Amar el cuerpo que envejece

Por Gloria Luz Rascón Martínez

 

 La vejez es un más allá de mi vida, del que no tengo experiencia interior plena.

Simone de Beauvoir

 

Nacer, implica abandonar el reposo en el tibio vientre materno para salir e iniciar la lucha de ser en la vida, experimentando en ese desprendimiento una primera pérdida de las tantas que aparecen en el proceso de transformación del tesoro hecho cuerpo-mente, el cual se va renovando a cada paso. Así entre ser y dejar de ser, entre tener y abandonar se emprenderá un camino pleno de experiencias que conducirán inevitablemente hacia el final de la existencia. Desde el inicio la mente va configurando imágenes de sí, mediante la integración de las diferentes formas, funciones, impulsos, afectos, deseos del propio cuerpo, imágenes en las que vamos reconociendo lo que somos, lo que significamos para los otros y para nosotros.

El cuerpo-mente va recibiendo durante su camino mensajes del mundo exterior que hacen que las personas reformulen constantemente quienes son, donde están, que valores tienen, que son para los otros, cuales son los sentidos de la vida. Así el grupo cultural impone la diferencia del valor y sentido del ser según el sexo, la edad, el grupo étnico entre otras características.

En la construcción del imaginario social de ser mujer que se recibe en la mente, prevalece la idea de un ser delicado, débil, apacible, hermoso que por ello carece de capacidad para ejercer la autonomía y enfrentarse a la vida pública, entonces el sentido de vida de ser mujer se proyecta al cuidado de los otros y de su belleza para conquistar al hombre que la cuidará en el espacio privado, teniendo como valor principal la maternidad. Es en este punto donde se establece en el camino de las mujeres el inicio de uno de los tantos conflictos que pueden impulsar la fuerza interior para enfrentar y hacer las rupturas de lo establecido en cuanto género, raza, edad y reconfigurar valorando con la reflexión crítica la imagen y el significado de ser para sí y los otros.

En medio del conflicto por reconfigurar el significado de ser, se va descubriendo en el cuerpo-mente los cambios inesperados de la niñez a la pubertad, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez, cambios a los que nos tenemos que ir reacomodando, con ello a la vez reorganizando nuestra identidad –pensar qué somos y para qué estamos- lo cual se cargará de afectos de aceptación o rechazo según respondamos a nuestras expectativas y a lo que los imaginarios de la cultura nos señalan.

Con esa identidad siempre en transformación organizamos acciones y lazos con el exterior del que formamos parte, con el que podemos chocar al resistir y revelarnos frente a la concepción hiriente de ser mujer bella, débil, sumisa, de esconder el cuerpo sexuado, envejecido, pecaminoso, que debe ocultar sus pechos, genitales, menstruación con vergüenza, al renunciar a la maternidad como sentido obligatorio para ser mujer, de repudiar los valores sociales de belleza en cada etapa, para defender la libertad de ser y no responder sumisamente a las determinaciones culturales de la tradición, aunque con ello se ponga en juego la aceptación afectiva que siempre buscamos a cambio de resignificarnos con el respeto y amor a nosotras mismas en cada etapa de nuestro ser.

Al paso del tiempo en el intento de convertirnos en lo que deseamos alcanzar y en el recorrido de esa transformación encontramos siempre un cruce de puentes entre el presente y el futuro con sus cambios ineludibles, donde suele resurgir el conflicto de abandonar la imagen que hemos construido para dar paso a nuevas formas de ser y seguir adelante. La dificultad aparece porque no es claro que buena parte de las experiencias alcanzadas en la lucha por ser libres, formarán parte del equipaje del cuerpo-mente que en mucho ayudarán para ir al encuentro y disfrute de lo nuevo.

Sin embargo cuando encontramos la apertura hacia cada nueva instancia de la vida y proyectamos los nuevos alcances personales, no se puede evitar como parte del proceso de desapego la añoranza de esa imagen de sí, especialmente la significación de ese cuerpo-psique al que hemos habitado y configurado desde el nacimiento. Ese pasaje de despedida para dejar de ser, ese dejar morir algo, resulta indispensable para poder renovarse y florecer con nuevas ilusiones.

En ocasiones en esa añoranza penosa se quisiera regresar a lo abandonado pero al mirar hacia atrás percatándose que el puente ha caído, ya no es posible el retorno y ante el dolor de lo irremediablemente perdido no queda más que reconocer esa verdad y tomar fuerza para seguir adelante, pero cuidando ahora de disfrutar intensa y amorosamente lo que se tiene porque se podrá perder y quizá no habrá más puentes, sino que se llegará el final del camino.

El puente más temido es el que conduce hacia la vejez, donde se presentan grandes resistencias para continuar a pesar de que el cuerpo-mente que ha transitado por el largo camino y el cual inició como un pequeño tesoro se ha cargado de grandes vivencias, múltiples experiencias, una gran historia de transformación y ha engrandecido su imagen y significado de ser, pero que a la vez en la lucha ha ido dejando en el camino su vitalidad inicial, la lozanía de la juventud, su inocencia.

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Como la hoja del árbol que se torna dorada y quebradiza en el otoño, el cuerpo-mente cruza con dificultad el puente hacia la vejez, aunque va enriquecido en experiencias no puede evitar reconocer su nueva apariencia, observa sus arrugas, sus deterioros, sus debilidades, sus pérdidas, su fealdad, signos de las batallas que enfrentó en su largo camino. Tal transformación resulta casi siempre dolorosamente inaceptable colocando ante un doble reto a las mujeres que tienen que aceptar la pérdida de la juventud y la belleza para asumir con valor el cuerpo envejecido. De primera instancia se lucha por retener el sueño de fuerza, juventud y belleza como centro de aceptación, todo eso que el imaginario de la sociedad pondera como valores imperdibles de lo femenino, para seguir siendo valoradas e incluidas en el clan social.

Es por eso que al transitar ese puente hacia la vejez, ese ineludible paso del proceso de la vida, se requiere un gran trabajo de la mente para asumir el esfuerzo de un nuevo duelo y despedir con dignidad todo lo que se va perdiendo, para curar las múltiples heridas que han quedado en el camino, para abandonar las culpas y reproches por lo no alcanzado, para asumirse como persona diferente y prepararse a recibir la nueva imagen y significado de ser, para ser libre de las determinaciones provocadas por los imaginarios sociales que desprecian la vejez.

Será entonces que se podrá reconocer como en las hojas doradas del otoño, la belleza de lo vivido, la grandeza de lo sembrado y cosechado, de esa manera recuperar con toda la potencia del corazón y la creación una nueva mirada de sí que pueda asimilar el valor de los cambios obtenidos con el paso del tiempo. Para disfrutar esta nueva transformación como mujer en la vejez, cuidarse y amarse en un cuerpo-mente diferente, que pueda empoderarse al renovarse desde lo atesorado en el camino, continuando su lucha con toda la fuerza, agradeciendo el estar viva, disfrutando cada paso, aliento, nuevo día, nuevo logro para seguir construyendo y sembrando amorosamente. Sabiendo que la belleza de la vejez es una creación propia del amor para sí, en comunión con la naturaleza de la cual se es una pequeña parte.

Así, como la hoja se desprende del árbol y cae deslizándose en una danza cadenciosa, el cuerpo-psique llegará a su último respiro para dejar de caminar y volver a reposar tranquilamente sabiendo que ha sembrado semillas que darán nuevos frutos de amor y nueva vida.

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GloriaperfilGloria Luz Rascón Martínez. Licenciatura y maestría  en Psicología clínica en la UNAM, especialidad en Psicoanálisis en el círculo Psicoanalítico Mexicano. Psicoanalista   e Investigadora en historia oral sobre procesos de mujeres y de la lucha social.  Bailarina de Butoh.

correo : lambdinyeco@gmail.com

FB :  Gloria Olin Butoh.

 

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