por Claudia Calquín Donoso
1989, volvía a casa del liceo y encuentro a mi madre, una joven dueña de casa, tirada en el baño, inconsciente, luego de haber ingerido una dosis de cápsulas para adelgazar, suficientes como para colocar a un caballo. Las “católicas” las llamábamos en el mercado negro, en honor al equipo universitario de fútbol chileno que usaba los mismos colores –azul y blanco- en su camiseta. Afortunadamente yo no tenía la necesidad de hacer los trámites yonquísticos de la compra clandestina, pues las católicas las tenía en casa. Solo era cosa de escudriñar en el velador de mi madre, abrir las cápsulas con delicadeza para no dejar huellas, juntar pequeñas dosis del polvo cristalino, conseguir nicotina y… todo lo demás.
Después de un lavado de estómago y de la ronda de consejos morales de los médicos, de mi padre y los míos, y de su promesa de abandonar el milagroso tratamiento que la había hecho adelgazar 15 kilos en un par de meses, mi madre volvía a ser la mujer regordeta de toda la vida, que volvía a cocinar pasteles, pan amasado y todo lo que tuviera perfil comestible. Para el poder psiquiátrico, su deseo de matarse se llamaba depresión sin tratar, síndrome de nido vacío, ansiedad, crisis de feminidad, etc., una serie de existencias con las cuales se intentaba reenviar -y explicar- el deseo de mi madre en los estrechos márgenes del conformismo doméstico. Con ello mi madre, avergonzada y resignada, asumía su destino de tranquilidad y felicidad doméstica que la hacían subir kilos y que según ella, desviaban hacia el exterior del hogar, la mirada de mi padre.
Pero de todo lo que se hablaba, nada se decía de que detrás de sus intentos de suicidio y de su inquietud motora y mental había algo más sencillo y complejo a la vez: el hecho de que una dueña de casa con tres chutes de anfetamina al día, aunque sea en elegantes cápsulas celeste y blanca, no era una cuestión fácil de llevar ni para ella ni para nosotras; que la mezcla dueña de casa y anfetaminas es una mezcla fatal.
Régimen speed
El uso de las anfetaminas para adelgazar fue uno de los tantos inventos fármaco-tecnológicos del nuevo régimen que asume el capitalismo una vez finalizada la 2° guerra mundial (el posfordismo o farmacopornografismo según Beatriz Preciado). Al igual que la bomba atómica, la categoría de género, las pin ups, el contrachapado, la teoría del apego y las cirugías estéticas , la anfetamina es un objeto semiótico-material que se constituye en medio de la cartografía social, económica política y sexual del inicio de la guerra fría y del capitalismo pos fordista, en los que se articularon, entre otras cuestiones, el naciente poder de las farmacéuticas (la revolución farmacológica), el imperialismo de EE.UU (Plan Marshall), la lucha contra el comunismo (la doctrina Truman), la guerra contra los homosexuales (doctrina Macarthy) y las políticas re-familiaristas dirigidas a revertir la catástrofe demográfica ocasionada por la segunda guerra mundial.
La anfetamina fue uno de los psicoestimulantes más importantes y más usados de lo que se llamó la revolución psicofarmacológica de los años 40-50. Como la clorpromizina y la reserpina, la anfetamina, derivado sintéticos de la efedrina, constituyó un objeto de consumo que acompañó a todos aquellos objetos y tecnologías que hicieron posible la vida doméstica de la guerra fría bajo la égida del american way of life (blanca, de clase media, heterosexual y sub urbana), no sólo porque su consumo se produjo en su mayoría en mujeres dueñas de casa de clase media, sino porque mantenía a las mujeres en una régimen de activación, aceleración y felicidad doméstica. La anfetamina, a la vez que hacía perder kilos, sus efectos euforizantes les daba un sentido de vida a mujeres enclaustradas y aburridas en la nueva arquitectura doméstica suburbana de las década de los 50´s, arquitecturas repletas de nuevas tecnologías domésticas que emergían como reciclados de guerra y como respuesta a los deseos heterosexuales y blancos de escapar de las ciudades repletas de negros e inmigrantes. Ocupándose personalmente del tema, uno de los principales psicólogos de la época, H. J. Eysenk, postuló que estas aminas disminuían la inhibición nerviosa; por eso las consumían amas de casa, un grupo -en sus palabras-, proverbialmente acosado por el aburrimiento y la falta de motivación (Escohotado, 2008). Por otro lado, la anfetamina era un signo -paradójico- de la abundancia del american way of life, una abundanciaque se desplazaba del cuerpo regordete del imaginario victoriano y puritano sobre las amas de casa –el ángel del hogar- que dominó el siglo XIX, para materializarse en cuerpos estilizados, acorde al imaginario de la sociedad de masas que emergía junto a los estudios de Hollywood. También la anfetamina ayudaba a mantener activo el deseo sexual de estas mujeres. La domesticidad del american way of life –domesticidad Simpson-, a diferencia de la domesticidad victoriana del siglo XIX y principios del siglo XX, suponía mujeres liberadas de los tabúes de la sexualidad, una domesticidad liberal en el que no era extraño ver a una pin up con un sexie y acinturado delantal cocinero y posando con un apetitoso pastel de manzanas.
Las anfetaminas aparecieron en las farmacias norteamericanas hacia 1930, cuando todavía estaba en vigor la ley Seca, como recurso para mantener despiertos a sujetos sobredosificados por los sedantes. (Escohotado,2000). Fue un complemento de lo que en aquella época se llamaban los ataráxicos. Poco después se lanzan en forma de inhaladores para catarro y todo tipo de congestiones nasales, y algo más tarde como píldoras contra el mareo y la obesidad, para finalmente emplearse como antidepresivos. En 1937 la American Medical Association aprobó la utilización de las anfetaminas para el tratamiento de la narcolepsia, el parkinson y la depresión, y durante la guerra “los Estados Mayores de los principales contendientes en la Segunda Guerra Mundial regalan a sus tropas algo que enmascara la fatiga, prolonga la vigilia y despeja talantes depresivos. “ (Escohotado, 2008, p.778).
Según datos oficiales del Ministry of Supply (Escohotado, 2008) , el ejército inglés había repartido ya unos ochenta millones de comprimidos en 1942, “el criterio era no superar los 10 mg. cada doce horas, cantidad que equivale a un cuarto o quinto de gramo de cocaína… En la primavera de 1941 los periódicos ingleses lo comentaban abiertamente, y uno llegó a componer su primera página con el titular: «La Methedrina Gana la Batalla de Londres»” (p.779). También se sabe que los pilotos japoneses, especialmente los kamikazes, volaban literalmente embalsamados en metanfetamina. Al firmar la paz, los excedentes almacenados desaparecen y, en la década de los 50´s el mundo de posguerra asistía a una cifra millonaria de adictos/as delirantes y suicidas.
El periodo de máximo esplendor en el uso de las anfetaminas en la población civil fue en la década de los 60, en la que se distribuyó en el mercado de Europa y Estados Unidos una enorme cantidad de preparados farmacéuticos con esta substancia. A título de ejemplo López-Muñoz et col (2007) señalan que en Inglaterra para la década de los 50 alrededor del 2.5 % de las prescripciones del Servicio Nacional de Salud eran preparados que contenían anfetaminas. (p. 1116). En Chile, la Sibutramina, otra de las versiones de la anfetamina de segunda generación, fue aprobada para su comercialización en 1999 bajo receta médica retenida. Hasta el 2014 –año de su prohibición- se vendían 38 medicamentos que la contenían y era distribuida por 22 laboratorios.
Cuerpos speed y tecnologías del género
Para Butler (2001), el género, lejos de ser la construcción cultural de una diferencia natural anatómica trascendental, es un efecto performativo, es decir una “repetición y un ritual que logra su efecto mediante su naturalización” (p.15). Pensar la performatividad del género implica subvertir las relaciones entre cuerpo/género/sexualidad como relaciones entre original y copia. Por el contrario, el cuerpo se constituye performativamente, “así, la aparente copia no se explica en referencia a un origen, sino que el origen se considera tan performativamente como la copia” (p16). La performatividad destaca el carácter inestable de la materialidad del cuerpo y que erosiona la idea de un cuerpo/sujeto natural. Con esto cabe la pregunta ¿de qué modos el régimen speed de la anfetamina contribuye a la perfomatividad del género?
Es claro que la anfetamina es algo más que un fármaco para adelgazar. La anfetamina es una pieza semiótico-material clave en la producción del género, el cuerpo-psiké, la hetero-sexualidad y la raza. Con la anfetamina hablamos de una producción sexo-fármaco-tecnológica de lo que Preciado (2008) llama ficciones somáticas de la feminidad y la masculinidad. Gracias a la administración de anfetaminas, la feminidad puede ser producida y re-producida aceleradamente. La anfetamina modifica la actividad cerebral y por tanto, los modos de relación del cuerpo con su afuera – el espacio- y con su adentro –sentido de sí misma-. Si seguimos el análisis sobre la píldora anticonceptiva de Preciado, la anfetamina al igual que la píldora es “un dispositivo ligero, portable, individualizado y afable” (Preciado, 135) y “un laboratorio miniaturizado instalado en el cuerpo de cada consumidora” (p.135), pero a diferencia de esta, sus efectos euforizantes y adelgazantes la hacen objeto de catexia y por lo tanto, de un consumo repetitivo-performativo en tanto es controlado por dispositivos biológicos y sociales de producción de placer. La anfetamina produce por un lado un sentimiento de agrado, omnipotencia y velocidad a la vez que produce efectos imaginarios/raciales narcizantes en un plazo extremadamente corto, modificando el comportamiento y los deseos de los cuerpos de las amas de casa en un régimen de activación y aceleración que sirve para regular el ocio doméstico, la percepción del tiempo, la actividad sexual, y como anoréxico, el deseo corporal y redirigirlo hacia un cuerpo blanco y delgado acorde a los imaginarios cinematográficos y coloniales. En ese sentido si bien es un elemento que se identifica a un régimen contra la obesidad en ese mismo movimiento se nos muestra como un régimen de intersecciones raciales y sexuales de producción de subjetividad, organizado por un poder, en palabras de Foucault, altamente productivo: de postularse contra la obesidad, la anfetamina se desliza a un régimen para la feminidad.
Por otro lado, la anfetamina funciona como una prótesis corporal interna que taponea y regula los posibles desvíos provocados por el aburrimiento y el sinsentido de la vida doméstica, funcionando como un impulsor de domesticidad, un propulsor a chorro, una fuente de energía, un acelerador de los relojes que marcan, lentos, el paso del tiempo del hogar feliz sub urbano. Un objeto que permite lo que Virno (2003) llama la aceleración como resultado de la maximización del tiempo y la pérdida de la densidad del tiempo, acordes a las lógicas de producción aceleradas de subjetividad y consumo del capitalismo pos-fordista. La anfetamina es al aburrimiento doméstico de la perfect house de la sociedad posindustrial lo que la histerectomía o el psicoanálisis es para el aburrimiento doméstico del ángel del hogar de la sociedad industrial. Con la anfetamina a la vez que el tiempo se acelera y el tiempo se mata, la levedad del ser doméstico se hace soportable.
Si seguimos con Haraway (1995) y su concepción del cyborg, la anfetamina participa literalmente de la producción de los cuerpos en tanto acelera la producción de neurotrasmisores, y con ello sus sensaciones y percepciones, lo que re-afirma la idea de que el cuerpo es un conglomerado de conexiones e interfaces humano-no humanos por medio de las cuales se disuelve la instalada dicotomía naturaleza-cultura y cuya inteligibilidad no puede ser pensada son la participación de los químicos sintetizados. Esto implica el develamiento de las nuevas alianzas sociotécnicas en la producción del género de la posguerra hasta ahora, como es la alianza entre las farmacéuticas, las asociaciones psiquiátricas, nutricionistas y las mujeres. La anfetamina nos enseña que el cuerpo lejos de ser construcciones naturales o simbólicas, son artefactos industriales farmacológicos modernos. La anfetamina como dispositivo performativo se mueve en medio de un régimen de exclusión contra los cuerpos obesos y un programa de producción y regulación política de la feminidad, cuya única consistencia es su capacidad para producir, restaurar y excluir subjetividades, es decir, posiciones sujetos de placer en los diagramas corpo-psico-farmacológicos- del poder.
Referencias
Butler, Judith (2001 ). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Madrid:
Escohotado, Antonio (2000) Historia elemental de las drogas. Barcelona: Anagrama
Escohotado, Antonio (2008) Historia general de las drogas. Madrid: Espasa
Haraway, Donna (1995 )Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Valencia: Cátedra
Laurentis, Teresa (1989) Tecnologías del Genero. Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction, Londres: Macmillan Press, págs. 1-30.
López- Muñoz, Francisco & Álamo, Cecilio (2007) Historia de la psicofarmacología. Tomo 2. Madrid: Panamericana
Preciado, Beatriz (2008) Testoyonqui. Madrid: Espasa
Virno, Paolo (2003) Gramáticas de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas. Madrid: Traficante de sueños
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Claudia Calquín Donoso. Chilena, psicóloga, máster en Estudios de Mujeres, Género y Ciudadanía. Universidad de Barcelona y doctorante en programa de doctorado Ciudadanía y Derechos Humanos, Universidad de Barcelona. Profesora Escuela de Psicología Universidad de Santiago de Chile . https://usach.academia.edu/claudiacalquindonoso