, arrancaron primeramente con el bordado del sombrero y posteriormente con la confección de la bata.

Para ello fue importante la organización que permitiera llevar a cabo de manera óptima todas las tareas, comprar los insumos al mayoreo para ahorrar y ponerse de acuerdo en las medidas para la confección, llevar máquinas de coser desde casa y auxiliarse en la manufactura, colaborar para bordar los motivos y bordar un poco extra por si a alguien le hacía falta.

En la parte posterior del traje usualmente es posible ver un “pantli” o banderín identitario de cada comparsa, en este caso se hizo un diseño colectivo de los motivos iconográficos y del nombre: Cenyeliztli Tlahuac (Familia Tláhuac) re-entendiendo el espacio: la FARO, como una extensión de la familia, donde se fortalecen los vínculos de confianza y donde las tareas y responsabilidades se comparten; además donde se reconoce la labor cotidiana de quienes hacen posible estos enlaces como Alejandro, Montserrat, Nayma, Papik y un sin número de voluntades que van direccionando y acompañando los procesos creativos.

Es importante señalar que dentro de las reflexiones colectivas de este ejercicio estuvo la de sanar todas las malas experiencias, no sólo a través del bordado sino también mediante la danza, pues entre tantos simbolismos de ella y del carnaval mismo está presente manifestar la alegría para seguir con las adversidades del camino, pero bien dicen en los pueblos sin música no hay fiesta y por supuesto tampoco carnaval, por lo cual se hizo la invitación a la Banda de Viento San Luis Huentli, quienes son originarios de diversos puntos geográficos, pero comparten como eje o punto en común el gusto por los sones de chinelo, al igual que las compañeras bordadoras.

Así pues música, danza y textil fueron hilvanados para dar pie a la reconstrucción de la memoria, la cual es dinámica y se va adaptando a los procesos de cada espacio/territorio/intención.

En esta experiencia de varias horas/días bordando para finalmente pasar varios kilómetros danzando/brincando/tocando hicieron vibrar y recordar la memoria de antaño, en donde a través del baile y la convivencia se fortalecen los vínculos pero también brindan una sensación de alivio, de dicha a través de la expresión del cuerpo mediante el brinco y la música. 

Una fuerte lluvia hizo presencia minutos antes de arrancar, pero parece fue el augurio de la memoria que este brinco requería, un acompañamiento de quienes en otro tiempo habían brincado también para sanar y así continuar con las labores cotidianas que como en toda historia tienen adversidades y tristezas, porque los tiempos no cambian, sólo los caciques cambian de rostro y forma, pero la disidencia estará ahí brincando para recordar las otras formas de lucha y resistencia que han permanecido con el paso de los años.

 

Fotografía: Giz Arellano

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Erika Karina Jiménez Flores

Omotlacatilih ipan 1986 xihuitl ompa Tlaxialtemalco altepetl, Xochimilco itechpohui Hueyi Altepeyollohco Mexihco.
Nochi inemiliz mochantilia ipan ialtepetzin TlaxialtemalcoOmomachtihtzinoh Toltecayotl ipan Hueyi Caltoltecayotl FAD/UNAM noyuhqui omomachtihtzinoh ompa Tlahtoltemachtilcalli “Formación de Profesores en Lengua y Cultura Náhuatl” ipan ENALLT/ UNAM.
Motequitilia quenin nahuatlahtoltemachticatzintli ompa FAD Toltecayotl ihuan ompa Hueyi Toltecayotl FARO Tlahuac.
Yehuatzin noyuhnqui tlatzotzona in hueyi tampoltzin itech ce Tlatzotzonacenyeliztli “Banda San Luis Huentli”.

Nació en 1986 en el pueblo de Tlaxialtemalco, Xochimilco en la Ciudad de México.
Toda su vida ha residido en el pueblo de Tlaxialtemalco.
Estudió Artes Visuales en la Facultad de Arte y Diseño UNAM y también el curso de Formación de Profesores en Lengua y Cultura Náhuatl en la ENALLT/UNAM.Trabaja como profesora en FAD UNAM y como tallerista de la Fábrica de Artes y Oficios FARO Tláhuac. Ella colabora tocando la tambora en la Banda de Viento “San Luis Huentli”.

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Bordamos Feminicidios. Acompañar bordando

Por Marisol Maza

¿Y si un día yo no vuelvo quién recordará mi nombre? ¿Quién contará mi historia?

Bordamos Feminicidios es un grupo de mujeres que surge ante la impotencia de ver como nos están matando, la tristeza y desesperación de saber que mañana faltarán otras mujeres más…

Quienes en algún momento hemos bordado acudimos a la convocatoria de las compañeras organizadoras con el objetivo de visibilizar y hablar de los casos de feminicidio en México y también como un espacio de acompañamiento entre nosotras para sobrellevar los procesos de duelo, enojo, miedo…

Durante el sexenio de Felipe Calderón se disparó el número de asesinadxs y desparecidxs en el país, producto de su mal llamada “guerra contra el narcotrafico”. A raíz de esto, entre otras formas de protesta, surgieron varios colectivos de bordadorxs exigiendo justicia para las víctimas, con réplicas en distintas ciudades del país y del extranjero. Paralelamente a la ola de violencia generalizada se incrementa también el número de feminicidios, destacándose algunos estados y municipios, entre ellos el Estado de México, donde en ese momento era gobernador Peña Nieto, y quien en el 2012 asumió la presidencia del país.

Bordamos Feminicidios comienza en noviembre de ese año para bordar específicamente los casos de mujeres y niñas asesinadas. Desde esa fecha cada año se han incrementado de manera alarmante las cifras de feminicidios diarios en todo el país.

La importancia de este proyecto no ha radicado en saber bordar; muchas de las participantes no habíamos bordado nunca anteriormente. Lo que se hace no es arte ni artesanía y los bordados no forman parte de ningún proyecto personal ni de lucro.

El bordado es una actividad para dedicar tiempo y atención desde lo individual en tiempos libres, de transporte, en la sobremesa, etc. y desde la colectividad como un espacio para socializar entre todas y acompañarse. En una sociedad que nos dice que las mujeres no podemos hacer cosas juntas y nos enseña a desconfiar y competir, son especialmente valiosas este tipo de propuestas que desmontan en absoluto esas ideas.

También se han organizado bordadas colectivas en lugares públicos como parques para dar a conocer el proyecto, y como acción de ocupación de los espacios públicos. Constantemente se nos dice que las calles no son un espacio seguro para estar, por lo tanto un grupo de mujeres bordando en una plaza es también un acto de resistencia.

NOMBRAR es traer de vuelta, hacer presente… lo que no se nombra no existe pero ¿Desde dónde y de qué manera se nombra?

Paralelamente a la espectacularización que se hace de la violencia feminicida, la revictimización, el morbo y el amarillismo, es importante generar otras narrativas; desde la indignación y la empatía señalando siempre al agresor como culpable.

Uno de los puntos más importantes del proyecto ha sido rescatar la individualidad de cada una de las mujeres que faltan; que sus nombres e historias no se pierdan en las cifras. No es solo una más; es Fátima, es Ingrid, es Valeria…

Los datos para los bordados son tomados de notas de prensa, sin embargo en los textos se escribe en primera persona enfatizando el nombre de la víctima, fecha, lugar y datos relacionados con su vida o actividades. El objeto de esto es “prestarle eso que a ella le fue arrebatado y que nosotras todavía tenemos: vida, tiempo, espacio, voz”  darle la oportunidad de narrar su denuncia desde su voz.

En algunos casos, si se conoce el nombre del asesino (muchas veces familiar o pareja sentimental) a criterio de la bordadora se deja en lápiz sin bordar o se borda tachado en otro color.

Más allá del proceso de hacerlos, los objetos finales son una forma de materializar el dolor, la idea es generar un memorial que también sirva para visibilizar los casos y sensibilizar a la sociedad en general.  Los pañuelos bordados se han montado en varios espacios, llevado a marchas en contra de los feminicidios y se han mostrado en eventos públicos.

Actualmente el proyecto funciona a través de una página en facebook, donde se comparten notas de feminicidios y otras violencias hacia las mujeres. Si estás interesada en colaborar con el proyecto puedes escribir al FB de Bordamos Feminicidios.

En este país feminicida los nombres de nuestras muertas también se escriben con hilo morado, rodeados de flores. Las ausencias también se cuentan desde el amor.

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Marisol Maza (México, D.F) Artista Visual. Trabaja con fotografía e intervenciones al espacio público. Su trabajo se ha presentado en varias ocasiones en México y el extranjero. Actualmente trabaja en el proyecto Cartografías Temporales que consiste en intervenciones a partir del mapeo de las ocupaciones temporales en espacios urbanos.

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Bordar: un performance para reparar

Por Niñas Anómalas

Bordar es un acto de reparación y de reunión ya sea con una misma o con otras, durante nuestros talleres se convierte en un momento de encuentro, encontrarnos con las otras es encontrarnos con nosotras mismas, en su voz, en sus palabras, en sus historias, en lo que nos atraviesa el cuerpx.

Al bordar se entra en un trance, el cual nosotras lo dirigimos hacia dialogar con el cuerpo desde el sentipensar, redescubriendo y renombrando nuestros cuerpxs. También lo dirigimos a observar lo que lo construye y atraviesa, especialmente las violencias patriarcales y discursos dominantes.

Dentro éste diálogo con el cuerpo  encontramos un espacio de reflexión donde encontramos relaciones entre bordado, tejidos y cuerpo:

Reconocemos nuestro cuerpo como una serie de tejidos, sociales, biológicos, afectivos, que se encuentra atravesado por un sistema patriarcal y a la vez al cuerpo como nuestro borde con el mundo y con lxs otrxs.

Al reflexionar los conceptos desde esta perspectiva bordar cobra otro sentido, comienza a ser una estrategia para resignificar nuestros cuerpos atravesados, para encontrarnos con la vulnerabilidad (capacidad de atravesar y ser atravesadx) y hacerla nuestra, para así (a)bordarnos.

De esta forma transformamos el acto de bordar en un encuentro con el cuerpo, un cuerpo herido, roto, fracturado, silenciado. Para empezar a bordarnos recorremos ese cuerpo y a partir de diferentes dinámicas exploramos alguna herida, la sentimos, nos reconocemos vulnerables y atravesadas.

Reconocernos vulnerables y atravesadas es necesario para darnos oportunidad de repararnos.

El bordado es una técnica cuya una de sus funciones es reparar prendas, textiles, tejidos, durante nuestros performance el tejido que bordamos, ya sea una prenda o una tela, el tejido que bordamos se vuelve una metáfora de nuestro cuerpo, la reparación se da en el diálogo íntimo con una misma o con las otras, se traduce en cada puntada convirtiendo el bordado de cada una, en una carta escrita en el lenguaje que cada una elige darle.

Esta carta puede fungir como apapacho, como recordatorio, o como lo que mejor le funcione a una misma para tener presente ese camino de reparación y reconexión con nuestrx cuerpx y no abandonarlo. Porque bordarse es reconocer los propios límites (cómo la piel, nuestro borde con el mundo) cuestionarlos, cuidarlos  y hacernos cargo de aquello que llevamos dentro.

 

 

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Servilleta de más de cien años de vida, hecha por la señora Carmen Gallo, abuela de mi abuelo materno al que no conocí, mi tatarabuela pues. Puro punto de cruz en cuadrillé, chiquito y grandote.

En el borde / Pitaflorida

Servilleta de más de cien años de vida, hecha por la señora Carmen Gallo, abuela de mi abuelo materno al que no conocí, mi tatarabuela pues. Puro punto de cruz en cuadrillé, chiquito y grandote.
Servilleta de más de cien años de vida, hecha por la señora Carmen Gallo, abuela de mi abuelo materno al que no conocí, mi tatarabuela pues. Puro punto de cruz en cuadrillé, chiquito y grandote.

Por Pitaflorida

Hacerse con las manos, hacerse de las manos, manos, las manos de mamá. Las manos y la vida.

Antes de saber que podía incendiarme en mi cabeza, antes de dejarme arrasar por olas más grandes que cualquier voluntad y morir poquito sin querer, varias veces, aprendí a usar mi cuerpo, y en algún momento, después de mucho experimentar, aunque también después de mucho hacer siempre las mismas piruetas y las mismas arrastradas reptilianas en el piso, aprendí a usar mis manos, y son sin duda mi parte favorita de este cuerpo que soy.

Aprendí a bordar por instinto y por capricho, no era una reapropiación, no era un acto político, eran las ganas de hacer algo con todo lo que se acumulaba en el plexo solar y muy seguido no hallaba cómo salir sin convertirse en un desastre, cosa de la que no fui consciente hasta después, que empecé a pensar en lo que hacía; pronto descubrí, que, como actividad humana, el bordado me pertenece como le pertenece a la colectividad de mujeres que a lo largo de la historia se han visto resguardadas entre la aguja sutil que perfora segura la manta o el cuadrillé y el silencio o el ruido del chisme que muy a menudo acompaña al bordado.

Dicen que las manos frías indican anemia, pero para mí, y para muchas otras, significan horas y horas de labores con hilos y bastidor, para mí, también significan cariño, ternura y deseo. Hacerse con las manos, tocar, pasar largos ratos siguiendo el contorno del rostro o de la espalda de los seres queridos y de una misma, hacerse con las manos, cariño, ternura y deseo. Existir. Así con cada puntada avanzando lento en el tiempo, no dejando ver el resultado hasta –de verdad- el último momento, pasar largos ratos haciendo-me con las manos, existiendo, hasta este instante cobró un sentido político el bordado, hasta que supe que era el deseo instintivo y caprichoso el que me había acercado a él. Las ganas de ser y dejar rastro(s).

Creo profundamente en la magia, en la energía y en las intenciones con las que una anda en la vida, uno de los recuerdos mágicos más potentes que tengo es de cuando por el ojo del aguja salió una voz que me decía, «ten paciencia, los mundos nuevos tardan tiempo en crearse» y voy recordándolo todos los días, varias veces al día porque a veces, las ansías son muchas. Pero la magia de mis manos también es mucha, también hago hechizos con cada bordado terminado, y también tengo que ser paciente y precisa al dejar salir de a poco lo que llena el pecho, para no pincharnos, para no estropearlo.

Encontrarme en el borde de mis pensamientos y mis movimientos ha resultado sanador y mágico en todas las ocasiones, me ha hecho parte individual de esta bolita colectiva de mujeres que nos hemos dedicado a saber y conocernos a nosotras mismas y al mundo a través de las manos, del tejido, del bordado, de las redes de apoyo, del silencio, del cariño, la ternura y el deseo.

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Pitaflorida. Proyecto individual de intervención textil y bordado que se ha convertido en un medio de expresión,descubrimiento y acción. Con la aguja y el hilo está Alejandra Vera, que ha escrito, ha bailado, ha sido mamá, y espera continuar haciéndolo.

Instagram. @pitaflorida       Facebook. pitafloridabymalva

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